8
de marzo de 2015 - III DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo B
"El celo por tu casa
me consumirá"
-Ex
20,1-17
-Sal
18
-ICo
1,22-25
-Jn
2,13-25
Éxodo 20,1-17
El Señor pronunció las siguientes
palabras:
Yo soy el Señor, tu Dios, que te saqué de
Egipto, de la esclavitud.
No tendrás otros dioses frente a mí. No
te harás ídolos ni figura alguna
de
lo que hay arriba en el cielo, abajo en la tierra, o en el agua debajo de
la
tierra.
No te postrarás ante ellos, ni les darás
culto; porque yo, el Señor tu
Dios,
soy un dios celoso: castigo el pecado de los padres en los hijos,
nietos
y biznietos, cuando me aborrecen. Pero actúo con piedad por mil
generaciones
cuando me aman y guardan mis preceptos.
No pronunciarás el nombre del Señor, tu
Dios, en falso. Porque no
dejará
el Señor impune a quien pronuncie su nombre en falso.
Fíjate en el sábado para santificarlo.
Durante seis días trabaja y haz
tus
tareas, pero el día séptimo es un día de descanso, dedicado al Señor, tu
Dios:
no harás trabajo alguno, ni tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu esclavo,
ni
tu esclava, ni tu ganado, ni el forastero, que vive en tus ciudades.
Porque
en seis días hizo el Señor el cielo, la tierra, el mar y lo que hay
en
ellos. Y el séptimo día descansó; por eso bendijo el Señor el sábado y lo
santificó.
Honra a tu padre y a tu madre: así
prolongarás tus días en la tierra,
que
el Señor, tu Dios, te va a dar.
No matarás. No cometerás adulterio. No
robarás. No darás testimonio
falso
contra tu prójimo. No codiciarás los bienes de tu prójimo: no
codiciarás
la mujer de tu prójimo, ni su esclavo, ni su esclava, ni un buey,
ni
un asno, ni nada que sea de él.
Corintios 1,22-25
Hermanos:
Los judíos exigen signos, los griegos
buscan sabiduría. Pero nosotros
predicamos
a Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los
griegos;
pero para los llamados a Cristo -judíos o griegos-: fuerza de Dios
y
sabiduría de Dios.
Pues lo necio de Dios es más sabio que
los hombres; y lo débil de Dios
es
más fuerte que los hombres.
Juan 2,13-25
En aquel tiempo se acercaba la Pascua de
los judíos y Jesús subió a
Jerusalén.
Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y
palomas,
y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los
echó
a todos del templo, ovejas y bueyes, y a los cambistas les esparció las
monedas
y les volcó las mesas y a los que vendían palomas les dijo:
-Quitad esto de aquí: no convirtáis en un
mercado la casa de mi Padre.
Sus discípulos se acordaron de lo que está
escrito: "el celo de tu casa
me
devora".
Entonces intervinieron los judíos y le
preguntaron:
-¿Qué signos nos muestras para obrar así?
Jesús contestó:
-Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.
Los judíos replicaron:
-Cuarenta y seis años ha costado
construir este templo, ¿y tú lo vas
a
levantar en tres días?
Pero Él hablaba del templo de su cuerpo.
Y cuando resucitó de entre los
muertos,
los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la
Escritura
y a la Palabra que había dicho Jesús.
Mientras estaba en Jerusalén por las
fiestas de Pascua, muchos creyeron
en
su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba con
ellos,
porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie
sobre
un hombre, porque Él sabía lo que hay dentro de cada hombre.
Comentario
Al igual que en el episodio de las bodas
de Caná, que precede al
evangelio
propuesto para este domingo, el evangelista Juan ofrece con el
hecho
narrado una serie de connotaciones simbólicas que ayudan a leerlo más
en
profundidad.
Jesús expulsa a los mercaderes del
templo. Pero no es que Él pretenda
con
ese gesto reformar el culto del templo de Jerusalén y llevarlo a su
primitiva
pureza. Su acción, como ocurre frecuentemente en el cuarto
evangelio,
es un signo. La purificación del templo es ese signo de la
"destrucción
" del templo: "destruid este templo y en tres días lo levantaré"
(2,19).
La segunda parte de la frase puesta por Juan en boca de Jesús nos
remite
al signo definitivo que será su muerte y resurrección. A partir de
ésta,
el verdadero templo será su cuerpo, es decir éste será el "lugar" del
verdadero
culto dado a Dios, "en espíritu y en verdad". . Su cuerpo muerto
y
resucitado será en la época de la nueva alianza el punto de encuentro entre
Dios
y el hombre.
