sábado, 1 de abril de 2017

Ciclo A - Cuaresma - Domingo V

2 de abril de 2017 - V DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo A

                    "Yo soy la Resurrección y la Vida"

Ezequiel 37,12-14

   Esto dice el Señor:
   -Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepul-
cros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros
sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo, sabréis que soy el Señor:
os infundiré mi espíritu y viviréis; os colocaré en vuestra tierra, y sabréis
que yo el Señor lo digo y lo hago. Oráculo del Señor.

Romanos 8,8-11

   Hermanos: Los que están en la carne no pueden agradar a Dios.
   Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el espíritu, ya que el Espí-
ritu de Dios habita en vosotros.
   El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo.
   Si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el
espíritu vive por la justicia.
   Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en
vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará tam-
bién vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Juan 11,1-45

   Un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana,
había caído enfermo. (María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó
los pies con su cabellera: el enfermo era su hermano Lázaro).
   Las hermanas le mandaron recado a Jesús, diciendo:
   -Señor, tu amigo está enfermo.
   Jesús, al oírlo, dijo:
   -Esta enfermedad no acabará con la muerte, sino que servirá para la
gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.
   Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que
estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba.
   Sólo entonces dice a sus discípulos:
   -Vamos otra vez a Judea.
   Los discípulos le replican:
   -Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿vas a volver allí?
   Jesús contestó:
   -¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza porque ve
la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza porque le falta la
luz.
   Dicho esto añadió:
   -Lázaro, nuestro amigo, está dormido: voy a despertarlo.
   Entonces le dijeron sus discípulos:
   -Señor, si duerme, se salvará.
   (Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del
sueño natural.)
   Entonces Jesús les replicó claramente:
   -Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado
allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.
   Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos:
   -Vamos también nosotros y muramos con él.
   Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. Betania
distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido
a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.
   Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro,
mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús:
   -Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún
ahora sé que todo los que pidas a Dios, Dios te lo concederá.
   Jesús le dijo:
   -Tu hermano resucitará.
   Marta respondió:
   -Sé que resucitará en la resurrección del último día.
   Jesús le dice:
   -Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto,
vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?
   Ella le contestó:
   -Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía
que venir al mundo.
   Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja:
   -El maestro está ahí, y te llama.
   Apenas lo oyó, se levantó y salió a donde estaba Él: porque Jesús no
había entrado todavía a la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había
encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que
María se levantaba y salía de prisa, la siguieron, pensando que iba al
sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se
echó a sus pies, diciéndole:
   -Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano.
   Jesús, viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acom-
pañaban, sollozó y muy conmovido, preguntó:
   -¿Dónde lo habéis enterrado?
   Le contestaron:
   -Señor, ven a verlo.
   Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban:
   -¡Cómo lo quería!
   Pero algunos dijeron:
   -Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido
que muriera éste?
   Jesús, sollozando de nuevo, llegó hasta la tumba. (Era una cavidad
cubierta con una losa.) Dijo Jesús:
   -Quitad la losa.
   Marta, la hermana del muerto, le dijo:
   -Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.
   Jesús le dijo:
   -¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios?
   Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo:
   -Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas
siempre; pero lo digo por la gente que me rodea para que crean que tú me has
enviado. Y dicho esto, gritó con voz potente:
   -Lázaro, ven afuera.
   El muerto salió, los pies y la manos atados con vendas, y la cara
envuelta en un sudario. Jesús les dijo:
   -Desatadlo y dejadlo andar.
   Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había
hecho Jesús, creyeron en Él.
                        
