19
de octubre de 2014 - XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Pagad al César lo que es del
César, y a Dios lo que es de Dios"
-Is 45,1.4-6
-Sal 95
-1Tes 1,1-5
Mateo
22,15-21
Los fariseos se retiraron y llegaron a
un acuerdo para comprometer a
Jesús
con una pregunta. Le enviaron unos discípulos con unos partidarios de
Herodes,
y le dijeron:
-Maestro, sabemos que eres sincero y que
enseñas el camino de Dios
conforme
a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las
apariencias.
Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o
no?
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo
Jesús: ¡Hipócritas!, ¿por qué me
tentáis?
Enseñadme la moneda del impuesto.
Le presentaron un denario, Él les preguntó:
-¿De quién son esta cara y esta inscripción?
Le respondieron:
-Del César.
Entonces les replicó:
-Pues pagadle al César lo que es del César,
y a Dios lo que es de Dios.
Comentario
En el evangelio de hoy prosigue la polémica entre
Jesús y sus adversarios
que
las parábolas de los domingos precedentes habían ya puesto en evidencia.
Pero
esta vez en el campo estrictamente religioso entra también la componente
política,
por eso la cuestión se hace más comprometida. A acentuar la
dificultad
contribuye no sólo el tema, sino la composición de la delegación
que
se acerca a Jesús. Se trata de dos facciones opuestas: los fariseos,
contrarios
a la dominación romana, y los herodianos, a los que hoy
llamaríamos
colaboracionistas, porque aceptaban la dominación extranjera y
sostenían
a Herodes, tratando de conciliar las aspiraciones mesiánicas con
las
ventajas del poder constituido.
En ese clima y ante tal auditorio, la
opinión que piden a Jesús sobre la
legitimidad
de pagar los impuestos, resultaba delicada. Si daba un sí se
atraía
la enemistad de los fariseos y de buena parte de la multitud que lo
había
seguido y aclamado al entrar en Jerusalén. El no de su parte era
colocarse
en contra de la autoridad civil constituida, pudiendo ser tachado
de
subversivo.
Jesús, sin embargo, no se deja engañar y
encuentra una solución que va
más
allá de la habilidad dialéctica para situar la cuestión en su terreno
justo
y verdadero.
Ha habido quien ha visto en la respuesta de
Jesús la justificación de la
teoría
que pretende asignar a la esfera de lo religioso y a la esfera de lo
político
dos ámbitos contrapuestos o independientes para el hombre y para la
sociedad.
Sin negar las legítimas autonomías, lo que Jesús dice tiende a
crear
una profunda unidad en el hombre ofreciéndole las razones más válidas
de
su vivir. La dimensión política del hombre debe estar abierta a lo
religioso
y este último aspecto no puede encerrarse en sí mismo, sino
iluminar
y motivar la acción social y política del hombre.
En las palabras de Jesús, la realidad última
no es lo que hay que dar al
Céar,
sino lo que hay que dar a Dios. Es decir, no existe un paralelismo
entre
ambas exigencias, sino una subordinación. En otros términos, en las
situaciones
normales el hombre debe poder armonizar ambas exigencias, pero
en
caso de oposición y conflicto, Dios debe estar por encima de todo.
Esto no significa disminuir los derechos de
César, sino colocarlos en el
lugar
que les corresponde y además darles la justa perspectiva en el designio
global
de Dios. Este último aspecto resalta más en la lectura litúrgica al
acercar
el texto evangélico a la elección que Dios hace de Ciro, un pagano,
para
realizar sus proyectos con el pueblo elegido (1ª. lectura).
El César y Dios
Los evangelios de la infancia de Cristo
ilustran varios aspectos de la
relación
de la Sagrada Familia con el poder político instituido en su tiempo.
Quizá
podamos a través de ellos prolongar nuestra reflexión sobre el
evangelio
de hoy.
Algunos de esos episodios tienen un fuerte
significado simbólico que
sirve
para decirnos algo sobre la identidad de Jesús; otros indican, en la
línea
de la encarnación, la condición ordinaria de una familia de Palestina,
sujeta
a los vaivenes de las circunstancias históricas y a las decisiones de
quien
gobierna. Nos detendremos en la figura de Augusto en el evangelio de
Lucas
y en la de Herodes en el evangelio de Mateo.
La narración del nacimiento de Jesús empieza
con el decreto de César
Augusto
de empadronar "todo el universo" (Lc 2,1). Es presentado así el
emperador
como un sujeto activo en el cumplimiento de los planes de Dios y
no
sólo como referencia cronológica de los hechos de la historia. Además se
le
atribuye un dominio absoluto sobre la totalidad del mundo habitado
(oikoumene)
como indicando que el Mesías que va a nacer y sus padres están
también
sujetos a su autoridad. El evangelio presenta el caso de José y María
como
uno de tantos: "Todos iban a empadronarse, cada uno a su ciudad" (Lc
2,2).
