23
de noviembre de 2014 - XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
JESUCRISTO REY DEL
UNIVERSO
"Serán reunidas ante Él todas las
naciones"
-Ez
34,11-12.15-17
-Sal
22
-1Co
15,20-26.28
Mateo 25,31-46
Dijo Jesús a sus discípulos:
-Cuando venga en gloria el Hijo del hombre y
todos los Ángeles con Él, se
sentará
en el trono de su gloria y serán reunidas ante Él todas las naciones.
El
separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras.
Y
pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces dirá
el
rey a los de su derecha:
-Venid vosotros, benditos de mi Padre;
heredad el reino preparado para
vosotros
desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de
comer,
tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis,
estuve
desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y
vinisteis
a verme.
Entonces los justos le contestarán:
-Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te
alimentamos, o con sed y te
dimos
de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te
vestimos?;
¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?
Y el rey les dirá:
-Os aseguro que cada vez que lo hicisteis
con uno de estos mis humildes
hermanos,
conmigo lo hicisteis.
Y entonces dirá a los de su izquierda:
-Apartaos de mí, malditos; id al fuego
eterno preparado para el diablo y
sus ángeles.
Porque tuve hambre y no me disteis de comer, tuve sed y no me
disteis
de beber, fui forastero y no me hospedasteis, estuve desnudo y no me
vestisteis,
enfermo y en la cárcel y no me visitasteis.
Entonces también éstos contestarán:
-Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con
sed, o forastero o desnudo, o
enfermo
o en la cárcel y no te asistimos?
Y Él replicará:
-Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis
con uno de éstos, los
humildes,
tampoco lo hicisteis conmigo.
Y estos irán al castigo eterno, y los justos
a la vida eterna.
Comentario
La Iglesia conmemora hoy la solemnidad de
Cristo Rey del Universo como
recapitulación
de su camino anual de celebración de la fe y como centro de
toda
la historia humana. "En el círculo del año litúrgico la Iglesia
desarrolla
todo el misterio de Cristo, desde la Encarnación y la Navidad
hasta
la Ascensión, Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y
venida
del Señor" (S.C.102). La Palabra de Dios nos lleva a ver en Cristo,
el
primogénito de los muertos, a Aquél que es el pastor y cabeza de la
Iglesia
y de toda la humanidad, en quien todo ha sido llamado a la plenitud.
El evangelio nos presenta una solemne
descripción del juicio universal
que
tendrá lugar al final de los tiempos, recogiendo una tradición
apocalíptica
que se remonta a los profetas de Israel.
El juicio es presentado ante todo como una
gran convocación. Poco antes
de
la escena que hoy leemos, el evangelista había dicho que el Señor enviaría
a
sus Ángeles para convocar al son de trompeta a todos los elegidos de los
cuatro
vientos y de un extremo al otro de los cielos (Mt 24,31). En este
ambiente
apocalíptico del relato, el Hijo del hombre aparece rodeado de sus
Ángeles
que actúan como testigos de lo que va a suceder.
El juicio consiste en una separación que
coloca a los buenos de una parte
y
a los malos de otra. Para realizar esta separación la figura del rey y juez
se
reviste de otra familiar a los lectores del evangelio: la figura de
pastor.
Es de notar además que el rey no procede de una forma completamente
autónoma,
sino que se refiere constantemente al Padre. Ante todo él mismo se
presenta
como el Hijo del hombre, expresión que recuerda a Dan. 7,9-14, y
después
proclama su sumisión. "Y cuando el universo le quede sometido,
entonces
también el Hijo se someterá al que se lo sometió, y Dios lo será
"todo
para todos" (1Co 15,28). Pero lo que más importa es el criterio de sepa-
ración
de unos y otros establecido por el rey. No es otro que el del amor
expresado
en el servicio y la atención hacia quien se encuentra necesitado,
en
situación de pobreza, de enfermedad, de injusticia. El gesto de amor hacia
los
hermanos o su ausencia establece la diferencia definitiva entre unos
hombres
y otros.
Podemos ahora preguntarnos quienes son esos
"humildes hermanos" suyos de
que
habla el Señor con tanto afecto. Si consultamos otros textos similares
del
mismo Mateo, hay que pensar en los discípulos y seguidores de Jesús (Cf.
Mt
10,42; 18,10). Hoy tenderíamos a pensar que se trata de una interpretación
demasiado
restrictiva. Pensamos espontáneamente que esos "humildes hermanos"
son
todos los pobres, marginados, excluidos... Por otra parte el criterio de
amor
al prójimo puede aplicarse a todo hombre y no sólo al cristiano. Pero
cuando
se escribió el texto de Mateo que hoy leemos para una comunidad
pequeña
y perseguida del siglo I, quizá el sentido original era el primero,
se
trataba de los cristianos que por amor a Cristo se hicieron pobres, fueron
encarcelados,
vivieron errantes y en toda clase de necesidad. Desde ese
sentido
restringido y dada la ambientación universalista del relato ("serán
reunidas
ante Él todas las naciones") es fácil pasar al sentido más amplio
en
el que todo hombre es hermano de Jesús.
"Conmigo lo hicisteis"
La vida de Nazaret se entiende sólo a la luz
del misterio de la
encarnación.
