sábado, 23 de febrero de 2019

Ciclo C - TO - Domingo VII


24 de febrero de 2019 - VII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo C 

“Amad a vuestros enemigos”

Lucas 6, 27-38.

Dijo Jesús a sus discípulos: Pero a vosotros que me escucháis os digo: Amad a vuestros enemigos, haced bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os insultan. Al que te pegue en una mejilla, ofrécele también la otra; y al que te quite la capa, déjale que se lleve también tu túnica. Al que te pida algo, dáselo; y al que te quite lo que es tuyo, no se lo reclames. Haced con los demás como queréis que los demás hagan con vosotros. Si amáis solamente a quienes os aman, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡Hasta los pecadores se portan así! Y si hacéis bien solamente a quienes os hacen bien a vosotros, ¿qué tiene de extraordinario? ¡También los pecadores se portan así! Y si dais prestado sólo a aquellos de quienes pensáis recibir algo, ¿qué hacéis de extraordinario? ¡También los pecadores se prestan entre sí, esperando recibir unos de otros! Amad a vuestros enemigos, y haced el bien, y dad prestado sin esperar recibir nada a cambio. Así será grande vuestra recompensa, y seréis hijos de Dios altísimo, que es también bondadoso con los desagradecidos y los malos. Sed compasivos, como también vuestro Padre es compasivo.
No juzguéis a nadie, y Dios no os juzgará a vosotros. No condenéis a nadie, y Dios no os condenará. Dad a otros, y Dios os dará a vosotros. Llenará vuestra bolsa con una medida buena, apretada, sacudida y repleta. Dios os medirá con la misma medida con que vosotros midáis a los demás.
Palabra de Dios
     
Comentario
                       
      Después de la introducción que leímos el domingo pasado, el evangelio de hoy nos mete de lleno en lo que se ha dado en llamar discurso o sermón de la montaña. En la versión de Lucas habría que llamarlo más bien discurso de la llanura, pues comienza con estas palabras: “Al bajar con ellos, Jesús se detuvo en la llanura…” Lc 6, 17.
      Forman este discurso una serie de dichos, máximas y parábolas de Jesús en la que expresa el comportamiento que espera de sus seguidores y, en su conjunto, describen lo que podríamos llamar la identidad cristiana. Según Lucas, Jesús cumple así su misión de anunciar la buena nueva a los pobres, prisioneros, ciegos y oprimidos, tal y como citando a Isaías, había dicho en su intervención programática de Nazaret (Lc 4, 18).
      La parte del discurso que leemos hoy se centra en el daño a los enemigos, precepto que viene repetido por dos veces en pocos versículos y del que los otros dichos pueden considerarse como casos particulares. Es de notar precisamente el aspecto interpretativo, casi solemne, que Jesús da al mandato y que contrasta con afirmaciones similares de algunos filósofos más tolerantes del ambiente griego y de algunos escritores judíos de aquel tiempo. Jesús prescribe una benevolencia activa y desinteresada con respecto a quienes se presentan como adversarios o enemigos. Es una actitud de generosidad que podríamos calificar de inverosímil para quien se deja guiar únicamente por los parámetros normales de comportamiento: “los pecadores aman a los pecadores”.
      Quien se pone en camino con Jesús, pasa a un mundo de gracia conde la fuente y la razón de ser, como en último término también el modelo, es el gesto misericordioso del Padre, que tampoco cabe en los cálculos puramente humanos.
      Ese es el "hombre nuevo" de que habla la segunda lectura de hoy.

En Nazaret

      No resulta difícil, para quien desea meditar el evangelio desde Nazaret, trasponer las enseñanzas que Jesús da hoy del modo imperativo al modo indicativo para descubrir el estilo de vida que reinó en torno al "último Adán, que es espíritu de vida" (1Co 15, 46).
      Algo dicen los Evangelios del comportamiento humilde y sereno de la Sagrada Familia frente a los enemigos del recién nacido Mesías y de quien "buscaba al Niño para matarlo" (Mt 2, 13). La actitud de José frente a María encinta es una traducción viva del "no juzguéis" del evangelio de hoy. Pero sobretodo, podemos pensar que fue en la vida de cada día, en los pequeños detalles de la convivencia cotidiana con las otras familias de Nazaret donde Jesús, María y José vivieron el olvido de las ofensas y esa misericordia y generosidad que constituyen el corazón mismo del evangelio.
      Cierto es que la relación personal entre los miembros de la Familia de Nazaret, basada en los vínculos familiares y en la fe, debió desarrollarse a unos niveles de profundidad y de ternura que se nos escapan. Pero también ellos debieron, en muchas ocasiones, proyectar ese amor a su alrededor y afrontar situaciones difíciles y desagradables. "Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?" (Lc 6, 33).
      En Nazaret podemos decir que fue el único lugar donde el modelo del "Padre misericordioso", que es propuesto como horizonte último de quien vive el evangelio, encontró su plena realización humana, pues de allí salió el hombre Dios para dar su vida por todos.

Vivir la misericordia

      Es sorprendente la divergencia de Mateo y Lucas al poner en boca de Jesús la versión neotestamentaria del precepto "Sed santos, por que yo, el Señor, vuestro Dios soy santo"
(Lc 10, ...). Mateo dice: "Tenéis que ser perfectos como vuestro Padre del cielo es perfecto" (Mt 5, 48); Lucas: "Sed misericordiosos, como vuestro Padre es misericordioso" (Lc 6, 36).
      Dejando aparte el problema exegético, es esa misericordia divina, propuesta como modelo último, el centro del mensaje de la Palabra en este domingo. Se trata de una invitación que puede unificar todos los otros preceptos o normas de comportamiento que en ella leemos. El no juzgar, el prestar sin pedir retorno, el amor al enemigo, etc., tienen, en efecto, como centro unificador ese amor misericordioso, característica esencial del Dios revelado por Jesús, que es al mismo tiempo exigencia suprema para sus seguidores.
      Ese es el único modo de ser "hijos del Altísimo". Notemos que ese mismo título "Hijo del Altísimo" es el que el ángel emplea para designar a Jesús en el momento de la encarnación (Lc 1, 32).
      Así pues, la identificación con Cristo, el "hombre nuevo", y la filiación divina, "ser hijos del Altísimo", se realiza existencialmente en esa actitud de misericordia con el prójimo que se resume en la regla de oro "tratar a los demás como uno desea ser tratado por ellos". El sumum de la vida cristiana encuentra su correspondencia y armonía con la intuición más sana de la sabiduría humana. 

TEODORO BERZAL hsf




                    

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