sábado, 24 de febrero de 2018

Ciclo B - Cuaresma - Domingo II


25 de febrero de 2018 - II DOMINGO DE CUARESMA – Ciclo B

                   "Allí se transformó delante de ellos"

Génesis 22,1-2. 9a. 10-13. 15-18

      En aquellos días Dios puso a prueba a Abrahán llamándole:
      - ¡Abrahán!
      El respondió:
      -Aquí me tienes.
      Dios le dijo:
      -Toma a tu hijo único, al que quieres, a Isaac, y vete al país de Moria
y ofrécemelo allí en sacrificio, sobre uno de los montes que yo te indicaré.
      Cuando llegaron al sitio que le había dicho Dios, Abrahán levantó allí
un altar y apiló leña. Entonces Abrahán tomó el cuchillo para degollar a su
hijo; pero el Ángel del Señor gritó desde el cielo:
      - ¡Abrahán, Abrahán!
      Él contestó:
      -Aquí me tienes.
      El  Ángel le ordenó:
      -No alargues la mano contra tu hijo ni le hagas nada. Ahora sé que
temes a Dios, porque no te has reservado a tu hijo, tu único hijo.
      Abrahán levantó los ojos y vio un carnero enredado por los cuernos en
la maleza. Se acercó, tomó el carnero y lo ofreció en sacrificio en lugar de
su hijo.  El Ángel del Señor volvió a gritar a Abrahán desde el cielo:
      -Juro por mí mismo -oráculo del Señor-: por haber hecho eso, por no
haberte reservado tu hijo, tu único hijo, te bendeciré, multiplicaré a tus
descendientes como las estrellas del cielo y como la arena de la playa. Tus
descendientes conquistarán las puertas de las ciudades enemigas. Todos los
pueblos del mundo se bendecirán con tu descendencia, porque me has obedecido.

Romanos 8,31b-34

      Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? El que no
perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó a la muerte por nosotros, ¿cómo
no nos dará todo con Él? ¿Quién acusará a los elegidos de Dios?
      Dios es el que justifica, ¿Quién condenará?, ¿será  acaso Cristo que
murió, más aún, resucitó y está a la derecha de Dios, y que intercede por
nosotros?.

Marcos 9,1-9

      En aquel tiempo Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con
ellos solos a una montaña alta, y se transfiguró delante de ellos. Sus
vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos
ningún batanero del mundo.
      Se les aparecieron Elías y Moisés conversando con Jesús. Entonces Pedro
tomó la palabra y le dijo a Jesús:
      -Maestro. ¡Qué bien se está aquí! Vamos a hacer tres chozas, una para
ti, otra para Moisés y otra para Elías.
      Estaban asustados y no sabía lo que decía.
      Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube:
      -Este es mi Hijo amado; escuchadlo.
      De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo
con ellos.
      Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó: No contéis a nadie lo
que habéis visto hasta que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos.
      Esto se les quedó grabado y discutían qué querría decir aquello de
resucitar de entre los muertos.

Comentario

      La cuaresma se nos presenta cada año como una ocasión para ir
penetrando cada vez más profundamente y viviendo con mayor intensidad el
misterio de la cruz de Cristo. El evangelio de la transfiguración de Cristo
nos encamina hacia la pascua, misterio de muerte y de vida, de dolor y de
resurrección.
      A la luz de la primera lectura (episodio del sacrificio de Isaac) Jesús
es visto en el camino de su pasión, que sigue a la transfiguración, como el
verdadero hijo de Abrahán, el hijo de la promesa.
      Los santos Padres han visto constantemente en el sacrifico de Isaac una
figura del sacrifico de Cristo. Con la diferencia de que Dios, que ve y
provee (tal es el significado de la palabra Moria que designa el lugar donde
tuvieron lugar los hechos), no dejó que el hijo de Abrahán fuera sacrificado,
mientras que el sacrificio de su hijo se consumó realmente.
      La fe y obediencia de Abrahán nos remiten así como un espejo al Padre
que entrega a su hijo para la salvación de todos los hombres: "No escatimó
a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros", leemos en la 2ª.
lectura.
      Con estas palabras en el corazón, podemos contemplar la anticipación
de la resurrección reflejada en el rostro luminoso de Jesús sobre el monte
Tabor. Este momento de gloria no anula, pues, el paso doloroso que suponen
la pasión y la muerte en la cruz, no le quita su amargura y seriedad, como
tampoco el final feliz del episodio de Abrahán restó dramatismo a la prueba.
      El evangelio de hoy nos lleva a considerar el misterioso designio de
Dios, que comprende el paso de Jesús por la hora de la muerte, pero que
culmina en su resurrección. Ello suscita en nosotros una profunda esperanza
basada en su palabra: "Si Dios está a favor nuestro, ¿quién podrá estar en
contra?" (Rom 8,31)
      El seguimiento de Cristo se ilumina así desde el inmenso amor del
Padre, del que podemos estar absolutamente seguros, si compartimos su suerte.

