miércoles, 24 de diciembre de 2014

NAVIDAD. Misa de la Aurora

SOLEMNIDAD DE LA NATIVIDAD DE N. S. JESUCRISTO

"Y encontraron a María, a José y al niño"

-Is 62,11-12
-Sal 96
-Tit 3,4-7
-Lc 2,15-20

Isaías 62,11-12
      El Señor hace oír esto hasta el confín de la tierra. Decid a la Hija
de Sión: Mira tu Salvador que llega, el premio de su victoria lo acompaña,
la recompensa lo precede.
      Los llamarán "Pueblo santo", "redimidos del Señor"; y a ti te llamarán
"Buscada", "Ciudad no abandonada".

Tito 3,4-7.
      Ha aparecido la Bondad de Dios y su Amor al hombre. No por las obras
de justicia que hayamos hecho nosotros, sino que según su propia misericordia
nos ha salvado: con el baño del segundo nacimiento, y con la renovación por
el Espíritu Santo; Dios lo derramó copiosamente sobre nosotros por medio de
Jesucristo nuestro Salvador. Así, justificados por su gracia, somos, en
esperanza, herederos de la vida eterna.

Lucas 2,15-20
      Cuando los Ángeles los dejaron, los pastores se decían unos a otros:
      - Vamos derecho a Belén, a ver eso que ha pasado y que nos ha comuni-
cado el Señor.
      Fueron corriendo y encontraron a María y a José y al niño acostado en
el pesebre. Al verlo, les contaron lo que les habían dicho de aquel niño.
      Todos los que los oían se admiraban de lo que decían los pastores. Y
María conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón. Los pastores
se volvieron dando gloria y alabanza a Dios por lo que habían visto y oído;
todo como les habían dicho.

Comentario
      La actitud de María, que meditaba sobre los acontecimientos (hechos y
palabras) del comienzo de la vida de Jesús es nuestra mejor guía para captar
lo que la Palabra de Dios quiere transmitirnos en esta solemnidad de la
Navidad: que el Mesías viene a salvar a su pueblo y a transformarlo en un
pueblo nuevo.
      Frente a los pastores que escuchan el mensaje, van, comprueban y anun-
cian, con la sencillez candorosa de quien admira y transmite lo vivido sin
profundizar en el sentido de las cosas, el evangelista Lucas coloca la figura
de María que "conservaba el recuerdo y meditaba en su interior".
      María aparece aquí como la mujer del silencio, de la contemplación, de
la sabiduría. Es la primera que vive la bienaventuranza de "los que escuchan
la Palabra con corazón bueno y la guardan" (Lc 8,15). Ella que, como los
pastores, ha sabido proclamar de inmediato "las maravillas del señor" (Lc
1,46), es también capaz ahora de confrontar unas cosas con otras en su
corazón, de ver el alcance de lo que está sucediendo y de conservar el
recuerdo de todo.
      María es más que nadie en la Iglesia, la "hija de Sión", el reducto mi-
núsculo de la ciudad a la que se anuncia la llegada del Mesías como salvador
y redentor; Ella que más que nadie encontró gracia a los ojos del señor (Lc
1,28), es la primera que puede ser llamada "buscada" y "ciudad no abandonada"
(Is. 62,12). En ella, y en José, tan cercanos al recién nacido, empezó a
manifestarse "la bondad de Dios, nuestro salvador y su amor por los hombres"
(BIT 3,4), pues ellos son las primicias del pueblo nuevo adquirido por Cristo
mediante la efusión de su Espíritu Santo.

En Nazaret
      La segunda vez que Lucas nos presenta a María en la misma actitud de
meditación, silencio y contemplación se refiere a la época de Nazaret: "Su
madre conservaba en su interior el recuerdo de todo aquello" (Lc 2,51). La
repetición de la misma idea a tan breve distancia en la narración contribuye
a caracterizar fuertemente la figura de María y nos da una de las claves más
eficaces para acercarnos al misterio de Nazaret.
      Según el evangelio de Lucas, uno de los pocos indicios que tenemos para
entender y aprender a vivir la experiencia nazarena de Jesús, María y José
es esa acogida, meditación y asimilación profunda de la Palabra de Dios.
      Por el recuerdo y la meditación de María atravesaron los hechos de los
comienzos de la vida de Jesús y fueron transmitidos ya como buena nueva, como
evangelio, a la primera comunidad cristiana. El paso que transforma los
hechos y las palabras en anuncio del mensaje de salvación fue ya efectuado
(como ahora en la Iglesia) por María y por José en el tiempo de Nazaret. Se
colocaban así en los albores de la experiencia pascual que reconoce en Jesús
la manifestación definitiva de Dios entre los hombres.
      El silencio de Nazaret estuvo, pues, lleno de esa actitud de admiración
y silencio, de meditación y acogida, en la que todo hombre que da el paso de
la fe queda envuelto cuando penetra en lo más profundo de sí mismo para dar
el asentimiento a la Verdad. No se trata de mutismo o de encerrarse en uno
mismo, sino de pesar en el corazón lo que valen las palabras y los hechos
para descubrir su carga de signo y de manifestación de la salvación de Dios.

      Espíritu Santo, que educaste la mirada
      y el corazón de María,
      abre nuestro corazón a la Palabra
      para que sepamos guardarla y dar fruto.
      Enséñanos a reconocer el rostro del Padre
      en las palabras y los gestos de Jesús:
      en los que están consignados en el Evangelio
      y en los que ahora sigue haciendo.
      Ponnos, Espíritu Santo, en sintonía
      con la madre de Jesús en Nazaret
      para acoger al Mesías,
      para sentirnos amados infinitamente en Él por el Padre,
      para saber dar testimonio de nuestra experiencia y
      transmitir lo que por gracia hemos recibido.

Sencillez y profundidad
      Los pastores que van, creen y anuncian y María que conserva el recuerdo
y medita son hoy nuestra mejor gula para vivir este evangelio a la luz de
Nazaret.
      Una fe sencilla y profunda, capaz de admirarse, de correr sin trabas,
de aceptar lo desconocido, de abrirse al encuentro con Cristo y de acogerlo
en el fondo del corazón, es lo que más necesitamos hoy.
      Ninguna contraposición, pues, entre la figura de los pastores y la de
María. No es la fe que más razona la que más profundiza, sino la que acepta
el diálogo que implica la vida entera del creyente.
      Vayamos enseguida, "corriendo" como los pastores, "a ver eso que ha
pasado y nos ha anunciado el Señor" y, como ellos, encontraremos al Salvador
del mundo. Pero sepamos también quedarnos, como María, junto a Cristo,
conservándolo todo en el corazón. La sabiduría de Nazaret nos enseña que hay
tiempo para lo uno y para lo otro.
      El anuncio del mensaje de Jesús presupone los dos tiempos previos de
la aceptación sencilla y de la maduración consciente, hasta hacer de lo que
se predica la expresión de la propia vida. Algo en lo que uno mismo está 
implicado, como hizo María. Sólo así Dios es verdaderamente glorificado,

porque el hombre encuentra la salvación.

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