5
de octubre de 2014 - XXVII DOMINGO
DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Se os quitará a vosotros el Reino"
-Is 5,1-7
-Sal 79
-Fil 4,6-9
Mateo 21,33-43
Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los
senadores del pueblo:
-Escuchad otra parábola: Había un
propietario que plantó una viña, la
rodeó
con una cerca, plantó en ella un lagar, construyó la casa del guardia,
la
arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la
vendimia,
envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le
correspondían.
Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno,
mataron
a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que
la
primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su
hijo
diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo". Pero los labradores, al ver
al
hijo,
se dijeron: "Este es el heredero; venid, lo matamos y nos quedamos con
su
herencia". Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.
Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué
hará con aquellos
labradores?
Le contestaron:
-Hará morir de mala muerte a esos malvados y
arrendará la viña a otros
labradores
que le entregue los frutos a sus tiempos.
Y Jesús les dijo:
-¿No habéis leído nunca en la Escritura:
"La piedra que desecharon los
arquitectos
es ahora la piedra angular. es el Señor quien lo ha hecho, ha
sido
un milagro patente"?
Por eso os digo que se os quitará a vosotros
el Reino de los cielos y se
dará
a un pueblo que produzca sus frutos.
Comentario
La tercera parábola de Jesús en su disputa
con los sumos sacerdotes y los
senadores
del pueblo es la más dura y directa. Se trata de una descripción,
apenas
velada por el artificio literario, del drama que se estaba fraguando.
Pronunciada
poco antes de comenzar la pasión, esta parábola es una verdadera
profecía
de lo que iba a suceder. Los oyentes y adversarios de Jesús
"comprendieron
que se trataba de ellos", dice el evangelista.
Desde el punto de vista formal, se trata de
una parábola alegórica,
porque
si bien existe un punto central de comparación con la realidad, hay
también
muchos otros fácilmente identificables sin necesidad de
explicaciones.
Considerando la globalidad del significado,
se trata de un resumen de la
historia
de la salvación. De una parte está el amor de Dios hacia su pueblo
("la
viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel", Is 1,6; 1ª lect),
que
colma de atenciones a su propiedad y que espera de aquéllos a quienes la
ha
confiado "los frutos a su debido tiempo". Pero al "in
crescendo" del amor
y
de la premura del dueño de la viña corresponde el "in crescendo" de
la
maldad
de los arrendatarios, que en la parábola está subrayada por la
progresión
de los verbos: "apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo
apedrearon".
Los enviados por el dueño de la viña
representan a los profetas, quienes
en
los diversos momentos de la historia se encargan de recordar a quién
pertenece
el campo y qué frutos espera de Él. Casi siempre encontraron
oposición
en su misión y muchas veces pagaron con su vida la fidelidad al
mensaje
que llevaban.
Se llega al punto culminante cuando de forma
inesperada, vistos los
resultados
precedentes, el dueño decide enviar a su hijo (Marcos subraya "a
mi
hijo predilecto", y Lucas "a mi hijo único"). No se trata de un
enviado
más,
es la última ocasión, y por lo tanto la historia se precipita llegando
a
su punto final. La muerte del hijo, que en el absurdo razonar de los
viñadores
debía suponer el entrar en posesión de su herencia, se convierte,
por
el contrario, en su propia condenación. Mientras el hijo es exaltado y
colocado
como piedra angular.
De forma sarcástica el evangelista hace que
los opositores de Jesús
pronuncien
su autocondenación al declarar culpables a los viñadores homicidas
en
cuanto responsables del campo que se les había confiado.
La parábola tiene también una lectura
eclesial, pues la nueva comunidad
surgida
de la muerte y resurrección de Cristo es el pueblo que debe producir
los
frutos del Reino. Por lo tanto el amor apremiante de Dios, manifestado
definitivamente
en Cristo, está pidiendo una repuesta de plena fidelidad en
el
tiempo presente.
El envío del Hijo
Lo que
da toda la profundidad dramática a la parábola es la sorprendente
decisión
del dueño de la viña de jugarse la última carta mandando nada menos
que
a su hijo único.
La serie de atenciones prodigadas a la viña
en las que se reflejan todas
las
acciones de Dios en favor de su pueblo, no pueden tener como explicación
el
deseo de unos frutos más o menos abundantes. Es sólo el amor, un amor
inmenso
y permanente, deseoso de una respuesta, la única motivación de Dios
en
favor de su pueblo. Por amor lo creó, lo eligió y lo condujo a lo largo
de
los siglos (Dt 7,7). Pero lo más sorprendente es el gesto final de ese
amor:
"Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único" (Jn 3,16). El envío
del
Hijo revela la cercanía, la atención, la fidelidad, el amor de Dios hacia
su
pueblo más que ninguna otra cosa. De rechazo pone también en evidencia la
maldad
de quienes no sólo acaban con los profetas sino que ponen también las
manos
sobre el último enviado. La "ingenuidad" del amor paterno
("tendrán
respeto
a mi hijo") se encuentra con la astucia y dureza de corazón de los
responsables
del pueblo.