Los aspectos de pobreza, humildad, autolimitación voluntaria en
muchos
aspectos de la vida de Jesús, expresan otros tantos momentos de su
asunción
de la condición humana. Y la razón del amor cristiano que hoy da el
evangelio
es la punta más avanzada de misterio de la Encarnación: "cada vez
que
lo hicisteis con uno de estos mis humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis".
Esta identificación de Jesús con el pobre y
desamparado, con el débil y
oprimido,
es no sólo una novedad absoluta del mensaje cristiano con respecto
a
otras doctrinas, sino el fundamento de toda la actividad caritativa de la
Iglesia
y de su amor preferencial por los pobres. Cuando Jesús se identifica
con
el pobre, no hace más que ratificar lo que fue su opción de vida. Podemos
decir
que la encarnación de Jesús no consistió sólo en hacerse hombre entre
los
hombre, sino que se hizo también pobre entre los pobres. La trayectoria
entera
de su existencia, que culmina en la cruz, fue un camino de solidaridad
con
quien está desarmado, con quien sólo se impone por la fuerza del amor,
con
quien no se apoya sobre ninguna de las cosas que ofrecen al hombre poder,
dominio
sobre los otros, suficiencia... Por eso en el camino entero de su
vida
se revela el amor y la misericordia del rostro de Dios para con el
hombre
en su condición de pobreza, de abatimiento, de limitación y de pecado.
La Iglesia postconciliar ha llevado a cabo
esta reflexión que nos
compromete
a todos en plena fidelidad al evangelio: "La Iglesia debe mirar
a
Cristo cuando se pregunta cuál ha de ser su acción evangelizadora. El Hijo
de
Dios demostró la grandeza de ese compromiso al hacerse hombre, pues se
identificó
con los hombres haciéndose uno de ellos, solidario con ellos y
asumiendo
la condición en que se encuentran, en su nacimiento, en su vida y,
sobre
todo, en su pasión y muerte, donde llegó a la máxima expresión de
pobreza.
Por esta razón los pobres merecen una atención preferencial, cual-
quiera
que sea la situación moral o personal en que se encuentran. Hechos a
imagen
y semejanza de Dios para ser sus hijos, esta imagen está ensombrecida
y
aun escarnecida. Por eso Dios toma su defensa y los ama. Es así como los
pobres
son los primeros destinatarios de la misión y su evangelización es por
excelencia
señal y prueba de la misión de Jesús. Acercándonos al pobre para
acompañarlo
y servirlo hacemos lo que Cristo nos enseñó, al hacerse hermano
nuestro,
pobre como nosotros. Por eso el servicio a los pobres es la medida
privilegiada
aunque no excluyente de nuestro seguimiento de Cristo. El mejor
servicio
al hermano es la evangelización que lo dispone a realizarse como
hijo
de Dios, lo libera de las injusticias y lo promueve
integralmente"
(Documento de Puebla nn. 1141, 1142 y 1144).
Te bendecimos, Señor Jesús, rey del universo
porque tu cercanía a todos los hombres
y tu identificación con los pobres
te permitirán en el momento final
ser el juez de todos
descubriendo lo que hay de más profundo en
cada uno.
Guíanos con tu Espíritu Santo
para que sepamos reconocerte y servirte
en los que ahora sufren
y así formemos parte un día de la asamblea
de quienes son bendecidos por el Padre
y lo bendicen por toda la eternidad.
"Cristo tiene que reinar"
Es el triunfo final de quien ha entregado su
vida por todos. Pero Él
mismo
indicó que su reino tiene un estilo muy distinto a los de este mundo.
"Este
Hombre no ha venido a que le sirvan, sino a servir y dar su vida en
rescate
por todos" (Mt 20,28).
Si ese es el modo de "reinar" de
Jesús, ese debe ser también el estilo de
la
Iglesia y del cristiano. No se pueden copiar los procedimientos de
organización
y gestión del poder con una lógica inspirada en el mundo. Como
para
Jesús, para el cristiano, reinar es servir.
El cristiano, comprometido en la
transformación de este mundo con la
fuerza
del evangelio, debe luchar por reconducir desde dentro todas las cosas
según
los valores del Reino. De esta forma todos los hechos de la historia
personal
y colectiva, por pequeños que sean, cobran un sentido nuevo porque
se
inscriben en la construcción de los cielos nuevos y la tierra nueva que
esperamos.
"La plenitud de los tiempos ha llegado, pues, hasta nosotros (Cf.
1Cor
10,11) y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y
empieza
a realizarse en cierto modo en el siglo presente, ya que la Iglesia,
aun
en la tierra, se reviste de una verdadera, si bien imperfecta santidad.
Y
mientras no haya cielos nuevos y nueva tierra en los que tenga su morada
la
justicia (Cf 2Pe 2,13), la Iglesia peregrinante, en sus sacramentos e
instituciones,
que pertenecen a este tiempo, lleva consigo la imagen de este
mundo
que pasa, y Ella misma vive entre las criaturas que gimen entre dolores
de
parto hasta el presente, en espera de la manifestación de los hijos de
Dios
(Cf. Rom 8,19-22)" (L. G. 48).
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