sábado, 26 de septiembre de 2020

Ciclo A - TO - Domingo XXIV

 20 de septiembre de 2020 - XXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

 

                     "...si cada cual no perdona de corazón a su hermano"

 

-Eclo 27,30-28,7

-Sal 102

-Rom 14,7-9

-Mt 18,21-25

 

Mateo 18,21-25

 

   Acercándose Pedro a Jesús, le preguntó:

   -Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta

siete veces?

   Jesús le contestó:

   -No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

   Y les propuso esta parábola:

   -Se parece el Reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas

con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron a uno que debía

diez mil talentos. Como no tenía con que pagarlos, el señor mandó que lo

vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara

así.

   El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:

   -Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo.

   El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole

la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros

que le debía cien denarios, y agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:

   -Págame lo que me debes.

   El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo: Ten paciencia

conmigo y te lo pagaré.

   Pero él se negó, y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara todo lo

que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron

a contarle al señor lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo:

   -­Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo

Pediste ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero, como yo tuve

compasión de ti?

   Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la

deuda. Lo mismo hará con vosotros mi Padre del cielo si cada cual no perdona

de corazón a su hermano.

 

Comentario

 

   La segunda parte del discurso sobre la comunidad, que leemos este

domingo, está centrada en el problema del perdón de las ofensas: punto clave

para la construcción de una Iglesia que está formada por personas con todos

sus límites y debilidades.

   El texto se articula en dos partes: un diálogo entre Pedro y Jesús que

plantea la cuestión, y una parábola que expone con claridad la enseñanza de

Jesús. La sentencia conclusiva es la aplicación práctica de la parábola al

caso planteado por Pedro.

   Para entender la pregunta de Pedro, hay que recordar que en la mentalidad

judía existía la obligación de perdonar las ofensas, pero los rabinos

discutían sobre el número de veces que hay que perdonar. La propuesta de

Pedro de siete veces hay que considerarla como muy generosa, pues parece que

iba más allá de la opinión corriente. Eso explica también lo sorprendente de

la propuesta de Jesús, que va hasta setenta veces siete, es decir,

prácticamente un número ilimitado. La fórmula usada por Jesús tiene un

precedente en la Biblia, aunque de signo opuesto. En el libro del Génesis

(4,24), a propósito de Lamech, se dice que si Caín debe ser vengado siete

veces, él lo será setenta veces siete. Es decir, en una humanidad abandonada

a sí misma después del pecado de Adán, la venganza es imparable; llega a una

exasperación tal que nadie la contiene. Jesús, por el contrario, propone un

tipo de humanidad nueva basada sobre el amor recíproco, que incluye una

actitud permanente de perdón.

   Tal enseñanza es ilustrada por una parábola que comprende tres escenas

unidas por una lógica hecha de contrastes.

   En la primera tenemos el perdón otorgado por un rey a su siervo. Se trata

de un acto sorprendente porque va contra las leyes normales de la justicia

y por la suma exorbitante que queda cancelada.

   Frente a la generosidad del rey, que puede representar la de Dios, en la

segunda escena aparece la mezquindad del siervo, incapaz de perdonar a su

colega una cifra ridícula. Esa actitud inhumana representa bien el corazón

que no valora el don recibido y se cierra a la generosidad.

   La lógica conclusión es la condena de ese siervo que se ha negado a

perdonar, por no haber seguido en lo poco la misma línea de conducta que su

amo le había enseñado en lo mucho.

   Queda así resuelto y llevado a sus proporciones más grandes el problema

inicial. No se trata de ampliar más o menos el número de veces que hay que

perdonar, sino como hace el Padre, estar siempre dispuestos a conceder el

perdón, tanto en las cosas grandes como en las pequeñas.

 

"Recuerda la alianza del Señor"

 

   La 1ª. lectura de este domingo pide al creyente en tono sapiencial que,

para mantener una actitud de apertura y de perdón con respecto al prójimo,

recuerde la alianza del Señor y los beneficios que de él ha recibido.

   Un modo de meditar el evangelio desde Nazaret es ver cómo la fuerza

espiritual de este misterio proviene de la acogida sincera y de la alta

valoración del don de Dios. Ese "recuerdo" de las maravillas obradas por Dios

es lo que pone en marcha las actitudes evangélicas que vemos reflejadas en

los tres que vivieron en Nazaret. No sabemos en qué medida tuvieron que

"perdonar", pero sabemos que como cimiento de su vida estaba la valoración

atenta del inmenso don de Dios que lleva al perdón de las ofensas, a la

adoración, a la entrega generosa de la propia vida... En particular María,

en el canto del Magn¡ficat, se coloca en esa actitud de acogida y recono-

cimiento que explica su posterior camino de fe. "El Poderoso ha hecho grande

cosas por mí" (Lc 1,48).

