27 de agosto de 2017 -
XXI
DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"¿Quién decís que
soy yo?"
-Is 22,19-23
-Sal 137
-Rom 11,33-36
-Mt 16,13-20
Mateo
16,13-20
Llegó Jesús a la región de Cesarea de Filipo
y preguntaba a sus discí-
pulos:
-¿Quién dice la
gente que es el Hijo del hombre?
Ellos contestaron:
-Unos que Juan
Bautista, otros que Elías, otros que Jeremías o uno de los
profetas.
Él les preguntó:
-Y vosotros, ¿quién
decís que soy yo?
Simón Pedro tomó la
palabra y dijo:
-Tú eres el Mesías,
el Hijo de Dios vivo.
Jesús le respondió:
-¡Dichoso tú,
Simón, hijo de Jonás!, porque eso no te lo ha revelado
nadie de carne y hueso, sino mi Padre que está en el cielo.
Ahora te digo yo:
Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y
el poder del
infierno no la derrotará. Te daré las llaves del Reino de
los cielos; lo que
ates en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que
desates en la tierra,
quedará desatado en el cielo. Y les mando a los
discípulos que no dijeran a
nadie que Él era el Mesías.
Comentario
La liturgia de la
Palabra se abre con una explicación del símbolo de las
llaves que empleará después el evangelio. En el pasaje de
Isaías, exponiendo
un caso concreto de la historia de Israel, se explica que
este símbolo
representa la posesión de un poder que es estable y firme
gracias a la
benevolencia divina.
El texto del
evangelio comprende dos partes fácilmente identificables: la
una se centra en la persona de Jesús, la otra en la de
Pedro. Forman parte
también de la misma unidad literaria los versículos
siguientes que se
refieren al seguimiento de Jesús por el camino de la cruz.
La pregunta de
Jesús acerca de su propia identidad culmina con la
respuesta de Pedro que confiesa abiertamente su mesianidad y
su condición de
Hijo de Dios.
Dos son los
detalles propios del relato de Mateo, que por lo demás
depende casi totalmente de Marcos. El primero, de poca
importancia, se
refiere a la lista de los personajes con los que la gente
identifica a Jesús.
Mateo añade el profeta Jeremías, quizá por el
significado mesiánico de su
persona. El otro detalle tiene mayor relieve. La confesión
de fe de Pedro en
Mateo es más completa y expresiva que en Marcos. Mateo añade
la expresión "el
Hijo de Dios viviente": Hay que reconocer, sin embargo,
que en el evangelio
de Marcos la confesión de fe de Pedro juega un papel muy
relevante. Es casi
el centro del segundo evangelio (Cf. Domingo XXIV del ciclo
B). También aquí
se ve la orientación más cristológica de Marcos y más
eclesiológica de Mateo.
La segunda parte
del texto leído hoy se refiere a la misión de Pedro.
Comienza con el elogio de Jesús no tanto referido a Pedro
personalmente
cuanto a la acción del Padre en él. Aparece así Pedro como
prototipo del
creyente que acoge la verdad de la fe.
Su misión viene
descrita con tres metáforas cada una de las cuales revela
un aspecto de la misma. La piedra evoca la solidez y
estabilidad de los
cimientos subrayando también el aspecto comunitario al
aludir a la
construcción que va encima. Añádase además la importancia
que tiene en la
Biblia el cambio del nombre de una persona. Las llaves
significan poseer no
sólo un poder, sino también una responsabilidad y una misión
de vigilancia
y de custodia que cumplir. Finalmente tenemos la expresión
de "atar y
desatar". Está tomada del lenguaje jurídico de la época
y se empleaba para
distinguir lo que estaba permitido hacer de lo que no lo
estaba. Puede tener
dos significados: manifestar de forma auténtica lo que es
conforme a la
voluntad de Dios y la capacidad para admitir (o excluir) a
una persona en la
comunidad. De esa forma se vinculan fuertemente en la
persona de Pedro las
funciones de gobierno y de magisterio.
Pedro y José
Leyendo el
evangelio de hoy desde Nazaret viene espontáneamente la
comparación entre el ministerio de Pedro en la Iglesia y el
de José en la
Sagrada Familia. ¿No es toda familia una "Iglesia
doméstica"?. Naturalmente
no se trata de hacer una fácil transposición de funciones,
ni un calco de las
figuras, sino de ver cómo la misión que José desempeñó puede
iluminar de
algún modo la del responsable de la comunidad cristiana.
La autoridad de
José se funda en la obediencia de la fe. Y ésta consiste
en esa actitud básica "por la que el hombre se confía
libre y totalmente a
Dios prestándole el homenaje del entendimiento y de la
voluntad, y asintiendo
voluntariamente a la revelación hecha por Él" (D. V.
