10
de mayo de 2015 - VI DOMINGO DE PASCUA – Ciclo B
"Manteneos en ese amor que os
tengo"
-Hech
10,25-27,34-35,44-48
-Sal
97
-1Jn
4,7-10
-Jn
15,9-17
Hechos 10,25-26. 34-35. 44-48
Aconteció que cuando iba a entrar Pedro,
Cornelio salió a su encuentro
y
se echó a sus pies. Pero Pedro lo levantó diciendo:
-Levántate, que soy un hombre como tú. Y
tomando de nuevo la palabra,
Pedro
añadió:
-Está claro que Dios no hace
distinciones; acepta al que lo teme y
practica
la justicia, sea de la nación que sea.
Todavía estaba hablando Pedro, cuando cayó
el Espíritu Santo sobre
todos
los que escuchaban sus palabras.
Al oírlos hablar en lenguas extrañas y
proclamar la grandeza de Dios,
los
creyentes circuncisos, que habían venido con Pedro, se sorprendieron de
que
el don del Espíritu Santo se derramara también sobre los gentiles.
Pedro añadió:
-¿Se puede negar el agua del bautismo a
los que han recibido el
Espíritu
Santo igual que nosotros?
Y mandó
bautizarlos en el nombre de Jesucristo. Le rogaron que se
quedara
unos días con ellos.
I de Juan 4,7-10
Queridos hermanos:
Amémonos unos a otros, ya que el amor es
de Dios, y todo el que ama ha
nacido
de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque
Dios
es Amor.
En esto manifestó el amor que Dios nos
tiene: en que Dios mandó al
mundo
a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él.
En esto consiste el amor: no en que
nosotros hayamos amado a Dios, sino
en
que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros peca-
dos.
Juan 15,9-17
En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:
Como el Padre me ha amado,
así
os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis
en mi amor; lo mismo que
yo
he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría
esté en vosotros, y vuestra
alegría
llegue a plenitud.
Este es mi mandamiento: que os améis unos
a otros como yo os he amado.
Nadie
tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos.
Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que
yo os mando. Ya no os llamo
siervos,
porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo
amigos,
porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis
elegido, soy yo quien os he elegido;
y
os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto dure.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi
nombre, os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros.
Comentario
En los domingos que siguen a la Pascua
los textos de la liturgia nos
llevan
a contemplar todos los aspectos de la explosión de vida y de alegría
encerrados
para nosotros en la resurrección de Cristo. Hoy nos llevan al
corazón
mismo de la experiencia cristiana hablándonos principalmente del
amor.
Si quisiéramos establecer una cierta lógica
en la presentación del
mensaje,
tendríamos que empezar por la segunda lectura, donde se hace la
afirmación
esencial y originaria: "Dios es amor" (I Jn 4,8). Desde ahí, el
evangelio
nos lleva a esa dinámica "descendente" en la que lo primero que está
es
amor del Padre, amor de donación al Hijo, que se abre hacia la salvación
de
los hombres. Luego viene el amor de Cristo que se da a sus discípulos y
lo
lleva a la entrega total: "Igual que mi Padre me amó, os he amado yo"
(Jn
15,9).
Y el tercer paso es el mandato a los discípulos: "Amaos unos a
otros...
"
No se trata, pues, de quedarse en la sola
dimensión pasiva de recibir
el
amor, de sentirse amados o de dejarse amar. Pero tampoco de tomar uno la
iniciativa
por sí solo: "No me elegisteis vosotros a mí". Se trata de entrar
en
ese dinamismo propio del amor en el que todo se recibe y todo se da. El
amor
cristiano no se cierra en la complacencia de la reciprocidad, sino que
queda
abierto a la sorpresa de la novedad y gratuidad de lo que viene de Dios
y
a una generosidad sin límites en la entrega hacia los demás.
Este parece ser el sentido de la petición de Jesús: "manteneos en
ese
amor
que os tengo". Es decir, se trata de quedarse, de vivir en el mismo amor
que
Cristo ha vivido: abierto al Padre y entregado a los hermanos.
