sábado, 11 de mayo de 2019

Ciclo C - IV Domingo de Pascua


12 de mayo de 2019 - IV DOMINGO DE PASCUA – Ciclo C

                         "Yo y el Padre somos uno"

      Hechos 13,14.43-52

      En aquellos días, Pablo y Bernabé desde Perge siguieron hasta Antioquía
de Pisidia; el sábado entraron en la sinagoga y tomaron asiento.
      Muchos judíos y prosélitos practicantes se fueron con Pablo y Bernabé,
que siguieron hablando con ellos, exhortándolos a ser fieles al favor de
Dios.
      El sábado siguiente casi toda la ciudad acudió a oír la Palabra de
Dios. Al ver el gentío, a los judíos les dio mucha envidia y respondían con
insultos a las palabras de Pablo.
      Entonces Pablo y Bernabé‚ dijeron sin contemplaciones: Teníamos que
anunciaros primero a vosotros la Palabra de Dios; pero como la rechazáis y
no os consideráis dignos de la vida eterna, sabed que nos dedicamos a los
gentiles. Así nos lo ha mandado el Señor: "Yo te haré luz de los gentiles,
para que seas la salvación hasta el extremo de la tierra".
      Cuando los gentiles oyeron esto, se alegraron mucho y alababan la Pala-
bra del Señor, y los que estaban destinados a la vida eterna, creyeron.
      La Palabra del Señor se iba difundiendo por toda la región. Pero los
judíos incitaron a las señoras distinguidas y devotas y a los principales de
la ciudad, provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé‚ y los expulsaron
del territorio.
      Ellos sacudieron el polvo de los pies, como protesta contra la ciudad
y se fueron a Iconio. Los discípulos quedaron llenos de alegría y de Espíritu
Santo.

      Apocalipsis 7,9.14b-17

      Yo, Juan, vi una muchedumbre inmensa, que nadie podría contar, de toda
nación, razas, pueblos y lenguas, de pie delante del trono y del Cordero,
vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos.
      Y uno de los ancianos me dijo: Estos son los que vienen de la gran
tribulación, han lavado y blanqueado sus mantos en la sangre del Cordero.
      Por eso están ante el trono de Dios dándole culto día y noche en su
templo.
      El que se sienta en el trono acampará entre ellos.
      Ya no pasarán hambre ni sed, no les hará daño ni el sol ni el bochorno.
Porque el Cordero que está delante del trono será su pastor, y los conducirá 
hacia fuentes de aguas vivas.
      Y Dios enjugará las lágrimas de sus ojos.

      Juan 10,27-30

      En aquel tiempo, dijo Jesús:
      - Mis ovejas escuchan mi voz, y yo las conozco y ellas me siguen, y yo
les doy la vida eterna; no perecerán para siempre y nadie las arrebatará de
mi mano.
      - Mi Padre, que me las ha dado, supera a todos y nadie puede arrebatar-
las de la mano de mi Padre.
      - Yo y el Padre somos uno.

Comentario

      A través de la imagen del pastor y las ovejas, el Evangelio nos des-
cribe hoy de modo profundo y bello la relación personal que existe entre
Cristo y sus discípulos.

      "Mis ovejas obedecen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen". Más que
una sucesión de actos distintos, estas frases indican los polos de una rela-
ción personal caracterizada por la reciprocidad del amor. La alternancia de
las acciones expresa el dinamismo de la amistad, que implica mutua acepta-
ción, comprensión y compromiso. La fuerza y radicalidad de los verbos, sin
otros adornos, indican la profundidad de la relación. La forma de la
explicación centra toda la atención en Jesús: mis ovejas, mi voz, yo las
conozco, me siguen.
      La relación personal con Jesús crea en quien lo sigue una realidad
nueva, una vida nueva y eterna. Esta vida es un don que procede sólo de Él.
Y esta relación personal creada por el don de la vida nueva es tan fuerte que
nadie podrá  destruirla. La fuerza está precisamente en que la vida nueva se
funda en Él, en Cristo.
      Cristo "el mayor de una multitud de hermanos" (Rm 8,29), considera a
sus discípulos como dones del Padre: "Yo te ruego por ellos; no te ruego por
el mundo, sino por los que me has confiado; porque son tuyos" Jn 17,9. La
relación con Cristo crea, pues, también una nueva relación con el Padre.
"Nuestra comunión lo es con el Padre y con su Hijo, Jesús, el Mesías" I Jn
1,3.
      "Y nadie puede arrancar nada de la mano del Padre". La frase puede
tener dos sentidos. Puede indicar la fuerza de esta relación nueva, sólida
y profunda, fundada en el amor que el Padre tiene a quienes siguen a Jesús.
Pero puede indicar que la vida nueva con Jesús y con el Padre no se puede
obtener por la fuerza. La fraternidad con Jesús es, en efecto, donación del
Padre. "Estos no nacen por impulso de la carne ni por deseo de varón, sino
que nacen de Dios" Jn 1,13.
      La unidad que existe entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo es
el punto de referencia para la unión entre Cristo y sus discípulos y de éstos
entre sí. Por esta unidad oró Jesús antes de su pasión: "Padre santo, protege
tú mismo a los que me has confiado para que sean uno como lo somos nosotros"
Jn 17,11. "Que sean todos uno, como tú Padre estás conmigo y yo contigo" Jn
17,22. "Yo les he dado a ellos la gloria que tú me diste, la de ser uno como
lo somos nosotros, yo unido a ellos y tú conmigo, para que queden realizados
en la unidad" Jn 17,23.
      La unidad entre el Padre y el Hijo no es tan solo un ideal o una meta
a la que aspirar, es ya una realidad presente en los cristianos quienes,
habiendo recibido el Espíritu Santo, pueden llamar a Dios padre como Jesús.
"Mirad qué magnífico regalo nos ha hecho el Padre: que nos llamemos hijos de
Dios; y además lo somos" IJn 3,1.

