12 de
febrero de 2017 - VI DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Pero yo os
digo..."
-Eclo
15,16-21
-Sal 118
-1Co
2,6-10
-Mt
5,17-37
Mateo 5,17-37
Dijo Jesús a sus discípulos:
-No creáis que he venido a abolir la ley o
los profetas: no he venido a
abolir,
sino a dar plenitud. Os aseguro que pasarán el cielo y la
tierra antes
que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que
se salte
uno solo de estos preceptos menos importantes, y se lo enseñe así
a los
hombres, será menos importante en el Reino de los cielos. Pero quien
los cumpla
y enseñe, será grande en el Reino de los cielos.
Os lo aseguro: si no sois mejores que los
letrados y fariseos, no entra-
réis en el
Reino de los cielos.
Habéis oído que se dijo a los antiguos: no
matarás, y el que mate será
procesado.
Pero yo os digo: todo el que está‚ peleado con su hermano será
procesado.
Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer
ante
El sanedrín,
y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego.
Por lo tanto, si cuando vas a poner tu
ofrenda sobre el altar, te
acuerdas allí
mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu
ofrenda
ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y en-
tonces
vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito procura
arreglarte
en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te en-
tregue al
juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro
que no
saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.
Habéis oído el mandamiento: "No cometerás
adulterio". Pues yo os digo: el
que mira a
una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su
interior.
Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale
perder un
miembro que ser echado entero en el abismo. Si tu mano derecha te
hace caer,
córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir
a parar
entero en el abismo.
Está mandado: "El que se divorcie de su
mujer, que le dé acta de
repudio".
Pues yo os digo: el que se divorcie de su mujer -excepto por causa
de prostitución-
la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada
comete
adulterio.
Sabéis que se mandó a los antiguos: "No
juraréis en falso" y "Cumplirás
tus votos
al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el
cielo, que
es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies;
ni por Jerusalén,
que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues
no puedes
volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí
o no. Lo
que pasa de ahí viene del Maligno.
Comentario
El evangelio de este domingo nos ofrece
la parte más amplia del sermón
de la montaña.
Después de las bienaventuranzas y las dos comparaciones (sal
y luz) con
las que llama la atención sobre la responsabilidad de sus
discípulos,
Jesús habla sobre el cumplimiento de la ley y su interpretación.
En el marco litúrgico en que se lee, la
advertencia del Eclesiástico
sobre la
responsabilidad personal en la elección del bien ("Dios lo ve todo")
y la de S.
Pablo sobre la sabiduría "que no es de este mundo", son una buena
introducción
al mensaje central que nos ofrece el evangelio.
El pasaje que la liturgia elige en el
evangelio de Mateo tiene dos
partes. La
primera presenta como tema el sentido de la ley para el discípulo
de Jesús.
En la segunda se inicia la serie de antinomias con las que Jesús
corrige e
interpreta la ley antigua a la luz de la plenitud de la revelación
que supone
su venida. En este domingo se leen las tres primeras antinomias
("Habéis
oído que se dijo.../ pero yo os digo...") sobre el homicidio, el
adulterio
y el juramento. Las dos últimas serán leídas el domingo próximo.
Punto clave para entender todo el pasaje es
el v. 20, donde Jesús dice:
"Si
vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no
entraréis
en el Reino de Dios". Por justicia hay que entender la respuesta
del hombre
a la acción salvadora de Dios, es decir, su fidelidad a la volun-
tad de
Dios.
Jesús no condena la fidelidad, incluso
minuciosa de los escribas y
fariseos,
sino que invita a superarla. Su planteamiento sería este: Si al
amor de
Dios que se ha revelado a Israel debe corresponder una gran fidelidad
por parte
de los hombres, cuánto más ahora que se han cumplido todas las
promesas;
se ha inaugurado una época nueva en la que ya no basta una
minuciosidad
en la observancia llevada hasta el extremo, sino que hay que dar
el paso de
la fidelidad total.
Cada una de las antinomias propone en uno de
los ámbitos de la vida (las
relaciones
con el prójimo, el matrimonio, el juramento) esa lógica en la que,
a partir
de Jesús, revelación total del amor de Dios, ya no es suficiente dar
una parte
de la propia vida, hay que darla enteramente para recibirla en
plenitud.
Las palabras de Jesús no se sitúan, pues, en
contraposición con las de la
ley
antigua, sino que van a la raíz misma del comportamiento humano, pidiendo
una
actitud positiva ante Dios y ante el prójimo desde el fondo del corazón.
Es la
actitud que Él mismo adopta poniéndose en una línea de fidelidad
radical -
hasta la última tilde - de lo que era la voluntad del Padre sobre
su vida,
aunque ello le costara llegar a la cruz.
En realidad ésa es también la mejor interpretación
de los preceptos de la
antigua
ley.
En Nazaret
En el sermón de la montaña Jesús explica en qué
consiste en lo concreto
de la
vida, el paso de conversión que requiere la buena nueva de la llamada
al Reino
de Dios.
Como en otras ocasiones, para meditar el
evangelio desde Nazaret, diremos
que antes
de ser proclamado fue vivido, y que, aun careciendo de muchos
detalles,
podemos pensar que esas actitudes más profundas, más finas, más
comprometidas
pedidas por Jesús a sus seguidores existieron ya en su hogar
familiar.
