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de mayo de 2015 - SOLEMNIDAD DE LA SANTISIMA TRINIDAD
"...
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo"
-Dt
4,32-34,39-40
-Sal
32
-Rom
8,14-17
-Mt
28,16-20
Deuteronomio 4,32-34. 39-40
Habló Moisés al pueblo y dijo:
-Pregunta, pregunta a los tiempos antiguos,
que te han precedido, desde
el
día en que Dios creó al hombre sobre la tierra: ¿hubo jamás desde un
extremo
al otro del cielo palabra tan grande como esta?, ¿se oyó cosa
semejante?,
¿hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del
Dios
vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?, ¿algún Dios intentó
jamás
venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas,
signos,
prodigios y guerra, con mano fuerte y brazo poderoso, por grandes
terrores,
como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en
Egipto?
Reconoce, pues, hoy y medita en tu
corazón, que el Señor es el único
Dios
allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Guarda
los
preceptos y mandamientos que yo te prescribo hoy, para que seas feliz,
tú
y tus hijos, después de ti, y prolongues tus días en el suelo que el Señor
tu
Dios te da para siempre.
Romanos 8,14-17
Hermanos:
Los que se dejan llevar por el Espíritu
de Dios, esos son hijos de
Dios.
Habéis recibido, no un espíritu de
esclavitud, para renacer en el
temor,
sino un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace gritar: ¡Abba!
(Padre).
Ese Espíritu y nuestro espíritu dan un
testimonio concorde: que somos
hijos
de Dios; y si somos hijos también herederos, herederos de Dios y
coherederos
con Cristo.
Mateo 28,16-20
En aquel tiempo los once discípulos se
fueron a Galilea, al monte que
Jesús
les había indicado.
Al verlo, ellos se postraron, pero algunos
vacilaban.
Acercándose a ellos, Jesús les dijo:
-Se me ha dado pleno poder en el cielo y
en la tierra. Id y haced
discípulos
de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del
Hijo
y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado.
Y sabed que yo estoy con vosotros todos
los días, hasta el fin del
mundo.
Comentario
En esta solemnidad de la Santísima
Trinidad la fe que hemos recibido
en
el bautismo nos lleva al silencio extasiado ante el misterio de Dios y a
la
palabra serena que busca comprender mejor para vivir más intensamente.
El texto conclusivo del evangelio de
Mateo que la liturgia nos
presenta,
se articula en dos partes: la narración de la última aparición del
resucitado
que conduce a los once (=nuevo Israel) al monte de Galilea y el
envío.
La intervención de Jesús en esta segunda
parte da fuerza al mandato
misionero
porque el envío se hace con la autoridad plena que Él ha recibido
del
Padre y, al mismo tiempo, ensancha el panorama de la salvación
ofreciéndola
a todas las naciones.
La fórmula trinitaria en la
administración del bautismo, que recoge la
práctica
de la Iglesia primitiva, resume toda la revelación del misterio de
Dios
hecha por Jesús en el evangelio. El Padre es el origen del ser y de la
misión
de Cristo y el Espíritu Santo es su continuador después de la Pascua.
Esta
centralidad de Cristo y la presencia permanente que asegura a sus
discípulos
es una fuerte invitación a entrar, a través de Él, en el misterio
de
Dios y a mantener una relación de amor con el Padre y de docilidad al
Espíritu
Santo. Esa es la condición de vida de todos los que reciben el bau-
tismo
y se comprometen a practicar todas sus exigencias.
Esa cercanía e intimidad con Dios, ya
anunciada en el texto del
Deuteronomio
(1ª. lectura) encuentra su pleno cumplimiento en la realidad
nueva
que crea el bautismo en el hombre. Desde ella el cristiano se siente
verdaderamente
hijo de Dios, en su único Hijo; Y esto con una confianza total
que
viene del hecho de haber recibido el Espíritu Santo. Quienes se dejan
guiar
por Él, esos son verdaderamente hijos de Dios.
La familia de Nazaret
La revelación que Dios ha hecho de sí
mismo, no se ha efectuado
solamente
con palabras, sino también con hechos. (Cfr. D. V. 2).
