13 de enero de 2019 - I DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO - Ciclo C
BAUTISMO DE JESUS
"Tu eres mi Hijo"
Isaías 42,1-4.6-7
Esto dice el Señor: Mirad a mi siervo, a quien sostengo; mi elegido,
a quien prefiero. Sobre él he puesto mi
espíritu, para que traiga el derecho
a las naciones. No gritará, no clamará,
no voceará por las calles. La caña
cascada no la quebrará, el pabilo
vacilante no lo apagará. Promoverá
fielmente el derecho, no vacilará ni se
quebrará hasta implantar el derecho
en la tierra y sus leyes, que esperan
las islas. Yo, el Señor, te he llamado
con justicia, te he tomado de la mano,
te he formado y te he hecho alianza
de un pueblo, luz de las naciones. Para
que abras los ojos de los ciegos,
saques a los cautivos de la prisión, y
de la mazmorra a los que habitan en
las tinieblas.
Hechos 10,34-38
En aquellos días, Pedro tomó la palabra y dijo: -Está claro que Dios
no hace distinciones; acepta al que lo
teme y practica la justicia, sea de
la nación que sea. Envió su palabra a
los israelitas anunciando la paz que
traería Jesucristo, el Señor de todos.
Conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba
el bautismo, aunque la cosa empezó en
Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret,
ungido por Dios con la fuerza del Espíritu
Santo, que pasó haciendo el bien
y curando a los oprimidos por el
diablo, porque Dios estaba con él.
Lucas 3,15-22
En aquel tiempo, el pueblo estaba en expectación y todos se preguntaban
si no sería Juan el Mesías; él tomó la
palabra y dijo a todos:
- Yo os bautizo con agua; pero viene el que puede más que yo, y no
merezco desatarle la correa de sus
sandalias. El os bautizará con espíritu
santo y fuego.
En un bautismo general, Jesús
también se bautizó. Y, mientras oraba,
se abrió el cielo, bajó el Espíritu
Santo sobre él en forma de paloma, y vino
una voz del cielo:
- Tu eres mi Hijo, el amado, el predilecto.
Comentario
El evangelista Lucas nos introduce en el misterio del bautismo de Jesús
con la predicación de Juan Bautista.
La misión de Juan es la de preparar al pueblo ante la inminente venida
del Mesías. Su actividad es doble: predicación
y bautismo. La predicación
exhorta a la conversión y el rito del
bautismo la
simboliza. Pero Juan es muy
consciente de la transitoriedad de esa misión.
Sabe que debe ceder el puesto
a otro que ya ha venido. Y él mismo
establece la diferencia entre su persona
y la del Mesías , entre su
mensaje y el del Mesías, entre su bautismo y el del
Mesías. "El bautismo de Juan es el
bautismo del siervo, el bautismo de Cristo
es el bautismo del Señor; el bautismo
de Juan es de agua, el bautismo de
Cristo es de agua y de Espíritu Santo.
El bautismo de Juan tiene como finali-
dad suscitar el espíritu de penitencia,
el de Cristo es para la remisión de
los pecados. Con el bautismo de Juan,
Cristo fue manifestado; con el bautismo
de Cristo, es decir, con su pasión,
Cristo fue glorificado" (Ruperto de
Deutz).
Para recibir el bautismo Jesús se mezcla entre la gente, manifestando
su solidaridad con los hombres
pecadores y baja al Jordán. Es un nuevo esca-
lón en su bajada para ponerse a nivel
del hombre que quiere redimir.
"Se abrió el cielo y bajó sobre él el Espíritu Santo". Jesús,
en comu-
nión eterna de vida con el Padre en el Espíritu
Santo, hecho hombre por obra
del mismo espíritu, es ahora colmado
del mismo espíritu. Por esta presencia
vivificante del Espíritu Santo, Jesús
es ungido como Mesías y constituido
jefe del nuevo pueblo elegido y de toda
la humanidad: a partir de ese momento
Jesús actúa movido por el Espíritu
Santo, lo comunica a los que se le acercan
y lo entrega en plenitud al morir en la
cruz, inaugurando el tiempo del
espíritu.
"Tu eres mi Hijo, a quien yo quiero, mi predilecto". La expresión
tiene
importantes resonancias en el Antiguo
Testamento. El "hijo predilecto" es,
ante todo David, el rey que con su modo
de ser anunciaba otro rey futuro y
definitivo. Recuerda también la figura
del "siervo de Yahvé", inspirada en
David e interpretada por los
evangelistas para describir los sufrimientos de
Cristo en su pasión y puede ser también
todo el pueblo elegido.
