30
de noviembre de 2014 - I DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo B
"¡Estad en vela!"
Isaías 63,16b-17; 1.3b-8
Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre
de siempre es "nuestro
redentor".
Señor, ¿por qué nos extravías de tus
caminos y endureces nuestro
corazón
para que no te tema?. Vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus
de
tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con
tu
presencia!.
Bajaste y los montes se derritieron con
tu presencia. Jamás oído oyó
ni
ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en Él.
Sales al encuentro del que practica la
justicia y se acuerda de tus
caminos.
Estabas airado y nosotros fracasamos:
aparta nuestras culpas y seremos
salvos.
Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos
nos
marchitábamos como follaje, nuestra culpas nos arrebataban como el
viento.
Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos
ocultabas
tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa. Y, sin
embargo,
Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero:
somos
todos obra de tus manos.
Corintios 1,3-9
Hermanos:
La gracia y la paz de parte de Dios,
nuestro Padre, y del Señor
Jesucristo
sean con vosotros.
En mi Acción de Gracias a Dios os tengo
siempre presentes, por la
gracia
que Dios os ha dado en Cristo Jesús.
Pues por Él habéis sido enriquecidos en
todo: en el hablar y en el
saber;
porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho,
no
carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro
Señor
Jesucristo.
El os mantendrá firmes hasta el final,
para que no tengan de qué
acusaros
en el tribunal de Jesucristo Señor Nuestro.
Dios os llamó a participar en la vida de
su Hijo, Jesucristo Señor
Nuestro.
¡Y El es fiel!
Marcos 13,33-37
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
-Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es
el momento. Es igual que un
hombre
que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados
su
tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo
vendrá el dueño de la casa, si
al
atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que
venga
inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a
todos: ¡Velad!
Comentario
El tiempo litúrgico del Adviento, que
celebra la primera venida de
Cristo
y prepara al encuentro definitivo con Él, es imagen de la vida del
cristiano.
Ya redimido en el bautismo, el cristiano debe mantener y desarro-
llar
el don recibido hasta que llegue a su plenitud.
La
Palabra de Dios de este domingo es una fuerte llamada a tomar con-
ciencia
de esta condición de la vida cristiana que avanza entre los peligros
de
la noche y que espera a Quien dará un sentido definitivo a todo el camino
recorrido.
El centro del mensaje está en la pequeña
parábola del evangelio de Mar-
cos
que concluye las enseñanzas de Jesús antes de entrar en su pasión. Por
tres
veces se insiste en ella sobre la necesidad de velar. Y el motivo de
esta
fuerte recomendación es obvio: "no sabéis cuando llegará el dueño de
casa".
A la luz de las otras dos lecturas
pueden descubrirse algunas motiva-
ciones
para que el cristiano permanezca en vela. Existe el peligro, por
cierto
nada imaginario, de "extraviarse lejos de los caminos del Señor", y
del
"endurecimiento del corazón", hasta "quedar en poder de nuestra
propia
culpa".
He ahí un motivo para estar alerta, para que el Señor cuando venga
no
lo encuentre "dormido". Pero además la condición del cristiano en el
mundo
es
similar a la de quien vive en la noche. Muchas veces lo recuerda el Nuevo
Testamento
y, sobre todo, S. Pablo. Vivimos en un "mundo de tinieblas" (Ef
6,12),
del que el Padre "nos sacó para trasladarnos al reino de su Hijo
querido".
La novedad cristiana nos sitúa muchas veces en contraste con la
situación
de este mundo: "los que duermen, duermen de noche; los borrachos
se
emborrachan de noche; en cambio nosotros que pertenecemos al día, estemos
despejados
y armados" (ITes 5,7).
Así pues, la atención del cristiano tiene
un doble frente: las tinie-
blas
que pueden invadir su corazón y las tinieblas exteriores que tienden a
obstaculizar
su camino. Es cierto, sin embargo que, "por medio del Mesías
Jesús",
Dios no sólo le da su "gracia" y no le falta "ningún don",
sino que
le
"mantiene firme hasta el fin".
La vigilancia cristiana se ve, pues,
sostenida por la ayuda del Señor,
que
"ha señalado a cada uno su tarea" al salir de casa y le da su gracia
para
cumplirla.
La condición filial, compartida con Jesús, lleva a respetar el
secreto
del Padre sobre el momento en que acontecerá la manifestación
gloriosa.
