15 de octubre de 2017 - XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Venid a la
boda"
-Is 25,6-10
-Sal 22
-Fil
4,12-14.19-20
-Mt 22,1-14
Mateo
22,1-14
Volvió Jesús a hablar en parábolas a los
sumos sacerdotes y a los
senadores del pueblo, diciendo:
-El Reino de los
cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su
hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero
no quisieron ir.
Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran:
"Tengo preparado el
banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a
punto. Venid a la
boda".
Los convidados no
hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus
negocios, los demás les echaron mano a los criados y los
maltrataron hasta
matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que
acabaron con aquellos
asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus
criados:
-La boda está
preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora
a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis
convidadlos a la
boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos
los que
encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó
de comensales.
Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno
que no llevaba
el traje de fiesta, y le dijo:
-Amigo, ¿cómo has
entrado aquí sin vestirte de fiesta?
El otro no abrió la
boca. Entonces el rey dijo a los camareros:
-Atadlo de pies y
manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el
llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los
llamados y pocos los
escogidos.
Comentario
Las parábolas que
leemos en estos últimos domingos del año litúrgico en
el evangelio de Mateo tienen todas un significado polémico
contra quienes no
aceptan la llamada a entrar en el Reino. El tono es muy
distinto al de las
parábolas del Reino (cap. 13).
El texto de hoy se
compone de dos parábolas: la del banquete nupcial (vv.
1-10) y la del traje de fiesta (vv.11-14). Esta última
habría sido colocada
arbitrariamente por el evangelista en ese lugar para
corregir de algún modo
el sentido demasiado optimista de la primera. Así dicen los
comentaristas.
La parábola del
banquete tiene un significado similar a la de los
viñadores homicidas. En este caso se subraya más la
paciencia de Dios con el
pueblo rebelde y las desastrosas consecuencias del rechazo a
la invitación
de compartir la fiesta. Pero lo que más llama la atención es
la solución
alternativa propuesta por el "rey" que excluye del
banquete a lo primeros
invitados y luego lo ofrece a todos.
Hay en la parábola
algunos rasgos paradójicos, fuera del orden normal de
las cosas, que contribuyen, sin embargo, a dar mayor relieve
a ciertos
aspectos teológicos del mensaje. Señalamos algunos.
Es inverosímil que
quienes reciben la invitación a la fiesta, no sólo la
rechazan sino que matan a los enviados (vv.5-6). Resuena
aquí el eco de la
parábola de los viñadores homicidas. Es igualmente
desproporcionado el
castigo infligido a los que se niegan a aceptar la invitación:
se queman las
ciudades porque algunos individuos no quieren asistir al
banquete (v.7). Ese
detalle subraya el carácter escatológico que se atribuye al
banquete. No
aceptarlo significa la perdición total. Algunos
comentaristas invitan a ver
en contraluz la destrucción de Jerusalén en el año 70.
Paradójico es también,
y en grado sumo, que un rey celebre la boda de su hijo con
cualquier tipo de
gente, buenos y malos (v.10) (Lucas dice: "ciegos,
lisiados y cojos"). Es
este último detalle el que mejor deja patente el nuevo orden
de cosas que ha
venido a crear la llegada de Cristo. Ahora la llamada a la
salvación se hace
a todos, la invitación a entrar en la sala del festín no
tiene en cuenta la
condición en que cada uno se encuentra cuando la recibe.
El último detalle
"extraño" que señalamos está en la segunda parábola.
Parece desproporcionado y fuera de sentido común que los
"camareros" del rey
que sirven a los invitados se transformen en guardias, y
que, por no llevar
el vestido adecuado, uno sea expulsado violentamente "a
las tinieblas
exteriores". Este aspecto que hiere la sensibilidad del
lector, dice bien
claramente la exigencia de una conversión interior para
participar en los
bienes mesiánicos. No basta estar en la sala donde se
celebra la boda. Si es
verdad que la condición inicial de los llamados no importa,
no puede decirse
lo mismo después de que se ha entrado.
"El esposo está con
ellos" (Mt 9,15)
El comienzo de la
parábola que estamos meditando tiene un tono solemne
que deja entrever la trascendencia del momento que invita a
vivir: "El Reino
de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su
hijo..." Se
trata de la ocasión más solemne y festiva del reino. De ahí
que la invitación
a participar en el acontecimiento sea apremiante y única.
En la parábola el
"hijo" de quien se celebra la boda queda al margen de
la narración y es sólo el "rey" quien actúa:
convoca a los invitados, castiga
a los culpables, expulsa al que se viste indignamente... Y,
sin embargo, la
ocasión solemne y única es la boda del hijo.
