8
de febrero de 2015 - V DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B
"Y recorrió toda la Galilea"
-Jb
7,1-4,6-7
-Sal
146
-Ico
9,16-19,22-23
-Mc
1,29-39
Marcos 1,29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús de la
sinagoga, fue con Santiago y Juan
a
casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se
lo
dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la
fiebre
y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le lleva-
ron
todos los enfermos y poseídos. La población entera se agolpaba a la
puerta.
Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios;
y
como los demonios lo conocían no les permitía hablar.
Se levantó de madrugada, se marchó al
descampado y allí se puso a orar.
Simón
y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:
- Todo el mundo te busca.
Él les respondió:
- Vámonos a otra parte, a las aldeas
cercanas, para predicar también
allí;
que para eso he venido.
Así recorrió toda Galilea, predicando en
las sinagogas y expulsando los
demonios.
Comentario
El evangelio de hoy completa la
descripción de la jornada de Jesús en
Cafarnaún
ya iniciada el domingo pasado. El mensaje de las lecturas es por
eso
una continuación y profundización del significado que tiene la misión de
Jesús.
A través de tres escenarios cada vez más
amplios (en la casa de Pedro,
a
las puertas de la ciudad, en toda Galilea), el evangelista nos va abriendo
progresivamente
la perspectiva hasta decir que Jesús ha venido a llamar a
todos
y que es el salvador de todos.
Los otros dos textos litúrgicos de hoy
ayudan a enfocar mejor la
universalidad
del mensaje evangélico y a situarlo en nuestro contexto
existencial.
La acción sanadora de Jesús en la casa de Pedro y a las puertas
de
la ciudad de Cafarnaún, adquiere una resonancia más grande vista a la luz
de
la experiencia del dolor que nos transmite el libro de Job. Jesús no
pretende
suprimir artificialmente el dolor o la enfermedad, sino ofrecer un
signo
de que con su venida y a través de la fe en su persona el hombre puede
encontrar
un camino de liberación y un sentido a su vida incluso en los
momentos
más difíciles y desesperados.
La segunda lectura, que nos presenta la
experiencia apostólica de S.
Pablo,
nos ayuda también a profundizar en la universalidad de la misión de
Jesús:
"Vámonos a otra parte", y comienza su misión por toda la Galilea.
Antes
que la de Pablo, la experiencia misionera de Jesús es la de "ponerse
al
servicio de todos para ganar a los más posibles" (I Cor 9,19). Jesús hace
así
presente la preocupación universal del Padre que "sana los corazones
destrozados
y venda sus heridas" (Sal 146).
A quien busca a Jesús ("Todos te
buscan", Mc. 1,32), el evangelio de
hoy
propone seguirlo en el servicio, en la esperanza y en el testimonio de
la
bondad de Dios.
La experiencia de Nazaret
El Jesús que vemos hoy en el evangelio es
una persona cercana al hombre
y
preocupada por uno de los problemas más agudos de la humanidad: la enfer-
medad,
el dolor, la desesperanza. Pero al mismo tiempo no queda prisionero
de
una situación concreta: sabe que es para todos.
La imagen de Jesús tendiendo la mano a la
suegra de Pedro y levantándo-
la
para que pueda servir a su familia revela una actitud que caracteriza toda
su
existencia y que nos remite, en ultimo término a la verdadera imagen de
Dios.
Si leemos desde Nazaret el evangelio de
hoy, tenemos que pararnos
delante
de esa capacidad de atención y proximidad al hombre que Jesús sólo
pudo
adquirir en su larga experiencia de vida en Nazaret.
Comprender al hombre, y comprenderlo
sobre todo en sus situaciones de
postración,
de enfermedad, de decaimiento, es una experiencia humana que no se asimila de
la noche a la mañana. Hace falta un esfuerzo de atención y una maduración en la
vida. Y aquí nos encontramos de nuevo con el misterio del tiempo que permitió
esa maduración de hombre a Jesús hasta llegar a descubrir incluso los lados más
débiles de la existencia humana. En este caso los del hombre que, como Job, por
causa del sufrimiento ve su vida como "meses baldíos", como
"noches de fatiga", o los de la mujer que, como la suegra de Pedro
estaba postrada en la cama por causa de la fiebre.
El acercamiento a todos los aspectos de
la vida del hombre que supone
la
encarnación, sólo puede producirse en la sucesión de los días y de los
años,
viviendo los acontecimientos tal y como se presentan y no acumulándolos en experiencia artificiales.
Los años de Nazaret vividos por Jesús, le
llevaron a tocar con la mano
la
limitación humana en la enfermedad y el dolor, y le llevaron a ver en el
hombre
postrado la imagen de la opresión y el decaimiento interior y así le
llevaron
a entender más profundamente su misión salvadora y liberadora.
Sin
duda su experiencia nazarena le llevó también a saber elegir los signos
de
salvación que hoy vemos actuados en el evangelio.
Señor Jesús, tú que comprendías como
nadie
el corazón del hombre
y pasaste personalmente
por la experiencia del dolor y de la
muerte,
comunícanos con tu Espíritu Santo
esa capacidad de comprender al hombre
caído
y esa decisión para hacer signos
concretos
que manifiesten el amor universal del
Padre.
Todos nosotros necesitamos
ser levantados por ti
para poder seguirte
y servir a la comunidad.
Un sentido para el dolor humano
Las intervenciones milagrosas de Jesús,
vistas a la luz de su
experiencia
de Nazaret, cobran un sentido profundo que nos ayuda a vivir
nuestra
propia existencia y la de nuestros hermanos.
Los milagros no son una coartada para
superar una situación negativa
de
quien se encuentra enfermo o en una situación de limitación o de dolor.
El
peso de los años de Nazaret nos hace comprender mejor las curaciones de
Jesús
como signos de una liberación más grande que se juega en el terreno de
la
libertad humana. Jesús, en efecto, dice el evangelio "curó a muchos
enfermos
de diversos males y expulsó a muchos demonios" (Mc. 1,34).
Nos sentimos ayudados a superar dos
actitudes igualmente negativas y
presentadas
a veces como cristianas: la de admitir que el dolor es bueno por
sí
mismo y la pretensión de escapar de él acudiendo a intervenciones sobrena-
turales.
Desde la perspectiva cristiana no puede
pretenderse la superación del
dolor
sin tener en cuenta su valor educativo en todos los órdenes y sin
implicar
a la persona entera en su liberación, para que pueda después mejor
servir
a los demás ofreciendo a todos el don recibido.
Sólo así una curación puede ser imagen y
anticipo de la resurrección
final
y del verdadero rostro de Dios.
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