sábado, 9 de diciembre de 2017

Ciclo B - Adviento - Domingo II

10 de diciembre de 2017 - II DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo B

                       "Preparad el camino al Señor"

 Isaías 40,1-5. 9-11

      Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios; hablad al corazón
de Jerusalén, gritadle: que se ha cumplido su servicio, y está pagado su
crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.
      Una voz grita: En el desierto preparadle un camino al Señor; allanad
en la estepa una calzada para nuestro Dios; que los valles se levanten, que
los montes y colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se
iguale.
      Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos
-ha hablado la boca del Señor-.
      Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión, alza con fuerza la voz,
heraldo de Jerusalén, álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: aquí está 
vuestro Dios.
      Mirad: Dios, el Señor, llega con fuerza, su brazo domina.
      Mirad: le acompaña el salario, la recompensa le precede. Como un pastor
apacienta el rebaño, su mano los reúne. Lleva en brazos los corderos, cuida
de las madres.

II Pedro 3,8-14

      Queridos hermanos:
      No perdáis de vista una cosa: para el Señor un día es como mil años y
mil años como un día.
      El Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que
ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie
perezca, sino que todos se conviertan.
      El día llegará como un ladrón. Entonces el cielo desaparecerá con gran
estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados y la tierra con todas sus
obras se consumirá.
      Si todo este mundo se va a desintegrar de este modo, ¡qué santa y
piadosa ha de ser vuestra vida!. Esperad y apresurad la venida del Señor,
cuando desaparecerán los cielos consumidos por el fuego y se derretirán los
elementos. Pero nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un
cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia.
      Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos,
procurad que Dios os encuentre en paz con Él, inmaculados e irreprochables.

Marcos 1,1-8

      Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Está escrito en el
Profeta Isaías: "Yo envío mi mensajero delante de ti para que te prepare el
camino. Una voz grita en el desierto: preparadle el camino al Señor, allanad
sus senderos."
      Juan bautizaba en el desierto: predicaba que se convirtieran y se
bautizaran, para que se les perdonasen sus pecados y él los bautizaba en el
Jordán.
      Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la
cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:
      -Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme
para desatarle las sandalias.
      Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizar  con Espíritu Santo.

Comentario

      El comienzo del evangelio de S. Marcos nos presenta a Juan Bautista,
una de las figuras típicas del adviento. La descripción de su persona y de
su predicación, en la que resuenan las palabras de Isaías, coinciden en
darnos un único mensaje: "la buena noticia de Jesús, Mesías, Hijo de Dios".
      El núcleo central del contenido que la Palabra de Dios nos ofrece en
este domingo es la afirmación de que Dios viene al encuentro del hombre para
que el hombre vaya al encuentro de Dios.
      Es la venida de Dios a su pueblo "con potencia" la que, según el
profeta, produce no sólo la consolación sino también su reconstrucción. El
pueblo disperso será nuevamente un rebaño guiado personalmente por el Señor.
Sólo cuando el Señor viene (en el sentido global de la primera lectura, sería
mejor decir retorna) es posible la reconstrucción del pueblo.
      En esa misma línea se sitúa el evangelio con el anuncio de la venida
definitiva de Dios en Cristo, ante quien todo hombre, como Juan, es indigno
e incapaz de realizar la obra nueva que sólo a Él pertenece: el bautismo "con
Espíritu Santo". Será precisamente éste el nuevo principio de cohesión y de
dinamismo del nuevo pueblo de Dios. Esta obra nueva que el Señor realiza en
cada persona y en el pueblo en cuanto tal, tiene también una resonancia
cósmica y su imagen acabada en "los cielos nuevos y la tierra nueva", que
aparecerán cuando pase el mundo presente.
      Ante una perspectiva tan grande, es clara la misión del profeta: por
una parte anunciarla, ser voz de quien es la Palabra y por otra, ser testigo,
es decir, convertirse, entrar en la dinámica que le pide el mensaje mismo que
anuncia.
      De esta forma, la preparación de la venida del Señor, más que una
actividad previa, se convierte en una consecuencia de haberlo encontrado. Y
así como la vía en el desierto de que habla Isaías es una nueva versión de
la experiencia del Exodo, el cristiano sabe que aceptando a Cristo como
"camino" del encuentro de Dios con el Hombre se coloca en una dinámica de
transformación total de su persona y de renovación total de las cosas.

