29
de marzo de 2015
VI DOMINGO DE
CUARESMA - DOMINGO DE RAMOS "IN PASSIONE DOMINI"
"Verdaderamente este hombre era
Hijo de Dios"
-Is 50,4-7
-Sal 21
-Filp 2,6-11
-Mc 14,1 - 15,47
Isaías 50,4-7
Mi Señor me ha dado una lengua de
iniciado, para saber decir al abatido
una
palabra de aliento. Cada mañana me espabila el oído, para que escuche
como
los iniciados.
El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo
no me he rebelado ni me he
echado
atrás. Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que
mesaban
mi barba. No oculté el rostro a insultos y salivazos. Mi Señor me
ayudaba,
por eso no quedaba confundido; por eso endurecí mi rostro como peder-
nal,
y sé que no quedaré avergonzado.
Filipenses 2,6-11
Hermanos:
Cristo, a pesar de su condición divina,
no hizo alarde de su categoría
de
Dios; al contrario, se despojó de su rango, y tomó la condición de
esclavo,
pasando por uno de tantos. Y así actuando como un hombre cualquiera,
se
rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo, y le
concedió el "Nombre-sobre-
todo-nombre";
de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble -en el
Cielo,
en la Tierra, en el Abismo-, y toda lengua proclame: "¡Jesucristo es
el
Señor!", para gloria de Dios Padre.
Marcos 14,1-15,47
Faltaban dos días para la Pascua y los
Ázimos. Los sumos sacerdotes y
los
letrados pretendían prender a Jesús a traición y darle muerte. Pero
decían:
S.
-No durante las fiestas; podría amotinarse el pueblo.
C.
Estando Jesús en Betania, en casa de Simón, el leproso, sentado
a
la mesa, llegó una mujer con un frasco de perfume muy caro, de nardo puro;
quebró
el frasco y se lo derramó en la cabeza. Algunos comentaban indignados:
S.
-¿A qué viene este derroche de perfume? Se podía haber vendido
por
más de trescientos denarios para dárselo a los pobres.
C.
Y regañaban a la mujer. Pero Jesús replicó:
J.
-Dejadla, ¿por qué la molestáis? Lo que ha hecho conmigo está
bien.
Porque pobres tendréis siempre con vosotros y podréis
socorrerlos
cuando queráis; pero a mí no me tendréis siempre. Ella ha hecho lo
que
podía: se ha adelantado a embalsamar mi cuerpo para la sepultura. Os
aseguro
que, en cualquier parte del mundo donde se proclame el Evangelio, se
recordará
también lo que ha hecho ésta.
C.
Judas Iscariote, uno de los Doce, se presentó a los sumos sacer-
dotes
para entregarles a Jesús. Al oírlo, se alegraron y le prometieron darle
dinero.
Él andaba buscando la ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ázimos, cuando se
sacrificaba el cordero pascual,
le
dijeron a Jesús sus discípulos:
S.
-¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?
C.
-Él envió a dos discípulos diciéndoles:
J.
-Id a la ciudad, encontraréis un hombre que lleva un cántaro de
agua;
seguidlo, y en la casa en que entre, decidle al dueño: "El Maestro pre-
gunta:
¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis
discípulos?".
Os enseñará una sala grande en el piso de arriba, arreglada con
almohadones.
Preparadnos allí la cena.
C.
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron
lo
que les había dicho y prepararon la cena de Pascua. Al atardecer fue Él con
los
Doce. Estando a la mesa comiendo dijo Jesús:
J.
-Os aseguro, que uno de vosotros me va a entregar: uno que está
comiendo
conmigo.
C.
-Ellos, consternados. empezaron a preguntarle uno tras otro:
S.
¿Seré yo?
C.
Respondió
J.
-Uno de los Doce, el que está mojando en la misma fuente que yo.
El
Hijo del Hombre se va, como está escrito; pero, ¡ay del que va a entregar
al
Hijo del Hombre!; ¡más le valdría no haber nacido!
C.
Mientras comían, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo
partió
y se los dio diciendo:
J.
-Tomad, esto es mi cuerpo.
C.
Tomó luego una copa, pronunció la acción de gracias, se las dio y
todos
bebieron. Y les dijo:
J.
-Esta es mi sangre, sangre de la alianza, derramada por todos.
