sábado, 17 de octubre de 2020

Ciclo A - TO - Domingo XXIX

 18 de octubre de 2020 - XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

                                    

        "Pagad al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios"

 

-Is 45,1.4-6

-Sal 95

-1Tes 1,1-5

-Mt 22,15-21

 

Mateo 22,15-21

 

   Los fariseos se retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a

Jesús con una pregunta. Le enviaron unos discípulos con unos partidarios de

Herodes, y le dijeron:

   -Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios

conforme a la verdad; sin que te importe nadie, porque no te fijas en las

apariencias. Dinos, pues, qué opinas: ¿es lícito pagar impuesto al César o

no?

   Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: ¡Hipócritas!, ¿por qué me

tentáis? Enseñadme la moneda del impuesto.

   Le presentaron un denario, Él les preguntó:

   -¿De quién son esta cara y esta inscripción?

   Le respondieron:

   -Del César.

   Entonces les replicó:

   -Pues pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.

 

Comentario

 

   En el evangelio de hoy prosigue la polémica entre Jesús y sus adversarios

que las parábolas de los domingos precedentes habían ya puesto en evidencia.

Pero esta vez en el campo estrictamente religioso entra también la componente

política, por eso la cuestión se hace más comprometida. A acentuar la

dificultad contribuye no sólo el tema, sino la composición de la delegación

que se acerca a Jesús. Se trata de dos facciones opuestas: los fariseos,

contrarios a la dominación romana, y los herodianos, a los que hoy

llamaríamos colaboracionistas, porque aceptaban la dominación extranjera y

sostenían a Herodes, tratando de conciliar las aspiraciones mesiánicas con

las ventajas del poder constituido.

   En ese clima y ante tal auditorio, la opinión que piden a Jesús sobre la

legitimidad de pagar los impuestos, resultaba delicada. Si daba un sí se

atraía la enemistad de los fariseos y de buena parte de la multitud que lo

había seguido y aclamado al entrar en Jerusalén. El no de su parte era

colocarse en contra de la autoridad civil constituida, pudiendo ser tachado

de subversivo.

   Jesús, sin embargo, no se deja engañar y encuentra una solución que va

más allá de la habilidad dialéctica para situar la cuestión en su terreno

justo y verdadero.

   Ha habido quien ha visto en la respuesta de Jesús la justificación de la

teoría que pretende asignar a la esfera de lo religioso y a la esfera de lo

político dos ámbitos contrapuestos o independientes para el hombre y para la

sociedad. Sin negar las legítimas autonomías, lo que Jesús dice tiende a

crear una profunda unidad en el hombre ofreciéndole las razones más válidas

de su vivir. La dimensión política del hombre debe estar abierta a lo

religioso y este último aspecto no puede encerrarse en sí mismo, sino

iluminar y motivar la acción social y política del hombre.

   En las palabras de Jesús, la realidad última no es lo que hay que dar al

Céar, sino lo que hay que dar a Dios. Es decir, no existe un paralelismo

entre ambas exigencias, sino una subordinación. En otros términos, en las

situaciones normales el hombre debe poder armonizar ambas exigencias, pero

en caso de oposición y conflicto, Dios debe estar por encima de todo.

   Esto no significa disminuir los derechos de César, sino colocarlos en el

lugar que les corresponde y además darles la justa perspectiva en el designio

global de Dios. Este último aspecto resalta más en la lectura litúrgica al

acercar el texto evangélico a la elección que Dios hace de Ciro, un pagano,

para realizar sus proyectos con el pueblo elegido (1ª. lectura).

 

El César y Dios

 

   Los evangelios de la infancia de Cristo ilustran varios aspectos de la

relación de la Sagrada Familia con el poder político instituido en su tiempo.

Quizá podamos a través de ellos prolongar nuestra reflexión sobre el

evangelio de hoy.

   Algunos de esos episodios tienen un fuerte significado simbólico que

sirve para decirnos algo sobre la identidad de Jesús; otros indican, en la

línea de la encarnación, la condición ordinaria de una familia de Palestina,

sujeta a los vaivenes de las circunstancias históricas y a las decisiones de

quien gobierna. Nos detendremos en la figura de Augusto en el evangelio de

Lucas y en la de Herodes en el evangelio de Mateo.

