sábado, 10 de diciembre de 2016

Ciclo A - Adviento - Domingo III

11 de diciembre de 2016 -  III DOMINGO DE ADVIENTO - Ciclo C

                                                "¿Eres tú el que ha de venir?"

-Is 35,1-6.8.10
-Sal 145
-St 5,7-10
-Mt 11,2-11

Isaías 35,1-6a. 10

   El desierto y el yermo se regocijarán, se alegrarán el páramo y la
estepa, florecerá como flor de narciso, se alegrará con gozo y alegría.
   Tiene la gloria del Líbano, la belleza del Carmelo y del Sarón.
   Ellos verán la gloria del Señor, la belleza de nuestro Dios. Fortaleced
las manos débiles, robusteced las rodillas vacilantes, decid a los cobardes
de corazón: Sed fuertes y no temáis.
   Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá 
y os salvará.
   Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saltará 
como ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará y volverán los rescatados del
Señor.
   Volverán a Sión con cánticos: en cabeza, alegría perpetua; siguiéndolos,
gozo y alegría. Pena y aflicción se alejarán.

Santiago 5,7-10

   Tened paciencia, hermanos, hasta la venida del Señor.
   El labrador aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras
recibe la lluvia temprana y tardía.
   Tened paciencia también vosotros, manteneos firmes, porque la venida del
Señor está cerca.
   No os quejéis, hermanos, unos de otros para no ser condenados. Mirad que
el juez está ya a la puerta.
   Tomad, hermanos, como ejemplo de sufrimiento y de paciencia a los
profetas, que hablaron en nombre del Señor.

Mateo 11,2-11
  
   Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a
preguntar por medio de dos de sus discípulos:
   -¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?
   Jesús les respondió:
   -Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los
inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos
resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia. ¡Y dichoso el que
no se siente defraudado por mí!
   Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan:
   -¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el
viento? ¿O qué fuisteis a ver, un hombre vestido con lujo? Los que visten con
lujo habitan en los palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver un profeta?
   Sí, os digo, y más que profeta; él es de quien está escrito:
   "Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti".
   Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista,
aunque el más pequeño en el Reino de los cielos es más grande que él.
                         
Comentario

   Como el domingo pasado, el mensaje de la Palabra de Dios se cifra hoy en
la relación entre Juan Bautista y Jesús. La liturgia nos invita a dar un paso
más en la reflexión, yendo desde los dos estilos de vida y de mensaje hacia
la identidad de las personas.
   De todos los momentos en los que se habla de Juan Bautista en el
evangelio (infancia, predicación inicial, bautismo de Jesús, encarcelamiento
y muerte) el pasaje que leemos hoy tiene un significado particular para
descubrir su identidad y, de rechazo, la del Mesías.
   Por lo que dice el evangelio, podemos suponer que Juan se encuentra en un
momento de crisis; no sólo porque está en la cárcel, sino sobre todo por la
duda que se asoma a su conciencia. Su misión y su vida entera tienen sentido
en función de la aparición inmediata del Mesías. Si esto no acontece, todo
se hunde en el vacío. Pero Juan, en cuanto hombre de gran fe, en cuanto
profeta, no se deja aprisionar interiormente por la situación en que vive,
ni por la desesperanza a la que podría llevarle la duda que empieza a nacer
del contraste entre lo que él anunciaba y lo que oye decir. Por eso pregunta,
y lo hace de una manera explícita y perentoria: "¿Eres tú el que ha de venir
o tenemos que esperar a otro?".
   La respuesta de Jesús comporta la revelación de su propia identidad, y en
segundo término también de la de Juan Bautista.
   En la pregunta y en la respuesta hay una profunda enseñanza para toda
búsqueda que se realiza desde la fe. A Jesús se le reconoce como Mesías por
las obras que realiza. Pero se trata no de una mera constatación del valor
benéfico de éstas, sino de saber interpretarlas como cumplimiento de las
promesas formuladas en la Escritura para el momento de la aparición del
Mesías. Es ese paso de fe, que confirma la esperanza, el que Jesús con su
respuesta ayuda a dar a Juan (y con él a nosotros).
   Quizá la duda de Juan había nacido de la falta de correspondencia entre
las obras que él había anunciado como propias del Mesías y lo que ahora oía
contar desde la cárcel acerca de Jesús, o bien de la dilación en la llegada
del Reino de Dios como él lo entendía. Lo cierto es que necesitaba una ayuda
para seguir creyendo.
   El camino elegido por Dios para salvar al hombre desconcierta, si no se
asume en la fe. Esa fe que hoy, como en los tiempos de Juan, debe revestirse
de paciencia (2ª. lectura) porque, a pesar de todas las apariencias, "la
venida del Señor está cerca". Desde la fe en Cristo, la bella descripción de
la situación que se producirá cuando Dios se manifieste, confirma la
realización de las promesas y nos remite hacia su cumplimiento total en la
plenitud del Reino (1ª. lectura).