Os
aseguro, que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba
el
vino nuevo en el Reino de Dios.
C
Después de cantar el salmo, salieron para el Monte de los Olivos.
Jesús
les dijo:
J.
-Todos vais a caer, como está escrito: "Heriré al pastor y se
dispersarán
las ovejas. "Pero cuando resucite, iré antes que vosotros a
Galilea.
C.
Pedro replicó:
S.
Aunque todos caigan, yo no.
C.
Jesús le contestó:
J.
-Te aseguro, que tú hoy, esta noche, antes que el gallo cante dos
veces,
me habrás negado tres.
C.
Pero él insistía:
S.
Aunque tenga que morir contigo, no te negaré.
C.
Y los demás decían lo mismo. Fueron a una finca, que llaman
Getsemaní
y dijo a sus discípulos:
J.
-Sentaos mientras voy a orar.
C.
Se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, empezó a sentir terror y
angustia,
y les dijo:
J.
-Me muero de tristeza: quedaos aquí velando.
C.
Y, adelantándose un poco, se postró en tierra pidiendo que, si
era
posible, se alejase de Él aquella hora; y dijo:
J.
-¡Abba! (Padre): tú lo puedes todo, aparta de mí ese cáliz. Pero
no
sea lo que yo quiero sino lo que tú quieres.
C.
Volvió, y al encontrarlos dormidos. dijo a Pedro:
J.
-Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar ni una hora? Velad y
orad,
para no caer en la tentación; el espíritu es decidido, pero la carne
es
débil.
C.
De nuevo se apartó y oraba repitiendo las mismas palabras.
Volvió,
y los encontró otra vez dormidos, porque tenían los ojos cargados.
Y
no sabían qué contestarle. Volvió y les dijo:
J,
-Ya podéis dormir y descansar. ¡Basta ya! Ha llegado la hora; mirad
que
el Hijo del Hombre va a ser entregado en manos de los pecadores, ¡Levan-
taos,
vamos! Ya está cerca el que me entrega.
C.
Todavía estaba hablando, cuando se presentó Judas, uno de los
doce,
y con él gente con espadas y palos, mandada por los sumos sacerdotes,
los
letrados y los ancianos. El traidor les había dado una contraseña,
diciéndoles:
S.
-Al que yo bese, es Él: prendedlo y conducidlo bien sujeto.
C.
Y en cuando llegó, se acercó y le dijo:
S.
-¡Maestro!
C.
Y lo besó. Ellos le echaron mano y lo prendieron. Pero uno de los
presentes,
desenvainando la espada, de un golpe le cortó la oreja al criado
del
sumo sacerdote. Jesús tomó la palabra y les dijo:
J.
-¿Habéis salido a prenderme con espadas y palos, como a caza de
un
bandido? A diario os estaba enseñando en el templo, y no me detuvisteis.
Pero,
que se cumplan las Escrituras.
C.
Y todos lo abandonaron y huyeron. Lo iba siguiendo un muchacho
envuelto
sólo en una sábana; y le echaron mano; pero él, dejando la sábana,
escapó
desnudo.
Condujeron a Jesús a casa del sumo
sacerdote, y se reunieron todos los
sumos
sacerdotes y los letrados y los ancianos. Pedro lo fue siguiendo de
lejos,
hasta el interior del patio del sumo sacerdote; y se sentó con los
criados
a la lumbre para calentarse.
Los sumos sacerdotes y el sanedrín en
pleno buscaban un testimonio
contra
Jesús, para condenarlo a muerte; y no lo encontraban. Pues, aunque
muchos
daban falso testimonio contra Él, los testimonios no concordaban. Y
algunos,
poniéndose de pie, daban testimonio contra Él diciendo:
S.
-Nosotros le hemos oído decir: "Yo destruiré este templo,
edificado
por hombres, y en tres días construiré otro no edificado por
hombres."
C.
Pero ni en esto concordaban los testimonios.
El sumo sacerdote se puso en pie en medio
e interrogó a Jesús:
S.
-¿No tienes nada que responder? ¿Qué son estos cargos que
levantan
contra ti?
C.
Pero Él callaba, sin dar respuesta. El sumo sacerdote lo
interrogó
de nuevo preguntándole:
S.