   La narración del nacimiento de Jesús empieza con el decreto de César

Augusto de empadronar "todo el universo" (Lc 2,1). Es presentado así el

emperador como un sujeto activo en el cumplimiento de los planes de Dios y

no sólo como referencia cronológica de los hechos de la historia. Además se

le atribuye un dominio absoluto sobre la totalidad del mundo habitado

(oikoumene) como indicando que el Mesías que va a nacer y sus padres están

también sujetos a su autoridad. El evangelio presenta el caso de José y María

como uno de tantos: "Todos iban a empadronarse, cada uno a su ciudad" (Lc

2,2). Siguiendo el hilo del relato se descubre, sin embargo, no sin una

cierta ironía, que la decisión imperial ha servido de manera determinante a

que el niño venga al mundo en Belén, la ciudad de David, el antepasado de

José. Se pone así en evidencia su condición mesiánica y se confirma lo que

Dios había anunciado a María por boca del Ángel: "Su reino no tendrá fin" (Lc

1,33).

   Pasemos al caso de Herodes.

   En el episodio de la visita de los Magos, en los dos primeros versículos

del cap. 2º de Mateo se habla de dos reyes: el Rey Herodes y el recién nacido

rey de los judíos por el que los Magos preguntan. El conflicto es evidente

y parece inevitable. La terrible decisión de suprimir a todos los niños de

la zona viene motivada por la inquietud que le produce a Herodes el

nacimiento de un rival. Su designio se opone así abiertamente al de Dios,

pero para realizarlo no duda un instante en movilizar a todas las fuerzas

religiosas de la ciudad, solicita la colaboración de los Magos, etc. La

continuación del relato explica el fracaso de Herodes tras un aparente

triunfo. Cuando cree poder estar tranquilo porque su orden terrible ha sido

ejecutada, resulta que al único que le interesaba matar ha escapado. No sólo eso,

sino que posteriormente se nos informa que, mientras Jesús vuelve de Egipto

con su familia, quien ha muerto ha sido precisamente Herodes.

   Quienes tienen la misión de gobernar toman las decisiones, unas veces

justas, otras equivocadas, pero quien conduce la historia, la historia de la

salvación, es Dios. Este último gran actor de todo lo que sucede no quita la

responsabilidad a los hombres, al contrario, sus decisiones adquieren una

nueva dimensión al inscribirse en los designios divinos.

 

Te bendecimos, Padre, porque en Cristo

nos has llamado a la libertad.

Te damos gracias porque su evangelio

ilumina toda nuestra vida

y nos da las razones verdaderas

para todas las dimensiones de nuestra existencia.

Que tu Espíritu Santo nos lleve

a dar a Dios lo que es de Dios,

a colocarte por encima de todas las cosas

y a ordenarlas todas

a partir de ese principio supremo.

Guía a tu Iglesia, Señor,

para que sea testigo de los bienes del Reino

en medio de las vicisitudes de este mundo.

 

La actividad de la fe

 

   La actividad de la fe, el esfuerzo del amor, el aguante de la

esperanza... Son las tres grandes dimensiones en que se expresa toda la vida

cristiana que S. Pablo nos recuerda hoy en la 2ª. lectura. Son esas tres

dimensiones las que en lo concreto de la vida aseguran al cristiano el

equilibrio y la armonía entre la esfera de lo temporal y la esfera de lo

espiritual de que habla el evangelio de hoy, ayudándole a establecer entre

ellas la justa relación.

   Por lo que se refiere a la comunidad eclesial las orientaciones del

Vaticano II han sido luminosas en nuestra época: "La misión propia que Cristo

confió a su Iglesia no pertenece al orden político, económico o social: el

fin que le asignó es de orden religioso. Con todo, de esta misión religiosa

emanan un encargo, una luz y unas fuerzas que pueden servir para establecer

y consolidar según las leyes divinas la comunidad humana" (G.S. 42). Porque

la misión de la Iglesia es religiosa, es también "sumamente humana", dirá el

Concilio en otro lugar (Cfr.G.S.11). De ahí que las tendencias reduccio-

nistas, en uno u otro sentido, han sido siempre empobrecedoras.

   Lo mismo podemos decir si consideramos el compromiso de cada cristiano.

La primera parte de la sentencia de Jesús: "Pagadle al César..." nos obliga

a tomar en serio los compromisos temporales, la profesionalidad en el

trabajo, el cumplimiento de los deberes cívicos, las exigencias de la

justicia. Pero la segunda parte, "Y dad a Dios...", nos debe llevar a no

absolutizar la política hasta hacerla árbitro de todas las opciones

colectivas, ni la ciencia hasta despojarla de las exigencias de la ética, ni

la economía hasta sacrificar vidas humanas a sus postulados. La perspectiva

religiosa del creyente debe situar a Dios por encima de todo y relativizar

todas las demás instancias de la vida. Es así como el cristiano llega a una

libertad interior inestimable que le hace comprometerse a fondo y en la

medida justa con todas las causas del hombre.

 

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