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de marzo de 2015 - IV DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo B
"Tanto amó Dios al mundo que
dio a su Hijo único"
-2Cro
36,14-16,19-23
-Sal
136
-Ef2,4-10
-Jn
3,14-21
2 Crónicas 36,14-16. 19-23
En aquellos días, todos los jefes de los
sacerdotes y el pueblo
multiplicaron
sus infidelidades, según las costumbres abominables de los
gentiles,
y mancharon la Casa del Señor, que Él se había construido en
Jerusalén.
El Señor, Dios de sus padres, les envió
desde el principio avisos por
medio
de sus mensajeros, porque tenía compasión de su pueblo y de su Morada.
Pero
ellos se burlaron de los mensajeros de Dios, despreciaron sus palabras
y
se mofaron de sus profetas, hasta que subió la ira del Señor contra su
pueblo
a tal punto, que ya no hubo remedio.
Incendiaron la Casa de Dios y derribaron
las murallas de Jerusalén;
pegaron
fuego a todos sus palacios y destruyeron todos sus objetos preciosos.
Y
a los que escaparon de la espada los llevaron cautivos a Babilonia, donde
fueron
esclavos del rey y de sus hijos hasta la llegada del reino de los
persas;
para que se cumpliera lo que dijo Dios por boca del Profeta Jeremías:
"Hasta que el país haya pagado sus sábados,
descansará todos los días
de la desolación, hasta que se cumplan
los setenta años".
En el año primero de Ciro, rey de Persia,
en cumplimiento de la Palabra
del
Señor, por boca de Jeremías, movió el Señor el espíritu de Ciro, rey de
Persia,
que mandó publicar de palabra y por escrito en todo su reino:
"Así habla Ciro, rey de Persia: El Señor,
el Dios de los cielos, me ha
dado
todos los reinos de la tierra. Él me ha encargado que le edifique una
Casa
en Jerusalén, en Judá. Quien de entre vosotros pertenezca a su pueblo,
¡sea
su Dios con él y suba!"
Efesios 2,4-10
Dios, rico en misericordia, por el gran amor
con que nos amó: estando
nosotros
muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo -por pura
gracia
estáis salvados- nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado
en
el cielo con Él.
Así muestra en todos los tiempos la
inmensa riqueza de su gracia, su
bondad
para con nosotros en Cristo Jesús.
Porque estáis salvados por su gracia y
mediante la fe. Y
no se debe a
vosotros,
sino que es un don de Dios: y tampoco se debe a las obras, para que
nadie
pueda presumir.
Somos, pues, obra suya. Dios nos ha
creado en Cristo Jesús, para que
nos
dediquemos a las buenas obras, que Él determinó practicásemos.
Juan 3,14-21
En aquel tiempo dijo Jesús a Nicodemo:
-Lo mismo que Moisés elevó la serpiente
en el desierto, así tiene que
ser
elevado el Hijo del Hombre, para que todo el que cree en Él tenga vida
eterna.
Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su
Hijo único, para que no
perezca
ninguno de los que creen en Él, sino que tengan vida eterna.
Porque Dios no mandó su Hijo al mundo
para condenar al mundo, sino para
que
el mundo se salve por Él.
El que cree en Él, no será condenado; el
que no cree, ya está
condenado,
porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios.
Esta es la causa de la condenación: que la luz vino al mundo, y los
hombres
prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas.
Pues todo el que obra perversamente
detesta la luz, y no se acerca a
la
luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que realiza la verdad se
acerca a la luz, para que se vea
que
sus obras están hechas según Dios.
Comentario
En Jesús levantado en la cruz tenemos la
plena revelación del amor de
Dios
al hombre y al mundo. Al acto de donación por parte del Padre,
corresponde
por parte de Jesús la entrega generosa y total (inmolación) para
salvarnos.
La Palabra proclamada hoy por la Iglesia
nos presenta en primer término
el
resumen de un siglo de historia del pueblo de Israel. El cuadro puede
resultar
emblemático para el conjunto de la historia humana y de nuestra
historia
personal. Al pecado del hombre se contrapone la oferta de amor, de
amistad
y de liberación por parte de Dios.
Esta historia de salvación tiene su punto
culminante en el momento en
que
Jesús, el Hijo de Dios, muere en la cruz.
