20 de septiembre de 2020 - XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"...si cada cual no perdona de
corazón a su hermano"
-Eclo
27,30-28,7
-Sal
102
-Rom
14,7-9
-Mt
18,21-25
Mateo 18,21-25
Acercándose Pedro a Jesús, le preguntó:
-Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le
tengo que perdonar? ¿Hasta
siete
veces?
Jesús le contestó:
-No te digo hasta siete veces, sino hasta
setenta veces siete.
Y les propuso esta parábola:
-Se parece el Reino de los cielos a un rey
que quiso ajustar las cuentas
con
sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron a uno que debía
diez
mil talentos. Como no tenía con que pagarlos, el señor mandó que lo
vendieran
a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara
así.
El empleado, arrojándose a sus pies, le
suplicaba diciendo:
-Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.
El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo
dejó marchar, perdonándole
la
deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros
que
le debía cien denarios, y agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
-Págame lo que me debes.
El compañero, arrojándose a sus pies, le
rogaba diciendo: Ten paciencia
conmigo
y te lo pagaré.
Pero él se negó, y fue y lo metió en la cárcel
hasta que pagara todo lo
que
debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron
a
contarle al señor lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:
-Siervo malvado! Toda aquella deuda te la
perdoné porque me lo
Pediste
¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo tuve
compasión
de ti?
Y el señor, indignado, lo entregó a los
verdugos hasta que pagara toda la
deuda.
Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona
de
corazón a su hermano.
Comentario
La segunda parte del discurso sobre la
comunidad, que leemos este
domingo,
está centrada en el problema del perdón de las ofensas: punto clave
para
la construcción de una Iglesia que está formada por personas con todos
sus
límites y debilidades.
El texto se articula en dos partes: un diálogo
entre Pedro y Jesús que
plantea
la cuestión, y una parábola que expone con claridad la enseñanza de
Jesús.
La sentencia conclusiva es la aplicación práctica de la parábola al
caso
planteado por Pedro.
Para entender la pregunta de Pedro, hay que
recordar que en la mentalidad
judía
existía la obligación de perdonar las ofensas, pero los rabinos
discutían
sobre el número de veces que hay que perdonar. La propuesta de
Pedro
de siete veces hay que considerarla como muy generosa, pues parece que
iba
más allá de la opinión corriente. Eso explica también lo sorprendente de
la
propuesta de Jesús, que va hasta setenta veces siete, es decir,
prácticamente
un número ilimitado. La fórmula usada por Jesús tiene un
precedente
en la Biblia, aunque de signo opuesto. En el libro del Génesis
(4,24),
a propósito de Lamech, se dice que si Caín debe ser vengado siete
veces,
él lo será setenta veces siete. Es decir, en una humanidad abandonada
a
sí misma después del pecado de Adán, la venganza es imparable; llega a una
exasperación
tal que nadie la contiene. Jesús, por el contrario, propone un
tipo
de humanidad nueva basada sobre el amor recíproco, que incluye una
actitud
permanente de perdón.
Tal enseñanza es ilustrada por una parábola
que comprende tres escenas
unidas
por una lógica hecha de contrastes.
En la primera tenemos el perdón otorgado por
un rey a su siervo. Se trata
de
un acto sorprendente porque va contra las leyes normales de la justicia
y
por la suma exorbitante que queda cancelada.
Frente a la generosidad del rey, que puede
representar la de Dios, en la
segunda
escena aparece la mezquindad del siervo, incapaz de perdonar a su
colega
una cifra ridícula. Esa actitud inhumana representa bien el corazón
que
no valora el don recibido y se cierra a la generosidad.
La lógica conclusión es la condena de ese
siervo que se ha negado a
perdonar,
por no haber seguido en lo poco la misma línea de conducta que su
amo
le había enseñado en lo mucho.
Queda así resuelto y llevado a sus
proporciones más grandes el problema
inicial.
No se trata de ampliar más o menos el número de veces que hay que
perdonar,
sino como hace el Padre, estar siempre dispuestos a conceder el
perdón,
tanto en las cosas grandes como en las pequeñas.
"Recuerda la alianza del Señor"
La 1ª. lectura de este domingo pide al
creyente en tono sapiencial que,
para
mantener una actitud de apertura y de perdón con respecto al prójimo,
recuerde
la alianza del Señor y los beneficios que de él ha recibido.
Un modo de meditar el evangelio desde
Nazaret es ver cómo la fuerza
espiritual
de este misterio proviene de la acogida sincera y de la alta
valoración
del don de Dios. Ese "recuerdo" de las maravillas obradas por Dios
es
lo que pone en marcha las actitudes evangélicas que vemos reflejadas en
los
tres que vivieron en Nazaret. No sabemos en qué medida tuvieron que
"perdonar",
pero sabemos que como cimiento de su vida estaba la valoración
atenta
del inmenso don de Dios que lleva al perdón de las ofensas, a la
adoración,
a la entrega generosa de la propia vida... En particular María,
en
el canto del Magn¡ficat, se coloca en esa actitud de acogida y recono-
cimiento
que explica su posterior camino de fe. "El Poderoso ha hecho grande
cosas
por mí" (Lc 1,48).