En eso consiste vivir su amistad y llegar
a la plenitud de la alegría.
Y
esa es la condición, en los términos tajantes que usa Juan, para conocer
a
Dios. Quien no ama, no lo ha conocido, porque Dios es amor.
Nazaret
El misterio de Nazaret es siempre una
llamada a lo concreto de la vida.
Siguiendo
la lógica del mundo, algunas veces pensamos encontrar la alegría,
el
amor en la evasión de la vida ordinaria o en la transgresión de las leyes.
El evangelio de hoy dice que el amor
consiste prácticamente en cumplir
los
mandamientos: "Y para manteneros en mi amor cumplid mis mandamientos;
también
yo he cumplido los mandamientos del Padre y me mantengo en su amor"
(Jn
15,10).
El crecimiento de Jesús en Nazaret
"en el favor de Dios y de los
hombres"
(Lc 2,52) recoge una expresión del libro de los Proverbios en la que
ese
"favor y aceptación ante Dios y ante los hombres" (Prov 3,4), es
consecuencia
de la memoria de las instrucciones que Dios da y de la práctica
de
sus preceptos (Pro. 3,1).
La vida de Jesús, María y José en Nazaret
nos enseña que el amor no
está
reñido con la obediencia y con el servicio. Al contrario, sólo quien en
ellos
descubre la alegría, podemos decir que en verdad ha encontrado el amor.
El amor, cuando se hace donación, tiende
a crecer y a desarrollarse en
el
tiempo, por eso Nazaret nos ayuda a comprender esa dimensión de
perseverancia
que supone el "permanecer" en el amor de Cristo. Y la
verificación
de esa continuidad no está en efusiones más o menos aisladas,
sino
en el cumplimiento de los mandamientos, o mejor dicho, en el
cumplimiento
del único mandamiento que resume todos los otros y que
testimonia
la identidad cristiana.
Cuando se ha comprendido lo que es el
amor y se vive en él, las
condiciones
externas cuentan menos. Y así en la humildad de Nazaret se pudo
vivir
ya el gran amor al que Jesús invitó más tarde a todos los que quisieran
seguirle.
Señor, queremos cumplir tu mandamiento.
Gracias por el Espíritu Santo:
"Amor de Dios derramado en nuestros
corazones" (Rom 5,5),
que nos une a ti, nos abre al Padre
y nos lleva a darnos a los demás.
Aumenta el Amor en tu Iglesia
con una nueva efusión del Espíritu Santo
que nos lleve a una mayor fidelidad a tu
Palabra.
Vivir en el amor
Significativamente la liturgia de la
Palabra de este domingo se abre
con
el relato de la efusión del Espíritu Santo sobre Cornelio y su familia,
recién
llegados a la fe.
El punto clave para entender
correctamente las cosas cuando se habla
del
amor cristiano es la donación del Espíritu Santo en el bautismo, que
lleva
al cristiano a situarse en el mismo plano de amor que Jesús. Porque el
amor,
antes que sea una exigencia objeto de un mandamiento, es un don gratuito
que
Dios nos da.
Por eso todo lo dicho en las lecturas de
hoy no puede entenderse, y
sobre
todo no puede vivirse, sin la donación del Espíritu Santo. En realidad,
cuando
se habla de amor desde el punto de vista cristiano, se está hablando
siempre
de él, como don del Padre o como manifestaciones concretas en la vida
de
los cristianos.
Sólo entonces, en un segundo momento,
interviene nuestro esfuerzo para
perseverar
en el amor, para continuar amando, pero sin pretender apropiarnos
del
don. Porque, como cristianos, estamos llamados a vivir siempre esa
paradoja,
desproporcionada a nuestras débiles fuerzas, de "amar como Dios ha
amado" (Jn 3,16).
TB.hsf
No hay comentarios:
Publicar un comentario