   Por ese camino penetramos en el núcleo más profundo del evangelio de este

domingo. Su contenido se mueve, en efecto, entre dos polos opuestos. De una

parte está la postura sorprendente del "rey" que, de la condena rigurosa de

su siervo infiel pasa al generoso y gratuito perdón de todas sus deudas. Ese

cambio radical de actitud en el rey es el que, como reflejo, quiere

introducir Jesús en la imagen que sus oyentes tienen de Dios. De pensar en

un ser que pide cuentas y no pasa por alto ninguna infidelidad a la imagen

de un Padre que perdona generosamente ("Lo dejó marchar perdonándole toda la

deuda").

   De la otra parte está la actitud, también sorprendente, pero esta vez en

sentido negativo, del siervo que no perdona la mínima deuda a su compañero.

Pero en la lógica de la parábola lo más negativo de su comportamiento es que

no recuerda el beneficio que acaba de recibir. Es desconcertante cómo, a

renglón seguido de haber recibido el perdón de una gran deuda, ese acto de

generosidad del rey queda borrado de su corazón. La falta de generosidad en

el perdonar tiene como raíz el olvido del gesto de misericordia de que ha

sido beneficiario.

   Esa disyunción entre el perdón recibido y el perdón otorgado, que es el

centro del significado de la parábola, tiene como explicación la estrechez

de espíritu de quien no sabe valorar el don recibido. "¨No debías también tú

tener compasión de tu compañero?" Es la razón que el rey da para volver a su

actitud primera de condena, y esta vez con carácter definitivo.

   Cobra así todo su valor la "memoria" de las maravillas de Dios que se

vivió en Nazaret para mantener y estimular la actitud de apertura y perdón

en la vida de cada día.

 

Padre bueno y misericordioso,

que perdonas nuestras ofensas

como nosotros perdonamos a los que nos ofenden,

te bendecimos por Jesús, tu Hijo,

cuyo amor es más grande que nuestros pecados.

Que el Espíritu de amor,

que has derramado en nosotros,

nos lleve a buscar la reconciliación y el perdón

para ser semejantes a ti.

Enséñanos a acoger con reconocimiento

el don de tu misericordia

y a prologar ese gesto tuyo

en nuestra vida.

 

Perdonar

 

   La palabra de Dios nos lleva hoy a ver en el perdón otorgado y recibido,

no un aspecto circunstancial de la vida del cristiano, sino por así decirlo,

una estructura permanente de su existencia. Como la comunidad cristiana y

cada persona debe vivir en actitud permanente de misión y de apertura a Dios,

tiene que vivir también en estado permanente de reconciliación mutua entre

sus miembros. "No siete veces, sino setenta veces siete..."

   Para no disminuir la grandeza de esta realidad cristiana de la

reconciliación, necesitamos guardarnos de algunas tendencias que tratan de

vaciarla de su contenido.

   Digamos en primer lugar que la actitud de perdón no significa renunciar

a un juicio recto y a la lucha contra la mentira y la injusticia en todas sus

manifestaciones. La madurez cristiana lleva a saber conjugar la corrección

fraterna con el perdón e infinito respeto a las personas, el desacuerdo con

todo lo que no es conforme al evangelio con la acogida de todo lo que es

humano.

   El perdón cristiano está fuertemente marcado por la reciprocidad: se

ofrece y se pide. Hay quienes son muy propensos a pedir siempre perdón, aun

en detalles mínimos, y no ven, sin embargo, la necesidad de ofrecerlo. Otros,

por el contrario, y es el caso más frecuente, creen estar siempre dispuestos

a perdonar. Pueden éstos llegar a crearse incluso una mentalidad falsamente

generosa si no llegan a descubrir la necesidad que todos tenemos de ser

perdonados por los demás como reflejo del gesto de misericordia de Dios. En

la mayoría de los casos quien dice: "Te perdono", debe estar dispuesto a

decir también: "Perdóname".

   Otra ambigüedad a la que estamos llevados frecuentemente cuando se trata

de perdonar, es la de pensar que basta con el cambio interior de actitud sin

dar los pasos hacia una reconciliación plena, que llega hasta los actos

concretos de estima y servicio mutuo. Normalmente son estos últimos los que

sellan la mirada nueva y el nuevo tono de voz que ha madurado en el fondo del

corazón.

   Para concluir habría que decir también una palabra sobre los mediadores,

los que saben propiciar situaciones de encuentro y de reconciliación. Son los

que saben vivir la bienaventuranza de la paz, los creadores de paz.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

 

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