sábado, 23 de junio de 2018

Ciclo B - TO - Domingo XII


24 de junio de 2018 - XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B

        "¿Quién será éste, que hasta el viento y el agua obedecen?"

-Jb 38,1. 8-11
-Sal 106
-2Co 5,14-17
-Mc 4,35-41

Marcos 4,35-40

      Un día, al atardecer, dijo Jesús a sus discípulos:
       - Vamos a la otra orilla.
      Dejando a la gente, se lo llevaron en barca, como estaba; otras barcas
lo acompañaban. Se levantó un fuerte huracán y las olas rompían contra la
barca hasta casi llenarla de agua. Él estaba a popa, dormido sobre un almoha-
dón. Lo despertaron diciéndole:
       - Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?
      Se puso en pie, increpó al viento y dijo al lago:
       - ¡Silencio, cállate!
      El viento cesó y vino una gran calma. Él les dijo:
       - ¿Por qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?
      Se quedaron espantados, y se decían unos a otros:
       - ¿Pero, quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!

Comentario

      El milagro de la tempestad calmada cierra el capítulo que Marcos dedica
a las parábolas del reino y es el primero de una serie de prodigios que Jesús
realiza durante un viaje. Al igual que las parábolas, se diría que estos
milagros tienen la finalidad no sólo de reanimar al grupo desalentado de los
discípulos, sino de suscitar en ellos la fe que un día necesitarán en su
ministerio. Se ofrece así una catequesis muy concreta sobre la persona de
Jesús y sobre la forma de ser de quien desea seguirlo.
      Viniendo al milagro de la tempestad calmada, es evidente su significado
cristológico. La intervención poderosa de Jesús suscita la pregunta esencial
sobre su persona: "¿Quién será éste?". Los discípulos reconocen en Jesús algo
extraordinario y misterioso.
      El modo de presentar la intervención de Jesús en el lago hace pensar
que probablemente los discípulos la asociaron con las intervenciones de
Dios en la historia de Israel, sobre todo en le momento del paso del mar
Rojo. Al menos esa es la interpretación a la que la liturgia lleva al lector
actual de la Palabra a través del salmo 106 y de la lectura del libro de Job
que la preceden.
      No se trata de una interpretación sin fundamento pues sabemos que,
según la mentalidad judía, el Mesías debía renovar los prodigios del Antiguo
Testamento. Esto explica también el temor que acompaña a la pregunta por la
identidad de Jesús.
      El milagro, ese milagro concretamente, no sólo confirma la intuición
de los discípulos de que allí hay algo más que un hombre como los otros, sino
que les lleva a pensar que puede tratarse nada menos que del Mesías esperado.
Esa percepción del misterio, como algo que supera al hombre, es lo que
produce el temor y la angustia de los discípulos, porque al mismo tiempo se
ven confirmados en su fe naciente y desbordados por la manifestación de Dios.

La calma de Nazaret

      Contemplando la escena del evangelio de hoy, podemos hacer una
reflexión sobre el proceso que siguieron los discípulos en el nacimiento y
afianzamiento de su fe, alargándola también al que llevaron a cabo María y
José.
      Leyendo detenidamente los evangelios se ve cómo la fe inicial suscitada
en los discípulos por la invitación de Jesús a seguirlo y estar con Él,
necesitó ser profundizada cada día a través de la enseñanza, la presencia,
el contacto directo con el Maestro. En este camino juegan un papel muy
importante los milagros. Son momentos en los que la fe es puesta a prueba,
pero también estimulada. Son así pasos adelante que quienes siguen a Jesús
se ven obligados a dar si no quieren adoptar la opción de muchos otros, que
consiste en abandonarlo.
      Cuando se plantea la alternativa, los discípulos han recorrido un
camino tan largo, aún en poco tiempo, que les parece imposible volverse
atrás, y responden por boca de Pedro: "¿A quién, Señor, iremos? Tú solo
tienes palabras de vida eterna" (Jn 6,68)
      El camino de fe de María y de José en Nazaret no conoció, sino en los
comienzos, esos momentos exaltantes que provocan el "temor" ante la
manifestación de Dios (Lc 1,30). Los largos años de Nazaret, que suponen
también una progresiva maduración en la fe, están caracterizados por la
memoria viva de los acontecimientos ("Su madre conservaba el recuerdo de todo
aquello" Lc 2,51) y por el contacto directo con Jesús en la vida ordinaria.
      No cabe duda que ambos elementos irían dando a María y a José una
respuesta cada vez más clara a la pregunta esencial del evangelio que hoy los
discípulos se hacen: "¿Quién será pues, éste?" (Mc 4,41).
      Podemos decir que no sólo Jesús, sino también María y José crecieron
en "sabiduría", esa sabiduría que supone el conocimiento cada vez más
profundo del misterio y que supone en primer término la apertura que da la
fe.

Señor, ¿quién eres tú?
Vemos tu poder sobre el viento y el mar,
en el cielo y en la tierra,
pero tú, ¿quién eres?
Tú llenas el espacio y el tiempo del hombre,
y en el momento más oscuro estás ahí,
dispuesto a intervenir y a hacer reinar la calma
donde estaba la borrasca.
Pero, Señor, tú ¿quién eres?

Nuestra fe

      Una vez calmado el viento y el mar, Jesús reprocha a sus discípulos su
miedo y su falta de fe. Podemos preguntarnos en qué se manifestó esa falta
de fe, si en haber despertado al Maestro cuando se sentían en peligro o en
no haberlo reconocido como Señor cuando intervino con poder, como después
hicieron. En todo caso, el evangelio de hoy interpela también nuestra fe,
nuestra fe actual y el proceso de maduración de nuestra fe, si leemos el
evangelio a partir de Nazaret.
      Con frecuencia vacila también la estabilidad en la barca de nuestra
vida; hay situaciones, problemas, dificultades que nos ponen en crisis. A
veces nos puede venir la duda de si Dios se ha olvidado de nosotros; pero con
más frecuencia nos viene la tentación de creerle dormido. Como consecuencia
hacemos una interpretación de la historia y de nuestra propia existencia sin
tenerle en cuenta, como si Él no estuviese.
      Al creyente le asaltan siempre dos tentaciones: la de querer
arreglárselas por su cuenta (sacar el agua de la barca en medio de la
tormenta) y la de querer hacer intervenir a Dios a cada paso para que le
saque las castañas del fuego.
      Jesús llama cobardes no tanto a quienes han interrumpido su sueño en
la barca cuanto a quienes no saben reconocerlo a través de los signos que
opera en la naturaleza y en la historia. Bueno es saber que nuestro camino
de maduración en la fe se mueve siempre entre esos dos escollos.

TEODORO BERZAL.hsf


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