sábado, 26 de noviembre de 2016

Ciclo A - Adviento - Domingo I

Ciclo AI DOMINGO DE ADVIENTO

                     "Cuando venga el Hijo del hombre"

-Is 2,1-5
-Sal 121
-Rom 13,11-14
-Mt 24,37-44

Isaías 2,1-5

   Visión de Isaías, hijo de Amós, acerca de Judá y de Jerusalén:
   Al final de los días estará firme el monte de la casa del Señor, en la
cima de los montes, encumbrado sobre las montañas.
   Hacia Él confluirán los gentiles, caminarán los pueblos numerosos. Dirán:
Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob.
   El nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas; porque de
Sión saldrá  la ley, de Jerusalén la palabra del Señor.
   Será árbitro de las naciones, el juez de pueblos numerosos. De las
espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas.
   No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra.
   Casa de Jacob, ven; caminemos a la luz del Señor.

Romanos 13,11-14

   Hermanos: daos cuenta del momento en que vivís; ya es hora de
espabilarse, porque ahora nuestra salvación está más cerca que cuando
empezamos a creer. La noche está avanzada, el día se echa encima: dejemos las
actividades de las tinieblas y pertrechémonos con armas de la luz.
   Conduzcámonos como en pleno día, con dignidad. Nada de comilonas ni,
borracheras, nada de lujuria ni desenfreno, nada de riñas ni pendencias. Ves-
tíos del Señor Jesucristo, y que el cuidado de vuestro cuerpo no fomente los
malos deseos.

Mateo 24,37-44

   Dijo Jesús a sus discípulos:
   -Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará cuando venga el Hijo del hombre.
   Antes del diluvio la gente comía y bebía y se casaba, hasta el día en que
Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los
llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre:
   Dos hombres estarán en el campo: a uno se lo llevarán y a otro lo
dejarán; dos mujeres estarán moliendo: a una se la llevarán y a otra la
dejarán.
   Estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro señor.
   Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene
el ladrón estaría en vela y no dejaría abrir el boquete en su casa.
   Por eso estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos
pensáis viene el Hijo del hombre.

Comentario

   El año litúrgico se abre con el anuncio de la segunda venida de Cristo.
Anuncio que nos lleva a tomar conciencia de nuestra condición de caminantes
en esta vida y suscita en nosotros un fuerte impulso de esperanza.
   Al sentirnos miembros de un pueblo peregrinante, que tiene su meta en el
futuro, nos invita la visión de Isaías contada en la primera lectura. Es Dios
quien espera y atrae con su presencia al pueblo elegido y a todos los pueblos
de la tierra hacia su casa, hacia el lugar donde Él habita.
   En ese ambiente de tensión hacia el futuro, en el espacio y en el tiempo,
creado por la liturgia, las palabras de Jesús en el evangelio resuenan con
mayor intensidad. Leemos hoy una parte del llamado discurso escatológico en
la versión de Mateo. Se trata del último de los cinco largos discursos de
Jesús, que jalonan el evangelio de Mateo, quien nos acompañará a lo largo del
ciclo "A".
   La fuerza de las palabras de Jesús radica en una doble comparación. Por
una parte está el argumento histórico: "Lo que pasó en tiempos de Noé, pasará 
cuando venga el Hijo del Hombre". Por otro lado, la comparación con un hecho
de la vida corriente: "Si supiera el dueño de casa a qué hora viene el
ladrón, estaría en vela".
   En ambos casos el punto central del significado es el "elemento sor-
presa". Ni los coetáneos de Noé pensaban en una posible intervención de Dios,
ni se piensa habitualmente en la "visita" nocturna de los ladrones.
   La conclusión que se debe sacar no es, sin embargo, fatalista, como si
nada se pudiera hacer para prevenir o preparar lo que nos espera. El
evangelio invita, por el contrario, a una actitud de vigilancia, es decir,
de atención y responsabilidad. La suerte distinta que corren los "dos hombres
que están en el campo" y las "dos mujeres que están moliendo", o Noé y su
familia en contraposición con la de sus contemporáneos, no es el resultado
de una solución arbitraria, independiente del modo en que habían vivido.
   De ah¡ la invitación a la atención, a mantenerse despiertos. Esta invita-
ción se hace más apremiante si consideramos, como lo hace S. Pablo en la 2ª.
lectura, que se está produciendo un doble movimiento acelerador de la
historia: la salvación está  cada vez más cerca, viene a nuestro encuentro.
Por nuestra parte debemos dejar que la gracia del bautismo vaya transformando
nuestro hombre viejo y "vistiéndonos del Señor Jesucristo".
   Ser miembros vivos de un pueblo que camina significa introducir la
esperanza como motivo de nuestro propio cambio interior y de las situaciones
que nos rodean para que el reino de Dios esté cada vez más cerca.