Veámoslas con respecto a cada una de las
antinomias en las que Jesús
llama a
vivir ya la realidad de la nueva alianza entre Dios y el hombre.
- Más allá del atentar contra la vida
del otro e incluso de la graduali-
dad de las
actitudes de cólera y enfado contra el prójimo, está esa bondad
del corazón
de quien acepta a los demás en su vida como don de Dios. La
acogida reciproca
de los tres que vivieron en Nazaret, precisamente porque
Dios les había
salido al encuentro en su vida, nos ayudar a entender el
camino
para llegar al fondo de las razones de nuestro comportamiento en la
era nueva
inaugurada por la venida de Cristo.
- Es muy importante el culto ofrecido a
Dios, pero debe ser una mani-
festación
de la rectitud de la persona y no un camuflaje indigno de Dios y
del
hombre. De ahí la importancia del camino que precede al momento de la
ofrenda
cultual como lugar de encuentro con el hermano y como tiempo abierto
a la reconciliación.
Mirando a la Sagrada Familia, vemos que lo que predomina
en su vida
es la sencillez de la vida ordinaria, el camino que va hacia el
sacrifico último
y definitivo de Cristo en la cruz. La importancia que da
Jesús al
tiempo que lo precede, al camino hacia el altar, es también una
valoración
del tiempo de Nazaret.
-¨Y qué decir del amor virginal de María y
José? El amor plenamente
humano
vivido en la intimidad de un hogar y fiel al designio de Dios sobre
sus vidas
habla por sí solo de la delicadeza pedida por Jesús en las relacio-
nes entre
el hombre y la mujer.
-Por fin la sencillez en la palabra. En el
fondo el juramento de que se
habla en
el evangelio es un intento servirse de la autoridad de Dios para dar
más peso a
lo que uno dice. Fácil debió ser la tentación para María y José
de acudir
a ese recurso en las dramáticas circunstancias de los comienzos de
su vida en
común. Por el evangelio sabemos, sin embargo, que fue Dios mismo
quien tuvo
que intervenir mediante un Ángel para decir a José que la criatura
que su
esposa llevaba en el seno era obra del Espíritu Santo...
En los evangelios de la infancia podemos
encontrar una confirmación clara
de que Jesús
no vino a abolir la ley, sino a darle cumplimiento. Junto con
María y
José cumplió y enseñó a los hombres el camino de la perfecta
fidelidad
a Dios.
Te pedimos, Padre, la efusión del Espíritu
Santo,
sobre nosotros y sobre toda la Iglesia.
Él, que penetra las profundidades
y da la verdadera sabiduría,
transforme nuestros corazones
para que sepamos acoger con ánimo abierto
todo lo que nos revelas como tu voluntad
y sepamos cumplirlo generosamente.
Que el Espíritu Santo nos lleve, como a Jesús,
a cumplir la ley hasta el último detalle
sin dejarnos aprisionar por el legalismo
ni por otros falsos motivos,
que llevan a una fidelidad formal
pero carente de vida.
Cumplir la ley
Cumplir la ley y los profetas, en el sentido
que se da a esta expresión
en el
evangelio de hoy, es llevar a su plenitud el designio de Dios revelado
en los
libros sagrados. Pero se trata de una realización concreta, de un modo
de actuar
que llena de contenido lo que las Escrituras proclaman.
Hay un modo de cumplir la ley que lleva al
desánimo o al orgullo, según
los casos.
Desánimo si, por pretender una minuciosidad carente de
discernimiento
se llega a la sensación de no poder llevar a la práctica todo
lo que uno
considera obligatorio. Orgullo, si uno se cree perfecto por la
correspondencia
formal entre lo que hace y lo que está mandado.
Son estos caminos por donde se pierden
muchas veces nuestros com-
portamientos
aún sin evangelizar ni redimir.
La Palabra de Dios nos invita hoy a recorrer
otra senda. Se trata en
primer
lugar de acoger mediante la fe el don de gracia que el Señor da y
dejar que
el Espíritu Santo transforme nuestro corazón escribiendo en él su
ley. De
esta forma, renovados desde dentro, podemos amar de verdad todo lo
que el Señor
prescribe y cumplirlo por amor a Él.
Visto así el cumplimiento de la ley, es algo
que construye verdaderamente
a las
personas y las hace crecer. La ley no será ya como un peso o una norma
meramente
externa a la que adecuar la propia conducta. "Así la exigencia
contenida
en la ley puede realizarse en nosotros, que ya no procedemos
dirigidos
por los bajos instintos, sino por el Espíritu" (Rom 8,4).
Desde esa motivación de fondo, cobran su sentido
dos actividades que
tienen una
importancia fundamental para el crecimiento espiritual: la aten-
ción para
conocer cada vez mejor la voluntad de Dios a través del estudio y
la meditación
de la Palabra y la preocupación por ser cada vez más delicados
y exactos
en practicar lo que sabemos que Dios, por medio de varias mediacio-
nes, nos
pide en lo concreto de la vida.
El continuo paso de la motivación de fondo a
las cosas concretas en que
se
desenvuelve nuestra vida, como lo hace el evangelio de hoy, es
completamente
necesario para respirar el aire puro del Espíritu.
TEODORO BERZAL.hsf
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