sábado, 20 de junio de 2020

Ciclo A - TO - Domingo XII


21 de junio de 2020 - XII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO - Ciclo A

                                       "No tengáis miedo"

-Jer 20,10-13
-Sal 68
-Rom 5,12-15
-Mt 10,26-33

   Mateo 10,26-33

   Dijo Jesús a sus apóstoles:
   -No tengáis miedo a los hombres, porque nada hay cubierto que no llegue
a descubrirse; nada hay escondido que no llegue a saberse. Lo que os digo de
noche decidlo en pleno día, y lo que os digo al oído pregonadlo desde la
azotea.
   No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma.
No; temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo. ¿No se venden un
par de gorriones por unos cuartos?; y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo
sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la
cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo, no hay comparación entre
vosotros y los gorriones.
   Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su
parte ante mi Padre del cielo. Y si uno me niega ante los hombres, yo también
lo negaré ante mi Padre del cielo.

Comentario

   El evangelio de este domingo forma parte del discurso llamado de la
misión en el que Jesús, después de haber constatado la falta de obreros para
recoger la mies elige, constituye en autoridad y envía al grupo de los
apóstoles en misión. El pasaje que leemos hoy comprende las recomendaciones
finales a los que son enviados. Recordemos que en el contexto del evangelio
de Mateo, este envío es como un ensayo de lo que el resucitado hará al
despedirse de los apóstoles (Mt 28,28).
   El texto se presenta articulado en tres partes y cada una de ellas tiene
como centro la expresión "no tengáis miedo". Esa expresión asegura la unidad
formal del pasaje y guiará también nuestra reflexión.
   En la primera parte se ofrece como motivo de confianza la fuerza
irresistible del mensaje mismo que tiende a pasar necesariamente del secreto
a su publicación, de lo escondido a lo manifiesto, de las tinieblas a la luz,
de la intimidad de la confidencia a la divulgación. Jesús previene a sus
discípulos contra el miedo de que el mensaje recorra su camino.
   La segunda invitación a no tener miedo viene motivada por la
contraposición entre el poder de los hombres y el poder de Dios. Aquéllos,
si acaso, pueden matar el cuerpo, pero el destino final de las personas está
entre las manos de Dios. Las dificultades del anuncio impondrán al apóstol
una opción entre lo perecedero y lo que vale verdaderamente, como dice
explícitamente el final del evangelio (vv. 32-33).
   La última invitación a no tener miedo viene de una imagen sugestiva: la
comparación entre el valor de un pájaro y el de un apóstol de Cristo. El
argumento "a fortiori" es evidente y sugiere una confianza inmensa en el
Padre, que se preocupa no sólo del destino definitivo del enviado, sino
también de su situación concreta en este mundo.
   Esa invitación a la confianza viene reforzada, porque en el evangelio se
encuentra un eco de la experiencia de Jeremías (1ª. lectura). En su situación
de angustia y aprieto, pone toda su esperanza en el Señor y exclama: "A ti
he encomendado mi causa".
   La 2ª. lectura ofrece un motivo más en la misma línea: la abundancia y
gratuidad del don de la salvación en comparación con la universalidad del
pecado. El apóstol encontrará siempre en esa desproporción entre el perdón
y el pecado, un nuevo impulso para continuar en su misión y para ofrecer a
todos la salvación obtenida por Cristo.