Desde Nazaret

      Desde Nazaret se ve el monte Tabor. Aparece a la vez como una cumbre
cercana y misteriosa. Para los habitantes de la zona, y en modo particular
para los de las suaves colinas de Nazaret, el Tabor debía ser percibido, en
su soledad, sencillamente como "el monte". Para la sensibilidad religiosa del
israelita aquella montaña, que con sus 528 metros de altura domina la llanura
de Izre'el, evocaba, sin duda, la otra montaña, la montaña por excelencia
de la Biblia, el Horeb, donde Dios había manifestado su gloria a Moisés y a
todo el pueblo al salir de Egipto.
      El horizonte geográfico donde transcurrió la infancia y juventud de
Jesús con María y José, incluía la silueta del Tabor y seguramente ninguno
de ellos escapó a su poder evocador.
      Los mosaicos que adornan la actual basílica edificada sobre la cima del
Tabor pueden ayudarnos a contemplar el evangelio de hoy desde Nazaret. El
ábside de la nave central está ocupado por la figura resplandeciente de
Cristo transfigurado, y a ambos lados las dos capillas dedicadas a Moisés y
Elías. En las paredes laterales están representadas las cuatro
"transfiguraciones" o manifestaciones de Jesús: el nacimiento, la muerte, la
resurrección y la eucaristía. En esa serie de manifestaciones tiene su lugar
propio la que se produjo en el Tabor ante los tres apóstoles elegidos.
      Para nosotros es importante considerar hoy que el tiempo de Nazaret se
sitúa después de la primera manifestación (el nacimiento de Jesús y los
acontecimientos que lo acompañaron). La Sagrada Familia vivió esos
acontecimientos como una verdadera manifestación de la presencia de Dios en
el niño Jesús.
      Para ellos tuvieron también esos acontecimientos ese efecto anticipador
(al menos así los interpretaron los evangelistas), que la transfiguración
tuvo para los apóstoles. Como éstos, tampoco ellos comprendieron (Mc 9,10 =
Lc 2,50). Pero la fe y la esperanza que suscitaron en su corazón les dio
aliento para vivir en lo cotidiano de la vida, en las llanuras de Nazaret,
lo que habían visto en su monte.

      Te bendecimos, Padre, por la efusión del Espíritu Santo
      que ha producido el envío de tu hijo amado
      para salvarnos.
      Queremos escucharlo, como tú nos mandas,
      y ponernos tras sus huellas en el camino que lleva,
      por la entrega total de nosotros mismos
      en favor de los demás,
      a la cruz y a la muerte.
      Sabemos que ese es el camino que nos lleva,
      como a Jesús, a la luz definitiva de la resurrección.


Para vivir hoy

      La mirada al Cristo transfigurado en el Tabor proyectada desde Nazaret
nos da nuevos ánimos para llevar nuestra cruz en lo cotidiano de la vida.
      Amplias son las llanuras de la Galilea de todos los días. Pero allí
Tabor sólo hay uno. Hay momentos en los que parece vivimos ya la mañana
radiante de la resurrección, cuando el Señor nos alegra por dentro y nos
sentimos dispuestos a caminar sobre las alturas. Pero muchas otras veces el
camino es pesado y se hace largo. Las pruebas, pequeñas pruebas que nos da
la vida o que el Señor nos envía, sólo encuentran una respuesta de amor y de
obediencia, cuando en el corazón brilla la esperanza que da la fe.
      La transfiguración, signo de la resurrección, que, como los discípulos,
tenemos que mantener muchas veces en secreto, o, como María, guardarlo todo
y meditarlo en nuestro corazón, es hoy en nuestro camino un estímulo para
nuestra esperanza.
      Para nosotros, como para los apóstoles, bajar del monte es emprender
un camino que ciertamente terminará en la cruz, si seguimos a Jesús. Pero el
haber visto su rostro ya transfigurado da a la vida un sabor nuevo y comunica
energía para continuar por largo tiempo andando por el llano, del que los
años de Nazaret son el mejor paradigma.

TEODORO BERZAL.hsf

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