                            Jesús, María y José

      ¿Quién podría describir la relación personal existente entre Jesús y
María, entre Jesús y José‚ entre Jesús, María y José‚ en el tiempo de Nazaret?

      Durante los meses de la gestación, el canto del Magnificat y la visita
a Isabel nos permiten descubrir algo de la nueva situación creada en María
a partir de la encarnación. "Difícilmente podrá  la mente concebir, y la
lengua expresar, y la intuición más penetrante adivinar, cuál fue la amplitud
y profundidad de la vivencia en Dios, de nuestra madre por esta época. El
mundo interior de María debió enriquecerse poderosamente en estos nueve
meses, en orden físico, psíquico y espiritual. Aquello debió ser algo único
e inefable" I. LARRAÑAGA, El silencio de María p. 173.
      Esa relación maravillosa de Madre e Hijo centró por así decir toda la
vida de María. Durante los primeros años de la vida de Jesús iría matizándose
con todos los colores de la ternura, afecto y confianza. Al crecer Jesús en
Nazaret iría enriqueciéndose con los mil detalles de la vida en común. El
Evangelio sólo alude a este amor materno-filial cuando dice que, al constatar
la pérdida de Jesús, sus padres lo buscaron "angustiados".
      Lo mismo habría que decir de la relación que se creó entre Jesús y
José. Llamado a ser padre de Jesús, sin haber intervenido en su generación,
José‚ debió no sólo asumir las funciones de padre, sino serlo de verdad.
Cuando Jesús quiso enseñar a los hombres cómo es Dios, les dijo que es un
Padre. Difícilmente hubiera podido hacerlo si no hubiera tenido una
experiencia directa, clara y positiva de lo que es un padre aquí en la
tierra. Y esa experiencia la adquirió viviendo con José‚ en Nazaret.
      Pero María y José‚ tuvieron que dar un paso más en su relación con Je-
sús. También ellos tuvieron que hacer la larga travesía de la fe hasta llegar
a descubrir que su hijo era a la vez su Señor.
      El Evangelio sólo da algunas indicaciones sobre la experiencia de María
que la llevó de ser la Madre de Jesús a ser la Madre de la Iglesia a través
del misterio de la cruz. De algún modo María tuvo que "olvidarse" de que era
la Madre según la carne y experimentar que "la carne no vale nada" Jn
6,63,para entrar en el nuevo modo de vivir de Cristo a partir de la Reus-
rrección y su nueva función de Madre de la Iglesia nacida en Pentecostés.
Algo de esto había ya anticipado Jesús cuando en el templo de Jerusalén les
había dicho que Él tenía que estar en la casa de su Padre.

                       Jesús, María, José‚ y nosotros

      El evangelio de este domingo nos habla de nuestra relación personal con
el Cristo que vive hoy.
      La comunidad que vivió en Nazaret con Jesús nos muestra de manera ma-
ravillosa cómo desde la trama de las relaciones humanas se da el salto de la
fe. Sin negar nada de lo humano, sin romper nada de cuanto tiene un valor
tenemos que aprender a vivir la dimensión nueva de la fe.
      Nuestra relación personal con Cristo madura y se fortalece en el con-
tacto con Él. En el encuentro de la vida a través de las situaciones y las
cosas y en el encuentro inmediato, de tú a tú, de la oración.
      Nazaret es el modelo de cómo la experiencia de vivir con Jesús puede
centrar todas las componentes de la persona en Él y cómo puede estructurarse
una comunidad entorno a su persona.
      Lejos de ser una comunidad intimista que exagera el aspecto senti-
mental, la relación personal con Cristo nos coloca en una dinámica de madura-
ción, de equilibrio y de libertad que lleva a la construcción de la persona
de manera íntegra y a la edificación de una comunidad de personas en todos
los ámbitos.

TEODORO BERZAL hsf

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