Comentario

   El itinerario catecumenal que la Iglesia realiza cada año en la cuaresma
llega hoy a su punto culminante. Mirando a los domingos precedentes, podemos
sintetizarlo así: pasando a través del "agua" del bautismo, el cristiano es
iluminado por la "luz" de Cristo y recibe la "vida" de los hijos de Dios.
   La catequesis litúrgica de este domingo nos lleva a contemplar cómo el
Espíritu de Dios da vida y pone en marcha a todo un pueblo (1ª. lectura),
habitando y transformando la vida desde el interior de cada persona (2ª.
lectura) y conduciéndola a Cristo en quien está la verdadera vida y la resu-
rrección (3ª. lectura).
   Detengámonos un momento en el relato de la resurrección de Lázaro, para
captar el mensaje global de estas lecturas. En el evangelio de Juan ocupa un
lugar importante por tres motivos: se presenta el símbolo (vida) en el que
confluyen los que ha empleado anteriormente (agua, luz); Marta confiesa
explícitamente la fe de la Iglesia: "Sí, Señor, yo creo..."; la consecuencia
de la resurrección de Lázaro es la decisión de los sumos sacerdotes y los
fariseos de condenar a muerte a Jesús.
   El relato de este "gran signo" viene presentado por el evangelista en
tres etapas. Después de unos versículos de introducción en los que se
describe la situación, Jesús da a sus discípulos algunas instrucciones
fundamentales para introducirlos en el significado del milagro que realizará.
El conoce exactamente, aunque a distancia, cómo están las cosas: Lázaro no
está dormido, sino muerto. Pero la muerte no es la situación definitiva de
quienes son "amigos" suyos. Quien muere con Él, no en el sentido material al
que se refiere Tomás invitando a sus compañeros a ir a Jerusalén, sino
vinculándose a Jesús mediante la fe, vivirá.
   La segunda parte de la narración pone el acento sobre el camino de fe que
recorren las hermanas de Lázaro y de modo especial Marta. Ésta, en un diálogo
intenso con Jesús, que tiene como trasfondo el hecho de la muerte de Lázaro,
es conducida a confesar su fe. Ante la afirmación solemne de Jesús
introducida por la expresión "Yo soy", Marta no pone condiciones. Acepta no
sólo que Él puede dar la vida, sino que Él es la vida. Llega así a la verdad
de la fe: "Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios".
   El gran milagro que sigue confirma la verdad de esa fe. A pesar de las
vacilaciones de las hermanas de Lázaro y de quienes rodean a Jesús, Éste
cumple el signo de llamar a la vida a un muerto, mostrando así que "igual que
el Padre resucita a los muertos y les da la vida, también el Hijo da la vida
a quien quiere" (Jn 5,21-22). El Hijo lo hace, sin embargo, en plena sumisión
al Padre, "para gloria de Dios" (11,4).
   La resurrección de Lázaro anticipa así, en cierto modo, la resurrección
de Jesús "porque el Padre dispone de la vida y ha concedido también al Hijo
el disponer de la vida" (Jn 5,26) y es un signo de la resurrección final de
todos los que duermen en Cristo.

"Jesús se echó a llorar"

   Uno de los aspectos más profundos y delicados en los que se manifiesta la
realidad de la encarnación es en el de los sentimientos. Jesús, llorando por
la muerte de su amigo Lázaro, nos da ocasión para meditarlo. Es más, su
llanto sereno y la potencia de su voz que resucita a los muertos nos revelan
su doble condición, igualmente verdaderas, de hombre y de Dios.
   Dos son los sentimientos que manifiesta Jesús externamente en ese trance:
el primero es el de turbación e indignación, el segundo el de pena por la
pérdida de Lázaro. Algunas traducciones del evangelio no hacen esta
distinción y ven en los versículos 33,35 y 38 diversas manifestaciones,
reprimidas unas y más libres otras, del mismo llanto.
   Sin embargo, ante la actitud de duda e incredulidad de María, la hermana
de Lázaro, y de los judíos, Jesús se turba de indignación. Los comentaristas
vacilan entre dos interpretaciones. Para algunos Jesús se sorprende y se
indigna profundamente por la incredulidad que ve en quienes lo rodean. Para
otros ese sentimiento es producido por la desesperación de la condición
humana necesariamente sometida al sufrimiento y a las tinieblas de la muerte,
cuya raíz está en el pecado. Esta última interpretación contrasta con la
serenidad manifestada al comienzo del relato ante la noticia de la enfermedad
de Lázaro y el retraso voluntario de dos días para ir a Betania, dejando que
se cumpliera el ciclo natural de la enfermedad que desemboca en la muerte.
   Muy distinto sentido tiene el verbo usado en el versículo 35: "Jesús se
echó a llorar". Evoca un llanto silencioso, expresión de una honda pena. Los
judíos así lo entienden y comentan: "¡Mirad cuánto lo quería!". Se trata de
una expresión de la intimidad plenamente humana, como la de cualquier persona
ante la muerte de un familiar o de un amigo.
   Fácil es evocar desde aquí un momento similar en el que Jesús debió
encontrarse en Nazaret cuando murió S. José. El dolor de la despedida
llegaría a la misma intensidad que había llegado la estima, la intimidad, el
amor. María y Jesús debieron compartir el llanto y el dolor mientras el
"hombre justo" los dejaba con la esperanza en el corazón de ver un día la
resurrección. No hubo, sin embargo, entonces ningún milagro: no había llegado
aún la hora de Jesús. Y, sin embargo, Él, la resurrección y la vida estaba
allí.
   Nazaret nos revela también en esto la otra cara del misterio. La
resurrección de Lázaro es un signo, tanto más maravilloso cuanto más
excepcional. La resurrección de Jesús, a la que la de Lázaro nos remite,
descubrirá finalmente en la fe el sentido que tiene toda muerte. Marta creía
en la resurrección de los muertos "en el último día". Jesús le dice que en
Él se encuentra una vida que vence a la muerte, de manera que quien cree en
Él "aunque muera, vivirá ". Luego lo importante no es ya morir o no morir,
sino tener la fe en Cristo para vivir eternamente.
   Así cobra todo su valor el ciclo natural de la vida del hombre que
culmina con la muerte. El signo obrado por Jesús (y otros que hubiera podido
hacer) no tienen el significado de sustraer a algunos del paso de la muerte,
sino de iluminar el sentido que este trance tiene para todos.

