20 de septiembre de 2020 - XXV DOMINGO DEL
TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Id también vosotros a mi viña"
-Is 55,6-9
-Sal 144
-Fil 1,20-27
-Mt 20,1-16
Mateo 20,1-16
Dijo Jesús a sus
discípulos esta parábola: El Reino de los cielos se
parece a un propietario que al amanecer
salió a contratar jornaleros para su
viña. Después de ajustar con ellos un
denario por jornada, los mandó a la
viña. Salió otra vez a media mañana,
vio a otros que estaban en la plaza sin
trabajo, y les dijo:
-Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido.
Ellos fueron. Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo
mismo. Salió al caer la tarde y
encontró a otros, parados, y les dijo:
-¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?
Le respondieron:
-Nadie nos ha contratado.
Les dijo:
-Id también vosotros a mi viña.
Cuando oscureció dijo el dueño al capataz:
-Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y
terminando por los primeros.
Vinieron los del atardecer, y recibieron un denario cada uno. Cuando
llegaron los primeros, pensaban que
recibirían más, pero ellos recibieron
también un denario cada uno. Entonces
se pusieron a protestar contra el amo:
-Estos últimos han trabajado sólo una hora y los ha tratado como a
nosotros, que hemos aguantado el peso
del día y del bochorno.
El replicó a uno de ellos: Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos
ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y
vete. Quiero darle a este último
igual que a ti. ¿Es que no tengo
libertad para hacer lo que quiera en mis
asuntos? ¿O vas a tener tú envidia
porque yo soy bueno? Así, los últimos
serán los primeros, y los primeros los
últimos.
Comentario
La parábola del dueño de la viña constituye una de las últimas
enseñanzas
de Jesús antes de su entrada final en
Jerusalén. Es propia del evangelista
Mateo. Los datos de la vida real que
forman el conjunto de la parábola,
permiten hacerse una idea de algunos
aspectos de la sociedad en tiempo de
Jesús: situación de los obreros y
campesinos, dificultad de encontrar
trabajo, el salario, etc. Pero esto no
debe llevarnos a pensar que podemos
encontrar en ella enseñanzas sobre los
aspectos sociales del mensaje
cristiano. Lo que el evangelio quiere
transmitir va por otros caminos.
El texto evangélico que leemos hoy consta de tres partes: La
contratación
de los obreros por el amo de la viña
(v. 1-7), la paga del salario al final
de la jornada (v. 8-15) y la sentencia
conclusiva (v. 16), que en los otros
evangelios sinópticos se halla en
contextos diferentes.
Nada de particular encontramos en la primera parte de la parábola, si no
es la preocupación del dueño, no sólo
por que se realice el trabajo en su
propiedad, sino también por la
situación de quienes estaban desocupados todo
el día: "¿Cómo estáis aquí el día
entero sin trabajar?".
Lo que aparece como desconcertante e inesperado (y en ello reside la
fuerza expresiva de la parábola) es el
salario que el dueño da a los
trabajadores. La paga, en efecto, no
guarda proporción con la tarea que los
obreros, contratados a horas distintas,
han podido efectuar. Por eso la
crítica de los primeros parece a
primera vista justificada, aunque en
estricta justicia, no pueden pretender
un salario mayor al del contrato.
Llegamos así al núcleo central de la parábola que está en la actitud de
liberalidad del amo de la viña, ante
quien no cuentan los méritos personales
(nada se dice de la calidad del trabajo
de cada uno), pues es él quien da a
todos según su criterio.
Esa actitud de generosidad de parte del dueño es reflejo claro de la
de Dios. Y nos muestra no sólo que sus
planes son muy distintos del común
pensar de los hombres (1ª. lectura),
sino que invita a todos a recibir la
salvación como un don precioso y
gratuito. En la paga más que justa de los
últimos se traduce la misericordia del
Padre con todos los hombres y la
bondad de Jesús con los pecadores y los
que menos contaban en la sociedad de
su tiempo.
Parece ser que la Iglesia primitiva aplicaba esta parábola a la entrada
de los paganos en la comunidad de
salvación. En ella, en efecto, se da ese
cambio de situaciones por la que los
últimos llegan a ser los primeros. Es
una lectura de la historia que puede
haber influido en la formulación misma
de la parábola. Es de tener en cuenta,
sin embargo, que ni en la parábola ni
en la realidad histórica los últimos
llegados sustituyen a los que ya
llevaban mucho tiempo en la viña (el
pueblo de Israel) y que unos y otros
reciben la misma salvación.
Los últimos
La meditación del evangelio desde Nazaret nos lleva a detenernos un poco
más en la sentencia que concluye la
parábola. En ella se recoge una parte
importante del contenido del texto.
