19 de abril de 2020 - II DOMINGO DE
PASCUA – Ciclo A
"Recibid el
Espíritu Santo"
Hechos 2,42-47
Los hermanos eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles,
en la vida común, en la fracción del
pan y en las oraciones.
Todo el mundo estaba impresionado por los muchos prodigios y signos que
los apóstoles hacían en Jerusalén. Los
creyentes vivían todos unidos y lo
tenían todo en común; vendían
posesiones y bienes y lo repartían entre todos,
según la necesidad de cada uno. A
diario acudían al templo todos unidos,
celebraban la fracción del pan en las
casas y comían juntos alabando a Dios
con alegría y de todo corazón; eran
bien vistos de todo el pueblo y día tras
día el Señor iba agregando al grupo los
que se iban salvando.
I Pedro 1,3-9
Bendito sea Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran
misericordia, por la resurrección de
Jesucristo de entre los muertos, nos ha
hecho nacer de nuevo para una esperanza
viva, para una herencia incorrupti-
ble, pura, imperecedera, que os está
reservada en el cielo.
La fuerza de Dios os custodia en la fe para la salvación que aguarda a
manifestarse en el momento final.
Alegraos de ello, aunque de momento tengáis
que sufrir un poco, en pruebas
diversas: así la comprobación de vuestra fe -
de más precio que el oro que, aunque
perecedero, lo aquilatan a fuego-
llegará a ser alabanza y gloria y honor
cuando se manifieste Jesucristo
nuestro Señor.
No habéis visto a Jesucristo, y lo amáis; no lo veis, y creéis en Él; y
os alegráis con un gozo inefable y
transfigurado, alcanzando así la meta de
vuestra fe: vuestra propia salvación.
Juan 20,19-31
Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discí-
pulos en una casa con las puertas
cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto
entró Jesús, se puso en medio de ellos
y les dijo:
-Paz a vosotros.
Y diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se
llenaron de alegría al ver al Señor.
Jesús repitió:
-Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo.
Y dicho esto exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
-Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les
quedan perdonados; a quienes se los
retengáis, les quedan retenidos.
Tomás, uno de los Doce, llamado el Mellizo, no estaba con ellos cuando
vino Jesús y los otros discípulos le
decían:
-Hemos visto al Señor.
Pero é les contestó:
-Si no veo en sus manos la señal de los clavos, si no meto el dedo en el
agujero de los clavos y no meto la mano
en su costado, no lo creo.
A los ocho días estaban otra vez dentro los discípulos y Tomás con
ellos.
Llegó Jesús, estando cerradas las
puertas, se puso en medio y dijo:
-Paz a vosotros.
Luego dijo a Tomás:
-Trae tu dedo, aquí tienes mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado; y no seas incrédulo, sino
creyente.
Contestó Tomás:
-Señor mío y Dios mío!
Jesús le dijo:
-¿Porque me has visto has creído? Dichosos los que crean sin haber
visto.
Muchos otros signos, que no están escritos en este libro, Jesús hizo a
la
vista de sus discípulos. Estos se han
escrito para que creáis que Jesús es
el Mesías, el Hijo de Dios, y para que,
creyendo, tengáis vida eterna en su
nombre.
Comentario
Al final del pasaje evangélico que leemos hoy, S. Juan dice cuál es la
finalidad de su evangelio: "Para
que creáis que Jesús es el Mesías". Su
escrito se presenta así, sobre todo en
su primera parte, como un "libro de
signos", destinado a suscitar y
afianzar la fe. Pero el signo más importante,
y el que confirma a todos los otros, es
la resurrección de Jesús. Por eso el
IV evangelio, como todos los otros, le
dedica una mayor atención y lo
presenta como el comienzo de una época
nueva que da sentido a toda la
historia del mundo.
De la enorme riqueza de contenido que ofrece el texto, seleccionamos dos
detalles, ambos con ecos en el Antiguo
Testamento, que nos ayudarán a captar
el mensaje en su conjunto.
(Para otros aspectos de este mismo
texto del Evangelio, pueden verse los
comentarios a los ciclos B y C, pues es
un pasaje que se lee todos los
años).
