17 de febrero de 2018 - VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C
"Dichosos los pobres"
Lucas 6, 17, 20-26
En aquel tiempo, al bajar con ellos se
detuvo en una llanura. Estaban allí muchos de sus discípulos y una gran
muchedumbre que había llegado de toda la Judea, de Jerusalén y de la región
costera de Tiro y Sidón. Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos,
dijo:
«¡Felices ustedes, los pobres, porque
el Reino de Dios les pertenece!
¡Felices ustedes, los que ahora tienen
hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que
ahora lloran, porque reirán!
¡Felices ustedes, cuando los hombres
los odien, los excluyan, los insulten y los proscriban, considerándolos infames
a causa del Hijo del hombre!
¡Alégrense y llénense de gozo en ese
día, porque la recompensa de ustedes será grande en el cielo. De la misma
manera los padres de ellos trataban a los profetas!
Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque
ya tienen su consuelo!
¡Ay de ustedes, los que ahora están
satisfechos, porque tendrán hambre!
¡Ay de ustedes, los que ahora ríen,
porque conocerán la aflicción y las lágrimas!
¡Ay de ustedes cuando todos los
elogien! ¡De la misma manera los padres de ellos trataban a los falsos
profetas!»
Palabra del Señor.
Comentario
El evangelio de este domingo nos presenta las bienaventuranzas en la
versión de Lucas. Nos es mucho más familiar y ha sido mucho más comentada la
versión que ofrece Mateo al comienzo del sermón de la montaña (Mt 5, 1-12).
Pero los exégetas coinciden en decir que la presentación lucana, más breve, es
también la más cercana a la predicación original de Jesús, considerando que en
este caso, como en otros, Mateo incluye algunas añadiduras personales. Es
típico en este sentido el texto de la primera bienaventuranza. Lucas escribe:
“Dichosos vosotros los pobres, porque el Reino de Dios es vuestro”; Mateo:
“Dichosos los pobres de espíritu…”
Sea cual fuere el núcleo original de las bienaventuranzas y a quien
fueron dirigidas por Jesús (la redacción de Lucas está en segunda persona mientras
que la de Mateo
en tercera), lo importante es que se trata de una muestra típica de su
predicación. En estas expresiones breves y casi ritmadas, en conformidad con un
género literario bien conocido en la literatura hebrea y en otras del próximo
Oriente, encontramos la quintaesencia del evangelio. Los santos Padres no han
dudado en presentar las bienaventuranzas como la carta magna del cristianismo y
el compendio de su moral. Muchas y muy variadas interpretaciones se han dado
después hasta nuestros días.
Quizá lo más importante es entender que más allá de la multiplicidad de
las situaciones de los tipos de personas a quienes Jesús proclama dichosos o
infelices, el verdadero núcleo del mensaje es el amor que debe motivar
profundamente al discípulo y que debe abarcar a todos, incluso a los enemigos.
Sólo desde ese núcleo esencial, que supone la fe y la confianza en Dios,
puede entenderse el cambio radical de las situaciones entre el presente y el
futuro, el paso de la pobreza, el hambre, el llanto y la persecución a la
felicidad, y viceversa, son posibles desde Cristo y es al mismo tiempo el signo
de que con su venida la situación del hombre ha cambiado en todos los aspectos.
Las bienaventuranzas en
Nazaret
Jesús, María José vivieron en
la situación nueva de la época mesiánica en la que cambia de significado la
pobreza, el llanto y la persecución, como también las realidades que le son
opuestas.
La experiencia concreta de la familia de Nazaret en sus comienzos,
colocada en la historia más amplia del pueblo de Israel, es lo que llevó a
María, durante su visita a Isabel, a entonar el Magnificat.
Muchos han notado que la parte de este maravilloso himno de alabanza que
evoca el pasado de Israel, tiene un gran parecido con el texto de las
bienaventuranzas. Quizá incluso pueda ayudar a interpretarlo correctamente, ya
que Jesús proclama que el trueque de las situaciones que se realizará cuando
llegue el Reino de Dios, no es una operación automática, es, ante todo, una
manifestación del poder y la misericordia de Dios que hace “maravillas”, cosa
que aparece bien subrayado en el Magnificat, y es también fruto de quienes,
como María, acogen la Palabra de Dios y se comprometen a vivir según el estilo
que propone la continuación del discurso de Jesús. “Pero, en cambio, a vosotros
que me escucháis, os digo: Amad a vuestros enemigos…” Lc 6, 26ss.
No sería correcto cargar las tintas, como a veces se hace, sobre la
extrema pobreza material de Nazaret de modo que lleve a ver en los textos que
meditamos una especie de revancha o de reivindicación. Sólo a la luz de la
cruz, donde cobran un sentido nuevo todos los valores humanos y donde se
invierten las situaciones por la fuerza del amor, se puede entender definitivamente
esta evangelio y la experiencia de Nazaret.
Vivir las
bienaventuranzas
Con razón se usa a veces la expresión vivir las bienaventuranzas o vivir
según el espíritu de las bienaventuranzas para decir vivir el evangelio. Esas
breves expresiones resumen (como también sus opuestas) todo un modo de vivir.
¿Quién puede ser pobre, pasar hambre, llorar y ser perseguido pudiendo
al mismo tiempo “alegrarse y saltar de gozo?” Sólo la fe que lleva a vivir esas
situaciones “por causa del Hijo del hombre” y la esperanza en la “recompensa
del cielo” pueden dar razón de ello.
El contraste entre la situación presente y la futura, que Lucas subraya
con las palabras: “los que ahora pasáis hambre… lloráis,” etc. es lo que mide
la profundidad de la fe y la fuerza motriz capaz de transformar las más duras
situaciones personales, de grupo o sociales y de hacer que la historia vaya
verdaderamente hacia delante, es decir, hacia su cumplimiento en el Reino de
Dios.
Una vida ya “ahora” llena de consuelo, saciada, colmada de alegrías y
parabienes es fácilmente una vida sin esperanza, por consiguiente sin esa carga
y sin esa fuerza que da el haber creído en Jesús como Señor y en el Reino que
el anuncia.
TEODORO
BERZAL hsf
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