Los padres de la Iglesia han dado frecuentemente una interpretación de
la
parábola desde el punto de vista de la
historia de la salvación. San Agustín
escribe: "Los llamados en la
primera hora fueron Abel y los justos de su
época; "hacia las nueve",
Abrahán y los justos de su tiempo; "hacia
mediodía", Moisés, Aarón y los
justos de su tiempo; "hacia las tres de la
tarde", los profetas y los justos
coetáneos; a la última hora del día, es
decir, casi al fin del mundo, todos los
cristianos". Viendo así el sentido
global de la parábola ciertamente se
pone de relieve la desproporción entre
los últimos llegados y el don recibido.
No sólo porque el don no corresponde
al tiempo de trabajo efectuado, sino
porque los últimos han recibido la
plenitud de la salvación".
Pero la parábola nos invita a dar
un paso más. El cruce de las
situaciones que se produce entre los
primeros y los últimos, es una
invitación a entender cómo es "el
Reino de los cielos". Y más concretamente
cómo es el rostro de quien ha producido
con su comportamiento un tal cambio
de situación. La parábola apunta hacia
una fe en un Dios, dueño del mundo,
que interviene en él y se preocupa por
su suerte desde el primer hasta el
último y ante quien nadie puede alegar
méritos. Pero también nos invita a ver
al Padre que con su comportamiento pone
en crisis los modos de pensar con-
siderados normales o racionalmente
justos, para dar un vuelco a las si-
tuaciones en favor de quienes tienen
menos derecho, menos posibilidades,
menos oportunidades...
Es la misma mirada en la que nos educa la contemplación del misterio de
Nazaret, porque también allí Dios es
alabado como aquél que se fija en los
humildes, en los pobres y en los
últimos. Es lo que María canta en el
Magnificat cuando dice: "Derriba
del trono a los poderosos y enaltece a los
humildes, a los hambrientos los colma
de bienes y a los ricos despide vacíos"
(Lc 1,52-53).
Fundamento de todo es la actuación suprema de Dios en la plenitud de los
tiempos cuando decidió manifestar su
gloria en la humildad de la naturaleza
humana. En la encarnación se expresa la
preferencia de Dios por lo pobre, por
lo humilde. No excluye con ello a los
que son "poderosos" o "ricos", sino que
los llama a bajarse del trono y a
vaciarse de sus riquezas para recibir
gratis el mismo salario que los pobres
y humildes.
La parábola evangélica llama a todos a una igualdad basada en la
gratuidad del don de Dios y en su amor.
Te
bendecimos, Padre,
por
la abundancia de tu gracia.
Tú
llamas a todas las horas del día
y
a todos los hombres;
das
a cada uno la fuerza para responder
y
para trabajar en la viña,
y,
al final de la jornada,
das
también más de lo que cada uno ha ganado.
Nadie
puede medir tu grandeza y tu generosidad.
Te
agradecemos el don del Espíritu Santo,
que
en Jesús, tu Hijo, nos hace hijos,
y
es ya desde ahora la señal y las arras
del
premio que, cuando todo acabe,
nos
darás un día.
Gratuidad
En una sociedad como la nuestra donde tienden a intensificarse las
relaciones comerciales entre personas y
grupos, quedan siempre menos espacios
para la gratuidad. Todo parece tener un
precio, todo puede ser comprado o
pagado.
El gesto del amo de la viña que paga sin medida, nos lleva a reflexionar
sobre el puesto que ocupa en nuestra
vida la gratuidad.
El primer paso de esta reflexión puede ser una apertura hacia el fluir
de
la vida. En ella encontramos muchas
cosas que nos son dadas gratuitamente,
sin que nos demos cuenta. Es más, son
precisamente las cosas más importantes
las que recibimos gratis, empezando por
el don mismo de la existencia. La
mirada de fe descubre detrás de todo lo
que recibimos la mano de Dios, rico
en gracia y misericordia, cuya grandeza
no se puede medir (Sal resp).
Como consecuencia brota la actitud profunda del agradecimiento. A la
gratuidad de Dios corresponde la
gratitud del hombre. Es una actitud humana
y cristiana de primer orden que lleva a
la justa valoración no sólo de lo que
se recibe, sino de quién es el que da y
de quién es el beneficiario.
Pero además esa actitud debe alumbrar en nosotros la fuente de la
gratuidad, según la lógica del
"gratis habéis recibido, dad gratis" (Mt
10,8).
Quien es capaz de abrirse a la gratuidad de Dios, fácilmente entra en la
dinámica del amor, interpretando todo
lo que hace como respuesta agradecida
al don recibido. A la
"gracia" que viene de Dios, se responde con el
"gracias" de la vida entera.
Se entra así en una dinámica que lleva a dar sin
medida y sin esperar recompensa: es la
pura caridad cristiana.
Si nos dejamos llevar por la gratuidad como sentido profundo de lo que
hacemos, contribuiremos en nuestro
ambiente a crear un clima más respirable
y a fundar la existencia sobre los
verdaderos valores. Estaremos de algún
modo contribuyendo a una "ecología
espiritual" al crear espacios donde se
recupera la alegría de vivir al mismo
tiempo que los pobres encuentran
también un puesto.
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