-¿Eres tú el Mesías, el Hijo de Dios bendito?
C.
Jesús contestó:
J.
-Sí, lo soy. Y veréis que el Hijo del Hombre está sentado a la
derecha
del Todopoderoso y que viene entre las nubes del cielo.
C.
El sumo sacerdote se rasgó las vestiduras diciendo:
S.
-¿Qué falta hacen más testigo? Habéis oído la blasfemia. ¿Qué
decidís?
C.
Y todos lo declararon reo de muerte. Algunos se pusieron a
escupirle,
y tapándole la cara, lo abofeteaban y le decían:
S.
-Haz de profeta.
C
Y los criados le daban bofetadas.
Mientras Pedro estaba abajo en el patio,
llegó una criada del sumo
sacerdote
y, al ver a Pedro calentándose, lo miró fijamente y dijo:
S.
-También tú andabas con Jesús el Nazareno.
C.
El lo negó diciendo:
S.
-Ni sé ni entiendo lo que quieres decir.
C.
Salió fuera al zaguán, y un gallo cantó. La criada, al verlo,
volvió
a decir a los presentes:
S.
-Este es uno de ellos.
C.
Y él volvió a negar. Al poco rato también los presentes dijeron
a
Pedro:
S.
-Seguro que eres uno de ellos, pues eres galileo.
C.
Pero él se puso a echar maldiciones y a jurar:
S.
-No conozco a ese hombre que decís.
C.
Y en seguida, por segunda vez, cantó el gallo. Pedro se acordó
de
las palabras que le había dicho Jesús: "Antes de que cante el gallo dos
veces,
me habrás negado tres", y rompió a llorar.
Apenas se hizo de día, los sumos
sacerdotes con los ancianos, los
letrados
y el sanedrín en pleno, prepararon la sentencia; y, atando a Jesús,
lo
llevaron y lo entregaron a Pilato.
Pilato le preguntó:
S.
-¿Eres tú el rey de los judíos?
C.
Él respondió:
J.
-Tú lo dices.
C.
Y los sumos sacerdotes lo acusaban de muchas cosas. Pilato le
preguntó
de nuevo:
S.
-¿No contestas nada? Mira de cuántas cosas te acusan.
C.
Jesús no contestó más; de modo que Pilato estaba muy extrañado.
Por
la fiesta solía soltar un preso, el que le pidieran. Estaba en la
cárcel
un tal Barrabás, con los revoltosos que habían cometido un homicidio
en
la revuelta. La gente subió y empezó a pedir el indulto de costumbre.
Pilato les contestó:
S.
-¿Queréis que os suelte al rey de los judíos?
C.
Pues sabía que los sumos sacerdotes se lo habían entregado por
envidia.
Pero los sumos sacerdotes soliviantaron a la gente para que pidieran
la
libertad de Barrabás. Pilato tomó de nuevo la palabra y les preguntó:
S.
-¿Qué hago con el que llamáis rey de los judíos?
C.
Ellos gritaron de nuevo:
S.
-¡Crucifícalo!
C.
Pilato les dijo:
S.
-Pues ¿qué mal ha hecho?
C.
Ellos gritaron más fuerte:
S.
-¡Crucifícalo!
C.
Y Pilato, queriendo dar gusto a la gente, les soltó a Barrabás;
y
a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.
Los soldados se lo llevaron al interior
del palacio -al pretorio- y
reunieron
a toda la compañía. Lo vistieron de púrpura, le pusieron una corona
de
espinas, que habían trenzado, y comenzaron a hacerle el saludo:
S.
-¡Salve, rey de los judíos!
C.
Le golpearon la cabeza con una caña, le escupieron; y, doblando
las
rodillas, se postraban ante Él.
Terminada la burla, le quitaron la
púrpura y le pusieron su ropa. Y lo
sacaron
para crucificarlo. Y a uno que pasaba, de vuelta del campo, a Simón
de
Cirene, el padre de Alejandro y de Rufo, lo forzaron a llevar la cruz.
Y llevaron a Jesús al Gólgota (que quiere
decir lugar de "La
Calavera"),
y le ofrecieron vino con mirra; pero Él no lo aceptó. Lo
crucificaron
y se repartieron sus ropas, echándolas a suerte, para ver lo que
se
llevaba cada uno.