Después de saludar a los discípulos y mostrarles las manos y los pies,
Jesús "sopló (o exhaló su aliento)
sobre ellos". Ese gesto de "exhalar"
recuerda en primer lugar la muerte de
Jesús, quien, según Jn 19,30
"reclinando la cabeza, exhaló el
espíritu". Subraya así el evangelista la
conexión existente entre la muerte de
Jesús, su resurrección y la donación
del Espíritu Santo. "Les da este
Espíritu como a través de las heridas de su
crucifixión" (Dominum et
vivificantem, 24). Más lejos en el tiempo parece que
puede descubrirse también en ese gesto
una alusión al soplo vital que Dios
transmitió al hombre al crearlo.
"Le sopló en su nariz aliento de vida y el
hombre se convirtió en ser vivo"
(Gen 2,7). Tendríamos así en el evangelio
de hoy un nuevo "acto
creador" que el Mesías cumple infundiendo el Espíritu
Santo para dar vida a la "nueva
creación" por Él redimida.
El otro detalle subraya la dimensión liberadora de la resurrección. En
contraste con la Magdalena que va al
sepulcro por la mañana temprano, los
discípulos se quedan "en una casa
con las puertas cerradas por miedo a los
judíos". El "miedo" de
los apóstoles recuerda el del pueblo de Israel en
Egipto mientras se cumplía la acción
liberadora de Yaveh para sacarlos del
dominio del Faraón y llevarlos a la
tierra prometida (Cfr Ex 12,40-42; 14,10).
Como la de los hebreos en Egipto, la
situación de los apóstoles era
insostenible, y es el mismo Cristo
quien toma la iniciativa de liberarlos.
Y lo hace no tanto eliminando los
obstáculos externos (El no abre las
puertas) cuanto comunicándoles con la
donación del Espíritu Santo esa paz,
esa alegría, esa fuerza interior que
los llevará hasta los confines del
mundo.
A través de ellos esa acción liberadora de Cristo se extiende a todos
los
hombres puesto que les comunica el
poder de perdonar los pecados. El mismo
Jesús había dicho que "quien
comete pecado es esclavo" a los judíos que le
preguntaban: "¿Cómo dices tú que
vamos a ser libres?" Y luego añadió: "Sólo
si el hijo os da la libertad seréis
realmente libres" (Jn 8,34)
Comunidad-familia
La Palabra de Dios nos presenta hoy la reagrupación de la comunidad de
los discípulos en torno a Cristo
resucitado en su fase inicial (3ª. lectura)
y cuando su vida ya se ha afianzado y
desarrollado (1ª. lectura). No se trata
sólo de una reconstrucción del grupo de
los que creían en Jesús ya antes de
su muerte, de un volver a conquistar lo
que ese acontecimiento había
destruido, sino que nace algo nuevo que
recupera lo ya existente y lo abre
a nuevas dimensiones hasta entonces
insospechadas. En esa misma perspectiva
hemos de ver también el misterio de
Nazaret, realidad prepascual que se pro-
yecta también en el tiempo de la
Iglesia.
Una figura clave para entender todo esto es María de Nazaret. "Así
pues,
en la economía de la gracia, que se
lleva a cabo bajo la acción del Espíritu
Santo, existe una singular
correspondencia entre el momento de la encarnación
del Verbo y el del nacimiento de la
Iglesia. La persona que une estos dos
momentos es María: María en Nazaret y
María en el cenáculo de Jerusalén. En
los dos casos su presencia es discreta,
pero esencial, indica la vía del
"nacimiento del Espíritu".
Así ella que está presente en el misterio de
Cristo como madre, está por voluntad
del Hijo y por obra del Espíritu Santo,
presente en el misterio de la Iglesia.
También en la Iglesia es una presencia
materna, como indican las palabras
pronunciadas en la cruz: Mujer he ahí a
tu hijo; he ahí a tu madre" (R. M.
24).
