28
de junio de 2015 - XIII DOMINGO
DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B
"Tu fe te ha
curado"
-Sab
1,13-15;2,23-24
-Sal
29
-2Co
87. 9. 13-15
-Mc
5,21-43
Marcos 5,21-43
En aquel tiempo, Jesús atravesó de nuevo
a la otra orilla, se le reunió
mucha
gente alrededor, y se quedó junto al lago. Se acercó un jefe de la
sinagoga,
llamado Jairo, y al verlo, se echó a sus pies, rogándole con insis-
tencia:
- Mi
hija está en las últimas; ven, pon las manos sobre ella, para que
se
cure y viva.
Jesús se fue con Él, acompañado de mucha
gente que lo apretujaba.
Había una mujer que padecía flujos de
sangre desde hacía doce años.
Muchos
médicos la habían sometido a toda clase de tratamientos y se había
gastado
en eso toda su fortuna; pero en vez de mejorar, se había puesto peor.
Oyó
habla de Jesús y, acercándose por detrás, entre la gente, le tocó el man-
to,
pensando que, con sólo tocarle el vestido, curaría.
Inmediatamente se secó la fuente de
hemorragias y notó que su cuerpo
estaba
curado. Jesús, notando que había salido fuerza de Él, se volvió en
seguida,
en medio de la gente preguntando:
- ¿Quién me ha tocado el manto?
Los discípulos le contestaron:
- Ves como te apretuja la gente y
preguntas: "¿Quién me ha tocado?"
Él
seguía mirando alrededor, para ver quién había sido. La mujer se
acercó
asustada y temblorosa, al comprender lo que había pasado, se le echó
a
los pies y le confesó todo. Él le dijo:
- Hija, tu fe te ha curado; vete en paz y
con salud.
Todavía estaba hablando, cuando llegaron
de casa del jefe de la
sinagoga
para decirle:
- Tu hija se ha muerto. ¿Para qué
molestar más al maestro?
Jesús alcanzó a oír lo que hablaban y le
dijo al jefe de la sinagoga:
- No temas; basta que tengas fe.
No permitió que le acompañara nadie, más
que Pedro, Santiago y Juan,
el
hermano de Santiago. Llegaron a casa del jefe de la sinagoga y encontró
el
alboroto, de los que lloraban y se lamentaban a gritos. Entró y les dijo:
- ¿Qué estrépito y lloros son estos? La niña
no está muerta, está
dormida.
Se reían de Él. Pero Él los echó fuera a
todos, y con el padre y la
madre
de la niña y sus acompañantes entró donde estaba la niña, la cogió de
la
mano y le dijo:
- Talitha qumi.
(Que significa: Contigo hablo, niña, levántate)
La niña se puso en pie inmediatamente y echó
a andar -tenía doce años-
Con
lo que quedaron poseídos del mayor asombro.
Les insistió en que nadie se enterase; y
les dijo que dieran de comer
a
la niña.
Comentario
Los dos milagros que vemos hoy en el
evangelio, históricamente así
acaecidos
o asociados por el evangelista, se sitúan en pleno ministerio de
Jesús
y tienen como marco geográfico la villas del lago de Genesaret.
Además de la figura de Jesús, dos
personajes descuellan en esta
narración:
la mujer que padecía flujo de sangre y Jairo, jefe de la sinagoga.
En
ambos se da ese paso inicial de la fe que supone buscar la salvación
(curación)
fuera de uno mismo y de las propias posibilidades. Ambos la
buscan,
en efecto, en Jesús.
Pero Jesús, a través del milagro que
cumple y en diálogo con ellos, les
lleva
a dar un paso más en su camino de fe: a cada uno desde su propia
situación.
A la mujer sanada la lleva desde su fe envuelta en algo de
superstición
("con que le toque, aunque sea la ropa, me curo") a esa relación
más
personal con Él que supone identificarse y dar testimonio ante los demás.
Jairo
por su parte es conducido desde la confianza en el poder sanador de
Jesús
hasta admitir la posibilidad de que su hija muerta resucite.
Es un camino hacia la vida el que Jesús
recorre hoy a través de los dos
milagros
que cumple (este aspecto es puesto de relieve por la lectura del
libro
de la Sabiduría) en el que quiere implicar a los beneficiarios de esos
acciones
y a sus discípulos (de entonces y de hoy).
