24 de diciembre de 2017 (Misa de la noche) – T.de
NAVIDAD
NATIVIDAD DEL SEÑOR
"Hoy en la ciudad de David os ha nacido un
Salvador"
Isaías
9,1-3. 5-6
El pueblo que
caminaba en tinieblas vio una luz grande; habitaban la
tierra de sombras, y una luz les brilló.
Acreciste la
alegría, aumentaste el gozo: se gozan en tu presencia, como
gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín.
Porque la vara del
opresor, y el yugo de su carga, el bastón de su
hombro, los quebrantaste como el día de Madián.
Porque un niño nos
ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva a hombros el
principado, y es su nombre:
Maravilla de
Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la
paz.
Para dilatar el
principado con una paz sin límites, sobre el trono de
David y sobre su reino.
Para sostenerlo y
consolidarlo con la justicia y el derecho, desde ahora
y por siempre. El celo del Señor lo realizará.
Tito 2,11-14
Ha aparecido la
gracia de Dios, que trae la salvación para todos los hom-
bres, enseñándonos a renunciar a la impiedad y a los deseos
mundanos, y a
llevar ya desde ahora una vida sobria, honrada y religiosa,
aguardando la
dicha que esperamos: la aparición gloriosa del gran Dios y
Salvador nuestro,
Jesucristo.
El se entregó por
nosotros para rescatarnos de toda impiedad y para
prepararse un pueblo purificado, dedicado a las buenas
obras.
Lucas 2,1-14
En aquellos días
salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer
un censo en el mundo entero.
Este fue el primer
censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria.
Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que
era de la casa y familia de David, subió desde la
ciudad de Nazaret en Galilea a la ciudad de David, que se
llama Belén, para
inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y
mientras estaban allí
le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió
en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio
en la posada.
En aquella región
había unos pastores que pasaban la noche al aire libre,
velando por turno su rebaño.
Y un Ángel del
Señor se les presentó: la gloria del Señor los envolvió de
claridad y se llenaron de gran temor.
El Ángel les
dijo:
-No temáis, os
traigo una buena noticia, la gran alegría para todo el
pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un
Salvador: el mesías, el
Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto
en pañales y
acostado en un pesebre.
De pronto, en torno
al Ángel, apareció una legión del ejército celestial,
que alababa a Dios, diciendo:
-Gloria a Dios en
el cielo, y en la tierra paz a los hombres que Dios
ama.
Comentario
El relato del
nacimiento de Jesús que nos ofrece el evangelio de Lucas en
el corazón de esta noche santa o noche buena, nos da las
coordenadas de
tiempo y de lugar para situar el hecho y para interpretar su
alcance. El
evangelista lo hace no sólo en términos generales y
solemnes, como conviene
al caso, (emperador reinante, regiones y comarcas del
imperio), sino que nos
da también una serie de detalles concretos que convierten el
acontecimiento
en algo cercano y familiar.
Fijémonos en primer
lugar en los aspectos que tratan de subrayar la
magnitud de este acontecimiento singular. El texto de Lucas
alude en primer
lugar al emperador Augusto y al "censo de todo el
mundo". El mismo
evangelista ofrece otras referencias para situar la historia
de Jesús. El
censo de todo el mundo y el hecho de que "todos iban a
inscribirse" abre el
nacimiento del niño de Belén a unas perspectivas universales
insospechadas.
Esa tendencia a amplificar el hecho se refuerza después en
el anuncio del
Ángel a los pastores. La alegría que anuncia no es sólo para
ellos, sino
"para todo el pueblo". Además el anuncio es
presentado como "buena noticia"
(=evangelio), destinada por tanto a propagarse y a
comunicarse.
Dentro de esa
perspectiva universalista, no sólo en cuanto al espacio
sino también al tiempo, la liturgia destaca justamente el
"hoy" de la cele-
bración. Desde ese "hoy" litúrgico y actual
pretende llevarnos a aquel otro
en el que se cumplió nuestra salvación. La palabra
"hoy" es el centro del
anuncio del Ángel a los pastores y es igualmente el centro
del mensaje que
la Iglesia quiere transmitir permanentemente a los hombres:
hoy ha nacido el
Salvador.
A dar ese sentido
de plenitud y cumplimiento que tiene el "hoy" de la
liturgia contribuye también el texto de Isaías que se
proclama en la 1ª.
lectura. En él se anuncia la época mesiánica como un paso de
las tinieblas
a la luz, de la tristeza a la alegría, a esa alegría plena
del momento de las
cosechas o de la liberación de una opresión milenaria. Pero todo
ello se da
como algo ya realizado ("una luz les brilló"). El
niño que ha nacido es el
príncipe de la
paz. Pero al mismo tiempo es algo que se cumplirá en el
futuro: "El celo del Señor lo realizará".
Ese mismo sentido
podemos ver en la 2ª. lectura, cuando el apóstol habla
de la aparición de la gracia de Dios realizada en Cristo. Su
venida y su
entrega tienen como finalidad el "prepararse un pueblo
purificado", lo que
supone una tarea permanente.
La lectura de la
Palabra nos lleva así a vivir ese "hoy" de la salvación
ya cumplida en Cristo que se hace actual en nuestra
historia. Somos invitados
a participar personalmente con María y José‚ con los
pastores y con todos los
creyentes en ese maravilloso intercambio en el que Dios
presenta y ofrece al
hombre su misma vida y el hombre es llamado a dejarse
desarmar y entrar en
esa nueva luz que lo salva.