La radicalidad y el alcance profundo,
tanto del gesto de Dios como de
las
transformaciones operadas en el hombre por la vida nueva son subrayados
por
S. Pablo. El apóstol habla del "Dios rico en misericordia" y del
"gran
amor
con que nos amó" y refiriéndose al hombre dice que "cuando estábamos
muertos
por las culpas, nos dio la vida por el Mesías" (Ef 2,4)
En esa revelación del amor de Dios está
también la revelación de quién
es
el hombre: misterio de pecado y de ansia de liberación. Su drama se juega,
como
apunta la última parte del pasaje evangélico, en el dilema
juicio-salvación,
luz-tinieblas, hacer el bien-hacer la verdad.
La única vía señalada por el evangelio
está en esa mirada a quien ha
sido
elevado en la cruz, que traduce la actitud profunda de quien cree
verdaderamente.
Jesús bajó a Nazaret
En el lenguaje simbólico del cuarto
evangelio, el camino de Jesús hacia
el
Calvario y la sucesión de los tormentos que le fueron infligidos en su
pasión
hasta llegar a la crucifixión, son vistos como una progresiva
elevación
y glorificación porque son contemplados por el evangelista a la luz
de
la pascua.
En el pasaje que leemos hoy hay ya un
indicio de ese modo de ver las
cosas,
cuando recordando la experiencia del pueblo de Israel en el desierto,
afirma
que "también el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto, para
que
todos los que crean en Él tengan vida eterna" (Jn 13,14)
Ese camino de abajamiento y humillación
que es la pasión y muerte en
cruz,
visto por Juan como elevación, nos hace pensar en Nazaret y aprender
a
leer el Evangelio a la luz de ese misterioso abajamiento y limitación que
supone
la encarnación. "Jesús bajó a Nazaret", dice S. Lucas, en sentido
geográfico
porque Jerusalén está más elevada. Pero, guiados por el
evangelista
Juan, podemos ver en ese camino en descenso un paso en la
trayectoria
seguida por Jesús que va desde su salida de Dios hasta su muerte
en
la cruz (Jn 3,13). La mirada del creyente, que según Juan debe volverse
al
crucificado, puede descubrir ya en quien bajó a Nazaret los mismos rasgos
de
aquel que subió a la cruz para salvar a los hombres. Y nuestra mirada
debería
estar llena de luz y de confianza, como la de María y José, a cuya
autoridad
Él se sometió.
Nazaret se sitúa así en el camino que va
hacia la cruz y nos revela
también
el amor de Dios "que dio a su Hijo único" y lo dio a través de una
familia
como para hacernos comprender mejor lo que significa tener un hijo
sólo
y sacrificarlo por alguien. En ese gesto inaudito, que humanamente
hablando
nubla todo el horizonte de esperanza de una familia, (en este caso
la
donación de la vida nueva a la multitud.
Padre santo, viendo a tu Hijo Jesús,
hemos comprendido tu amor inmenso.
Su donación total
es la revelación de tu deseo
de hacer pasar el hombre de la muerte a
la vida,
de las tinieblas a la luz,
de la condena a la salvación.
Te pedimos tu espíritu de amor,
que nos lleve con confianza,
a someter toda nuestra vida
al juicio de tu misericordia
y a imitar el gesto de Jesús,
que ofreció su vida para que todos se
salven.
“Hacer la verdad"
La Palabra de Dios que hemos leído hoy
nos juzga y nos salva a la vez.
Ella
nos revela quien es Dios quienes somos nosotros, pero después del gesto
amoroso
de Dios coloca entre nuestras manos la posibilidad de una respuesta
positiva.
Necesitamos una profunda actitud de
acogida para dejar que la luz
penetre
en nuestra situaciones de pecado y visite nuestras tinieblas. Este
"hacer
la verdad" (hacer la luz) en nosotros mismos es el primer paso para
obrar
conforme a la verdad y acercarnos a la luz de la vida en nuestras
palabras
y en nuestras actividades.
La claridad interior, llena de la
misericordia de Dios, es la mirada
que
salva, mirada de la fe que reconoce en Jesús muerto en la cruz a aquel
hijo
del hombre que bajó del cielo para redimir a todos los hombres. La
verdad
es que aquél a quien miramos, también nosotros lo hemos traspasado (Jn
19,37)
Muchas veces no logramos "hacer la
verdad" en nuestra vida ni "venir
a
la luz" porque rehusamos comprender el signo (la cruz) que da sentido a
todos
los otros signos. Nos aferramos en ver en lo que hay de cruz en nuestra
vida
sólo un signo de muerte cuando deberíamos ver que representa la entrega
hasta
el final de nuestras fuerzas y de nuestro amor. sólo entonces el
abajamiento
de Nazaret está en función de la elevación de la cruz.
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