En el evangelio que hoy leemos asistimos
a uno de esos momentos cumbre
en
los que Jesús nos lleva a penetrar en el misterio divino nombrando juntas
a
las tres personas de la Trinidad en su afán común de salvar al hombre. Pero
es
también significativo para penetrar en ese mismo misterio que Él haya
vivido
durante treinta años en una familia.
La familia se basa en la donación
recíproca de las personas y crea una
comunión
de vida en la que el individuo encuentra el clima y el estímulo
adecuado
para madurar y para cumplir su misión. Toda familia que vive esa
relación
de amor es al mismo tiempo imagen y participación de la Trinidad.
Pero
esa imagen y participación toca su ápice en la familia formada por
Jesús,
María y José en Nazaret, porque Jesús, Dios y hombre, forma parte al
mismo
tiempo de la imagen y de la realidad representada.
Entre la familia de Nazaret y la Trinidad
hay una correlación que no
se
basa sólo en la semejanza simbólica, como ocurre con todos los signos. .
En
todos ellos, en efecto, hay algo en común entre la imagen y la realidad
que
permite dar el paso de la una a la otra. En nuestro caso, la conexión es
mucho
más profunda ya que la segunda persona de la Trinidad forma parte de
la
familia de Nazaret.
De este modo, la realidad humana de la
familia es asumida en el grado
más
alto, no sólo para representar y figurar lo que es el misterio de la
familia
de Dios, sino también para revelarlo en su sentido más fuerte.
Podemos decir que la Sagrada Familia es
el rostro humano de Dios en la
pluralidad
de las personas o el icono más perfecto de la Trinidad. Desde la
entrega
recíproca de María y José, desde su paternidad y maternidad virginal
con
respecto a Jesús, podemos siempre, pero sobre todo en este día vislumbrar
también
el misterio insondable de la Trinidad. La Sagrada Familia se coloca
así
en la vida del cristiano como trasparencia, como camino hacia el misterio
central
de su fe. Desde la Sagrada Familia se va directamente hacia el cora-
zón
de Dios.
Luz
es el Padre.
Luz de luz es el Hijo.
Fuego es el Espíritu Santo.
Amor es el Padre.
Gracia es el Hijo.
Comunión es el Espíritu Santo.
Poder es el Padre.
Sabiduría es el Hijo.
Bondad es el Espíritu Santo.
Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu
Santo
Trinidad Santa, te adoramos. (Liturgia
bizantina)
La Trinidad y
nosotros
En el diálogo de la oración hay siempre
un camino de ida y otro de vuelta,
de
nosotros a Dios y de Dios a nosotros, o viceversa.
A partir de la Palabra y a partir del
Hecho de Nazaret hemos intentado
hoy
acercarnos al misterio de la Trinidad. Pero hay que decir también que es
la
Trinidad divina el punto clave para entender el misterio de la persona
humana
y de toda forma de comunidad.
En la trinidad cada persona es relación
subsistente, es decir, pura
relación
con respecto a las demás. Así en la familia divina todo es común:
el
mismo amor, el mismo poder, la misma sabiduría, el mismo ser. Pero el
hecho
de tenerlo todo en común, no significa que cada persona abandone su
identidad.
Se da, pues, en la Trinidad la comunión en el más alto grado, pero
no
la confusión.
Y esta es la clave de la comunidad humana
en cualquiera de sus
realizaciones:
la posibilidad de la comunicación, de la donación recíproca,
sin
perder la propia interioridad, la propia identidad. Toda persona se
realiza
y llega a madurez en el juego de la vida que consiste en el dar y en
el
recibir.
Este
es también el fundamento de la corresponsabilidad, de la participación,
de
la interdependencia y solidaridad entre los miembros de una comunidad y
entre
las varias comunidades humanas.
Creado a imagen d Dios, el hombre sólo
llega a serlo verdaderamente
cuando
vive en sí mismo y en su relación con los demás la realidad del
misterio trinitario que es un
misterio de amor.
TB.hsf
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