En eso consiste la
"gloria de Dios" que los Ángeles cantan y que tiene su
eco correspondiente en la "paz" de los hombres en la tierra. La manifestación
de Dios y la salvación del hombre son dos aspectos de la
misma realidad.
Los signos concretos
La narración del
nacimiento de Jesús se mueve en el evangelio de Lucas a
través de signos muy concretos y muy sencillos que pretenden
guiar al lector
a encontrar, también él, como los personajes del relato, al
Mesías.
El signo central,
que da sentido a todos los otros, es el "niño": "encon-
traréis un niño". Este niño es presentado en primer
lugar como "primogénito".
Es un término de amplio significado en el Nuevo Testamento
porque refiere a
Jesús la herencia mesiánica de la casa de David. Además el
recién nacido es
designado con tres títulos de gran relieve: Salvador, título
ya incluido en
su nombre, el Mesías o Cristo que recoge la profecía sobre
la ciudad de David
como lugar de su nacimiento, y, sobre todo, el Señor,
aplicando de forma
directa al niño la designación que servirá a los creyentes
para hablar de su
condición divina.
Todo esto dice a
quien se acerca al texto evangélico que el "niño" de
quien se habla esconde, tras su apariencia sencilla, un
misterio profundo.
Por otra parte hay un gran contraste entre esa
"grandeza" y "universalidad",
a la que aludíamos antes, y los signos concretos que se
ofrecen para recono-
cer la identidad del niño. Ese contraste estimula también
hoy al lector a dar
el mismo paso que los destinatarios del primer anuncio.
Los signos
concretos situados entorno al niño son, en primer lugar, su
condición de impotencia y debilidad; vienen luego los
"pañales" que lo
envuelven, pero también que limitan sus movimientos y su
libertad. Ese último
aspecto ha llevado a algunos a establecer un paralelismo
entre este pasaje
y el de la sepultura de Jesús (Lc 23,53). Está también el
detalle del
"pesebre" que puede subrayar el alejamiento del
ambiente humano normal en el
que se produjo el nacimiento del niño.
Por tres veces el
texto evangélico recalca esos detalles ("niño", "paña-
les", "pesebre"): en la narración directa del
hecho, en el anuncio del Ángel
a los pastores y en la constatación que éstos efectúan.
Queda así bien subra-
yada la pobreza de los signos para revelar el altísimo
misterio.
Esos signos
concretos ofrecidos a los pastores, pero también a María y a
José (y a nosotros), nos invitan a dar el paso de la fe
reconociendo en el
niño recién nacido al Salvador. Y ese paso de la fe es el
mismo que María y
José continuaron en Nazaret durante muchos años. Con el
tiempo irán cambiando
los signos concretos según las condiciones de vida, pero siempre
permanecerán
en el ámbito de la pobreza, de la humildad, de la sencillez. Es como
una
invitación constante a mantenerse fieles a ese contraste
infinito entre lo
que se ve y lo que se esconde, contraste por donde se mueve
la fe.
En silencio y llenos de amor
queremos también nosotros
llegarnos hasta el pesebre
y contemplar la Palabra hecha carne.
Te adoramos, Señor Jesús,
en la elocuencia y humildad
de tu primer gesto de encuentro con los
hombres.
Ilumina con tu luz
las zonas de sombra de nuestra vida,
esas partes aún no evangelizadas de nosotros
mismos
y del mundo en que vivimos,
para que encontremos la verdadera paz
y Dios sea glorificado.
Jesús, María y José
La fiesta de Navidad
nos invita a captar en profundidad el misterio de la
sencillez de los signos. Más que escudriñar los detalles de
la narración,
ser bueno fijarnos con mirada contemplativa en los
gestos de María y de José‚
para aprender esas actitudes cristianas que nos llevan a
acoger en nuestra
vida la salvación traída por Cristo.
Fijémonos en María.
La sublimidad de su gesto se esconde en las acciones
simples, transparentes, puras que menciona el evangelio: dio
a luz a su hijo
primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un
pesebre... Es el primer
gesto de donación y presentación de Jesús. María ha acogido
el Verbo en su
carne y lo ha entregado al mundo. Ningún gesto de posesión,
ninguna sombra
de protagonismo ha ensombrecido la gloria de Dios en su
entrega al hombre.
Nada hay más personal que engendrar y dar a luz y nada más
desprendido que
entregar al recién nacido y permitirle que cumpla su misión.
La solución
inmediata de colocar al niño en el pesebre por no tener sitio
en la posada, sin duda compartida por María y José‚ traduce
esa sencillez tan
humana de saberse contentar con lo que se tiene, de saber
acomodarse a las
circunstancias como se presentan. Ninguna vanidad herida
hubo en ese momento
porque ninguno de los dos pretendía una dignidad que fuera reflejo
de la
grandeza del momento que vivían.
José estaba también
allí. Sin duda con la preocupación y premura, con la
responsabilidad y atención que requería un momento tan
delicado y en tales
circunstancias. De él no se dice apenas nada, ¿qué importa?
Su silencio su
"ausencia" del relato, deja ver con mayor claridad
el signo central que es
el niño. También de él tenemos que aprender a desaparecer
para que el
Salvador, el Señor, pueda manifestarse.
Sin embargo, cuando
los pastores llegan para comprobar el mensaje del
Ángel encuentran a María y a José junto con el niño. Se
diría que las figuras
de María y de José sólo cobran importancia cuando se ha
descubierto quién es
el recién nacido.
TEODORO
BERZAL.hsf
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