31
de enero de 2016 - IV DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C
"Pero, ¿no es éste el hijo de
José?"
Lucas 4,21-30
En aquel tiempo, comenzó Jesús a decir en
la sinagoga:
Hoy se cumple esta Escritura que acabáis
de oír.
Y todos le expresaban su aprobación y se
admiraban de las palabras de
gracia
que salían de sus labios.
Y decían:
- ¿No es éste el hijo de José?
Y Jesús les dijo:
- Sin duda me recitaréis aquel refrán:
"Médico, cúrate a ti mismo": haz
también
aquí en tu tierra lo que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm.
Y añadió:
- Os aseguro que ningún profeta es bien
mirado en su tierra. Os garan-
tizo
que en Israel había muchas viudas en tiempos de Elías, cuando estuvo
cerrado
el cielo tres años y seis meses y hubo una gran hambre en todo el
país;
sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías más que a una viuda
de
Sarepta, en el territorio de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en
tiempos
del Profeta Eliseo, sin embargo, ninguno de ellos fue curado más que
Naamán,
el sirio.
Al oír esto, todos en la sinagoga se
pusieron furiosos y, levantándose,
lo
empujaron fuera del pueblo hasta un barranco del monte en donde se alzaba
el
pueblo, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús se abrió paso entre ellos y se
alejaba.
Comentario
El Evangelio nos presenta hoy la segunda
parte de la visita a Nazaret
que
Jesús hizo en los comienzos de su vida pública.
Ante su discurso mesiánico en la sinagoga
"todos se declaraban en con-
tra,
extrañados de que mencionase sólo las palabras sobre la gracia".
Los habitantes de Nazaret conocían bien a
Jesús, lo sabían todo acerca
de
él. Sabían quién era su padre y su madre, donde estaba su casa, cuál era
su
oficio. Habían visto sus idas y venidas, están al corriente de sus costum-
bres,
de su manera de ser, de sus amistades y de su familia.
Y fue quizá este conocimiento tan
completo lo que se alzó como un muro
ante
sus ojos para no comprender el misterio de Jesús. Aquel modo nuevo de
hablar,
aquellas palabras que pretendían revelar el misterio desconcertaron
a
todos. Esto puede explicar el dicho de Jesús sobre la acogida al profeta
en
su propia patria. De hecho explica también la palabra de san Juan: "vino
a
su casa, pero los suyos no le recibieron" Jn: 1,11.
En el fondo late el problema de la
identidad de Jesús. ¿Quién es éste
a
quien todos tienen por hijo de José, que se identifica con el Mesías, que
se
llama profeta, que dice tener una misión en Israel y fuera de Israel?
Los vecinos de Nazaret, aferrados a sus
noticias sobre el Jesús a quien
habían
visto crecer entre ellos "se pusieron furiosos y, levantándose, lo
empujaron
fuera del pueblo... con intención de despeñarlo". La reacción está
sin
duda exagerada y no todos la compartirían, pero manifiesta la actitud
general
ante Jesús que se presenta como Mesías, actitud mil veces repetida
a
lo largo de la historia y que el propio evangelista veía realizada en su
época.
El rechazo es una actitud muy distante
del no comprender, del no saber
cómo
son las cosas, del no acertar a ver claro. Esta última es la situación
de
los discípulos en muchas ocasiones y también la de María y José en el
episodio
del templo cuando Jesús tenía doce años.
En la respuesta que Jesús da a sus
compatriotas para explicar que allí
no
haría milagros por su falta de fe, alude a dos hechos del Antiguo Testa-
mento
cuyos protagonistas son dos profetas. Jesús sitúa la acción en la misma
línea
universalista que Elías y Eliseo, quienes mostraron con su manera de
proceder
que el favor de Dios se obtiene, no por ser judío o no serlo, sino
por
creer. Si a las palabras alusivas a su misión profética añadimos las del
texto
referente al siervo de Yavé citado poco antes, podemos concluir que
Jesús
no sólo se presenta como profeta, sino como algo más. "Aquí hay uno que
es
más que Jonás", dirá en otra ocasión.
