sábado, 15 de septiembre de 2018

Ciclo B - TO - Domingo XXIV


16 de septiembre de 2018 - XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo B

                                                 "Tú eres el Mesías"

-Is 50,5-9
-Sal 114
-St 2,14-18
-Mc 8,27-35

Marcos 8,27-35

      En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las aldeas de
Cesarea de Filipo; por el camino preguntó a sus discípulos:
      - ¿Quién dice la gente que soy yo?
      Ellos le contestaron:
      - Unos, Juan Bautista, otros, Elías, y otros, uno de los profetas.
      Él les preguntó:
      - Y vosotros, ¿quién decís que soy?
      Pedro le contestó:
      - Tú eres el Mesías.
      Él les prohibió terminantemente decírselo a nadie.
      Y empezó a instruirlos.
      - El Hijo del hombre tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado
por los senadores, sumos sacerdotes y letrados, ser ejecutado y resucitar a
los tres días.
      Se lo explicaba con toda claridad. Entonces Pedro se lo llevó aparte
y se puso a increparlo. Jesús se volvió, y de cara a los discípulos increpó
a Pedro:
      - ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como los hombres, no como
Dios!
      Después llamó a la gente y a sus discípulos y les dijo:
      - El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue
con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero
el que pierda su vida por el Evangelio la salvará.

Comentario

      Las lecturas de este domingo tienen como tema predominante el de la
mesianidad de Jesús, que se perfila a través del anuncio de Isaías y, sobre
todo, por las palabras de Jesús en el evangelio.
      Con la confesión de Pedro (Mc 8,29), llegamos al punto central y al
corazón mismo del evangelio de Marcos. Situada a mitad de camino entre la
afirmación inicial del evangelista (1,1) y la profesión de fe del centurión
después de la muerte de Jesús (15,39), la manifestación de fe de los
discípulos, expresada por boca de San Pedro, revela el contenido del "secreto
mesiánico".
      La escena evangélica de Cesarea de Filipo es un ejemplo admirable de
catequesis dada por Jesús, quien guía a sus discípulos y oyentes a la verdad.
Contrariamente a la costumbre, es Él quien formula la pregunta inicial. Luego
escucha y confirma la respuesta verdadera dada por Pedro, y previene contra
los posibles errores de interpretación. Pero además saca las consecuencias
prácticas para quien dice creer: "El que quiera venirse conmigo... " (8,35).
      La figura de Mesías que emerge de las palabras de Jesús difiere de la
que los judíos de su tiempo tenía en general y está en contraste con las
interpretaciones oficiales de los grupos dirigentes ("senadores, sumos
sacerdotes y letrados" 8,31). De ahí nace la crisis que irá intensificándose
a lo largo de las páginas del evangelio y que se saldará con la pasión y la
muerte de Jesús.
      Frente al modo de proceder de Pedro, que después de su confesión toma
aparte a Jesús y le habla movido únicamente por "impulso humano", éste
declara "abiertamente el mensaje" proponiendo a todos esa fe que salva y que
compromete la vida entera. Se muestra así como el verdadero Mesías, que
escucha y sufre, pero lleno de esa presencia de Dios que da una confianza
plena y lo hace inquebrantable (2ª. lectura).
      El seguimiento que Jesús pide está directamente marcado por esa
comunión con su persona que debe llevar al discípulo a compartir su destino,
lo que comporta una negación de sí mismo y un "perder la vida" por Él. En eso
consiste la fe verdadera.

El escándalo de Nazaret

      La segunda intervención de Pedro en el evangelio de hoy muestra bien
a las claras cómo la fe en Jesús es un don de Dios y cómo existe un modo de
ver las cosas y de razonar que no corresponde a sus designios. San Pablo
habla del escándalo que supone para los Judíos la cruz de Cristo (ICo 1,23)
y más adelante dice: "El hombre de tejas abajo no acepta la manera de ser del
Espíritu de Dios, le parece una locura" (ICo 2,14).
      En la misma línea podría hablarse de un "escándalo de Nazaret", incluso
para algunos cristianos. Les parece injustificado, desproporcionado y hasta
escandaloso que el Hijo de Dios, venido a la tierra para traer la buena nueva
de la salvación, se encierre en un silencio incomprensible viviendo por
muchos años en una oscura aldea de Galilea.
      Quienes así piensan quizá se atreverían a proponer un programa de vida
diferente para el Mesías. No comprenden que el camino elegido, ya desde
entonces, es el que un día llevaría a decir a Jesús: "Este hombre tiene que
padecer mucho: tiene que ser rechazado por los senadores, sumos sacerdotes
y letrados, ser ejecutado y resucitar a los tres días" (Mc 8,31); En realidad
ya desde su infancia el anciano Simeón lo había presentado como "bandera
discutida" (signo de contradicción) para que quede patente lo que todos
piensan" (Lc 2,35).
      En Nazaret se va ya perfilando esa figura de Mesías marcado por la
escucha y la obediencia, atento sólo a la voluntad del Padre, con la actitud
filial del siervo de Yavé (1ª. lectura), que se muestra completamente
disponible al proyecto de Dios sobre su vida. Son éstas las características
que le llevan, a su debido tiempo, a asumir el sufrimiento, no sólo como un
aspecto inherente a toda existencia humana, sino como acto de amor redentor
que conduce a ofrecer la vida por los demás.
      De la experiencia de escucha y de silencio, propias del siervo de Yavé,
pasó Jesús a exponer "con una lengua de iniciado" el mensaje del Evangelio,
supo decir una palabra de aliento al abatido y se presentó decidido al
momento de dar su vida por todos (Is 50,4).

Señor Jesús, tú eres el Mesías,
el Hijo del hombre y el siervo de Yavé
con el oído abierto y la lengua suelta.
Tú has padecido por nosotros;
danos esa fe sincera y esa fuerza interior
capaz de cargar, como tú, con nuestra cruz
y con la de los demás.
Caminando tras tus huellas,
descubriremos que en ti está la salvación
porque quien te sigue
"no camina en las tinieblas
sino que tendrá la luz de la vida".

Perder y ganar la vida

      El evangelio de hoy se concluye con la máxima de perder o ganar la
vida, y con ella nos invita a iluminar concretamente nuestra vida con la luz
que viene de la Palabra.
      El diálogo entre Jesús y Pedro desemboca en un compromiso serio para
toda la comunidad de los seguidores de Jesús, como para indicar que la fe
verdadera, la fe confesada explícitamente, tiene unas implicaciones
existenciales que afectan a todo creyente. Esa es también la línea
fundamental de la 2ª. lectura: no hay fe si no desemboca en las obras.
      La comprensión y aceptación de la verdad sobre la mesianidad de Jesús
se expresa en lo concreto de la vida con esa actitud básica del cristiano que
consiste en negarse a sí mismo y cargar con la propia cruz. Es decir, frente
a la forma de vivir que pretende salvar la propia vida confiando en uno
mismo, viendo la existencia como puro resultado de las propias opciones y
decisiones, está ese otro modo de vivir que confía totalmente en Dios, que
acepta la vida como don, que ve en el dolor y en el sacrificio, en la
humillación y el ocultamiento, posibles caminos para vivir el amor, el amor
redentor que salva a los otros, aunque implique la pérdida de la propia vida.
      Saber entrar en ese "juego" de perder o ganar la vida es ponerse en el
camino de la fe verdadera. A ello nos invita como preámbulo la experiencia
de Jesús en Nazaret con María y José. Compartir ese género de vida es dar
pasos en la dirección de la entrega de la propia vida. Comprenderlo es ya un
don del Espíritu Santo.

TEODORO BERZAL hsf

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