El "camino" de Nazaret

      Partiendo de la experiencia que el pueblo de Israel tenía de la
manifestación de Dios en el Sinaí, la esperanza mesiánica había anunciado su
llegada con poder: "Di a las ciudades de Judá: Aquí está vuestro Dios. Mirad,
el Señor Dios llega con poder y su brazo manda" (Is 40,9-10).
      Este espejismo de grandeza pudo desorientar a algunos cuando Dios se
presentó hecho hombre en la humildad de Nazaret. No debía parecer, sin embar-
go, tan extraño si se tiene en cuenta toda la historia del Antiguo Testamen-
to. Al comienzo Dios tomó el polvo de la tierra para crear al primer hombre
y eligió a un "amorreo errante" para crear a su pueblo. Entre todos los
pueblos de la tierra puso su mirada en el más pequeño e insignificante para
hacerlo depositario de sus promesas. De humildes orígenes fueron David y los
profetas.
Nadie, pues, podía considerar extraña la preferencia de Dios por "lo que no
cuenta". En esa misma línea se sitúa también Nazaret.
      El camino elegido por Dio para manifestarse definitivamente a los
hombres pasa por la fe de un hombre y de una mujer, por la sencillez de una
familia común, por la humildad de un pueblo desconocido. Es el camino de la
encarnación, que en Nazaret se prolonga hasta hacer de Dios un hombre como
los demás hombres. Esa es la maravilla del misterio de Nazaret. Ese es el
lugar donde, como en la Jerusalén de Isaías, "se revelará la gloria del Señor
y la verán todos los hombres juntos" (40,5).

      Tu, Señor, vienes con poder.
      Pero ¿qué poder?
      Un poder lleno de mansedumbre y delicadeza,
      el poder del pastor que reúne al rebaño,
      que "toma en brazos a los corderos
      y hace recostar a las madres".
      Tú vienes en busca de quien va perdido
      y sonríes a quien está cerca de ti.
      Tu poder es humildad en Belén y en Nazaret:
      fragilidad del niño y sencillez del hombre que crece.
      Tú, el más grande y poderoso,
      que nos salvas con el soplo amoroso
      y fuerte del Espíritu.

Para que vayamos a Él

      El Señor ha venido, viene y vendrá para que nosotros vayamos a Él. Su
salida hacia nosotros está siempre guiada por el amor y busca en el hombre
una correspondencia.
      Pero hoy el mensaje de la Palabra leído en Nazaret, nos ha llevado a
meditar también en el modo de acercamiento que Dios a empleado, en cuál ha
sido el camino que ha recorrido para venir a encontrarnos. Es ese camino el
que el profeta y el evangelista nos invitan a preparar.
      Hemos visto que el camino del Señor es el de la encarnación lenta y
gradual que pasa por los largos años de Nazaret. Quizá para ayudarnos a
entender esta vía de acercamiento de Dios - que es la misma que nosotros
tenemos que recorrer si queremos acercarnos a Él - es bueno fijarnos en lo
que dice S. Pedro: "Para el Señor un día es como mil años y mil años como un
día". Es el camino de la paciencia de Dios que tiene una imagen bien clara
en los muchos años de encarnación vividos por Jesús con María y José.
      "Preparar el camino del Señor" significará, pues, para nosotros, acoger
su venida y su modo de acercamiento al hombre como dos movimientos de un
mismo impulso. Situarse en el camino de la encarnación, prepararlo, seguirlo
es también aceptar el cómputo del tiempo que Dios hace: a veces hacen falta
"mil años" para obtener lo que parece cosa de "un día". Pero en el camino de
la paciencia de Dios hay también cosas sorprendentes: un buen día, en cual-
quier sitio, como en Nazaret, puede aparecer un niño portador del misterio,
de repente puede verse colmada una larga espera, un solo día puede valer por
mil años.
      En nuestro mundo eficientista y mecanizado, lleno de automatismos y
fechas fijas, vivir el camino de la encarnación puede parecer imposible. Algo
nos dice, sin embargo, en el fondo de nosotros mismos, que hay caminos y
tiempos distintos a los de la cronología oficial.

TEODORO BERZAL.hsf


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