22 de enero de 2017 - III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Está cerca el Reino
de los cielos"
-Is 8,23-9,3
-Sal 26
-1Co 1,10-13,17
-Mt 4,12-23
Mateo
4,12-23
Al enterarse Jesús de que habían
arrestado a Juan se retiró a Galilea.
Dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún, junto al lago,
en el territorio
de Zabulón y Neftalí. Así se cumplió lo que había dicho el
profeta Isaías:
"País de
Zabulón y país de Neftalí, camino del mar, al otro lado del
Jordán, Galilea de los gentiles. El pueblo que habitaba en
tinieblas vio una
luz grande; a los que habitaban en tinieblas y sombras de
muerte, una luz les
brilló".
Entonces comenzó
Jesús a predicar, diciendo:
-Convertíos porque
esta cerca el Reino de los cielos.
Pasando junto al
lago de Galilea vio a dos hermanos, a Simón, al que
llamó Pedro, y a Andrés, que estaban echando el copo en el
lago, pues eran
pescadores.
Les dijo:
-Venid y seguidme y
os haré pescadores de hombres. Inmediatamente dejaron
las redes y le siguieron.
Y pasando adelante
vio a otros dos hermanos, a Santiago, hijo de Zebedeo,
y a Juan, que estaban en la barca repasando las redes con
Zebedeo, su padre.
Jesús los llamó también. Inmediatamente dejaron la barca y a
su padre y lo
siguieron.
Recorría toda
Galilea enseñando en las sinagogas y proclamando el
Evangelio de Reino , curando las enfermedades y dolencias
del pueblo.
Comentario
La llamada urgente
a la conversión es el mensaje central de la Palabra de
Dios en este domingo. Ese es el anuncio que Jesús,
repitiendo lo que Juan
Bautista predicaba, proclama al comienzo de su ministerio
público.
El texto evangélico
se articula en cuatro partes bien diferenciadas que
forman la introducción al discurso de la montaña, elemento
central del
evangelio de Mateo.
La primera parte
narra el comienzo de la actividad de Jesús. Si todos los
evangelios señalan que comenzó a predicar en Galilea, sólo
Mateo siente la
necesidad de justificar esta circunstancia con un texto del
Antiguo Testa-
mento en el que el profeta Isaías anuncia la liberación de
las "sombras de
la muerte" para esas tierras, tradicionalmente alejadas
(y no sólo
geográficamente) del centro religioso y político que era
Jerusalén. Es allí
donde, contrariamente a todas las previsiones, empezó a
brillar la luz de la
buena nueva traída por el Mesías.
Mateo da a
continuación de forma sintética el contenido de la predicación
de Jesús: "Convertíos porque está cerca el Reino de los
cielos". El
imperativo de la conversión está motivado por la cercanía
del reinado de
Dios. Podríamos intentar traducir la fuerza que tiene de por
sí el anuncio
expresándolo en otros términos. Sonaría más o menos así:
Dios ha decidido
intervenir definitivamente en la historia humana creando un
orden nuevo de
cosas cuyo centro es la persona de Jesús; si no queréis que
todo lo que
existe quede sin sentido, tenéis que abandonarlo o
reorganizarlo de modo que
responda a ese reinado que Dios establece en el mundo.
El motivo del
imperativo de conversión está en la proximidad de la llegada
del Reino de Dios. Y la urgencia viene concretizada en la
escena que el
evangelio narra a continuación: la llamada a los discípulos.
Del
"convertíos", llamada genérica dirigida a todos, se pasa a la llamada
personalizada dirigida a Pedro, Andrés, Santiago y Juan,
mientras están
ocupados en sus quehaceres cotidianos.
Vemos así
concretamente que la llamada a la conversión, es una llamada al
seguimiento de Jesús. Se advierte también la radicalidad y
prontitud de la
invitación y de la respuesta. Esa prontitud traduce en lo
concreto de la vida
la inminencia con la que se anuncia la llegada del Reino de
Dios: "Está
cerca".
Concluye el
evangelio de hoy con un resumen de lo que fue toda la vida de
Jesús: anuncio del evangelio del Reino y curación de los
males del pueblo.
Maravillosa síntesis hecha de palabras y hechos, de atención
a cada persona,
que se irradia en toda la región y tiende a abarcar el mundo
entero. Mateo
repite la misma expresión al concluir el sermón de la
montaña y los milagros
que le siguen, formando así una sección literaria bien
determinada por una
inclusión (cfr. Mt 4,23 = Mt 9,35).
"Dejó Nazaret"
El comienzo de la
llamada vida pública de Jesús supone el abandono del
pueblo donde había crecido para trasladarse a Cafarnaún,
población que Mateo
presenta después en su evangelio como la ciudad de Jesús
(cfr. Mt 9,1).
Carlos de Foucauld
ha escrito en su diario una página espléndida titulada
precisamente "La última noche de Jesús en
Nazaret". Vale la pena leerla.