Era media mañana cuando lo crucificaron.
En el letrero de la acusación
estaba
escrito: EL REY DE LOS JUDIOS. Crucificaron con Él a dos bandidos, uno
a
su derecha y otro a su izquierda. Así se cumplió la Escritura que dice:
"Lo
consideraron
como un malhechor".
Los que pasaban lo injuriaban, meneando
la cabeza y diciendo:
S.
-¡Anda!, tú que destruías el templo y lo reconstruías en tres
días,
sálvate a ti mismo bajando de la cruz.
C.
Los sumos sacerdotes, se burlaban también de Él diciendo:
S.
-A otros ha salvado y a sí mismo no se puede salvar. Que el Me-
sías,
el rey de Israel, baje ahora de la cruz, para que lo veamos y creamos.
C.
También los que estaban crucificados con Él lo insultaban. Al
llegar
el mediodía toda la región quedó en tinieblas hasta la media tarde.
Y
a la media tarde, Jesús clamó con voz potente:
J.
-Eloí Eloí lamá sabactaní. (Que significa: Dios mío, Dios mío,
¿por
qué me has abandonado?)
C.
Algunos de los presentes, al oírlo, decían:
S.
-Mira, está llamando a Elías.
C.
Y uno echó a correr y, empapando una esponja en vinagre, la
sujetó
a una caña, y le daba de beber diciendo:
S.
-Dejad, a ver si viene Elías a bajarlo.
C.
Pero
Jesús dando un fuerte grito, expiró. El velo del templo se
rasgó
en dos, de arriba abajo. El centurión, que estaba enfrente, al ver
cómo
había expirado, dijo:
S.
-Realmente este hombre era Hijo de Dios.
C.
Había también unas mujeres que miraban desde lejos; entre ellas
María
Magdalena, María la madre de Santiago el Menor y de José y Salomé,
que
cuando Él estaba en Galilea, lo seguían para atenderlo; y otras muchas
que
habían subido con Él a Jerusalén.
Al anochecer, como era el día de la
Preparación, víspera del sábado,
vino
José de Arimatea, noble magistrado, que también aguardaba el reino de
Dios;
se presentó decidido ante Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús.
Pilato se extrañó de que hubiera muerto
ya; y, llamando al centurión
le
preguntó si hacía mucho tiempo que había muerto.
Informado por el centurión, concedió el
cadáver a José. Este compró una
sábana
y, bajando a Jesús, lo envolvió en la sábana y lo puso en un sepulcro,
excavado
en una roca, y rodó una piedra a la entrada del sepulcro.
María Magdalena y María, la madre de
José, observaban dónde lo ponían.
Comentario
El relato de la pasión que leemos hoy en
el evangelio de Marcos es el
más
antiguo y se caracteriza por su sencillez, objetividad y dramaticidad.
Se
diría que estamos ante un proceso verbal de los hechos, que el evangelista
ofrece
para que cada uno saque las consecuencias.
Siguiendo la línea narrativa, tenemos en
primer lugar la preparación
a
la pascua con la escena en casa de Simón, el leproso, y los preparativos
en
Jerusalén, que crean el ambiente adecuado y ofrecen ya varios motivos de
reflexión.
Viene luego la cena pascual en la que Jesús anticipa
sacramentalmente
su entrega total y donde se cruzan como un relámpago el
anuncio
de la traición de Judas y del abandono de Pedro. La impresión de que
Jesús
vive su drama solo, ya sentida durante la cena, se acentúa durante la
oración
en Getsemaní y culmina luego en la cruz.
El doble proceso a que Jesús es sometido,
ante las autoridades
religiosas
judías y ante Pilato, pone de manifiesto su condición de Mesías
y
de Rey. Ambos culminan con la muerte en la cruz. Jesús, abandonado de
todos,
ora con las palabras del salmo 21, la oración del justo sometido al
dolor;
su plegaria se hace grito angustioso al expirar.
En ese momento se rasga el velo del
templo, como para indicar que a
partir
del sacrificio de Jesús, todos tienen acceso en Él a Dios. Y el
primero
que pasa por esa nueva puerta abierta es el centurión quien, en las
antípodas
del sumo sacerdote, reconoce en Jesús, por el modo cómo le ha visto
morir,
al Hijo de Dios: "Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios".
