sábado, 17 de febrero de 2018

Ciclo B - Cuaresma - Domingo I


18 de febrero de 2018 - I DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo B

                    "El Espíritu lo empujó al desierto"

Génesis 9,8-15

      Dios dijo a Noé y a sus hijos:
      -Yo hago un pacto con vosotros y con vuestros descendientes, con todos
los animales que os acompañaron, aves, ganado y fieras, con todos los que
salieron del arca y ahora viven en la tierra. Hago un pacto con vosotros: El
diluvio no volverá a destruir la vida ni habrá otro diluvio que devaste la
tierra.
      Y añadió:
      -Esta es la señal del pacto que hago con vosotros y con todo lo que
vive con vosotros, para todas las edades: Pondré mi arco en el cielo, como
señal de mi pacto con la tierra. Cuando traiga nubes sobre la tierra,
aparecerá en las nubes el arco y recordará mi pacto con vosotros y con todos
los animales, y el diluvio no volverá a destruir los vivientes.

I de Pedro 3,18-22

      Queridos hermanos:
      Cristo murió por los pecados una vez para siempre: el inocente por los
culpables, para conducirnos a Dios.
      Como era hombre, lo mataron; pero como poseía el Espíritu, fue devuelto
a la vida.
      Con este Espíritu fue a proclamar su mensaje a los espíritus
encarcelados que en un tiempo habían sido rebeldes, cuando la paciencia de
Dios aguardaba en tiempos de Noé, mientras se construía el arca, en la que
unos pocos -ocho personas- se salvaron cruzando las aguas.
      Aquello fue un símbolo del bautismo que actualmente os salva: que no
consiste en limpiar una suciedad corporal, sino en impetrar de Dios una con-
ciencia pura, por la resurrección de Cristo Jesús Señor nuestro, que está a
la derecha de Dios.

Marcos 1,12-15

      En aquel tiempo el Espíritu empujó a Jesús al desierto. Se quedó en el
desierto cuarenta días, dejándose tentar por Satanás; vivía entre alimañas
y los  Ángeles le servían.
      Cuando arrestaron a Juan, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el
Evangelio de Dios; decía:
      -Se ha cumplido el plazo, está cerca el Reino de Dios. Convertíos y
creed la Buena Noticia.

Comentario

      El ciclo pascual, que comienza con el período preparatorio de la
cuaresma, da una luz nueva a los textos de la liturgia. Seguimos, sin
embargo, leyendo el cap. I de Marcos que narra los comienzos de la misión de
Jesús y, en ese contexto, su experiencia de desierto y de tentación.
      Marcos subraya dos aspectos en esta experiencia que marca los comienzos
de la llamada vida pública de Jesús: que fue el Espíritu Santo, bajado sobre
Él en el bautismo, quien lo empujó hacia el desierto y que este lugar, donde
tiene lugar la prueba y la tentación (Dt 8,2ss), es también el ámbito donde
Dios se acerca al hombre, donde se deja sentir con más fuerza su presencia,
su amor, su palabra (Os 2,14).
      Podemos ver más detenidamente el último aspecto teniendo presentes las
lecturas que acompañan al evangelio de hoy. Según Marcos, Jesús "estaba con
las fieras, y los Ángeles lo servían" (1,13). Podemos ver en esta frase una
expresión de la paz mesiánica (Is. 11,6-9), esa reconciliación cósmica
anunciada para los últimos días que evoca la situación paradisíaca del
hombre. Esa misma paz universal en la que también los animales y demás
elementos del cosmos participan, es el contenido de la alianza de Dios con
Noé. El momento de la prueba (el diluvio, el desierto) manifiestan así la vo-
luntad de Dios de devolver al hombre a su condición primera, a aquella situa-
ción paradisíaca en que el hombre estaba en armonía consigo mismo, con la
naturaleza y con su Creador.
      El comienzo de la cuaresma nos lleva así a través de los textos
litúrgicos a considerar nuestra condición de bautizados que nos coloca en una
situación de "creación nueva". El bautismo nos ha introducido, en efecto ,
en la experiencia pascual de Cristo, quien ya desde el desierto vence a
Satanás, victoria que culminará con la cruz y la resurrección.