En ese camino dos cosas son importantes:
la acción salvadora de Dios
que
se manifiesta plenamente en Jesús, de la que son prueba evidente los
milagros,
y la fe de quien lo sigue, que necesita constantemente ser
purificada
y purificada para no quedarse en el cascarón del acontecimiento
y
llegar a lo esencial de los signos.
El secreto
Los comentaristas del evangelio
acostumbran a usar el término "secreto
mesiánico"
para expresar la insistencia de Jesús en mantener oculta su
verdadera
identidad. La prohibición de proclamar abiertamente que Jesús es
el
Mesías es particularmente clara en el evangelio de Marcos. El pasaje que
leemos
hoy da una muestra cuando, después de resucitar a la hija de Jairo,
el
evangelista anota: "Les insistió en que nadie se enterase" (Mc 4,43).
La notación es tanto más interesante
desde el punto de vista
cristológico
cuanto más contradictoria resulta en sí misma: el milagro esta
cumplido,
la niña estaba viva y nadie podía ocultar lo sucedido.
La prohibición que Jesús íntima a sus discípulos
parece estar en
relación
con la distorsión que podía hacerse de la figura del Mesías en el
ambiente
judío de la época si no se tomaban ciertas precauciones. Por otra
parte
hay en el evangelio de Marcos una línea clara de revelación de la
verdadera
identidad de Jesús que va desde el primer versículo ("Así comenzó
la
buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios") hasta la declaración ante
el
sumo sacerdote en el momento culminante de la pasión (Mc 14,61-62). Esto
lleva
a una educación de la fe de los discípulos recogida sobre todo en la
confesión
de Pedro: "Tú eres el Cristo" (Mc 8,29).
A nosotros nos interesa ahora ver ese
"secreto mesiánico" en relación
al
tiempo de Nazaret. Porque también allí (y durante mucho tiempo) se mantuvo
el
secreto de la verdadera identidad de Jesús, proclamada por el Ángel en el
momento
del anuncio de su concepción.
Si queremos descubrir toda la profundidad
del misterio de Nazaret
tenemos
que proyectar a los años de la infancia y juventud de Jesús esa
tensión
revelación/secreto que Marcos pone de relieve durante los años de su
ministerio
público.
Esa economía de la revelación educó
profundamente a María y a José en
su
camino de fe, de manera que ellos conocieron el verdadero alcance de la
misión
de Jesús y supieron esperar el momento de su manifestación.
Te bendecimos, Padre, Dios de la vida,
porque en el combate entre la vida y la
muerte,
Jesús ha vencido a la muerte
y nos ha dado la plenitud de la vida
mediante el Espíritu Santo.
Condúcenos en el camino de la fe,
que sabe acompañar la vida
e irla dando cada día
en las ocasiones en que alguien
se nos acerca para pedir ayuda.
Nuestro camino con Jesús
Como a los discípulos, testigos de las
maravillas obradas por Jesús,
la
Palabra nos invita a seguirlo en su ministerio y en su camino hacia la
vida
que pasa por el misterio de la muerte y resurrección.
Estando cada día en su presencia henos de
buscar el modo de vivir como
Él.
Debemos aprender a acoger a las personas en la situación en que se
encuentran,
con sus motivaciones actuales, y ayudarlas, como Jesús a dar el
paso
de fe que pueden dar.
La tarea de los cristianos en el campo de
la atención (esporádica u
organizada)
a los enfermos y a los que sufren, es inmensa, si queremos
traducir
hoy con realismo la misericordia del corazón de Jesús y sus gestos
de
curación.
Los discípulos de Jesús nos movemos hoy,
como en los tiempos del
evangelio,
en ese camino del testimonio de las obras que va desde el
permanecer
en el secreto de su verdadera identidad a la proclamación
explícita
del Señor.
La vida en Nazaret después de Pentecostés
agudiza, pero no suprime
jamás
la tensión entre el secreto y la proclamación del mensaje. Es eso quizá
lo
que más debemos aprender en estos tiempos en los que tan fácil resulta
gastar
las palabras, incluso las más santas, para no decir nada. Estar en el
secreto
y vivirlo hasta el fondo, sin perder la esperanza, es el punto clave
de la vida nazarena y de toda
vida cristiana.
TB.hsf
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