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de octubre de 2018 - XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C
"Lo que Dios ha unido no lo separe el hombre"
-Gen 2,18-24
-Sal 127
-Heb 2,9-11
-Mc 10,2-16
Marcos 10,2-16
En aquel tiempo, se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús
para ponerlo a prueba:
¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
Él les replicó:
¿Qué os ha mandado Moisés?
Contestaron:
Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.
Jesús les dijo:
Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. Al principio
de la creación Dios los creó hombre y
mujer. Por eso abandonará el hombre a
Su padre y a su madre, se unirá a su
mujer y serán los dos una sola carne.
De modo que ya no son dos, sino una
sola carne. Lo que Dios ha unido que no
lo separe el hombre.
En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. Él les
dijo:
Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio
contra la primera. Y si ella se
divorcia de su marido y se casa con otro,
comete adulterio.
Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les
regañaban.
Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que
son como ellos es el Reino de Dios. Os
aseguro que el que no acepte el Reino
de Dios como un niño, no entrará en él.
Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.
Comentario
Las lecturas de este domingo tienen como tema central la unión matrimo-
nial. La narración de la creación de la
mujer lleva con mano maestra al
lector desde la soledad existencial del
primer hombre, al que los animales
no logran hacer verdadera compañía,
hasta ese primer canto de amor con el que
Adán saluda a su verdadera compañera,
carne de su carne y hueso de sus
huesos.
La frase conclusiva de la lectura del Génesis, es de corte sapiencial:
"Por eso un hombre abandona padre
y madre, se junta a su mujer y hacen una
sola carne". En forma sintética
nos revela la vocación fundamental del
hombre. En última instancia, no es la
atracción instintiva lo que lleva a
la unión matrimonial sino el plan
creador de Dios, que ha hecho al ser
humano hombre y mujer, es decir el uno
para el otro, a imagen de la propia
naturaleza divina.
A ese proyecto inicial es al que Jesús se refiere cuando, a instancias
de los fariseos, da su respuesta sobre
la delicada cuestión del divorcio.
Evitando enzarzarse en una polémica sobre
la interpretación del texto de
Moisés, Jesús va directamente a lo que
la unión matrimonial representa como
voluntad de Dios y como vocación del
hombre.
No se trata de sustituir una legislación más o menos primitiva por otra
más o menos rigorista, sino de
comprender bien los dos puntos esenciales de
la cuestión: lo que Dios quiere del
hombre cuando lo ha creado, es decir, lo
que ha escrito en su corazón al hacerlo
hombre y mujer, y la causa que ha
determinado después la alteración de
ese plan inicial, es decir, el pecado
del hombre: "por la dureza de
vuestro corazón... " (Mc 10,5).
Como consecuencia de esas dos situaciones, el momento de la creación y
el momento del pecado, hay que situar
la 2ª. lectura, que habla de la
redención del hombre. Jesús, en efecto
se ha comprometido con su palabra y
con la donación de su vida a devolver
al hombre esa condición primera que lo
hace hijo de Dios y abierto a una
fraternidad sin límites.
"Hermanos"
La lectura del evangelio desde Nazaret nos lleva a meditar sobre, a
partir de la 2ª. lectura, sobre la
importancia de la encarnación y a situar
ese momento en el plan divino de la
salvación.
Dios hizo al hombre semejante a sí mismo en la creación. En la
encarnación tenemos ese otro momento
maravilloso en el que Dios se hace
semejante al hombre. para salvarlo. La
carta a los Hebreos explicar esa
lógica sorprendente que tiene como
única explicación el amor de Dios:
"Convenía que Dios, fin del
universo y creador de todo, proponiéndose
conducir muchos hijos a la gloria...
" (2,10).
Esa solidaridad de Dios con el hombre, que lo lleva a compartir el
mismo linaje humano aparece de modo
admirable en Nazaret, donde Cristo se
hace verdaderamente hermano de todos
los hombres. "Por esta razón no tiene
Él reparo de llamarlos hermanos"
(Heb 2,11). La obra de la redención aparece
así como un gran retorno del Hijo mayor
con una multitud de hermanos a la
casa del Padre.
Ese gran retorno se efectúa en la pascua de Cristo y lleva consigo esa
reconstitución del hombre en su
dignidad primera desde donde es posible la
Relación auténtica también con los
otros. Un aspecto particular de esa
relación es la que hemos considerado a
propósito de la unión matrimonial.
De esta forma la encarnación es ese momento de alianza, definitiva y
total entre Dios y el hombre, sellada
en la carne, que la unión matrimonial
simboliza, cuando es vivida en el
sentido primero dado en la creación.
Nazaret, que representa la duración prolongada y progresiva de la
encarnación, representa ese aspecto
definitivo y total que tiene la acción
divina y que aparece tanto en la
creación como en la redención del hombre.
El amor esponsal de María y José, puede ser visto también en esa
perspectiva del hombre nuevo, redimido
por Cristo y llevado a su pureza y
plenitud primitivas mediante su muerte
en la cruz.
Te
bendecimos, Padre,
porque
has creado buenas todas las cosas.
Quisiste
dar a Adán la alegría
de
poder expresar su amor
porque
lo habías hecho a tu imagen
y
creaste a Eva igual a ‚l
para
que pudiera corresponderle.
Te
bendecimos, Padre,
porque
tu sabes que el amor construye la unidad,
da
la armonía interna a cada ser
y
lo lleva a realizarse plenamente.
Te
bendecimos, Padre,
porque
gracias al sacrificio de Jesús,
has
derramado en nuestros corazones tu mismo Amor.
Amor
La página bíblica de hoy ha puesto ante nuestros ojos la belleza del
designio de Dios sobre el hombre. La
llamada inicial a la vida y a la
dignidad única que lo coloca sobre los
animales y sobre todo lo creado, llega
a la plenitud sólo cuando se realiza en
el diálogo y la complementariedad de
los dos sexos.
Sin esa entrega mutua que lleva a cada uno de ellos a salir no sólo de
la propia familia sino también de sí
mismo, para darse al otro, el ser humano
queda truncado y como agostado en su
soledad. El hombre y la mujer sólo son
plenamente humanos en el amor.
La unión conyugal se presenta así como imagen de todo amor personal,
independientemente del modo como se
realice. Imagen de todo amor humano que
ha de llevar siempre a la entrega, a la
aceptación del otro y a la
construcción de la unidad. Imagen
también del amor de Cristo por su Iglesia
(Ef 5) y del encuentro de Dios con el
hombre.
En esa misma línea de pensamiento, la unión de la naturaleza humana y
de la naturaleza divina realizada en
Cristo mediante la encarnación, es la
cumbre y la fuente desde donde brota la
posibilidad de un nuevo encuentro
(esta vez verdaderamente definitivo e
indisoluble) entre el hombre y la
mujer, entre los hombres todos como
hermanos, entre el hombre y Dios.
TEODORO
BERZAL hsf
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