Por ese camino penetramos en el núcleo más
profundo del evangelio de este
domingo.
Su contenido se mueve, en efecto, entre dos polos opuestos. De una
parte
está la postura sorprendente del "rey" que, de la condena rigurosa de
su
siervo infiel pasa al generoso y gratuito perdón de todas sus deudas. Ese
cambio
radical de actitud en el rey es el que, como reflejo, quiere
introducir
Jesús en la imagen que sus oyentes tienen de Dios. De pensar en
un
ser que pide cuentas y no pasa por alto ninguna infidelidad a la imagen
de
un Padre que perdona generosamente ("Lo dejó marchar perdonándole toda la
deuda").
De la otra parte está la actitud, también
sorprendente, pero esta vez en
sentido
negativo, del siervo que no perdona la mínima deuda a su compañero.
Pero
en la lógica de la parábola lo más negativo de su comportamiento es que
no
recuerda el beneficio que acaba de recibir. Es desconcertante cómo, a
renglón
seguido de haber recibido el perdón de una gran deuda, ese acto de
generosidad
del rey queda borrado de su corazón. La falta de generosidad en
el
perdonar tiene como raíz el olvido del gesto de misericordia de que ha
sido
beneficiario.
Esa disyunción entre el perdón recibido y el
perdón otorgado, que es el
centro
del significado de la parábola, tiene como explicación la estrechez
de
espíritu de quien no sabe valorar el don recibido. "¨No debías también tú
tener
compasión de tu compañero?" Es la razón que el rey da para volver a su
actitud
primera de condena, y esta vez con carácter definitivo.
Cobra así todo su valor la
"memoria" de las maravillas de Dios que se
vivió
en Nazaret para mantener y estimular la actitud de apertura y perdón
en
la vida de cada día.
Padre
bueno y misericordioso,
que
perdonas nuestras ofensas
como
nosotros perdonamos a los que nos ofenden,
te
bendecimos por Jesús, tu Hijo,
cuyo
amor es más grande que nuestros pecados.
Que
el Espíritu de amor,
que
has derramado en nosotros,
nos
lleve a buscar la reconciliación y el perdón
para
ser semejantes a ti.
Enséñanos
a acoger con reconocimiento
el
don de tu misericordia
y
a prologar ese gesto tuyo
en
nuestra vida.
Perdonar
La palabra de Dios nos lleva hoy a ver en el
perdón otorgado y recibido,
no
un aspecto circunstancial de la vida del cristiano, sino por así decirlo,
una
estructura permanente de su existencia. Como la comunidad cristiana y
cada
persona debe vivir en actitud permanente de misión y de apertura a Dios,
tiene
que vivir también en estado permanente de reconciliación mutua entre
sus
miembros. "No siete veces, sino setenta veces siete..."
Para no disminuir la grandeza de esta
realidad cristiana de la
reconciliación,
necesitamos guardarnos de algunas tendencias que tratan de
vaciarla
de su contenido.
Digamos en primer lugar que la actitud de
perdón no significa renunciar
a
un juicio recto y a la lucha contra la mentira y la injusticia en todas sus
manifestaciones.
La madurez cristiana lleva a saber conjugar la corrección
fraterna
con el perdón e infinito respeto a las personas, el desacuerdo con
todo
lo que no es conforme al evangelio con la acogida de todo lo que es
humano.
El perdón cristiano está fuertemente marcado
por la reciprocidad: se
ofrece
y se pide. Hay quienes son muy propensos a pedir siempre perdón, aun
en
detalles mínimos, y no ven, sin embargo, la necesidad de ofrecerlo. Otros,
por
el contrario, y es el caso más frecuente, creen estar siempre dispuestos
a
perdonar. Pueden éstos llegar a crearse incluso una mentalidad falsamente
generosa
si no llegan a descubrir la necesidad que todos tenemos de ser
perdonados
por los demás como reflejo del gesto de misericordia de Dios. En
la
mayoría de los casos quien dice: "Te perdono", debe estar dispuesto a
decir
también: "Perdóname".
Otra ambigüedad a la que estamos llevados
frecuentemente cuando se trata
de
perdonar, es la de pensar que basta con el cambio interior de actitud sin
dar
los pasos hacia una reconciliación plena, que llega hasta los actos
concretos
de estima y servicio mutuo. Normalmente son estos últimos los que
sellan
la mirada nueva y el nuevo tono de voz que ha madurado en el fondo del
corazón.
Para concluir habría que decir también una
palabra sobre los mediadores,
los
que saben propiciar situaciones de encuentro y de reconciliación. Son los
que
saben vivir la bienaventuranza de la paz, los creadores de paz.
VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf
No hay comentarios:
Publicar un comentario