Las palabras de Cristo en la cruz que confían a Juan esa "filiación
de
sustitución" abren el misterio de
Nazaret a su dimensión eclesial en el
tiempo de después de la Pascua, porque
reconstruyen en sus líneas esenciales
(maternidad-filiación) la realidad
familiar de Nazaret que se basa
precisamente en esas relaciones. Y sólo
después de haber puesto las bases de
Esa realidad nueva, Jesús da por
cumplida su misión en la tierra: "Sabiendo
Jesús que todo estaba cumplido...
" (Jn 19,28). Y anticipando el gesto del
cenáculo exhala el espíritu, sopla el
nuevo aliento de vida sobre esa nueva
creación.
"Las palabras que Jesús pronuncia desde la cruz significan que la
maternidad de quien le ha engendrado
alcanza una "nueva" continuidad en la
Iglesia y mediante la Iglesia,
simbolizada y representada por Juan. De este
modo, ella que, como "llena de
gracia" fue introducida en el misterio de
Cristo para ser su madre, es decir, la
santa madre de Dios, mediante la
iglesia permanece en ese misterio como
la "mujer" designada en el libro del
Génesis (3,15) al principio y en el
Apocalipsis (21,1) al final de la
historia de la salvación. Según el
eterno deseo de la Providencia divina, la
maternidad divina de María debe
extenderse a la Iglesia, como indican las
afirmaciones de la tradición, para las
cuales la maternidad de María respecto
a la Iglesia es el reflejo y la
prolongación de su maternidad respecto al
Hijo de Dios" (R. M. 24).
Jesús,
cada uno de nosotros
quiere
decirte hoy como el apóstol Tomás:
"Señor
mío y Dios mío".
Sin
haberte visto queremos experimentar
el
gozo inefable y transfigurado
que
comunica la fe.
Infunde
en nosotros, en nuestra comunidad
y
en toda la Iglesia,
ese
espíritu de fuerza
que
rompe las cadenas del miedo
y
libera del pecado,
para
poder ofrecer signos claros
de
tu presencia entre los hombres
y
que así todos glorifiquen al Padre.
Construir la
comunidad
Quien está acostumbrado a leer el evangelio desde Nazaret ve fácilmente
ya en la "nueva familia"
construida por Jesús desde la cruz con María y Juan,
el germen de la Iglesia, porque había
intuido esa misma realidad en la
familia que Él mismo había formado con
María y José.
El acontecimiento pascual da cumplimiento y hace florecer las esperanzas
de Nazaret y de la cruz. La presencia
del resucitado infundiendo el Espíritu
a los suyos, libera a la comunidad de
sus miedos, de su desconfianza hacia
el mundo que la rodea y de la falta de
fe, para hacerla vivir en la libertad,
en la alegría y en la paz. De esta
forma la comunidad empieza a recobrar su
capacidad de testimonio y de acción misionera.
Es la Iglesia que vemos
descrita en la 1ª. lectura de hoy:
unida y dinámica, llena de vida y de entu-
siasmo.
En el intento por construir hoy nuestra comunidad, al que nos lleva la
Palabra, hemos de tener muy en cuenta
los dos aspectos que ha subrayado
nuestra meditación: la raíz de donde
arranca todo, que es la fe en Cristo
resucitado donador del Espíritu Santo,
y la constancia (la perseverancia) en
sostener y promover los cuatro pilares
de toda comunidad cristiana (1ª.
lectura).
La escucha de la Palabra de Dios y de la enseñanza de la Iglesia, el
compartir los bienes materiales y de
todo tipo, la celebración de la
eucaristía que pone a la comunidad en
contacto real con Cristo muerto y
resucitado y la oración, expresión de
la alianza con el Dios vivo, han sido
y serán siempre los grandes medios para
verificar el camino y promover el
crecimiento de nuestras comunidades.
El texto de los Hechos de los Apóstoles habla concretamente de
"constancia" y
"perseverancia". Una comunidad está siempre en creación. Por
eso no se pueden descuidar esos medios
que la vivifican desde la raíz. Cada
vez que la Iglesia ha querido renovarse
ha vuelto a esa inspiración
primitiva. En su medida, lo mismo debe
hacer también cada comunidad
cristiana.
VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf
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