El rechazo de Nazaret hacia su profeta es
precursor del que le dispen-
sará
Jerusalén. "¡Jerusalén, Jerusalén que matas a los profetas y apedreas
a
los que se te envían!" Lc 13,34. El gesto de empujarlo "fuera del
pueblo"
recuerda
el de la comparación de los viñadores puesta por Jesús para descri-
bir
su propia situación. "Lo empujaron fuera de la viña y lo mataron" Mt
21,39.
Por eso dirá el autor de la carta a los Hebreos: "Jesús, para consa-
grar
al pueblo con su propia sangre, murió fuera de las murallas. Salgamos,
pues,
a encontrarlo fuera del campamento, cargando con su oprobio" Heb 13,12-
13.
El otro Nazaret
El Evangelio de hoy nos presenta el
Nazaret que no acogió a Jesús y
pretendió
eliminarlo, pero hay otro Nazaret.
En el mismo lugar donde hoy hemos
presenciado el rechazo y la cerrazón,
hubo
alguien que desde el primer momento lo acogió con amor y puso toda su
vida
a su servicio.
María y José‚ dieron el asentimiento de
la fe desde el principio, desde
que
Dios, por medio del ángel, reveló a cada uno por separado quién era el
hijo
que había de venir.
No todo estuvo claro desde el principio,
las dimensiones reales de la
vocación
a la que eran llamados sólo las irían descubriendo en sucesivas
experiencias,
pero la actitud inicial de fe es nítida desde el comienzo.
El aceptar la colaboración con los planes
de Dios acogiendo a Cristo
en
sus vidas, cambió el rumbo de su existencia en plena juventud y cumplió
de
manera misteriosa su destino.
La vida de fe de María y de José‚ fue
madurando entorno a Jesús. Hubo
algunos
hechos, algunas situaciones y algunas palabras que les fueron
abriendo
horizontes. Palabras y hechos recordados y meditados mil veces, con
el
afán de descubrir el misterio y de adentrarse en él. Fueron momentos
preciosos,
rayos de luz que iluminan un trozo del sendero: las palabras de
Simeón,
la adoración de los magos, las palabras de Jesús en el templo... Y
al
lado de los hechos que han sido recogidos en la narración evangélica
tantas
otras palabras, tantos otros gestos de la vida de cada día. Todo ello
recogido
con amor, madurado al sol del cariño familiar, iba dando cada día
el
tono de la fe para vivir la virginidad, para entregarse en el servicio,
para
sacrificarse por el bien del otro.
El Jesús acogido, respetado,
infinitamente amado, atendido, curado,
limpiado,
estimulado en el esfuerzo por María y por José fue creciendo en el
otro
Nazaret.
Cuando se presentó como Mesías ante sus
conciudadanos, éstos lo recha-
zaron
y no creyeron, pero él sabía que el germen de la fe había empezado a
crecer
desde hacía años en aquella misma tierra.
Nuestra fe
Es fundamental el primer momento de la fe. La toma de conciencia
de que
Jesús
es el Señor y de que puede cambiar toda nuestra vida. Nadie puede
llegar
por sus propias fuerzas a la fe, es un don de Dios.
Los habitantes de Nazaret son un caso
entre muchos de cómo uno puede
cerrarse
y no acoger a Jesús como Mesías y Señor, lo que por otra parte
muestra
que el hombre es libre para aceptar o no el don que se le ofrece.
Mirando a este Nazaret hoy y a la
iluminación que recibe desde el otro
Nazaret,
aprendemos lo que significa creer.
Creer es entregarse a él sin condiciones,
desde el primer momento. Es
dejar
que tome él el timón de nuestra vida y haga con ella lo que quiera. Es
aceptar
a Jesús como Profeta y como Salvador: el profeta que nos dice toda
la
verdad acerca de nosotros mismos y acerca de Dios, el salvador que nos
saca
de nuestros pecados y de la estrechez de nuestras miras.
Creer es estar con Jesús, hacer todo lo
posible por que crezca en noso-
tros
y en los demás.
Mirando hoy a Nazaret nuestra fe recibe
un nuevo impulso no sólo para
reafirmar
la donación inicial, sino para trabajar cada día por adentrarnos
más
en ella y por que otros hombres tengan la oportunidad de un encuentro con
Cristo.
Teodoro
Berzal.hsf
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