Siguiendo el hilo del relato se descubre, sin embargo, no sin una
cierta
ironía, que la decisión imperial ha servido de manera determinante a
que
el niño venga al mundo en Belén, la ciudad de David, el antepasado de
José.
Se pone así en evidencia su condición mesiánica y se confirma lo que
Dios
había anunciado a María por boca del Ángel: "Su reino no tendrá fin"
(Lc
1,33).
Pasemos al caso de Herodes.
En el episodio de la visita de los Magos, en
los dos primeros versículos
del
cap. 2º de Mateo se habla de dos reyes: el Rey Herodes y el recién nacido
rey
de los judíos por el que los Magos preguntan. El conflicto es evidente
y
parece inevitable. La terrible decisión de suprimir a todos los niños de
la
zona viene motivada por la inquietud que le produce a Herodes el
nacimiento
de un rival. Su designio se opone así abiertamente al de Dios,
pero
para realizarlo no duda un instante en movilizar a todas las fuerzas
religiosas
de la ciudad, solicita la colaboración de los Magos, etc. La
continuación
del relato explica el fracaso de Herodes tras un aparente
triunfo.
Cuando cree poder estar tranquilo porque su orden terrible ha sido
ejecutada,
resulta que al único que le interesaba matar ha escapado. No sólo eso,
sino
que posteriormente se nos informa que, mientras Jesús vuelve de Egipto
con
su familia, quien ha muerto ha sido precisamente Herodes.
Quienes tienen la misión de gobernar toman
las decisiones, unas veces
justas,
otras equivocadas, pero quien conduce la historia, la historia de la
salvación,
es Dios. Este último gran actor de todo lo que sucede no quita la
responsabilidad
a los hombres, al contrario, sus decisiones adquieren una
nueva
dimensión al inscribirse en los designios divinos.
Te bendecimos, Padre, porque en Cristo
nos has llamado a la libertad.
Te damos gracias porque su evangelio
ilumina toda nuestra vida
y nos da las razones verdaderas
para todas las dimensiones de nuestra
existencia.
Que tu Espíritu Santo nos lleve
a dar a Dios lo que es de Dios,
a colocarte por encima de todas las cosas
y a ordenarlas todas
a partir de ese principio supremo.
Guía a tu Iglesia, Señor,
para que sea testigo de los bienes del Reino
en medio de las vicisitudes de este mundo.
La actividad de la fe
La actividad de la fe, el esfuerzo del amor,
el aguante de la
esperanza...
Son las tres grandes dimensiones en que se expresa toda la vida
cristiana
que S. Pablo nos recuerda hoy en la 2ª. lectura. Son esas tres
dimensiones
las que en lo concreto de la vida aseguran al cristiano el
equilibrio
y la armonía entre la esfera de lo temporal y la esfera de lo
espiritual
de que habla el evangelio de hoy, ayudándole a establecer entre
ellas
la justa relación.
Por lo que se refiere a la comunidad
eclesial las orientaciones del
Vaticano
II han sido luminosas en nuestra época: "La misión propia que Cristo
confió
a su Iglesia no pertenece al orden político, económico o social: el
fin
que le asignó es de orden religioso. Con todo, de esta misión religiosa
emanan
un encargo, una luz y unas fuerzas que pueden servir para establecer
y
consolidar según las leyes divinas la comunidad humana" (G.S. 42). Porque
la
misión de la Iglesia es religiosa, es también "sumamente humana",
dirá el
Concilio
en otro lugar (Cfr.G.S.11). De ahí que las tendencias reduccio-
nistas,
en uno u otro sentido, han sido siempre empobrecedoras.
Lo mismo podemos decir si consideramos el
compromiso de cada cristiano.
La
primera parte de la sentencia de Jesús: "Pagadle al César..." nos
obliga
a
tomar en serio los compromisos temporales, la profesionalidad en el
trabajo,
el cumplimiento de los deberes cívicos, las exigencias de la
justicia.
Pero la segunda parte, "Y dad a Dios...", nos debe llevar a no
absolutizar
la política hasta hacerla árbitro de todas las opciones
colectivas,
ni la ciencia hasta despojarla de las exigencias de la ética, ni
la
economía hasta sacrificar vidas humanas a sus postulados. La perspectiva
religiosa
del creyente debe situar a Dios por encima de todo y relativizar
todas
las demás instancias de la vida. Es así como el cristiano llega a una
libertad
interior inestimable que le hace comprometerse a fondo y en la
medida justa con todas las
causas del hombre.
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