Esa es también la confesión de fe que
cada uno de nosotros es invitado
a
hacer escuchando el evangelio de hoy. Sólo así será verdaderamente
evangelio,
es decir, buena nueva.
En los comienzos
Los relatos de la pasión son el núcleo
más primitivo del evangelio. Su
contenido
fue el primer anuncio postpascual. Entorno a él la primitiva
comunidad
cristiana y luego los evangelistas fueron recuperando (y de algún
modo
interpretando) los otros acontecimientos referentes a la vida de Jesús,
desde
su bautismo (Marcos), desde su encarnación y nacimiento (Lucas y
Mateo).
Por eso, ya desde los comienzos, los
evangelistas ven o interpretan
ciertos
datos a la luz de los acontecimientos pascuales. Esto facilita y
legitima
de alguna manera el camino de quien quiere leer el evangelio desde
Nazaret.
Juan dice en el prólogo de su evangelio
que el Verbo "vino a su casa
y
los suyos no le recibieron". Ese rechazo tiene su punto culminante en la
negativa
del sumo sacerdote y sus acompañantes a reconocer a Jesús como "el
Mesías,
el Hijo de Dios bendito". "Todos sin excepción pronunciaron sentencia
de
muerte" (Mc 14,64).
Este juicio y condena, expresión de la
ceguera culpable de las
autoridades
religiosas, está ya de algún modo anticipada en la turbación que
produjo
en "Jerusalén entera" la visita de los magos al principio de la vida
de
Jesús (Mt 2,34). La persecución desencadenada por Herodes contra los
inocentes
marca ya el camino de oposición a quien, del modo que fuera,
pudiera
hacer sombra al detentador del poder. A través de otros episodios se
llegará
así al drama que hoy contemplamos.
La muerte de Jesús en la cruz no es un
accidente. El previó y anunció
varias
veces lo que iba a suceder. ¿Desde cuándo? Los evangelios presentan
varios
anuncios de la pasión. Quizá nosotros podamos percibir algunos otros
y
aprender a introducirnos poco a poco, desde Nazaret, en el misterio de la
pasión
y de la muerte del Señor. El ya cuando tenía 12 años estuvo en
aquellos
lugares donde se produjo su condena haciendo las primeras preguntas
y
dando las primeras respuestas...
Señor Jesús, creemos en ti
y te reconocemos como Hijo de Dios
junto con el centurión
y todos aquellos a quienes has liberado
con tu muerte en la cruz.
Junto a ti, Señor, queremos vivir hoy
la agonía de los que son víctima de la
injusticia,
de la calumnia, de la incomprensión...
En tu grito tremendo de muerte
ponemos el sufrimiento
de todos los que se sienten abandonados.
Danos tu espíritu filial, tu Espíritu
Santo,
que nos lleve a abrazar a todos
y caminar con ellos hacia el Padre.
El paso de la fe
"Hermanos, tenemos libertad para
entrar en el santuario llevando la
sangre
de Jesús y tenemos un acceso nuevo y viviente que Él nos ha abierto
a
través de la cortina, que es su carne, y tenemos además un gran sacerdote
al
frente de la familia de Dios" (Heb 10,19-21). Es la invitación a dar, como
el
centurión, el paso de la fe, que consiste en reconocer en "aquel
hombre"
al
"Hijo de Dios".
Esa es la puerta que nos da la inmensa
libertad de la fe; libertad que
quita
todas las trabas para acercarnos a Dios en Cristo Jesús, libertad que
debe
llevarnos a ese modo nuevo de vivir que consiste en entregarse
totalmente
para la salvación de los hombres.
La contemplación de la cruz desde Nazaret
debería educar nuestra mirada
para
reconocer los rasgos dramáticos del Calvario no sólo en las situaciones
finales,
irreversibles, donde ya todo está claro, sino también en esas otras
que
todavía tienen un futuro, pero donde se encuentran ya larvados todos los
gérmenes
que producirán un día la opresión y la muerte del inocente. Pero
además
está pidiendo nuestro empeño para evitar la tragedia desde los
comienzos
y para reconocer todo el drama de la redención en las proporciones
modestas de muchas
situaciones de nuestra vida de cada día.
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