9
de agosto de 2015 - XIX DOMINGO DEL TIEMPO
ORDINARIO – Ciclo B
"El pan que voy a dar es mi carne"
Juan 6,41-52
En aquel tiempo, criticaban los judíos a
Jesús porque había dicho "yo
soy
el pan bajado del cielo", y decían:
- ¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No
conocemos a su padre y a su
madre?
¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
Jesús tomó la palabra y les dijo:
- No critiquéis. Nadie puede venir a mí
si no lo trae el Padre que me
ha
enviado.
Y
yo lo resucitaré el último día.
Está escrito en los profetas: "Serán
todos discípulos de Dios".
Todo el que escucha lo que dice el Padre
y aprende viene a mí.
No es que nadie haya visto al Padre, a no
ser el que viene de Dios: Ése
ha
visto al Padre.
Os lo aseguro: el que cree tiene vida
eterna.
Yo soy el pan de vida. Vuestros padres
comieron en el desierto el maná
y
murieron: Éste es el pan que ha bajado del cielo, para que el hombre coma
de
Él y no muera.
Yo soy el pan vivo que ha bajado del
cielo: el que coma de este pan
vivirá
para siempre.
Y el pan que yo daré es mi carne, para la
vida del mundo.
Comentario
En la continuación del discurso sobre el
pan de vida que el evangelio
de
hoy nos ofrece, el evangelista desarrolla algunos de los temas ya
apuntados
anteriormente: la oposición y murmuración de la gente, la fe y la
revelación
interior necesarias para acoger a Jesús y, sobre todo, la
identificación
de Éste con el pan que da la vida al mundo.
Queda así cada vez más claro el sentido
eucarístico del conjunto del
discurso.
A ello contribuye también el contexto litúrgico, al presentarnos
la
primera lectura ese alimento misterioso que da fuerzas al profeta para
continuar
su camino desde el triunfo del Carmelo hasta la experiencia de Dios
en
el Horeb y su compromiso para restablecer la justicia en Israel.
En su diálogo con la gente, Jesús se
reafirma como pan de la vida para
quien
se abre a la atracción interna del Padre, que lleva aceptarlo mediante
la
fe.
El significado de la expresión "pan
de la vida" viene precisado con más
nitidez.
Se trata del punto focal de todo el Cap. VI del evangelio de Juan.
Es
un pan "bajado del cielo" y un pan que "voy a dar". Las dos
expresiones
engloban
la existencia entera de Jesús en la mentalidad del IV evangelio,
pues
aluden respectivamente a la encarnación del Verbo y a su entrega en la
cruz.
Los efectos que produce el pan de vida se
definen por contraste con el
maná .
Este fue un apoyo importante en el camino del pueblo de Israel hacia
la
tierra prometida, pero, como dice el mismo evangelio: "Vuestros padres
comieron
el pan en el desierto, pero murieron" (6,49). Quien come del otro
pan,
no solo no muere, sino que tiene la vida eterna. Se trata de esa
plenitud
de vida que Dios tiene en sí mismo y que desea compartir con todos
los
hombres: "El Padre dispone de la vida y ha concedido al Hijo disponer
también
de la vida" (Jn 5,26). Lo sorprendente es que la donación de la vida
se
da a través de la muerte de Jesús en la cruz.
"Nosotros conocemos a su padre y a su
madre"
La expresión referente a su familia
puesta por el evangelista en boca
de
los opositores de Jesús en Cafarnaún nos puede dar pie para una lectura
"nazarena"
del evangelio de hoy.
La protesta de los judíos, que recuerda
las del pueblo de Israel en el
desierto,
se refiere a la afirmación de Jesús de que Él "es pan bajado del
cielo"
(Jn 6,41). Como las antiguas también ésta es una oposición al plan
divino
porque en la práctica, no se acepta que la salvación pueda acontecer
por
los caminos que Dios ha elegido: en el Antiguo Testamento era el camino
del
desierto, en la época mesiánica el camino de la encarnación.
