22
de febrero de 2015 - I DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo B
"El Espíritu lo empujó al
desierto"
-Gen
9,8-15
-Sal
24
-IPe
3,18-22
-Mc
1,12-15
Génesis 9,8-15
Dios dijo a Noé y a sus hijos:
-Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros
descendientes, con todos
los
animales que os acompañaron, aves, ganado y fieras, con todos los que
salieron
del arca y ahora viven en la
tierra. Hago un pacto con vosotros: El
diluvio
no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio que devaste la
tierra.
Y añadió:
-Esta es la señal del pacto que hago con
vosotros y con todo lo que
vive
con vosotros, para todas las edades: Pondré mi arco en el cielo, como
señal
de mi pacto con la
tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra,
aparecerá
en las nubes el arco y recordará mi pacto con vosotros y con todos
los
animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.
I de Pedro 3,18-22
Queridos hermanos:
Cristo murió por los pecados una vez para
siempre: el inocente por los
culpables,
para conducirnos a Dios.
Como era hombre, lo mataron; pero como poseía
el Espíritu, fue devuelto
a
la vida.
Con este Espíritu fue a proclamar su
mensaje a los espíritus
encarcelados
que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de
Dios
aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que
unos
pocos -ocho personas- se salvaron cruzando las aguas.
Aquello fue un símbolo del bautismo que
actualmente os salva: que no
consiste
en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una con-
ciencia
pura, por la resurrección de Cristo Jesús Señor nuestro, que está a
la
derecha de Dios.
Marcos 1,12-15
En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús
al desierto. Se quedó en el
desierto
cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas
y
los Ángeles le servían.
Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó
a Galilea a proclamar el
Evangelio
de Dios; decía:
-Se ha cumplido el plazo, está cerca el
Reino de Dios. Convertíos y
creed
la Buena Noticia.
Comentario
El ciclo pascual, que comienza con el período
preparatorio de la
cuaresma,
da una luz nueva a los textos de la liturgia. Seguimos ,
sin
embargo,
leyendo el cap. I de Marcos que narra los comienzos de la misión de
Jesús
y, en ese contexto, su experiencia de desierto y de tentación.
Marcos subraya dos aspectos en esta
experiencia que marca los comienzos
de
la llamada vida pública de Jesús: que fue el Espíritu Santo, bajado sobre
Él
en el bautismo, quien lo empujó hacia el desierto y que este lugar, donde
tiene
lugar la prueba y la tentación (Dt 8,2ss), es también el ámbito donde
Dios
se acerca al hombre, donde se deja sentir con más fuerza su presencia,
su
amor, su palabra (Os 2,14).
Podemos ver más detenidamente el último
aspecto teniendo presentes las
lecturas
que acompañan al evangelio de hoy. Según Marcos, Jesús "estaba con
las
fieras, y los Ángeles lo servían" (1,13). Podemos ver en esta frase
una
expresión
de la paz mesiánica (Is. 11,6-9), esa reconciliación cósmica
anunciada
para los últimos días que evoca la situación paradisíaca del
hombre.
Esa misma paz universal en la que también los animales y demás
elementos
del cosmos participan, es el contenido de la alianza de Dios con
Noé.
El momento de la prueba (el diluvio, el desierto) manifiestan así la vo-
luntad
de Dios de devolver al hombre a su condición primera, a aquella situa-
ción
paradisíaca en que el hombre estaba en armonía consigo mismo, con la
naturaleza
y con su Creador.
El comienzo de la cuaresma nos lleva así
a través de los textos
litúrgicos
a considerar nuestra condición de bautizados que nos coloca en una
situación
de "creación nueva". El bautismo nos ha introducido, en efecto ,
en
la experiencia pascual de Cristo, quien ya desde el desierto vence a
Satanás,
victoria que culminará con la cruz y la resurrección.
Nazaret, tiempo de desierto
Quizá nos hemos acostumbrado a una
imagen demasiado idílica de la
Sagrada
Familia en Nazaret.