Nadie lo sabe. Así el cristiano vive en una total confianza,
sabiendo
por una parte que todo se le ha dado ya y por otra que no está en
sus
manos el desenlace del drama humano. Dios es siempre imprevisible,
inalcanzable,
no se deja manipular por el hombre. Por eso al cristiano a
veces
le resulta difícil dar testimonio de este Dios que dice poseer y que
al
mismo tiempo se le escapa de entre la manos. Esa es la mejor garantía
contra
todo intento de manipulación.
La espera en Nazaret
María y José compartieron la esperanza
del pueblo de Israel. Mas aún,
pertenecían
a ese grupo de los llamados pobres de Yavé que tenían una
confianza
total en Dios y estaban seguros de su fidelidad perenne: sabían que
iba
a cumplir su promesa. Tampoco ellos conocían el día ni la hora, pero
sabían
que el Señor iba a visitar a su pueblo. Y así aconteció cuando llegó
el
Mesías.
Pero María y José vivieron luego, junto
con Jesús, otra larga espera:
el
tiempo de Nazaret. La experiencia de Nazaret se sitúa entre la llegada del
que
fue anunciado a María como "Hijo del Altísimo" y el momento de su
manifestación
definitiva y gloriosa en la resurrección.
En cierto sentido, la familia de Nazaret vivió
la misma experiencia de
larga
espera que ahora toca vivar a todo cristiano. Como al cristiano,
también
a ellos se les dio todo al principio, pero pasaron largos años hasta
que
se manifestó quién era realmente el niño, el joven que vivía en nazaret.
Y
cuando la espera dura, hay que saber esperar.
El evangelio de hoy recalca que puede
pasar una hora o varias de la
noche
y hay que seguir esperando. Y así era también el tiempo de Nazaret:
pasaba
un día, pasaba otro, pasaban los meses y los años y nada se veía. La
impaciencia
hubiera podido llevar al grito del profeta: "Ojalá rasgases el
cielo
y bajases, derritiendo los montes con tu presencia" (Is 63,19). Pero
en
Nazaret no hubo nada de eso, sino la larga y atenta espera hasta que para
Jesús,
como para Juan Bautista, le llegó el momento asignado por el Padre
para
"presentarse a Israel" (Lc 1,80).
En Nazaret fue madurando en la paciencia
ese respeto absoluto hacia el
secreto
del Padre que marcó la hora de Jesús y que marcará también el momento
de
su venida gloriosa.
"Tú, Señor eres nuestro Padre,
tu nombre de siempre es nuestro
redentor" (Is 63,16),
nos ponemos en tus manos con entera
confianza,
como María y José.
Renueva nuestra fe
para que no nos cansemos de esperar en la
noche
y escuchemos hoy la Palabra que nos dice:
"¡Estad en vela!"
hasta que un día oigamos aquella otra que
nos diga:
"Aquí estoy".
Esperar con paciencia
El
modo de vivir en Nazaret el tiempo de la espera ilumina nuestro ad-
viento.
Tras los pasos de Jesús, María y José podemos caminar nosotros en la
noche
de nuestra vida cristiana con una mayor esperanza.
Como ellos tenemos la certeza de tener entre
nosotros, con nosotros y
en
nosotros al Salvador, aunque estemos en medio a las dificultades de la
vida.
Sabemos, como dice S. Pablo que, para quien cree, en último término la
dificultad
produce esperanza "y esa esperanza no defrauda, porque el amor que
Dios
nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha
dado"
(Rom 5,5).
La abundancia y calidad del don recibido,
el germen de vida que lleva-
mos
dentro empujan "hacia la luz y hacia la vida" tanto como la
conciencia
de
la posible venida inminente del Señor. Ambas líneas de fuerza, la que
parte
del don recibido y la que viene de la promesa, nos mantienen alerta,
no
deben dejarnos dormir.
La paciencia cristiana no es resignación
y aletargamiento sino la
certeza
que da la fe prolongada sin cesar en el tiempo y el respeto filial
al
momento designado por el Padre.
La paciencia vigilante que nos pide hoy
el evangelio se opone tanto al
aturdimiento
como a la impaciencia y debe comportar un programa de trabajo
sereno,
de vida de comunidad, de humildad y obediencia como el que se vivió
en
Nazaret. Este es el mejor modo de esperar la vuelta del Señor, que puede
llegar
en cualquier momento.
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