17
de junio de 2018 - XI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B
“…al sembrarlo en la
tierra es la semilla más pequeña,
pero después, brota, se
hace más alta que las demás hortalizas…”
-Ez
17, 22-24
-Sal
91
-2Co
5, 6-10
-Mc
4, 26-34
En
aquel tiempo, decía Jesús a las turbas:
El
Reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme
de noche, y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él
sepa cómo. La tierra va
produciendo
la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano.
Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.
Dijo
también:
¿Con
qué podemos comparar el Reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de
mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después,
brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que
los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.
Con
muchas parábolas parecidas les exponía la Palabra, acomodándose a su entender.
Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en
privado.
El comentario
La
finalidad de las parábolas que Marcos recoge en el cap. 4 de su evangelio
parece ser la de suscitar la confianza de los discípulos de Jesús en su persona
y en su misión. Después del entusiasmo suscitado por los primeros milagros y el
anuncio inicial de la llegada del reino, se advierte un momento de dificultad
en el ministerio de Jesús: algunos lo abandonan, otros dudan. En esas
circunstancias las parábolas tienden a afianzar la fe vacilante de los
discípulos
y al mismo tiempo nos descubren dimensiones importantes de la obra de la
salvación.
"El
reinado de Dios es como cuando un hombre siembra. . . “El mensaje inmediato
está claro: Jesús dice a sus discípulos desanimados que hay que tener
paciencia; que la palabra anunciada, aunque parezca momentáneamente perdida, un
día dará su fruto. La otra parábola, la del grano de mostaza subraya aún con
mayor fuerza el contraste entre la debilidad de la situación inicial del reino
de Dios y su pleno desarrollo.
De
esa fuerte paradoja expresada en las dos parábolas se deduce el mensaje
permanente para el discípulo de Jesús: el resultado final de la obra salvadora
no depende de lo que él haga o no haga; en primer lugar porque la iniciativa
viene de Dios, como subraya también la 1ª lectura. Pero esa acción primera y
permanente de Dios invita al seguidor de Jesús a una generosidad sin medida,
como la del sembrador, que lo da todo fiándose de la capacidad interna que
tiene la semilla para producir fruto.
Quedan
así reforzadas las razones de esperanza que tiene el discípulo de Jesús, ya que
en último término lo único que se le pide es una confianza total.
Crecimiento y cosecha
El
punto de partida para entender las parábolas de Jesús es su experiencia
concreta de las situaciones presentadas en esas semejanzas y su el punto de
llegada es su experiencia de vida en ellas transmitida. Es el camino de
interpretación que han seguido muchas veces los Padres de la Iglesia. Así S.
Ambrosio dice un su Comentario a S.
Lucas: "Tú siembra al Señor Jesús: él es una semilla cuando lo
arrestan y un árbol cuando resucita, un árbol que da vida al mundo entero. Es
una semilla cuando es enterrado en el sepulcro y un árbol cuando es elevado al
cielo".
Siguiendo
ese mismo procedimiento podemos meditar las parábolas de hoy a la luz de la
experiencia de Jesús en Nazaret.
En
el texto mismo de la parábola de la semilla que crece sola hay como dos
progresiones diversas en el paso del tiempo: primero está el lento discurrir de
los días y las noches mientras la semilla germina por su cuenta. "La
tierra va produciendo la cosecha ella sola" en una duración ininterrumpida
que comprende varias etapas: "primero los tallos, luego la espiga, después
el grano en la espiga". Después de ese lento proceso, si leemos con
atención el texto, parece que todo se precipita: el labrador, que ha esperado
tanto tiempo "mete enseguida la hoz". Una sensación parecida produce
la lectura de un texto de S. Juan con el mismo tema: "Decís que faltan
cuatro mese para la siega, ¿verdad? Pues yo os digo esto: levantad la vista y
contemplad los campos; ya están dorados para la siega" (Jn 4, 35, 36).
La
paradoja de la "sorpresa" ante lo que uno ha esperado durante mucho
tiempo es una experiencia que todos tenemos y refleja también lo que supuso el
cambio de ritmo en la vida de Jesús al pasar del tiempo del
"crecimiento" en Nazaret al tiempo de la "cosecha" en sus
años de ministerio. La paradoja revela en el fondo el mismo mensaje que las
parábolas nos transmiten hoy: que no hay parámetros racionales desde una lógica
puramente humana para entender el modo de actuar de Dios y la forma de
acontecer de su reino.
El
lento pasar de los días en Nazaret nos ayuda a entender mejor ese contraste que
es una constante en la historia de la salvación.
Nosotros vemos hoy,
Señor,
los ramos de tu árbol extendidos
por los cinco
continentes
y a través de veinte
siglos de historia.
Tan grande el árbol y,
sin embargo, tan pequeño
en relación con la
magnitud del mundo.
Árbol pequeño y débil
en muchas partes
y en muchas situaciones.
Hoy también el reino es
una semilla
que un hombre echa en un campo. . .
Sembrar
Sólo
con la mentalidad del sembrador se puede colaborar a la extensión del reino de
Dios. Sembrador es aquel que lo da todo, que no se queda con una reserva entre
las manos. Sembrador es aquel que tiene plena confianza en la fuerza
germinativa de la semilla. Sembrador es aquel que después de haber echado la
semilla en tierra sabe quedarse en paz (dormir) dejando que pasen las noches y
los días. Sembrador es aquel que tiene esperanza de poder cosechar un día. El
sembrador es optimista por naturaleza, a veces un poco loco. Sabe que no todos
los terrenos producen lo mismo, sabe que no todos los tiempos son iguales para germinar.
Pero él sabe que debe arriesgar siempre y siembra en todas partes y a todas
horas.
El
sembrador evangélico confía en la semilla que es "la palabra de Dios"
(Lc 8, 11) y está convencido de que a pesar de los tiempos de oscuridad y
aparentemente inútiles que median entre la sementera y la cosecha, la acción de
Dios está allí en el secreto y en el silencio.
Este
es el aspecto que manifiesta mayormente la experiencia de Nazaret. Por eso
quien desea centrar su vida entorno a esa experiencia, pone en primer plano el
trabajo sencillo y callado, la atención prolongada a la palabra y a la acción
de Dios, la sensibilidad a los signos que él va dando a través de la historia,
para percibir cuando es el momento de la cosecha para que nada se pierda por
precipitar las cosas, para que nada se pierda por llegar tarde.
TEODORO BERZAL. Hsf
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