                             Salió de Nazaret

   El conjunto de consejos y recomendaciones que Jesús da a sus apóstoles,
que componen el discurso de la misión, nos llevan, si queremos leer el
evangelio a la luz de Nazaret, a pensar en la experiencia personal del mismo
Jesús.
   Los versículos que preceden al pasaje leído hoy así lo sugieren: "Un
discípulo no es más que su maestro, ni un esclavo más que su amo... Y si al
cabeza de familia lo han llamado Belcebú ¡Cuánto más a los de su casa!".
   Un día Jesús dio el paso de salir a la luz, de dejar la vida familiar y
privada para ponerse a predicar y descubrir lo que estaba escondido, diciendo
a plena luz lo que hasta entonces quizá sólo había susurrado al oído.
   El sabía por propia experiencia que ese paso no se da sin dificultad. Los
comentaristas del evangelio descubren sutilmente en las palabras que el
evangelista pone en boca de Jesús sobre las dificultades y persecuciones que
encontrarán los apóstoles, un reflejo de la situación en que el texto se
escribía: la tensión y los momentos de abierta persecución de los judíos
contra las primeras comunidades cristianas (Cfr. Mt 10,23). Sin desatender
ese aspecto, podemos ver también todo el peso que tiene la experiencia
personal de Jesús.
   Los profetas han sido siempre hombres de contradicción. Muchas veces han
tenido que vencer en primer lugar la resistencia que ofrecía su propia
persona a la misión recibida, para después enfrentarse a las dificultades
provenientes de los destinatarios de su mensaje. Tal es el caso de Jeremías,
a quien en la primera ocasión que Dios le habla es para decirle: "No digas
que eres un muchacho", porque donde yo te envíe irás, lo que te mande lo dirás.
No les tengas miedo que yo estoy contigo para librarte, oráculo del Señor"
(Jer 1,7-8). La 1ª. lectura de la misa de hoy abunda en ese mismo sentido.
   Jesús, el profeta por excelencia, también fue desde el principio "signo
de contradicción" (Lc 2,34). Ciertamente en su caso se da una perfecta
armonía entre la persona y su mensaje, pero tuvo que soportar la
incomprensión de sus familiares y la resistencia de aquellos a quienes
estaban destinadas sus palabras que discuten su autoridad y lo rechazan (Cfr
Lc 20,1-19).
   La salida de Nazaret hubo de suponer para Jesús el gozo de proclamar a
todos el mensaje que llevaba dentro y al mismo tiempo la incertidumbre de la
respuesta por parte de quienes lo oían con la variedad de actitudes que se
describen por ejemplo en la parábola del sembrador.
   Para Jesús, mensajero del Padre, la salida de Nazaret no era sólo memoria
y expresión de la misión recibida al venir a este mundo, sino experiencia
concreta que le autorizaba a dar consejos a sus enviados.

Te bendecimos, Señor Jesús,
que has experimentado tú mismo el "favor del Padre"(Lc 2,40)
y la alegría y dificultad de anunciar su mensaje.
Te bendecimos porque para cumplir tu misión
has entregado tu vida por nosotros
y ahora estás junto al Padre
para ponerte a favor de quienes vencen el miedo en sí mismos
y se declaran testigos tuyos.
Danos la fuerza del Espíritu Santo
para saber llevar tu mensaje
a los lugares donde vivimos
y a las personas a las que somos enviados.

                                 El envío

   El envío que Jesús hace de sus apóstoles es el tipo de todos los otros
que se hacen en la Iglesia, grandes o pequeños. Leyendo por entero el
discurso de la misión se percibe perfectamente que en el centro está la
preocupación por la persona del apóstol, su preparación, su formación.
   Jesús pone como piedra fundamental de esa preparación la confianza total
en el Padre y en las posibilidades de crecimiento y expansión que tiene el
mensaje por sí mismo. Esa confianza y seguridad de que en último término hay
alguien que está con el enviado y responde por él, es esencial para moverse
con libertad. Es lo que hacía exclamar a S. Pablo: "¿Si Dios está con
nosotros, quien estará contra nosotros?" (Rom 8,13). Y en otra ocasión: "Sé
en quién he puesto mi confianza" (2Tim 1,12).
   En la actualidad, cada vez es más clara la conciencia de que todos los
cristianos somos responsables de la misión apostólica. En verdad, el
imperativo de Jesús: "Id y predicad el evangelio" mantiene siempre vivo su
valor, y está cargado de una urgencia que no puede decaer. Sin embargo, la
actual situación, no sólo del mundo, sino de tantas partes de la Iglesia,
exige absolutamente que la palabra de Cristo reciba una obediencia más rápida
y generosa. Cada discípulo es llamado en primera persona, y ninguno puede
escamotear su propia respuesta: "Ay de mí si no predicara el evangelio" (1Co
9,16)" (Ch. L. 33).
   En cuanto llamado a repetir la experiencia de Jesús y de los apóstoles,
el cristiano, lleno de confianza en quien lo envía y acompaña, debe abrir los
ojos a la realidad del mundo secularizado en el que se encuentra y contar,
ya de entrada, con la indiferencia y oposición a su mensaje y la oposición
a su persona. Por eso deberá repetir frecuentemente en su interior las
palabras del Maestro: "No les tengáis miedo..."
   Las actitudes negativas, las reacciones incluso violentas, no pueden
doblegar la fuerza y libertad de quien se siente sostenido por el Señor. La
consideración de las dificultades, anunciadas o ya experimentadas, no deben
desanimar al apóstol. Deben ser, por el contrario, una invitación a hacerse
más fuerte en el Señor. La experiencia de la iglesia muestra que en las
circunstancias adversas se han producido los más hermosos testimonios.

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

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