Y en la protesta de los judíos contra lo
que Jesús dice, queda bien
claro
que lo que causa escándalo es en definitiva cómo conciliar su origen
divino
(6,41-42) con el hecho de provenir de una familia bien conocida, la
familia
de Nazaret, es decir, de ser un hombre como todos los demás. Más
adelante
en el mismo evangelio reaparece la misma objeción: "Por qué tu,
siendo
hombre, te haces Dios?" (Jn 10,33).
Esta oposición sirve así para reafirmar
esa dimensión humana de Jesús
que
la vida de Nazaret tan claramente muestra. Quizá sea útil recordar que
en
el curso de los siglos a la Iglesia le ha costado tanto el afirmar la
verdadera
humanidad de Cristo como su divinidad. Porque lo que aquí está
en
juego, como en tantas otras páginas del evangelio y también en muchas
situaciones
de nuestros días, es el saber decir "la verdad sobre Jesucristo"
(Cfr.
Documento de Puebla. Discurso inaugural).
En el plan de Dios la "carne" y
por tanto la encarnación es un medio
de
comunicación de Dios con el hombre, un signo de su presencia amorosa, un
instrumento
de gracia y de condescendencia. Pero sólo la fe, don de Dios,
atracción
del Padre, logra penetrar en ese sentido verdadero y hacer de ella
la
puerta de entrada en el Reino. Sin la fe, la debilidad de la "carne"
es
vista
sólo como limitación e impotencia, como opacidad que oculta lo divino.
También nosotros necesitamos de la fe del
"padre y de la madre" de
Jesús
para ver en Él al Dios-con-nosotros, al único que puede llevarnos al
encuentro
con el Padre y resucitarnos "en el último día" (6,44), a través del
velo
de su "carne" (Heb. 10,20).
Señor Jesús, pan de la vida bajado del cielo,
danos de ese pan y
danos tu Espíritu Santo,
que nos lleve a
compartir
tu mismo gesto de
donación a todos.
Como el profeta y
como el pueblo hambriento
necesitamos ese pan
en las arenas
movedizas e inconsistentes
de nuestro desierto,
de nuestras dudas y
desánimos.
Padre, atráenos tú a
Cristo.
Pan para el camino
La Iglesia ha visto siempre en el
alimento misterioso que dio nuevas
fuerzas
al profeta y en el maná que el pueblo comió en el desierto sendas
figuras
de la eucaristía.
Esta, en cuanto memoria viva de la
entrega de Jesús - de su carne y su
sangre
en el Calvario - acompaña siempre al nuevo pueblo de Dios en su
peregrinar
por el mundo hacia la plenitud del Reino.
La Palabra de Dios nos invita hoy a saber
incorporar personalmente y
como
comunidad el sentido que tiene la eucaristía, presencia de Cristo
resucitado
en la humildad del pan.
Como el del pueblo de Israel, nuestro
camino es un proceso de
liberación
de la esclavitud, para pasar a la vida nueva y ese paso sólo puede
cumplirse
en comunión con Cristo.
Al apropiarnos ahora de su gesto en el
sacramento, debemos ser
conscientes
de que nos colocamos en esa dinámica que lleva a la entrega de
la
carne y de la sangre. Y ese gesto se vive concretamente en la práctica de
la
caridad, como recuerda Pablo en la 2ª. lectura de hoy. Lo contrario sería
"irritar
al Santo Espíritu que os selló para el día de la liberación" (Ef.
4,30).
Vivir el mensaje de la Palabra de hoy en
estilo nazareno, comporta
descubrir
esa línea de humildad, de concretez realista que une la
encarnación
del Verbo, su presencia viva en la eucaristía y los actos de la
vida
diaria en los que se expresa el amor cristiano. A través de ella se
cumple
el designio del Padre de llevar a todos a Cristo y de empezar a
comunicar
esa vida divina que Él posee en plenitud y que desea ofrecer a
todos
los hombres.
TB.hsf
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