sábado, 20 de diciembre de 2014

Ciclo B - Adviento - Domingo IV

21 de diciembre de 2014 - IV DOMINGO DE ADVIENTO -  Ciclo B

"... de la casa de David".

-2 Sam 7,1-5,8-12,14,16
-Sal 88
-Rom 16,25-27
-Lc 1,26-28

 II Samuel 7,1-5. 8b-11. 16
      Cuando el rey David se estableció en su palacio, y el Señor le dio la
paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al Profeta Natán:
      -Mira: yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor
vive en una tienda.
      Natán respondió al rey:
      -Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.
      Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor:
      -Ve y dile a mi siervo David: ¿Eres tú quien me va a construir una
casa para que habite en ella?
      Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras
jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré
con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré
un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin
sobresaltos, y en adelante no permitiré que animales lo aflijan como antes,
desde el día que nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel.
      Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una
dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono
durará por siempre."

Romanos 16,25-27
      Hermanos:
      Al que puede fortalecernos según el evangelio que yo proclamo,
predicando a Cristo Jesús -revelación del misterio mantenido en secreto
durante siglos eternos y manifestado ahora en la Sagrada Escritura, dado a
conocer por decreto del Dios eterno, para traer a todas las naciones a la
obediencia de la fe-, al único Dios por Jesucristo, la gloria por los siglos
de los siglos. Amén

Lucas 1,26-38
      En aquel tiempo, el Ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de
Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José,
de la estirpe de David; la virgen se llamaba María.
      El Ángel, entrando a su presencia, dijo:
      -Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo; bendita tú entre las
mujeres.
      Ella se turbó ante estas palabras, y se preguntaba qué saludo era
aquel.
      El Ángel le dijo: -No temas María, porque has encontrado gracia ante
Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo y le pondrás por nombre
Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el
trono de David su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su
reino no tendrá fin-.
      Y María dijo al Ángel:
      -¿Cómo será eso, pues no conozco varón?
      El Ángel le contestó:
      -El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la fuerza del Altísimo te cubrirá
con su sombra; por eso el santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios.
      Ahí tienes a tu pariente Isabel que, a pesar de su vejez, ha concebido
un hijo, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios
nada hay imposible.
      María contestó:
      -Aquí está la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.
      Y el Ángel se retiró.

Comentario
      La densidad del mensaje de la Palabra de Dios en este domingo se ve
reforzada por el eco y amplificación que la primera lectura encuentra en el
Evangelio.
      David, después de haber consolidado su poder y sintiéndose seguro en
la capital de su reino, quiere dar también una estabilidad al signo de la
presencia de Dios en medio de su pueblo: construir  una casa para el Señor.
Excelente deseo, aprobado por el profeta Natán, pero quizá también tentación
de querer instrumentalizar a Dios haciéndole garante de la propia dinastía
      En este contexto, Dios interviene por medio del profeta para dejar
claro quién es el Señor, quién guía los destinos de la historia. Es fácil de
entender el contenido de la profecía de Natán atendiendo a la doble acepción
de la palabra casa. Tú me quieres construir una casa = templo, dice el Señor,
pero seré yo quien te dé una casa = dinastía (descendencia) en la que se
cumplirá mi promesa.
      El Evangelio ha "leído", desde la "plenitud de los tiempos", la antigua
profecía en su relato del anuncio del nacimiento de Jesús, ayudándonos así
a comprender mejor quién es el Enviado y cómo se cumplen las promesas del
Señor. A David Dios le había asegurado, por medio del profeta, "una descen-
dencia nacida de tus entrañas". A María el Ángel le asegura que "concebirá
en su seno". El descendiente prometido a David había de heredar su "trono",
y al hijo de María "el Señor Dios le dará el trono de David, su padre". La
estirpe de David debía ser "grande" y el evangelista dice que quien había de
nacer de María "será grande y se llamará Hijo del Altísimo. Como a la descen-
dencia de David, también del Mesías se dice que "su reino no tendrá fin".
      El "hijo" que nace de María es verdaderamente el descendiente prometido
a David, es de la casa de David. Las genealogías de Lucas y de Mateo pre-
tenden confirmarlo. Pero curiosamente en ambos casos la continuidad con la
casa de David viene asegurada por José, pues "se pensaba que (Jesús) era hijo
de José" (Lc 3,24).