La sorpresa del anuncio

   El itinerario de crecimiento en la vida cristiana que representa cada año
litúrgico, comienza con la invitación a revivir la espera gozosa del Mesías
en el momento de la encarnación, como modo de preparar su retorno glorioso
al final de los tiempos.
   Esa invitación a revivir el acontecimiento pasado como forma de preparar
el futuro, nos abre el camino para meditar el evangelio que anuncia la
llegada del Hijo del Hombre desde la perspectiva del misterio de Nazaret, es
decir, desde el momento en que se anunció su primera venida.
   La escatología cristiana, que habla de lo que sucederá en las últimas
fases de la historia, hunde sus raíces en el pasado: Por eso la esperanza no
es una utopía, sino una luz animada por la certeza de que se cumplirá lo que
se anuncia.
   "Lo que pasó... pasará...". El punto de referencia que toma Jesús para
indicar cómo será el fin del mundo es lo que sucedía en tiempos de Noé. Todos
vivían inmersos en los quehaceres inmediatos de la vida y sólo algunos (sólo
Noé) percibió la llamada de Dios y se preparó.
   En esa misma línea de atención y escucha hay que situar la atención de
María y de José en Nazaret. Es cierta la amarga constatación del evangelista
Juan cuando hablando de la Palabra, dice: "En el mundo estuvo y, aunque el
mundo se hizo mediante ella, el mundo no la conoció. Vino a su casa pero los
suyos no la recibieron" (Jn 1,10-11). Pero también es cierto que cuando el
anuncio de la llegada del Mesías fue dirigido primero a María y luego a José,
ellos lo acogieron y respondieron afirmativamente. Lo mismo sucederá al final
de los tiempos.
   El anuncio, sin embargo, sorprendió a María. Lucas dice al narrarlo que
ella "se turbó", no tanto por la presencia del Ángel cuanto por el contenido
de las palabras que le dirigía.
   Nadie esperaba tanto la venida del Mesías como los israelitas verdade-
ramente creyentes en las promesas que Dios había hecho a sus padres. Y sin
embargo, cuando se cumple la promesa, cuando llega el Mesías, sorprende a
todos. Sorprende a Herodes, y con él a toda Jerusalén que "se sobresaltó" (Mt
2,3-4) al oír decir que habían visto la estrella que lo anunciaba.
   El anuncio sorprende también a María y a José‚ pero ¡qué distinta la
suerte de quien entonces esperaba verdaderamente y de quien no le importaba
nada o incluso lo temía! Como dijo el anciano Simeón, la aparición de aquel
niño reveló lo que se escondía en el corazón de cada uno. Así sucederá
también al final de los tiempos...
  
   Nos sorprenderás, Señor, cuando llegues.
   No sabemos cuánto queda aún de la noche,
   pero sabemos que la aurora está ya cerca.
   Nos sentimos, con alegría y esperanza,
   parte viva de un pueblo que camina
   hacia ti que vienes a su encuentro.
   Y cuando se crucen nuestros caminos
   comenzará la fiesta que no tiene fin
   en tu santa morada.
   Mientras tanto nos vamos preparando en la espera
   y en la escucha de todos los que nos traen noticias de ti.
   En realidad, todo lo que nos rodea,
   en su belleza incompleta,
   en su miseria o en la tragedia de su armonía truncada
   nos invita a esperar.

Ir hacia el que viene

   El núcleo central del mensaje litúrgico de este domingo, como el de todo
el Adviento, es el anuncio de la venida del Señor, del camino que Él ha hecho
para venir al encuentro del hombre y que culminará  al final de los tiempos
con su aparición gloriosa en este mundo. El adviento (= venida) es ante todo
un movimiento de Dios hacia el hombre.
   Debemos tomar conciencia de que lo que esperamos es el cumplimiento de la
salvación, de ese plan maravilloso que Dios ha concebido para el hombre y
para el mundo, y de que es Él, ante todo, quien lo lleva adelante. Y esto no
para desentendernos, sino para fomentar nuestra responsabilidad y compromiso.
El ha puesto todo entre nuestras manos, ¿qué hemos hecho de ello?
   Hay una espera por parte del hombre de que la salvación llegue a su
cumplimiento. Pero Dios también lo espera y no podemos defraudar la confianza
que Él ha puesto en nosotros.
   La parusía, dice Teillard de Chardin, se producirá por la acumulación de
los deseos y esperanzas de los hombres... Ciertamente, cada esperanza puesta
en un futuro mejor, cada deseo de un encuentro con el Señor son un paso que
contribuye a acelerar el momento del gran encuentro. Pero la parusía viene
sobre todo por el gran deseo que Dios tiene de encontrar al hombre. El nos
sorprenderá no sólo porque llegará en un momento imprevisto, sino también por
el regalo que nos trae: "Lo que el ojo nunca vio, ni la oreja nunca oyó, ni hombre
alguno ha imaginado, es lo que Dios ha preparado para los que le aman" (1Co
2,9).
   Es esa esperanza la que nos pone en pie y nos incita a seguir caminando.
Ella nos lleva también a reanimar todos los motivos de esperanza que vemos
a nuestro alrededor, seguros como estamos de que todos ellos tienen un
sentido en el gran designio de salvación, cuyo panorama completo, por ahora,
sólo Dios ve.

TEODORO BERZAL.hsf

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