sábado, 4 de agosto de 2018

Ciclo B - TO - Domingo XVIII


5 de agosto de 2018 - XVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo B

"Yo soy el pan de vida"

-Ex 16,2-4; 12,15
-Sal 77
-Ef 4,17. 20-24

Juan 6,24-35

      En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos
estaban allí, se embarcaron y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al
encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron:
      - Maestro, ¿cuándo has venido aquí?
      Jesús les contestó:
      - Os lo aseguro: me buscáis no porque habéis visto signos, sino porque
comisteis pan hasta saciaros.
      Trabajad no por el alimento que parece, sino por el alimento que
perdura, dando vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste
lo ha sellado el Padre, Dios.
      Ellos le preguntaron:
      - ¿Cómo podremos ocuparnos en los trabajos que Dios quiere?
      Respondió Jesús:
      - Éste es el trabajo que Dios quiere: que creáis en el que Él ha
enviado.
      Ellos le replicaron:
      - ¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? Nuestros
padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: "Les dio a comer
pan del cielo".
      Jesús les replicó:
      - Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es
mi Padre quien os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el
que baja del cielo y da vida al mundo.
      Entonces le dijeron:
      - Señor, danos siempre de ese pan.
      Jesús les contestó:
      - Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que
cree en mí no pasará nunca sed.

Comentario

      El diálogo de Jesús con la multitud, como lo presenta Juan en el
evangelio de hoy, tiene como tema de fondo "el pan de vida". Jesús pretende
que sus oyentes den el paso de penetrar el signo de la multiplicación de los
panes para llegar a un conocimiento de su propia persona y de su misión. Es
también el paso al que la liturgia de este domingo parece invitarnos también
a nosotros, de modo que se transforme nuestra mente y nos revistamos del
"hombre nuevo", como lo pide la 2ª. lectura.
      A la gente, que pretende enseguida otras señales (Jn 6,31) porque no
han entendido el signo del pan multiplicado, Jesús le propone el camino de
la fe en Dios, que supone la aceptación de su Enviado (Jn 6,29). De esta
forma a una mentalidad que se detiene sólo en lo más inmediato y que pregunta
sólo por curiosidad, "Maestro ¿cuándo has venido?", Jesús no responde
directamente. El va directamente al fondo de la cuestión poniendo en tela de
juicio las motivaciones que anidan en el corazón de quienes lo siguen y lo
escuchan. A la visión puramente terrena e interesada de las cosas responde
el pan material que, aunque realidad material donde se apoya necesariamente
el signo, termina por corromperse.
      Jesús, por el contrario, propone el camino de la fe que es capaz de
"leer" en el pan distribuido, la donación del amor de Dios en su propia
persona. El conocimiento de la Escritura hubiera sido de gran ayuda si los
oyentes de Jesús no hubieran tenido la mente tan cerrada como los que vivieron
el signo del maná en el desierto. También ellos encontraron que el pan del
cielo era insípido y se recordaron de las cebollas de Egipto (Num 11,5).
      Al hablar del pan que sacia para siempre, como hizo la samaritana al
oír hablar de la otra agua (Jn 4,15), la reacción inmediata de la gente es:
"Danos siempre pan de ése". Y entonces Jesús no pierde la ocasión de ir hasta
el fondo del significado que tiene tanto el signo del antiguo maná, como el
reciente de los panes: "Yo soy el pan de la vida", dice.
      No puede estar más clara la relación entre la fe y los signos que la
suscitan y la expresan.