Viniendo a la
realidad que la parábola pretende iluminar, podemos decir
que el rey es Dios, que celebra la alianza definitiva con
los hombres
mediante la misión de Cristo.
Varias veces en el
evangelio Jesús se presenta como el "esposo", y casi
siempre en relación a la celebración de la boda. La imagen
nupcial es una de
las que mejor traducen la realidad de la nueva alianza de
Dios con los hombres
en Cristo. Es la imagen de ese gran misterio de amor que une
a Cristo con su
Iglesia y que refleja el que Dios tiene a la humanidad.
Leyendo el
evangelio a la luz de Nazaret, podemos ver ya en el matrimonio
de María y de José la más viva expresión del mensaje central
del evangelio
de hoy. Juan Pablo II en su Carta a las familias lo expresa
así: "Este amor
esponsal recíproco, para que sea plenamente "amor
hermoso", exige que José
acoja a María y a su hijo bajo el techo de su casa, en
Nazaret. José obedece
el mensaje divino y actúa según lo que le había sido mandado
(Mt 1,24). Es
también gracias a José como el misterio de la Encarnación y,
junto con él,
el misterio de la Sagrada Familia, se inscribe profundamente
en el amor
esponsal del hombre y de la mujer e indirectamente en la
genealogía de cada
familia humana. Lo que Pablo llamará el "gran
misterio" encuentra en la
Sagrada Familia su expresión más alta. La familia se sitúa
así verdaderamente
en el centro de la Nueva Alianza" (n.20).
Esa es la
participación de primera importancia de María y José en la
fiesta de las bodas que Dios celebra con la humanidad
enviando a su Hijo para
salvar al mundo. Su matrimonio, su amor recíproco y virginal
es no sólo una
imagen, sino el lugar mismo donde se efectúa el gran
misterio que ofrece la
salvación a todos los hombres.
La invitación a
entrar en el misterio de Nazaret que hacemos desde cada
reflexión sobre la Palabra de Dios coincide así hoy con la
invitación a
entrar en la sala donde se celebran las bodas de Dios con la
humanidad. Todos
estamos invitados...
Padre, te bendecimos y te damos gracias
por habernos llamado con el Evangelio
a la Nueva Alianza que quieres establecer
con la humanidad
en la que Cristo se da enteramente a la
Iglesia.
Danos tu Espíritu Santo,
que nos revista con el vestido de fiesta,
a imagen de Jesús,
para que tu puedas reconocernos
como hijos tuyos.
Llamados
Los motivos
aducidos por los primeros invitados para no ir al banquete
son un pretexto, según la parábola: "uno se marchó a
sus tierras, otro a sus
negocios..." Todas cosas buenas y legítimas, sin duda,
pero insuficientes
ante la llamada apremiante del rey para un acto importante.
Para nosotros,
invitados de la última hora, es un toque de atención. Los
afanes y preocupaciones de la vida pueden tender un velo
sutil e impenetrable
que nos hace sordos a las llamadas de Dios en lo concreto de
la vida. El
esfuerzo por preferir a Dios sobre todas las cosas no se
realiza de una vez
para siempre. En este sentido la orientación del Vaticano II
es clara, los
cristianos no podemos desentendernos de las cosas de este
mundo, pero tampoco
podemos dejar que éstas obscurezcan el sentido de Dios:
"Por esto la Iglesia,
que es al mismo tiempo una sociedad visible y una comunidad
espiritual, ca-
mina junto con la humanidad y experimenta la misma suerte
terrena que el
mundo, y es como el fermento o el alma de la sociedad
humana, destinada a
renovarse en Cristo y a transformarse en familia de
Dios" (G.S. 40).
Si consideramos la
segunda llamada efectuada en la parábola evangélica,
podemos destacar algunas actitudes a las que hoy se nos
invita. En primer
lugar está el sentido de gratuidad: todos llamados
independientemente de sus
méritos, de su condición de vida, de su papel en la
sociedad. Y llamados por
Dios, por el "rey" en persona. Es el máximo honor
y dignidad que uno puede
recibir. Ese doble aspecto de la llamada lleva a vivir la
vida cristiana con
gran humildad, pero al mismo tiempo con gran dignidad. Es de
esa actitud de
reconocimiento de una inmerecida dignidad, de donde brota la
alegría con la
que se deja todo para participar en la fiesta con los otros
invitados;
alegría que no suprime el cuidado por mantenerse siempre
digno, no tanto en
las apariencias formales, cuanto en esa identidad interior
que se va formando
cada día a imagen de Cristo.
TEODORO
BERZAL.hsf
No hay comentarios:
Publicar un comentario