Nazaret, tiempo de desierto

      Quizá  nos hemos acostumbrado a una imagen demasiado idílica de la
Sagrada Familia en Nazaret.
      Desde el evangelio de hoy, podemos ver todo el tiempo de Nazaret como
un tiempo privilegiado de encuentro filial con Dios, de obediencia serena,
de confianza en su amor y en su poder. Sin dejar de lado este aspecto,
Nazaret fue también para Jesús, y para María y José, un tiempo de prueba, una
etapa en la que tuvieron que resistir los ataque del mal. Pruebas fueron
ciertamente los desplazamientos de los comienzos, pero también fue una prueba
la monotonía de los días, el cansancio de la espera, el ocultamiento del
misterio que ellos conocían.
      Instintivamente estamos llevados a ver el tiempo de la prueba como un
momento breve, por el que se pasa como sobre ascuas. Ciertamente vemos la
importancia de la fidelidad en esos momentos, pero tendemos a verlo como algo
aislado del conjunto de nuestra vida. Quizá  el evangelio de la prueba de
Jesús en el desierto, leído en Nazaret, pueda decirnos hoy que el desierto
no es tal o cual momento de nuestra vida, sino una dimensión permanente de
la misma.
      Los largos años del desierto de Nazaret pueden ser una imagen de la
vida entera y una revelación de cómo la tentación, el abandono aparente de
Dios y la oscuridad anidan en lo más profundo de toda existencia cristiana
y ésto a lo largo de todos los días.
      Ver la prueba del Señor en lo cotidiano de nuestras vidas no es
minusvalorar el tiempo de la cuaresma o los momentos de gran tentación. Es
quizá el mejor modo de vivirlos, incorporándolos a lo normal de la vida.
      Esa fue también la experiencia de Jesús, que vivió treinta años en
Nazaret y luego, cuando empezó su ministerio, fue llevado por el Espíritu al
desierto, y allí "Satanás lo ponía a la prueba". tentación última que pone
de manifiesto la fidelidad de siempre.

      Te bendecimos, Padre, por tu alianza con los hombres
      y con todo lo creado.
      Te bendecimos porque en Cristo esa alianza universal
      se ha hecho real y duradera
      mediante el sacrificio de la cruz.
      Reaviva en nosotros el Espíritu
      que llevó a Jesús a bajar a Nazaret y a ir al desierto,
      para que también nosotros sepamos
      optar radicalmente por ti en el momento de la prueba
      y en toda nuestra vida.

Vivir el desierto

      El comienzo de la cuaresma, como todos los comienzos en los que se
juega una parte importante de nuestra existencia, nos propone volver a las
cosas esenciales. Hoy concretamente a replantear nuestra vida partiendo del
bautismo y a vivir en nuestra situación actual la pureza primera de nuestra
relación con Dios, con nosotros mismos y con todo el mundo.
      El camino cuaresmal es un viaje a nuestras raíces cristianas que
concluirá en la vigilia pascual, noche bautismal por excelencia.
      La experiencia de Jesús en el desierto, acompañado por las fieras y
servido por los Ángeles, nos indica que esa situación de armonía completa,
reflejo de otra más profunda que es la armonía con Dios, sólo llega después
de haber vencido la tentación del diablo. Y sabemos que ese primer combate
llegó a su culmen cuando en el momento de la pasión y de la muerte se
desataron, por así decirlo, todas las potencias del mal.
      Nuestro camino con Jesús, viviendo el misterio de Nazaret, nos lleva
a incorporar toda la dramaticidad de la vida cristiana a la existencia de
cada día, dónde la opción por Dios, debe ir haciéndose cada vez más clara e
intensa, hasta que efectivamente Él, como en el desierto, lo sea todo. No
porque las demás cosas ya no existan, sino porque es quien les da sentido a
todas.
      Viviendo así estamos seguros que en el momento de la prueba sabremos
también nosotros optar definitivamente por Él.

TEODORO BERZAL.hsf



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