"A una ciudad de Galilea que se llama Nazaret"
      Si todo el evangelio puede ser leído en Nazaret, con mayor motivo pode-
mos leer este pasaje que nos transmite un acontecimiento ocurrido en ese
lugar.
      Desde la humilde casa de Nazaret, el momento de la visita del Ángel
Gabriel es el momento de la acción de Dios por antonomasia, el momento
maravilloso, estupendo, que hace nuevas todas las cosas. Hay que colocarlo
en la línea que va de la creación del mundo, a la alianza con Abrahán, a la
gran manifestación del Sinaí, cuando la nube cubrió la cima de la montaña
cuando "la gloria del Señor llenaba el santuario" (Ex 40,35).
      Esa es la maravilla que María canta desde el fondo de su alma "porque
se fijó en su humilde esclava" (Lc 2,47). Ese momento de la acción suprema
del Espíritu Santo funda y da sentido a toda la experiencia vivida en Nazaret
que es una prolongación de la encarnación del Verbo del Padre.
      Desde que María fue "morada" del Hijo de Dios, ella y José se pusieron
en camino con la fe de Abrahán, y aun cuando permanecieron mucho tiempo en
el pueblo de Galilea, nunca pretendieron como su antepasado David, erigir una
"casa" para Dios. Ellos habían comprendido que sería Dios mismo quien se
ocuparía de ello. "Después volverá a levantar de nuevo la choza caída de
David; levantará sus ruinas y la pondrá en pie, para que los demás hombres
busquen al Señor" (Am 9,11; cfr. Hech 15,16-17).
      Sólo desde esa fe cobran sentido todas las preocupaciones por buscar
un lugar digno donde pudiera nacer el Mesías y para proporcionarle una
familia, una casa y un ambiente donde crecer.

      Señor, desde el principio del mundo
      tú has construido para el hombre una casa,
      un hogar donde acogernos a todos.
      Cuando vino Jesús, tu Palabra,
      Él "plantó su tienda entre nosotros"
      para ofrecer a todos los hombres
      un espacio de salvación.
      Danos la fe de María,
      danos la obediencia de la fe
      para acoger la acción fecunda del Espíritu Santo
      y poder así llevarte a los demás.

Nuestra casa
      La actitud de María, de José, de Jesús en Nazaret orientan nuestro
vivir. Vivir el misterio de Nazaret es vivir en familia, y vivir en familia
quiere decir, entre otras cosas, vivir en una casa.
      Todos sabemos que construir la comunidad es también construir la casa,
porque la casa es el lugar donde el hombre es persona, es el lugar de la
fraternidad y de la acogida y es también el lugar donde Dios habita.
      Pero cuando construimos desde la fe, necesitamos saber, como David,
como María y José, que lo importante es lo que Dios construye, que su obra
es más grande que la nuestra.
      Tenemos que aprender, sobre todo, el camino de la solidaridad para
sentir como nuestro el problema de quienes no tienen casa, por causas econó-
micas, por exilio, por desamparo o injusticia humana. Solo así llegaremos a
creer verdaderamente que desde su venida y desde que derramó su Espíritu, es
Cristo quien está construyendo una casa para todos, porque es Él quien nos
abre un porvenir de libertad y de humanidad nueva.
      De vez en cuando es bueno escuchar estas palabras del Señor para
valorar lo que estamos haciendo: "El cielo es mi trono y la tierra estrado
de mis pies: ¿qué casa podréis construirme o qué lugar para mi descanso?" Is
66,1. "El Altísimo no habita en edificios construidos por el hombre" (Hch

7,48).

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