Revelando en la parábola estas cosas, Jesús
se muestra plenamente
consciente
de su identidad, del vínculo personalísimo que lo une con el
Padre,
del sentido de su misión en el mundo y del misterio de iniquidad que
acabará
echándole fuera de la ciudad y matándolo (Heb 13,13). Es inexplicable
esa
actitud de oposición al Reino de Dios que termina por rechazar al último
y
definitivo de sus enviados, al Hijo. Hay en la actitud de los opositores
de
Jesús una tremenda inconsciencia unida a la responsabilidad de un
procedimiento
madurado largamente y ejecutado a pesar de haber recibido
previamente
aviso de la trascendencia del acto que iban a realizar.
Si el gesto definitivo del amor de Dios
enviando al Hijo pone de
manifiesto
lo que hay en el fondo de los corazones de los hombres, si revela
el
misterio de la iniquidad y el rechazo de algunos, revela también la fe y
la
humilde acogida de otros."Vino a los suyos y los de su casa no le
recibieron..."(Jn
1).
María y José se encuentran entre quienes
supieron valorar la
trascendencia
del momento final de la historia de la salvación en el que Dios
decidió
enviar a su Hijo para demostrar la validez y permanencia de su
alianza
con los hombres. Así lo proclama María en el Magnificat evocando los
gestos
de misericordia de Dios "en favor de Abrahán y de su descendencia".
Pero
sobre todo dando su consentimiento cuando se le anuncia que "el santo
que
va a nacer se llamará Hijo de Dios". No se trataba, pues, de uno más de
los
enviados por Dios a su pueblo, se trataba del envío de su Hijo.
Te bendecimos, Padre, por habernos mandado
en la plenitud de los tiempos
a tu Hijo amado
para revelarnos tu amor
y establecer tu Reino entre los hombres.
Tu amor y confianza en el hombre
ha pasado por encima
de la maldad y perversión
que anida también en su corazón.
De esta forma, de la tragedia del Calvario
ha brotado la efusión del Espíritu Santo
que construye un pueblo nuevo
sobre el cimiento que es Cristo
y que asume la responsabilidad
de anunciar a todo el mundo esa buena nueva
y de operar para que venga tu Reino.
Fidelidad
Si la primera parte del evangelio de hoy se
centra en el misterio de la
persona,
la misión y el destino de Jesús, el hijo enviado por el Padre, las
sentencias
que el evangelista coloca en la segunda parte hablan más bien de
la
Iglesia.
La Iglesia, nuevo pueblo de Dios, llamada no
sólo a recibir la herencia
dilapidada
por los viñadores infieles, sino también a producir los frutos del
Reino
que el Padre espera. De ahí una fuerte llamada a nuestra fidelidad. La
trayectoria
del pueblo de Israel ilumina hoy el camino que la Iglesia está
llamada
a recorrer.
El primer aspecto de la fidelidad al que
estamos llamados es la atención
que
prestamos y la acogida que dispensamos a quienes son enviados por Dios.
El
rechazo definitivo del Hijo es el último eslabón de una cadena de cerrazón
ante
las llamadas de atención de muchas embajadas que venían de parte de Dios
y
que no fueron aceptadas. La dinámica de la infidelidad lleva al paso,
aparentemente
incomprensible, del rechazo total en el momento clave. Lo mismo
puede
decirse en sentido opuesto, una actitud permanente de acogida y de
fidelidad
prepara el momento cumbre en el que Dios se presenta en persona.
La segunda reflexión sobre la fidelidad
apunta hacia los frutos que Dios
espera
de nosotros. El domingo pasado se nos pedía un esfuerzo de claridad
y
coherencia cristiana. Los frutos son los que mejor muestran la veracidad
de
nuestra vida cristiana y el estado de salud espiritual en que nos
encontramos.
Pero ¿qué frutos? Ante todo la caridad en
sus múltiples manifestaciones.
Una
descripción muy válida es la que encontramos en la 2ª. lectura. "Todo lo
que
es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud
o
mérito, tenedlo en cuenta". Es la apertura hacia los valores humanos y
cristianos
lo que va consolidando día a día el amor de Dios y estableciendo
ya desde ahora ese Reino de
Dios por el que Jesús murió.
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