   Te bendecimos, Padre,
   porque por la fe que nos has dado en el bautismo,
   Cristo, tu Hijo, se ha acercado
   a cada una de nuestras tumbas
   para llamarnos a la vida,
   la vida verdadera y eterna.
   Danos el Espíritu Santo
   que nos vivifica constantemente,
   nos da la armonía de la vida
   y nos pone en pie para formar tu pueblo
   y caminar al encuentro de todos los hombres.
   Tú, Padre de la vida,
   que tienes en ti mismo la vida en abundancia,
   nos la has dado en Cristo,
   bendito seas.

Vivos para Dios

   "Gloria de Dios es el hombre que vive y vida del hombre es la visión de
Dios", dice S. Ireneo. El bien más precioso que el hombre posee es la vida.
En el mundo actual, a pesar de los muchos atentados de todo tipo que tiene
la vida, va ganando terreno la conciencia de la dignidad de la persona, de
su valor irrepetible, de su derecho a vivir. Es una toma de conciencia muy
importante que puede poner en camino hacia el paso decisivo de la fe.
   En la revelación, Dios se ha presentado siempre como un Dios de vivos y
no de muertos, Él es el Dios de la vida. Y esto en dos sentidos, en cuanto
Él es "la fuente de la vida", el creador de todo, y en cuanto Él asegura y
da una finalidad coherente a todo lo que existe. Pero lo que está por encima
de todo cálculo humano y más allá de lo que nuestro entendimiento puede
concebir es que Él haya querido compartir con el hombre su propia vida,
cumpliendo así la aspiración más honda y más secreta de todo ser humano. Esa
plenitud de vida, nunca merecida, coloca al hombre en una situación
paradójica que lo lleva más allí  de sus límites y posibilidades naturales.
   El mensaje de las lecturas de este domingo nos lleva así a algunas
actitudes prácticas que apuntan hacia la raíz misma de nuestro ser cristiano.
   En primer lugar debemos tener una actitud de apertura que nos lleva a
acoger la vida en todas sus manifestaciones como don de Dios, reconociendo
con gratitud que nos desborda porque nos viene de otro y porque, por gracia,
nos abre unos horizontes nuevos que nos lleva hasta la filiación divina.
   Tenemos que ser conscientes y respetuosos con ese don de la vida que
fluye en nosotros y del que somos portadores. El "Verbo de la vida" (1Jn 1,1)
se hizo hombre y vino entre nosotros para traernos esa posibilidad de vida,
verdadera y plena, que da sentido a todo tipo de vida y eleva al hombre a la
dignidad de hijo de Dios.
   El gesto de Jesús, llamando a Lázaro de nuevo a la vida, nos invita a
prolongar esa llamada, aun en los casos más desesperados, promoviendo la vida
entorno nuestro, siendo transmisores de vida en todas sus manifestaciones.
TEODORO BERZAL.hsf


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