"23 de
febrero. Señor mío Jesús, esta es la última noche que pasas en
Nazaret antes del bautismo. La última noche de tu vida
escondida, la última
noche de esa primera parte de tu vida, de tu tranquila y
suave oscuridad de
Nazaret. Aún una noche para orar con María como lo has hecho
tantas veces y
luego todo acabará para siempre. Tendrás que pasar después
otras noches en
oración con tu Madre, pero ya nunca más en esta
oscuridad, en este retiro, en esta soledad no sólo del lugar
sino del alma,
desconocido de todos excepto para ella. Que se cumpla la
voluntad de Dios,
sea cual fuera, bendita sea. El bien y la gloria de Dios
brotará de esos
sufrimientos. Para que Él sea servido y amado tienes tú que
darle a conocer
y puesto que te has hecho hombre, oh Señor mío, tendrás que
sufrir. Es una
ley universal que viene desde Adán: el hombre sólo puede
hacer el bien sobre
la tierra a costa de mucho sufrimiento, "con el sudor
de su frente". Mañana
dejarás este pueblecillo que te ha acogido y ocultado
durante treinta años
¡Qué angustia para tu Madre que contempla temblando el
futuro, el camino que
se abre delante de ti! Y sin embargo está resignada; adora,
acepta, ama la
voluntad de Dios. Pero aun queriendo de todo corazón lo que
Dios quiere,
incluso tus sufrimientos, ¡cómo sufre de todo corazón
también! Y tú, Dios
mío, tu partías a la vez triste y gozoso para ofrecer a Dios
ese sacrificio
completo que le da toda gloria, y gozoso también por poder
proporcionar el
bien a los hombres. ¡Qué prisa tenías por ser bautizado con
ese bautismo de
tu sangre! Deseabas con ardiente deseo llegar a la última
cena..."
Con esa despedida,
leída ya por Charles de Foucauld a la luz de la
Pascua, Jesús cumple el gesto que ilumina con el evangelio
toda la región de
la Galilea y el mundo entero.
En la perspectiva
del evangelio de Mateo existen dos tipos de oscuridad:
una que hay que rescatar, iluminar, dar vida (son las
"tinieblas y sombras
de muerte") otra es la oscuridad y silencio donde se va
forjando la luz y la
palabra. Esta última es la de los "años oscuros"
de Jesús en Nazaret.
La luz del mundo fue creciendo en Nazaret de manera que
cuando se mostró a
todos, para que se cumpliera la palabra de Isaías, era ya la
"luz grande" que
podía iluminar a todo el pueblo.
Toda la vida de
Jesús ha podido ser interpretada como una aparición
luminosa: "La gracia manifestada ahora por la aparición
en la tierra de
nuestro Salvador, el Mesías Jesús; Él ha aniquilado la
muerte y ha irradiado
la vida y la inmortalidad por medio del evangelio"
(2Tim 1,10)
Señor Jesús, luz de las gentes,
que alumbras a todo hombre venido a este
mundo,
te bendecimos y agradecemos
por habernos sacado de la tiniebla de la
muerte
y habernos llevado al Reino del Padre de las
luces,
del que viene todo don perfecto.
Que el fuego de tu Espíritu
nos purifique y transforme
de modo que podamos mirarnos en ti
y desde ti ser también nosotros luz
para todos los que están en la casa.
"Luz de las gentes"
"La Iglesia es
en Cristo luz de las gentes..." Así comienza la constitu-
ción del Vaticano II sobre el misterio de la Iglesia. La
Palabra de Dios nos
lleva hoy a tomar conciencia personal de ello y a tratar de
encarnarlo en la
vida como camino de conversión.
Ante todo tenemos
que recordar que, como amaban decir los Padres de la
Iglesia, nuestro bautismo es una "iluminación".
Comentan así el himno
paulino: "Despierta tú que duermes y te iluminará el
Mesías" (Ef. 5,14).
S. Justino expresó
en estos términos el simbolismo del bautismo: "Esta
ablución se llama iluminación porque quienes reciben esta
doctrina tienen el
espíritu iluminado. Y por eso en el nombre de Jesucristo,
que fue crucificado
bajo el poder de Poncio Pilato, y en el nombre del Espíritu
Santo, que
predijo por medio de los profetas toda la historia de Jesús,
es lavado aquel
que es iluminado".
El bautismo es
iluminación porque al neófito se le entrega la plenitud de
la verdad revelada. Pero lejos de toda interpretación
intelectualista, los
padres insistían en el caminos de conversión de vida que
supone el bautismo.
Se trata, en efecto de ir transformando la vida entera con
la luz recibida,
de ir dejando de lado las obras de las tinieblas, porque la
noche está ya
avanzada (Rom 3,11).
En la medida en que
dejemos crecer la luz en nosotros mismos podremos ser
testigos de Cristo e iluminar a quienes nos rodean y a los
que somos
enviados: "Vosotros sois la luz del mundo... Alumbre
también vuestra luz a
los hombres; que vean el bien que hacéis y glorifiquen a
vuestro Padre del
cielo" (Mt 5,14-16).
Muchas son las
obras a las que está llamado el cristiano para ser testigo
de la luz recibida. La 2ª. lectura de hoy nos invita a una
particularmente
importante: ser testigos de unidad y comunión, que es como
decir que la luz
es sólo una, Cristo. La unidad de la fe es el mayor signo
que se puede
ofrecer para su credibilidad. Por eso la renuncia a las
polémicas inútiles
y a las divisiones internas en la comunidad es un gran paso
en el camino del
testimonio y de la evangelización. Lo que vemos evidente a
nivel mundial en
el movimiento ecuménico es también cierto en el ámbito
concreto de nuestra
comunidad.
TEODORO BERZAL.hsf
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