Desde el evangelio de hoy, podemos ver
todo el tiempo de Nazaret como
un
tiempo privilegiado de encuentro filial con Dios, de obediencia serena,
de
confianza en su amor y en su poder. Sin dejar de lado este aspecto,
Nazaret
fue también para Jesús, y para María y José, un tiempo de prueba, una
etapa
en la que tuvieron que resistir los ataque del mal. Pruebas fueron
ciertamente
los desplazamientos de los comienzos, pero también fue una prueba
la
monotonía de los días, el cansancio de la espera, el ocultamiento del
misterio
que ellos conocían.
Instintivamente estamos llevados a ver el
tiempo de la prueba como un
momento
breve, por el que se pasa como sobre ascuas. Ciertamente vemos la
importancia
de la fidelidad en esos momentos, pero tendemos a verlo como algo
aislado
del conjunto de nuestra vida. Quizá el evangelio de la prueba de
Jesús
en el desierto, leído en Nazaret, pueda decirnos hoy que el desierto
no
es tal o cual momento de nuestra vida, sino una dimensión permanente de
la
misma.
Los largos años del desierto de Nazaret
pueden ser una imagen de la
vida
entera y una revelación de cómo la tentación, el abandono aparente de
Dios
y la oscuridad anidan en lo más profundo de toda existencia cristiana
y
ésto a lo largo de todos los días.
Ver la prueba del Señor en lo cotidiano
de nuestras vidas no es
minusvalorar
el tiempo de la cuaresma o los momentos de gran tentación. Es
quizá
el mejor modo de vivirlos, incorporándolos a lo normal de la vida.
Esa fue también la experiencia de Jesús,
que vivió treinta años en
Nazaret
y luego, cuando empezó su ministerio, fue llevado por el Espíritu al
desierto,
y allí "Satanás lo ponía a la prueba". tentación última que pone
de
manifiesto la fidelidad de siempre.
Te bendecimos, Padre, por tu alianza con
los hombres
y con todo lo creado.
Te bendecimos porque en Cristo esa
alianza universal
se ha hecho real y duradera
mediante el sacrificio de la cruz.
Reaviva en nosotros el Espíritu
que llevó a Jesús a bajar a Nazaret y a
ir al desierto,
para que también nosotros sepamos
optar radicalmente por ti en el momento
de la prueba
y en toda nuestra vida.
Vivir el desierto
El comienzo de la cuaresma, como todos
los comienzos en los que se
juega
una parte importante de nuestra existencia, nos propone volver a las
cosas
esenciales. Hoy concretamente a replantear nuestra vida partiendo del
bautismo
y a vivir en nuestra situación actual la pureza primera de nuestra
relación
con Dios, con nosotros mismos y con todo el mundo.
El camino cuaresmal es un viaje a
nuestras raíces cristianas que
concluirá
en la vigilia pascual, noche bautismal por excelencia.
La experiencia de Jesús en el desierto, acompañado
por la fieras y
servido
por los Ángeles, nos indica que esa situación de armonía completa,
reflejo
de otra más profunda que es la armonía con Dios, sólo llega después
de
haber vencido la tentación del diablo. Y sabemos que ese primer combate
llegó
a su culmen cuando en el momento de la pasión y de la muerte se
desataron,
por así decirlo, todas las potencias del mal.
Nuestro camino con Jesús, viviendo el
misterio de Nazaret, nos lleva
a
incorporar toda la dramaticidad de la vida cristiana a la existencia de
cada
día, dónde la opción por Dios, debe ir haciéndose cada vez más clara e
intensa,
hasta que efectivamente Él, como en el desierto, lo sea todo. No
porque
las demás cosas ya no existan, sino porque es quien les da sentido a
todas.
Viviendo así estamos seguros que en el
momento de la prueba sabremos
también
nosotros optar definitivamente por Él.
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