"La criatura dio un salto"
  
   La pregunta de Juan desde la oscuridad de la cárcel nos lleva a pensar en
el primer encuentro que tuvo con Jesús, cuando ambos vivían en el seno de sus
madres. Ya desde esos momentos iniciales el evangelio perfila lo que más
tarde se iría manifestando: la misión de Juan está en función de la venida
de Jesús, y con su testimonio ayuda a descubrir quién era realmente el
Mesías.
   Recordemos brevemente la escena descrita por Lucas (1,39-42). María
(algunos autores avanzan la hipótesis poco probable de que fuera acompañada
por José) entra en la casa de Zacarías y saluda a Isabel, su prima, ya
entrada en años y encinta. "En cuanto oyó Isabel el saludo de María, la
criatura dio un salto en su vientre" (1,41). Más adelante la misma Isabel
explica que se trata de un salto "de alegría" (1,44). El término "saltar"
empleado por Lucas es sorprendente. No se refiere a un movimiento cualquiera,
sino a un saltar ritmado, a un paso de danza provocado por la alegría. Los
exégetas lo ponen en relación con la danza de David ante el arca, lugar de
la presencia del Señor (2Sam 6). Y esa alegría de Juan en el seno de su madre
tiene una causa: el Ángel Gabriel se lo había anunciado a Zacarías en estos
términos, "Se llenará de Espíritu Santo ya en el seno de su madre" (Lc 1,15).
Ciertamente se puede observar que en la escena de la visitación no se afirma
explícitamente que Juan fuera lleno del Espíritu Santo, sino su madre. Quizá 
porque el evangelista considera que la madre y el niño (aún en el seno)
forman un solo ser viviente o porque es Isabel la que habla.
   Desde la oscuridad de la cárcel, donde el evangelio nos presenta hoy a
Juan, es bueno recordar esa escena de gozo que anuncia la vocación del
profeta ya en sus comienzos. El es el amigo del esposo, que se alegra mucho
al oír su voz, y su alegría llega al colmo cuando el Mesías crece (Jn 3,30).
   Y, sin embargo, Juan necesita que Jesús le anuncie la buena nueva, le
ayude a dar el paso de la antigua a la nueva alianza para aceptarla como Dios
la ha previsto. En realidad, como Jesús explica en los versículos que siguen
al texto que se lee hoy, hay una ruptura fundamental: "La ley y todos los
profetas han profetizado hasta Juan... Desde que apareció Juan hasta ahora
se usa violencia contra el Reino de Dios" (Mt 11,14.12).
   Todos necesitamos ponernos a la escucha de Jesús para aceptarlo mediante
la fe como el Mesías enviado por Dios, para descubrir que el camino de la
salvación por Él elegido, responde al plan de Dios, y no violenta ni a las
personas ni los tiempos establecidos.
   El camino de la fe pasa por los momentos exaltantes de la alegría, pero
se aquilata cuando, desde la oscuridad se acepta, con la ingenuidad de un
niño, el paso hacia lo que Dios ha dispuesto. Así se es grande en el Reino.
  
   Señor Jesús, tu modo de obrar
   nos revela quién eres,
   y tu manera de ser
   nos dice quién es Dios.
   Te bendecimos Jesús, Hijo de Dios,
   porque también hoy quieres,
   mediante la acción de tu Espíritu,
   que seamos nosotros
   una presencia de salvación
   entre la gente con la que vivimos.
   Tú eres verdaderamente el que debe venir,
   eres t£ el que nosotros necesitamos,
   el que colma y supera
   todas nuestras esperanzas
   y el que nos enseña con su obrar
   como construir ya ahora el Reino que esperamos.

Alegría y humildad

   Después de dar el paso de la fe para reconocer en Jesús al enviado de
Dios que cumple todas sus promesas, la Palabra de Dios nos invita a asumir
en nuestra vida y a realizar lo que podríamos llamar la praxis mesiánica, es
decir, ese modo de obrar, a la vez cercano al hombre y trascendente, delicado
y firme, que vemos en Jesús. "El Señor hace justicia a los oprimidos, da pan
a los hambrientos..." (Sal 145). Ese es el único modo de trabajar con
eficacia en la construcción del Reino de Dios, que se anuncia al proclamar
la buena nueva.
   Para asumir ese talante, ese estilo de vida, hemos destacado dos actitu-
des cristianas muy cercanas entre sí: la humildad y la alegría. Se desprenden
fácilmente de la figura de Juan, vista en su relación con Jesús en los
diversos momentos de su vida, y son un ingrediente necesario del modo de
actuar para los que siguen a Jesús.
   Ese gozo ante la salvación operada por Dios en la historia de manera
definitiva con la venida de Cristo, no debe abandonar nunca al cristiano, ni
siquiera en los momentos de duda o confusión, cuando parece que nada se
mueve, cuando los tiempos son mucho m s largos de lo que se había previsto.
   Y luego está la humildad. ¡Cuánto la necesitamos! En primer lugar para
saber preguntar como Juan. No es fácil a veces reconocer el propio estado de
confusión, de ignorancia, de duda... y saber ir a preguntar a quien nos puede
iluminar, confortar, animar. Humildad también para aceptar en nuestra vida
y en la de los demás que en último término la grandeza en el Reino no se
establece por la importancia de la función que uno desempeña en la Iglesia
o en la sociedad, ni por la belleza del mensaje del Mesías.
TEODORO BERZAL.hsf


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