sábado, 28 de julio de 2018

Ciclo B - TO - Domingo XVII


29 de julio de 2018 - XVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

                        "Jesús tomó los panes... "

-2Re 4,42-44
-Sal 144
-Ef 4,1-6
-Jn 6,1-15

Juan 6,1-15

      En aquel tiempo, Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea
(o de Tiberíades). Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que
hacía con los enfermos.
      Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
      Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. Jesús entonces levantó
los ojos, y al ver que acudía mucha gente dijo a Felipe:
      - ¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?
      (Lo decía para tantearlo, pues bien sabía Él lo que iba a hacer)
      Felipe contestó:
      - Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un
pedazo.
      Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
      - Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de
peces, pero, ¿qué es eso para tantos?
      Jesús dijo:
      - Decid a la gente que se siente en el suelo.
      Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron: sólo los hombres eran
unos cinco mil.
      Jesús Tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los
que estaban sentados; lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
      Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos:
      - Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.
      Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco
panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
      La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
      - Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.
      Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey,
se retiró otra vez a la montaña, Él solo.

Comentario

      En lugar de la narración de la multiplicación de los panes como la
presenta Marcos, la liturgia interrumpe la lectura continua de este evangelio
e introduce durante varios domingos la versión, más larga y articulada, que
ofrece el cuarto evangelio de ese mismo relato.
       En este domingo se ofrece la narración del milagro y en los próximos
la interpretación del signo realizado con el discurso de Jesús sobre "el pan
de vida" en la sinagoga de Cafarnaún. El conjunto tiene un evidente
significado cristológico y eucarístico, sin que sea fácil deslindar un tema
del otro.
      Algunas anotaciones nos ayudarán a leer con mayor atención el evangelio
de hoy, introducido ya por la lectura del antiguo Testamento en la que Eliseo
da de comer a mucha gente con un número reducido de panes.
      Jesús, sanando a los enfermos y distribuyendo el pan, sale al encuentro
de las necesidades concretas de la gente, pero, al mismo tiempo, trata de
hacer comprender el significado de los milagros que hace y estimula a quienes
creen en Él a tener hambre de otras cosas: a abrirse plenamente a la fe y a
emprender una vida en la que sólo Dios puede, en definitiva, colmar las
necesidades más importantes del hombre.
      Jesús realiza el milagro en diálogo con sus discípulos y con la gente
que lo rodea. No de una forma espectacular, sino usando los medios a
disposición y utilizando lo que ya existe.
      El gesto de multiplicar el pan debe ser entendido a la luz de los
acontecimientos del Éxodo. Dios colma la necesidad del pueblo dándole el
maná, pan del cielo. Jesús evoca así la figura de Moisés. Pero su gesto no
es sólo memoria de un pasado, anuncia también una maravilla aún más grande
que se cumplirá en la Pascua. El evangelio da explícitamente esta referencia
temporal: "Se acercaba la Pascua... " (6,4). Y las palabras y los gestos
de Jesús son los mismos que los otros evangelistas emplean para narrar la
institución de la eucaristía.
      Jesús atrae todos a sí ("lo seguía mucha gente" 6,2) y no se opone a
la voluntad del Padre, que un día lo glorificará, pero no siguiendo el camino
que algunos querían. Por eso sabe también desprenderse de las pretensiones
de la multitud y quedarse solo.

"Cinco panes de cebada"

      Entre las muchas pistas de reflexión que nos ofrece el evangelio de
hoy, hay una que nos ayuda a leerlo desde Nazaret.
      El gesto de contar con aquellos cinco panes de cebada y los dos peces
secos que el chiquillo puso a su disposición corresponde con la experiencia
de todo lo humano que Jesús hizo en la pequeña aldea de Galilea.
      El pan de cebada era alimento de los pobres y de los esclavos. Producto
de escaso valor pero, sobre todo, escaso en cantidad para saciar a aquella
multitud. En opinión del discípulo Felipe, "ni medio año de jornal bastaría
para que a cada uno le tocara un pedazo".
      Unos de los aspectos principales del "signo" está precisamente en la
desproporción entre el pan disponible y la multitud saciada. A ello hay que
añadir los doce cestos de las sobras que hablan de la abundancia de los dones
de Dios en la época mesiánica.
      Pero el lado "nazareno" del milagro está en haber contado con lo poco
y de escaso valor a los ojos humanos para realizar la obra de Dios. Esa
delicadeza "divina" de contar con lo humano para salvar al hombre se inscribe
en el gran gesto de la encarnación, que es asumir lo humano, con todos sus
límites, para comunicar a todos una gracia ilimitada.
      La exigüidad de los medios, de que es claro testimonio la vida de
Nazaret (pequeñez de la aldea, insignificancia del trabajo allí realizado,
escaso horizonte cultural, etc), forma parte de los cinco panes de cebada que
Dios toma para cumplir su designio de salvar a todos.
      Lo que importa no es tanto la limitación de los medios (Dios puede
sacar hasta de las piedras hijos de Abrahán), cuanto el abrirse a la acción
divina. Lo poco de Nazaret y de los panes se hace de gran valor entre sus
manos.
      Ese ser el signo de que allí está " el gran Profeta que tenía que
venir al mundo" (Jn 6,14). Él es quien nos revela el modo de ser de Dios,
quien ahora ya no crea más cosas de la nada, sino que cuenta ante todo con
la colaboración humana para realizar sus obras.

Te bendecimos, Padre,
por la maravilla del pan abundante para todos.
Te bendecimos porque has querido sacarlo
del hogar de Nazaret y lo has dado
a la multitud hambrienta y dispersa
para formar la familia de los creyentes.
Danos hambre de la Palabra y del Espíritu
para que se cumpla en nosotros
el signo del pan ofrecido desde nuestra pobreza
y distribuido desde tu liberalidad.

Presentar nuestro pan

      La Palabra nos lleva a vivir la eucaristía no como una celebración que
se agota en sí misma, sino como un estilo de vida del que el momento
celebrativo es a la vez "fuente y culmen".
      Presentar nuestro pan, el pan de la miseria, expresión de nuestra
pobreza, para que Dios realice su obra, es la actitud fundamental que nos
enseña hoy la contemplación "nazarena" de la Palabra. Quizá sea ese el
milagro-signo que más necesitamos hoy: compartir el pan. Es decir, no
contentarnos con ser beneficiarios del milagro, sino contribuir a realizarlo.
      La doctrina social de la Iglesia presenta el problema de la distri-
bución justa de los bienes de la tierra como un problema ético y no sólo
técnico o económico. Porque lo que más importa es ganar la conciencia del
hombre al movimiento del compartir. De modo que el principal paso está dado
cuando las personas abandonan la actitud egoísta de quedarse con lo que
tienen, con sus panes, y los ponen a disposición de todos.
      Y lo que vemos con una cierta lucidez en el ámbito mundial tiene las
mismas dinámicas de aplicación en ambientes más reducidos y en todos los
aspectos de la vida. Pensemos en nuestra ciudad, en nuestra comunidad.
      Leer la Palabra de Dios nos compromete. Leerla, escucharla, vivirla en
la eucaristía es empezar a dar ese paso que nos abre a la comunidad desde los
límites de nuestro ser para permitir que Dios haga el signo de la
multiplicación de los panes en nuestra vida.

TEODORO BERZAL.hsf


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