5). La fe de José, que
desde el principio se encuentra con la fe de María (R.C. 4),
es la que le
constituye en el depositario del misterio que Dios le
confía. Si no lo
confiesa explícitamente, como Pedro, podemos decir que su
vida entera es un
testimonio de la revelación de Jesús como Mesías e Hijo de
Dios.
La autoridad de
José se ejerce en la línea de la paternidad. La
intervención del Espíritu Santo en la concepción virginal de
Jesús no excluye
la colaboración humana de José. Jesús es el hijo de María
pero es también el
hijo de José por su matrimonio. José es así llamado a tener
una
responsabilidad en la familia de Jesús que introduce ya, de
hecho, en lo que
será la estructura sacramental de la Iglesia. José asume
todas las tareas y
funciones de un verdadero padre, aun sin serlo biológicamente.
Como Pedro que
es colocado como cimiento de la Iglesia, sabiendo bien
claramente que "un
cimiento diferente al ya puesto, que es Jesús, nadie puede
ponerlo" (1Co
3,11). Esa atribución, por gracia, de lo que compete sólo a
Cristo, debe ser
tenida siempre presente en la Iglesia, no sólo por parte de
quienes ejercen
funciones de autoridad, sino por todos.
La autoridad de
José‚ se lleva a cabo como discipulado y como servicio.
"Su paternidad se expresa concretamente en haber hecho
de su vida un
servicio, un sacrificio al misterio de la encarnación y a la
misión redentora
que lleva unida; en haber usado la autoridad legal, que le
correspondía como
jefe de la Sagrada Familia, para vivirla como don de sí, de
su vida, de su
trabajo; en haber convertido su vocación humana al amor
familiar, en oblación
sobrenatural de sí mismo, de su corazón y de sus capacidades
en el amor
puesto al servicio del Mesías que había germinado en su
propia casa" (Pablo
VI Alocución del 19-3-1966).
Vemos ya dibujado en José‚ el estilo del ejercicio de la
autoridad como
servicio que Jesús pedirá en el evangelio a sus apóstoles.
Padre Santo, sólo con
la fuerza del Espíritu Santo
podemos confesar la
verdad acerca de Jesucristo.
Te bendecimos
porque en el misterio
del Hijo
nos revelas también tu
rostro
y tu designio de
salvación para todos los hombres.
Junto con la firmeza en
la verdadera fe,
danos una gran voluntad
de comunión;
enséñanos a sentirnos a
todos, responsables
de nuestra comunidad
colaborando con quienes
son signos
de tu presencia de
Padre
y ayudándolos a cumplir
su misión.
Sentido de Iglesia
La reflexión sobre
la identidad de Jesús y sobre la misión de Pedro nos
llevan a examinar también el sentido de Iglesia que nosotros
tenemos. Es uno
de los factores más importantes para crecer en la vida
cristiana.
Es la presencia de
Cristo resucitado (Mt 28,28) la que garantiza a la
Iglesia su unidad y dinamismo en el cumplimiento de su
misión en la historia.
Pero hay que tener en cuenta que el mismo Cristo ha
designado un fundamento
visible. Esto nos lleva a recordar algunas afirmaciones
esenciales del
Vaticano II que deben ser ya patrimonio de la mentalidad del
cristiano desde
hace años. "Cristo, Mediador único, estableció su
Iglesia santa, comunidad
de fe, de esperanza y de caridad en este mundo como una
trabazón visible y
la mantiene constantemente, por la cual comunica a todos la
verdad y la
gracia. Pero la sociedad dotada de órganos jerárquicos, y el
cuerpo místico
de Cristo, reunión visible y comunidad espiritual, la
Iglesia terrestre y la
Iglesia dotada de bienes celestiales, no han de considerarse
como dos cosas,
porque forman una realidad compleja, constituida por un
elemento humano y
otro divino. Por esa profunda analogía se asimila al
misterio del Verbo
encarnado. Pues como la naturaleza asumida sirve al Verbo
divino de órgano
de salvación a Él indisolublemente unido, de forma semejante
la unión social
de la Iglesia sirve al Espíritu de Cristo, que la vivifica
para el incremento
del cuerpo (Cf. Ef. 4,16)" (L.G. 8).
El "sentido de
Iglesia", que comporta no sólo el hacerse una idea clara
acerca de su naturaleza y su misión, sino además un amor
grande y vital hacia
todo lo que la concierne, es uno de los grandes criterios
para discernir la
madurez cristiana. Está también en el origen de los grandes
compromisos de
todos los tiempos para renovar la misma Iglesia y para
contribuir a realizar
su misión evangelizadora.
TEODORO
BERZAL.hsf
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