sábado, 27 de agosto de 2016

Ciclo C - TO - Domingo XXII

28 de agosto de 2016 - XXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C

      "A todo el que se encumbra lo abajarán y al que se abaja lo encumbrarán"

Lucas 14,1.7-14

      Entró Jesús un sábado en casa de uno de los principales fariseos para
comer, y ellos le estaban espiando.
      Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les propuso
este ejemplo:
      - Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal
no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú y vendrá el que
os convidó a ti y al otro, y te dirá: Cédele el puesto a éste. Entonces,
avergonzado, irás a ocupar el último puesto.
      Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para
que, cuando venga el que te convidó, te diga: Amigo, sube más arriba.
Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales.
      Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será 
enaltecido.
      Y dijo al que lo había invitado:
      - Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos ni a tus
hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos, porque correspoderán
invitándote a ti y quedarás pagado.
      Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos;
dichoso tú porque no pueden pagarte. Te pagarán cuando resuciten los justos.

Comentario

      Las dos enseñanzas fundamentales del evangelio de hoy, sobre la
humildad y sobre la generosidad con quien no puede pagarte, se ambientan en
un cuadro bien preciso. Jesús es invitado a comer en casa de uno de los jefes
de los fariseos, episodio casi insólito en su vida, teniendo en cuenta su
tendencia a acercarse a la gente humilde y su actitud crítica frente a los
fariseos. Mientras está en casa de este notable, cumple el milagro de la
sanación del hidrópico dejando bien claro el valor de la persona, a quien hay
que salvar por encima de todo.
      "Observando que los invitados escogían los primeros puestos..." La
enseñanza de Jesús a propósito de este hecho está basada en la sabiduría
tradicional de Israel. El autor del libro de los Proverbios (25,7) ya había
advertido: "Más vale escuchar: Sube acá, que ser humillado ante los nobles"
Y Ben Sirá escribe: "Hijo mío, en tus asuntos procede con humildad y te
querrán más que al hombre generoso. Hazte pequeño en las grandezas humanas"
Eclo 3,17-18. Más allá de la sabiduría humana y del sentido común de estas
máximas, Jesús presenta una actitud fundamental de quien quiere entrar en el
reino y ser su discípulo: la humildad. La primera condición para ser salvado
es, en efecto, reconocer la propia pobreza, abrirse al don de la gracia y
aceptar que sea Dios quien nos salve.
      Y la otra enseñanza evangélica que recomienda invitar a comer a quien
no puede a su vez invitarte, descubre un modo de vivir desprendido, generoso,
lleno de fe en la vida eterna y de caridad para con todos. Es una sola nota,
que pone de manifiesto un conjunto de valores ocultos, para quien no ha
descubierto en su vida que jamás podrá dar lo suficiente, puesto que él mismo
lo ha recibido todo de Dios.

En la humildad de Nazaret

      En la familia de Nazaret se ha cumplido de modo admirable el evangelio
de hoy. Jesús "no se aferró a su categoría de Dios; al contrario, se despojó
de su rango y tomó la condición de esclavo, haciéndose uno de tantos" Fil
2,6-7. Cuando fue invitado a nuestro banqueta fue "derecho a sentarse en el
último puesto". "Por eso Dios lo encumbró sobre todo..." Fil. 2,9ss
      Y la misma actitud vemos en María, la esclava del Señor, y en José.
      La Sagrada Familia sabía qué gran tesoro albergaba en su seno y no lo
hizo valer para provecho propio. Vivió confundida con las demás familias de
su pueblo, como una de tantas. Supo esperar el momento que Dios designó para
que se manifestara el Mesías. Y cuando surgió la nueva familia de los
creyentes en Jesús, no temió desaparecer, verse reducida a la nada. No hubo
privilegios para los que estuvieron con Jesús desde la primera hora. Por eso
Dios encumbró después a la Sagrada Familia en el cielo.
      Es la realidad que la Iglesia vive cuando pone a María en el primer
puesto entre sus miembros y junto a ella, a San José‚. El esfuerzo realizado
en los últimos tiempos de la historia de la Iglesia por colocar a José junto
a María en la liturgia y en la devoción de los fieles, puede verse como un
intento de reconstruir la familia de Jesús, María y José‚ y el mejor modo de
celebrar lo que Dios mismo ha hecho ya en el cielo.

Humildad

      La llamada a la humildad del evangelio de hoy se hace particularmente
intensa y concreta a la luz de Nazaret.
      Con la ayuda del Espíritu Santo debe penetrar en nosotros la convicción
de que al hombre no le viene la dignidad por lo que él se atribuye con
arrogancia y presunción, sino que su honor y dignidad vienen ante todo de lo
que Dios le da.
      El primer signo de la humildad es saber ocupar el puesto que a uno le
corresponde en la vida, sin pretender abarcar el espacio de los demás y sin
dejarse llevar por la ambición de querer suplantar a otros.
      Ocupar el puesto que a uno le corresponde significa aceptarnos a
nosotros mismos como somos, siendo conscientes de nuestras cualidades y de
nuestras limitaciones. Esto no significa renunciar a crecer ante Dios y ante
los hombres.
      Quien es humilde reconoce la verdad de su propio ser y de su condición
presente: un ser hecho de grandeza y de miseria, de bondad y de pecado, una
condición de plenitud y de indigencia, de posesión y de esperanza.
      Este conocimiento y aceptación de uno mismo es lo que da fuerzas para
aceptar la vida con valor, con dignidad y con optimismo.
      Será también esta actitud humilde la que nos permita acoger y cuidar
a los pobres, a los que no pueden pagarnos el servicio que prestamos. Es la
disposición esencial para entrar en la lógica del evangelio, en el espíritu
de las bienaventuranzas que está en neta contradicción con una lógica
puramente mundana.

TEODORO BERZAL.hsf

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