Ese es el gran signo, escándalo para unos
y locura para otros, como
dice
S. Pablo en la segunda lectura, y pone a prueba la fe verdadera. De esa
fe
habla también la última parte del evangelio. La fe, en efecto, es esa
capacidad
de leer e interpretar los signos de los tiempos desde dentro, no
deteniéndose
en la realidad material del signo sino yendo hacia el contenido.
Y
en la catequesis simbólica que propone el cuarto evangelio el contenido del
signo
es evidentemente Cristo, muerto y resucitado. Sólo a partir de esa fe
auténtica,
que Jesús conoce, es posible interpretar correctamente los hechos
de
su vida y también (añadimos nosotros) los de nuestra propia historia.
El signo de Nazaret
El cuerpo "destruido" de Jesús
a través de su pasión y de su muerte,
se
fue construyendo poco a poco en Nazaret.
A partir de la fe en el gran signo, el último
y definitivo, que es la
resurrección,
¿tendrá algún significado el crecimiento "en estatura" que
llevó
a cabo en Nazaret?
"En tres días lo levantaré", decía
Jesús hablando de su propia
resurrección.
Pero sus adversarios, razonando en un modo puramente humano,
le
recuerdan los "cuarenta y seis años" que había costado el
construirlo.
Ellos,
sin embargo, observa Juan "no sabían que el templo del que hablaba era
su
propio cuerpo" (v 21). Lo maravilloso del signo está, pues, en el
contraste
entre los "tres días" y los "cuarenta y seis años".
La construcción del cuerpo-templo de Jesús
se hizo poco a poco, piedra
a
piedra, en Nazaret. El misterio de muerte y destrucción que precedió el
gran
momento del "levantamiento" del sepulcro contradice la perspectiva
humana
del crecimiento y la maduración.
Es una "locura" y un "escándalo".
Y sin embargo, si miramos más en detalle
las cosas, todo crecimiento
lleva
consigo un aspecto de muerte y de destrucción, y esto ya en el orden
natural.
Lo sorprendente es que esto se dio también en el orden de la gracia,
por
voluntad e inmenso amor del Padre. Se trata de esa vinculación entre la
muerte
de Cristo y nuestra vida nueva, entre la destrucción de su cuerpo y
esa
maravillosa fecundidad manifestada en la Iglesia y en el reino.
De este modo, una vez más la sombra de la
cruz se proyecta sobre
Nazaret
y nos ayuda a comprender el maravilloso desarrollo del cuerpo de
Cristo,
no como una prolongación natural de su crecimiento en Nazaret, sino
como
fruto de la "destrucción" a la que voluntariamente se sometió.
La maravilla del signo está en que el
crecimiento "en estatura", lento
y
progresivo, según el orden natural, es señal de ese otro crecimiento, "en
tres
días", que supone la fuerza resucitadora de Dios.
Te
bendecimos, Padre,
por tu maravilloso designio de salvación.
Animados por el espíritu Santo,
que en el bautismo has derramado sobre
nosotros,
queremos alabarte y darte gracias
"en espíritu y en verdad",
desde el templo nuevo, reconstruido,
que es el Cuerpo de Cristo.
En comunión con Él,
y sintiéndonos piedras vivas,
queremos aceptar y cumplir tu voluntad,
queremos ofrecer nuestra propia
existencia
"como sacrificio vivo, consagrado y
agradable" a ti.
Nuestro sacerdocio
Los
pasos de conversión que el tiempo de cuaresma nos pide, deben
llevarnos
a una progresiva incorporación a Cristo, quien se ofreció a sí
mismo
como sacrificio agradable al Padre para salvar al mundo. Él es, como
dice
una plegaria eucarística, al mismo tiempo "sacerdote, víctima y
altar".
Nuestro bautismo, que nos hace templo del
espíritu Santo, nos capacita
también
para la maravillosa función de ser, en Cristo, sacerdotes de nuestra
propia
ofrenda, de nuestra propia existencia. Ese es nuestro "culto
espiritual"
(Rom 12,2). En el fondo la intervención de Jesús en el templo de
Jerusalén
no trataba de modificar las leyes del culto hebraico, sino de
llegar
a ese culto nuevo que se basa en la fe en su persona y tiene el
bautismo
como signo sacramental.
Se trata, pues, en nuestro esfuerzo de conversión,
de purificar nuestra
fe,
"Él conocía al hombre por dentro" (Jn 2,26), para que nuestra ofrenda
sea
verdadera
y pura.
Sólo la adhesión a Jesús , que lleva a
compartir su destino de
"destrucción-reconstrucción"
nos pone en camino para transformar toda nuestra
existencia
según la voluntad de Dios. Ese es el sentido de los mandamientos
que
hoy se leen en la primera lectura. Su práctica concreta produce el hombre
nuevo
que encuentra su realización en el reino de Dios predicado por Cristo.
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