20 de septiembre de 2015 – XXV
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B
"El hijo del hombre va a
ser entregado"
Marcos 9,29-36
En aquel tiempo,
instruía Jesús a sus discípulos. Les decía:
- El Hijo del
hombre va a ser entregado en manos de los hombres, y lo
matarán; y después, de muerto, a los tres días resucitará.
Pero no
entendían aquello, y les daba miedo preguntarle.
Llegaron a
Cafarnaún, y una vez en casa les preguntó:
- ¿De qué
discutíais por el camino?
Ellos no
contestaron, pues por el camino habían discutido quién era el
más importante. Jesús se sentó, llamó a los Doce y les dijo:
- Quien quiera
ser el primero, que sea el último de todos y el servidor
de todos.
Y acercando un
niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo:
- El que acoge a
un niño como éste en mi nombre me acoge a mí; y el que
me acoge a mí no me acoge a mí, sino al que me ha enviado.
Comentario
La lectura
continuada del evangelio de Marcos salta varios episodios
para proponer nuevamente la figura del Mesías entregado a la
muerte. Nos
habla además de cómo su enseñanza debe ser acogida en la fe
y en la vida.
La insistencia
del evangelista en el mismo tema del domingo pasado nos
obliga a considerar con mayor atención el camino elegido por
Dios para salvar
al hombre. Será también un incentivo para asumir e
interiorizar más plenamen-
te ese camino de todo cristiano que lleva a la cruz (Mc
9,32).
El personaje del
justo perseguido (1ª. lectura) testigo indefectible de
la verdad y lleno de confianza en Dios, se encarna y cobra
todo su realismo
en Jesús, que anuncia nuevamente su pasión.
La palabra clave
de este segundo anuncio de la pasión, muerte y
resurrección es el verbo "entregar"; En el primer
anuncio (Mc 8,31) se
insistía en la necesidad de que el Mesías emprendiera la vía
dolorosa, en
este se deja percibir la figura del Padre que entrega a su
Hijo para la
salvación del mundo (Cfr. Jn 3,16); El Hijo amado, el
predilecto es entregado
en manos de los hombres. La persona del Padre se compromete
así radicalmente
en ese drama que llevará a la redención del hombre. A esta
entrega por parte
del Padre, corresponde el ofrecimiento voluntario de la
propia vida por parte
de Jesús (Cfr. Jn 10,17-18), en una comunión perfecta de
amor trinitario.
La pregunta de
Jesús, que es a la vez una acusación y su gesto de acogida
hacia los niños, símbolo de los que no cuentan y necesitan
ayuda, que viene
a continuación del anuncio de la pasión, nos dicen que en el
acto redentor
están todos comprendidos. La preferencia por el último
puesto, la acogida de
los pequeños, el servicio humilde, son otros tantos gestos
integrantes
del camino paradójico elegido por Dios para salvar al mundo.
Por ellos
empieza el seguimiento concreto de Jesús al que hoy somos
llamados.
"Ellos no
entendieron sus palabras". En el evangelio de Marcos, ésta
expresión se refiere al anuncio de la pasión. En su lugar
otro evangelio pone
la recriminación de Jesús a sus discípulos por no haber
entendido su gesto
de acoger a los niños.
"El último de todos"
En una
maravillosa síntesis de acciones y Palabras Jesús nos propone
hoy cómo vivir la preferencia por los últimos, los pequeños,
los que no
cuentan en la sociedad. Es un estilo de vida que contrasta
con las miras
humanas de sus discípulos.
Pero hay algo
más, Jesús se identifica con estos "últimos" y
"abandonados": "El que acoge a un chiquillo
de estos por causa mía, me acoge
a mí" (Mc 9,37). Y esta declaración nos lleva
naturalmente al tiempo en que
Jesús fue realmente un niño, al tiempo de su infancia en
Nazaret. Porque es
precisamente esa experiencia de encarnación la que da un fundamento
a la
identificación casi sacramental de Jesús con los pequeños.
La debilidad,
impotencia, pequeñez del niño Jesús deben ser leídas a
la luz de su vocación mesiánica, como una revelación del
amor de Dios, que
se manifiesta en su preferencia por lo débil, lo impotente,
lo que no cuenta,
para manifestar mejor su fuerza, su gloria y su poder.
Si damos un paso
más en el evangelio de hoy, vemos que esta acogida de
los últimos es una condición para entrar en comunión con el
Padre: "El que
me acoge a mí, no es a mí a quien acoge, sino al que me ha
enviado" (9,37).
De esta forma, la entrada en el Reino para compartir la vida
eterna en la
gran familia de los hijos de Dios, empieza por esa actitud
de humildad, de
apertura y abajamiento que caracterizan a quien es capaz de
acoger a los
niños.
Nazaret, donde
María y José, respondiendo a la llamada divina acogieron
y vivieron en la fe con Jesús niño, nos indica ya esa
actitud básica del
creyente que lleva a abrirse a Dios tal y como se presenta;
es decir,
normalmente en un camino de encarnación que contradice todas
las falsas
expectativas e ideas preconcebidas acerca de Él. Ese es
además el único modo
accesible al hombre para poder colaborar con Él.
Señor Jesús, que has venido a servir
y
te has hecho el más pequeño de nosotros,
danos tu Espíritu Santo para que abra
nuestros ojos
y nuestro corazón,
y podamos verte en los pobres y en los
pequeños.
Haznos partícipes de tu sencillez y
humildad;
queremos repetir tus gestos de acogida y
de servicio
en lo cotidiano de la vida
para gloria del Padre
que en ti nos sale siempre al encuentro.
Servir
Las lecturas de
hoy apuntan en el fondo hacia esa actitud tan cristiana
que es el servicio. porque el servicio, antes que ser una
acción en favor de
otros, más o menos eficaz, es una forma de ser, una actitud
del corazón.
El evangelio
invita ante todo a colocarse en el último lugar y luego
a servir, porque sólo quien es capaz de entrar en una
mentalidad de
"servidor", es capaz de servir.
Muchas veces los
servicios que prestamos en el ejercicio de nuestras
funciones u ocasionalmente nos dejan insatisfechos a
nosotros mismos porque
no los prestamos con la mentalidad del servidor; es decir,
de aquel que
primero en su interior se ha colocado en el último puesto
con paz y
serenidad.
De ahí nacen
muchas situaciones en nuestras familias y en nuestras
comunidades que son similares a las que se describen en la
2ª. lectura de hoy:
"despecho", "partidismo", "malas
faenas". La conversión que se nos pide hoy
debería llevarnos en el ejercicio de la autoridad y de los
diversos
ministerios y servicios a actuar con espíritu "límpido,
apacible, comprensivo
y abierto, que rebosa buen corazón y no hace
discriminaciones ni es fingido"
(Sant. 3,17). Su fruto es la paz.
Nazaret es una
fuerte llamada a colocarse en el último puesto, estando
convencidos de que sólo desde él se puede acoger a todos y
servir a todos.
Para eso nos liberó Cristo.
TB.hsf
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