La voz del cielo expresa con claridad la unión íntima del Padre y el
Hijo en el Espíritu Santo y explica el
comportamiento de Jesús con el Padre
(oración, obediencia, amor) y con los
hombres. Su modo de actuar, calcado del
estilo manso, humilde y firme del
siervo de Yavé, es la mejor manifestación
del amor de Dios a los hombres.
"Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por
Dios con la fuerza del Espíritu Santo,
que pasó haciendo el bien y curando
a los oprimidos por el diablo, porque
Dios estaba con él" Hech 10,38.
Visto desde Nazaret
Visto desde Nazaret, el episodio del bautismo en el Jordán aparece como
la consagración por parte de Dios de lo
que Jesús venía viviendo.
En el Jordán adquiere, por así decirlo, la representación de todo el
pueblo elegido: es ungido como Mesías.
Pero esta representación no es algo
artificial. Se ha ido forjando desde el
momento de la encarnación y a través
de todos los años de Nazaret. Hasta
llegar al Jordán Jesús ha recorrido el
largo desierto de la asunción de todo
lo humano que se llama Nazaret.
Cuando Jesús oyó las palabras del Padre: "Tu eres mi Hijo
querido",
sabía que se referían ante todo a él
como persona, pero también a todo el
pueblo de Israel y a todos los que
mediante la fe y el bautismo nos iríamos
incorporando a él.
Jesús no es un Mesías caído de las nubes, surge desde el centro mismo
del pueblo al que va a salvar.
Su unción y poder mesiánico, el poder y la fuerza del Espíritu Santo,
se transmiten a la gente a través de
las palabras, del lenguaje y de los
gestos que Jesús aprendió en Nazaret. Y
de este modo su palabra estará al
mismo tiempo llena de poder y será
sencilla, humana, clara y concreta. Porque
la fuerza del espíritu nada quita a lo
que es verdadero valor humano. Al
contrario, lo revaloriza haciéndolo
instrumento de comunicación entre Dios
y el hombre.
Nosotros
Acabamos de considerar que el bautismo de Jesús no es algo que le
afecte a él sólo. Juan Bautista
anuncia: "El os bautizará con espíritu Santo
y fuego". Y Juan pagó su anuncio
con la vida propia.
Después del bautismo de Cristo, que tuvo culminación en la muerte de
cruz, también nosotros, en cuanto
bautizados en nombre de la Trinidad, hemos
sido consagrados. También nosotros
hemos recibido el espíritu Santo y el
Padre nos ha llamado hijos. En el
bautismo se nos ha comunicado la fuerza
salvadora y liberadora de la muerte y resurrección
de Cristo.
El cristiano que vive hoy en Nazaret sabe, sin embargo, que, aunque
todo se le dio ya en el primer momento
por gracia de Dios, no queda eximido
de su esfuerzo personal y de su trabajo
constante para que la nueva vida
crezca, fructifique y llegue a su
madurez.
En ningún sitio mejor que en Nazaret se ve como la nueva vida es a la
vez un germen poderoso y delicado,
capaz de llegar a metas insospechadas y
con muchas posibilidades de fracasar.
Quien vive así sabe que hay una tensión permanente entre lo recibido
y lo que uno debe conquistar, entre lo
que uno es y lo que debe llegar a ser.
Como San Pablo deberá decir: "No
es que yo haya conseguido el premio o que
ya esté en la meta: sigo corriendo a
ver si lo obtengo, pues el Mesías Jesús
lo obtuvo para mí" Fil. 3,12.
Deberá además esforzarse por seguir sus
consejos que invitan al cristiano a una
constante autocrítica ("Poneos a la
prueba a ver si os mantenéis en la fe,
someteos a examen" 2Co 13,5) y a la
renovación ("Cambiad vuestra
actitud mental y revestíos de ese hombre nuevo
creado a imagen de Dios" Ef 4,24)
hasta llegar a la plena madurez en Cristo.
("En vez de eso, siendo auténticos
en el amor, crezcamos en todo hacia aquél
que es la cabeza, Cristo" Ef
4,15).
El camino de Nazaret tiene como meta, al igual que para Jesús, el
bautismo. Parece contradictorio para el
cristiano hablar de un camino hacia
el bautismo. Pero, si se examina en
profundidad, se puede comprender que toda
la vida ha de ser un esfuerzo para
"llegar a ser" lo que "somos".
TEODORO
BERZAL hsf
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