Las señales

      El cuarto evangelio es el libro de los signos o de las señales. A lo
largo de su camino, Jesús va realizando una serie de "obras", algunas de
ellas maravillosas, que quien se acerca a Él debe saber interpretar: son
otros tantos indicadores que permiten a quien se abre a la fe reconocer en
el hombre Jesús al "enviado de Dios".
      Aparentemente el tiempo de Nazaret es un período privado de esos
signos. Desde el prólogo, en el cuarto evangelio se pasa a la vida pública
de Jesús. Por eso conviene profundizar en el signo fundamental de que Juan
habla que es el de la encarnación del verbo. "Y la Palabra se hizo hombre,
acampó entre nosotros y contemplamos su gloria: gloria de Hijo único del
Padre, lleno de amor y de lealtad" (Jn 1,14).
      José y María viven en Nazaret de ese signo, único y luminoso que marca
toda su vida. Todo el camino de Nazaret se realiza a la luz de ese único
signo. Y en realidad no hacen falta más cuando se ha creído. La multiplicidad
y espectacularidad de los signos tanto en el Antiguo como en el Nuevo
Testamento parece que están más bien en relación con la debilidad humana y
con la condescendencia divina.
      María y José vivieron con Jesús el camino de la fe. Ellos supieron
penetrar en la profundidad del signo cuando aceptaron a Jesús como Hijo de
Dios, siempre en la oscuridad de la fe. Llegados a ese punto, sobran todos
los milagros. Es lo que Jesús enseña en su catequesis a la multitud de
Cafarnaún. No se trata de ofrecer otras señales (aunque luego Él mismo las
dá) sino de penetrar en el signo de la multiplicación del pan y aceptar que
es Él el verdadero pan de la vida.
      El camino de Nazaret - con la sola luz de la Escritura y de la
presencia del Verbo encarnado - es también nuestro camino. Su modo de
presencia ha cambiado, pero no la exigencia de abrirse al único signo que
sigue siendo su propia persona en la que hay que penetrar desde la
materialidad de su "cuerpo".
      El signo del pan, leído a la luz de Nazaret, nos invita a parar de la
exigencia de una multiplicidad de señales a la sencillez del único signo,
nos abre así ya a la experiencia de eucaristía en la época postpascual.

Padre bueno, crea en nosotros
ese hombre nuevo hecho también a tu imagen
con esa rectitud de corazón y esa mirada pura,
que es capaz de leer los signos
que encontramos en la vida,
hasta descubrir la presencia - viva y misteriosa -
de Cristo, el Señor, tu Enviado.
Que la fuerza del Espíritu Santo
sostenga y aumente nuestra fe
hasta que venzamos el egoísmo y la ceguera
que nos impiden ver en Jesús
aquél a quien has marcado con tu sello.

"Danos siempre pan de ése"

      Es la petición de la multitud. Petición ambigua que, de una parte,
parece abrirse al misterio, y de otra tiende a querer perpetuar un régimen
de asistencia inmediata por parte de Dios.
      Necesitamos también nosotros preguntarnos por las razones de nuestra
búsqueda de Jesús si queremos profundizar nuestra fe.
      Para que la Palabra de hoy no sea vana en nuestra vida, tenemos que
corregir nuestro deseo instintivo de sensacionalismo y de seguridades
inmediatas en lo que se refiere a la fe, y entrar en ese campo abierto a
muchas responsabilidades y compromisos serios que es aceptar a Jesús como
Señor y salvador nuestro y de los demás.
      La obra a la que se nos llama hoy es creer, es decir, entrar en la
dinámica de un amor que no se deja ilusionar por un entusiasmo servil ni se
abate porque ya no se ven pruebas palpables. La sobriedad y sencillez de
Nazaret pueden enseñarnos mucho en este sentido.
      Ése es nuestro trabajo, el trabajo de la fe. Sin que deje de ser en
último término don, la fe requiere ese empeño, constancia y seriedad que todo
trabajo lleva consigo. Y de ese esfuerzo noble por creer, nacerá el
compromiso para transmitir a otros el gozo de la fe, para ofrecer señales
válidas de la llegada del Reino entre nosotros y para construir un mundo
donde la solidaridad haga el gran milagro de suprimir el hambre de quienes
no tienen pan.

TEODORO BERZAL hsf

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