sábado, 11 de agosto de 2018

Ciclo B - TO - Domingo XIX

12 de agosto de 2018 - XIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B

                    "El pan que voy a dar es mi carne"

-1Re 19,4-8
-Sal 33
-Ef 4,30 - 5,2
-Jn 6,41-51

Juan 6,41-52

      En aquel tiempo, criticaban los judíos a Jesús porque había dicho "yo
soy el pan bajado del cielo", y decían:
      - ¿No es éste Jesús, el hijo de José? ¿No conocemos a su padre y a su
madre? ¿cómo dice ahora que ha bajado del cielo?
      Jesús tomó la palabra y les dijo:
      - No critiquéis. Nadie puede venir a mí si no lo trae el Padre que me
ha enviado.
      Y yo lo resucitaré el último día.
      Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios".
      Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí.
      No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que viene de Dios: Ése
ha visto al Padre.
      Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna.
      Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná 
y murieron: Éste es el pan que ha bajado del cielo, para que el hombre coma
de Él y no muera.
      Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan
vivirá para siempre.
      Y el pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo.

Comentario

      En la continuación del discurso sobre el pan de vida que el evangelio
de hoy nos ofrece, el evangelista desarrolla algunos de los temas ya
apuntados anteriormente: la oposición y murmuración de la gente, la fe y la
revelación interior necesarias para acoger a Jesús y, sobre todo, la
identificación de Éste con el pan que da la vida al mundo.
      Queda así cada vez más claro el sentido eucarístico del conjunto del
discurso. A ello contribuye también el contexto litúrgico, al presentarnos
la primera lectura ese alimento misterioso que da fuerzas al profeta para
continuar su camino desde el triunfo del Carmelo hasta la experiencia de Dios
en el Horeb y su compromiso para restablecer la justicia en Israel.
      En su diálogo con la gente, Jesús se reafirma como pan de la vida para
quien se abre a la atracción interna del Padre, que lleva aceptarlo mediante
la fe.
      El significado de la expresión "pan de la vida" viene precisado con más
nitidez. Se trata del punto focal de todo el Cap. VI del evangelio de Juan.
Es un pan "bajado del cielo" y un pan que "voy a dar". Las dos expresiones
engloban la existencia entera de Jesús en la mentalidad del IV evangelio,
pues aluden respectivamente a la encarnación del Verbo y a su entrega en la
cruz.
      Los efectos que produce el pan de vida se definen por contraste con el
maná. Este fue un apoyo importante en el camino del pueblo de Israel hacia
la tierra prometida, pero, como dice el mismo evangelio: "Vuestros padres
comieron el pan en el desierto, pero murieron" (6,49). Quien come del otro
pan, no solo no muere, sino que tiene la vida eterna. Se trata de esa
plenitud de vida que Dios tiene en sí mismo y que desea compartir con todos
los hombres: "El Padre dispone de la vida y ha concedido al Hijo disponer
también de la vida" (Jn 5,26). Lo sorprendente es que la donación de la vida
se da a través de la muerte de Jesús en la cruz.

"Nosotros conocemos a su padre y a su madre"

      La expresión referente a su familia puesta por el evangelista en boca
de los opositores de Jesús en Cafarnaún nos puede dar pie para una lectura
"nazarena" del evangelio de hoy.
      La protesta de los judíos, que recuerda las del pueblo de Israel en el
desierto, se refiere a la afirmación de Jesús de que Él "es pan bajado del
cielo" (Jn 6,41). Como las antiguas también ésta es una oposición al plan
divino porque en la práctica, no se acepta que la salvación pueda acontecer
por los caminos que Dios ha elegido: en el Antiguo Testamento era el camino
del desierto, en la época mesiánica el camino de la encarnación.
      Y en la protesta de los judíos contra lo que Jesús dice, queda bien
claro que lo que causa escándalo es en definitiva cómo conciliar su origen
divino (6,41-42) con el hecho de provenir de una familia bien conocida, la
familia de Nazaret, es decir, de ser un hombre como todos los demás. Más
adelante en el mismo evangelio reaparece la misma objeción: "Por qué tu,
siendo hombre, te haces Dios?" (Jn 10,33).
      Esta oposición sirve así para reafirmar esa dimensión humana de Jesús
que la vida de Nazaret tan claramente muestra. Quizá sea útil recordar que
en el curso de los siglos a la Iglesia le ha costado tanto el afirmar la
verdadera humanidad de Cristo como su divinidad. Porque lo que aquí está
en juego, como en tantas otras páginas del evangelio y también en muchas
situaciones de nuestros días, es el saber decir "la verdad sobre Jesucristo"
(Cfr. Documento de Puebla. Discurso inaugural).
      En el plan de Dios la "carne" y por tanto la encarnación es un medio
de comunicación de Dios con el hombre, un signo de su presencia amorosa, un
instrumento de gracia y de condescendencia. Pero sólo la fe, don de Dios,
atracción del Padre, logra penetrar en ese sentido verdadero y hacer de ella
la puerta de entrada en el Reino. Sin la fe, la debilidad de la "carne" es
vista sólo como limitación e impotencia, como opacidad que oculta lo divino.
      También nosotros necesitamos de la fe del "padre y de la madre" de
Jesús para ver en Él al Dios-con-nosotros, al único que puede llevarnos al
encuentro con el Padre y resucitarnos "en el último día" (6,44), a través del
velo de su "carne" (Heb. 10,20).

Señor Jesús, pan de la vida bajado del cielo,
danos de ese pan y danos tu Espíritu Santo,
que nos lleve a compartir
tu mismo gesto de donación a todos.
Como el profeta y como el pueblo hambriento
necesitamos ese pan
en las arenas movedizas e inconsistentes
de nuestro desierto,
de nuestras dudas y desánimos.
Padre, atráenos tú a Cristo.

Pan para el camino

      La Iglesia ha visto siempre en el alimento misterioso que dio nuevas
fuerzas al profeta y en el maná que el pueblo comió en el desierto sendas
figuras de la eucaristía.
      Esta, en cuanto memoria viva de la entrega de Jesús - de su carne y su
sangre en el Calvario - acompaña siempre al nuevo pueblo de Dios en su
peregrinar por el mundo hacia la plenitud del Reino.
      La Palabra de Dios nos invita hoy a saber incorporar personalmente y
como comunidad el sentido que tiene la eucaristía, presencia de Cristo
resucitado en la humildad del pan.
      Como el del pueblo de Israel, nuestro camino es un proceso de
liberación de la esclavitud, para pasar a la vida nueva y ese paso sólo puede
cumplirse en comunión con Cristo.
      Al apropiarnos ahora de su gesto en el sacramento, debemos ser
conscientes de que nos colocamos en esa dinámica que lleva a la entrega de
la carne y de la sangre. Y ese gesto se vive concretamente en la práctica de
la caridad, como recuerda Pablo en la 2ª. lectura de hoy. Lo contrario sería
"irritar al Santo Espíritu que os selló para el día de la liberación" (Ef.
4,30).
      Vivir el mensaje de la Palabra de hoy en estilo nazareno, comporta
descubrir esa línea de humildad, de concretez realista que une la
encarnación del Verbo, su presencia viva en la eucaristía y los actos de la
vida diaria en los que se expresa el amor cristiano. A través de ella se
cumple el designio del Padre de llevar a todos a Cristo y de empezar a
comunicar esa vida divina que Él posee en plenitud y que desea ofrecer a
todos los hombres.

TEODORO BERZAL.hsf

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