18 de octubre de 2020 - XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Pagad al César lo que es del César, y
a Dios lo que es de Dios"
-Is 45,1.4-6
-Sal 95
-1Tes 1,1-5
-Mt 22,15-21
Mateo
22,15-21
Los fariseos se
retiraron y llegaron a un acuerdo para comprometer a
Jesús con una pregunta. Le enviaron
unos discípulos con unos partidarios de
Herodes, y le dijeron:
-Maestro, sabemos que eres sincero y que enseñas el camino de Dios
conforme a la verdad; sin que te
importe nadie, porque no te fijas en las
apariencias. Dinos, pues, qué opinas:
¿es lícito pagar impuesto al César o
no?
Comprendiendo su mala voluntad, les dijo Jesús: ¡Hipócritas!, ¿por qué
me
tentáis? Enseñadme la moneda del
impuesto.
Le presentaron un denario, Él les preguntó:
-¿De quién son esta cara y esta inscripción?
Le respondieron:
-Del César.
Entonces les replicó:
-Pues pagadle al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios.
Comentario
En el evangelio de hoy prosigue la polémica entre Jesús y sus
adversarios
que las parábolas de los domingos
precedentes habían ya puesto en evidencia.
Pero esta vez en el campo estrictamente
religioso entra también la componente
política, por eso la cuestión se hace
más comprometida. A acentuar la
dificultad contribuye no sólo el tema,
sino la composición de la delegación
que se acerca a Jesús. Se trata de dos
facciones opuestas: los fariseos,
contrarios a la dominación romana, y
los herodianos, a los que hoy
llamaríamos colaboracionistas, porque
aceptaban la dominación extranjera y
sostenían a Herodes, tratando de
conciliar las aspiraciones mesiánicas con
las ventajas del poder constituido.
En ese clima y ante tal auditorio, la opinión que piden a Jesús sobre la
legitimidad de pagar los impuestos,
resultaba delicada. Si daba un sí se
atraía la enemistad de los fariseos y
de buena parte de la multitud que lo
había seguido y aclamado al entrar en
Jerusalén. El no de su parte era
colocarse en contra de la autoridad
civil constituida, pudiendo ser tachado
de subversivo.
Jesús, sin embargo, no se deja engañar y encuentra una solución que va
más allá de la habilidad dialéctica
para situar la cuestión en su terreno
justo y verdadero.
Ha habido quien ha visto en la respuesta de Jesús la justificación de la
teoría que pretende asignar a la esfera
de lo religioso y a la esfera de lo
político dos ámbitos contrapuestos o
independientes para el hombre y para la
sociedad. Sin negar las legítimas
autonomías, lo que Jesús dice tiende a
crear una profunda unidad en el hombre
ofreciéndole las razones más válidas
de su vivir. La dimensión política del
hombre debe estar abierta a lo
religioso y este último aspecto no
puede encerrarse en sí mismo, sino
iluminar y motivar la acción social y
política del hombre.
En las palabras de Jesús, la realidad última no es lo que hay que dar al
Céar, sino lo que hay que dar a Dios.
Es decir, no existe un paralelismo
entre ambas exigencias, sino una
subordinación. En otros términos, en las
situaciones normales el hombre debe
poder armonizar ambas exigencias, pero
en caso de oposición y conflicto, Dios
debe estar por encima de todo.
Esto no significa disminuir los derechos de César, sino colocarlos en el
lugar que les corresponde y además
darles la justa perspectiva en el designio
global de Dios. Este último aspecto
resalta más en la lectura litúrgica al
acercar el texto evangélico a la
elección que Dios hace de Ciro, un pagano,
para realizar sus proyectos con el
pueblo elegido (1ª. lectura).
El César y Dios
Los evangelios de la infancia de Cristo ilustran varios aspectos de la
relación de la Sagrada Familia con el
poder político instituido en su tiempo.
Quizá podamos a través de ellos prolongar
nuestra reflexión sobre el
evangelio de hoy.
Algunos de esos episodios tienen un fuerte significado simbólico que
sirve para decirnos algo sobre la
identidad de Jesús; otros indican, en la
línea de la encarnación, la condición
ordinaria de una familia de Palestina,
sujeta a los vaivenes de las
circunstancias históricas y a las decisiones de
quien gobierna. Nos detendremos en la
figura de Augusto en el evangelio de
Lucas y en la de Herodes en el
evangelio de Mateo.
La narración del nacimiento de Jesús empieza con el decreto de César
Augusto de empadronar "todo el
universo" (Lc 2,1). Es presentado así el
emperador como un sujeto activo en el
cumplimiento de los planes de Dios y
no sólo como referencia cronológica de
los hechos de la historia. Además se
le atribuye un dominio absoluto sobre
la totalidad del mundo habitado
(oikoumene) como indicando que el
Mesías que va a nacer y sus padres están
también sujetos a su autoridad. El
evangelio presenta el caso de José y María
como uno de tantos: "Todos iban a
empadronarse, cada uno a su ciudad" (Lc
2,2). Siguiendo el hilo del relato se
descubre, sin embargo, no sin una
cierta ironía, que la decisión imperial
ha servido de manera determinante a
que el niño venga al mundo en Belén, la
ciudad de David, el antepasado de
José. Se pone así en evidencia su
condición mesiánica y se confirma lo que
Dios había anunciado a María por boca
del Ángel: "Su reino no tendrá fin" (Lc
1,33).
Pasemos al caso de Herodes.
En el episodio de la visita de los Magos, en los dos primeros versículos
del cap. 2º de Mateo se habla de dos
reyes: el Rey Herodes y el recién nacido
rey de los judíos por el que los Magos
preguntan. El conflicto es evidente
y parece inevitable. La terrible
decisión de suprimir a todos los niños de
la zona viene motivada por la inquietud
que le produce a Herodes el
nacimiento de un rival. Su designio se
opone así abiertamente al de Dios,
pero para realizarlo no duda un
instante en movilizar a todas las fuerzas
religiosas de la ciudad, solicita la
colaboración de los Magos, etc. La
continuación del relato explica el
fracaso de Herodes tras un aparente
triunfo. Cuando cree poder estar
tranquilo porque su orden terrible ha sido
ejecutada, resulta que al único que le
interesaba matar ha escapado. No sólo eso,
sino que posteriormente se nos informa
que, mientras Jesús vuelve de Egipto
con su familia, quien ha muerto ha sido
precisamente Herodes.
Quienes tienen la misión de gobernar toman las decisiones, unas veces
justas, otras equivocadas, pero quien
conduce la historia, la historia de la
salvación, es Dios. Este último gran
actor de todo lo que sucede no quita la
responsabilidad a los hombres, al
contrario, sus decisiones adquieren una
nueva dimensión al inscribirse en los
designios divinos.
Te
bendecimos, Padre, porque en Cristo
nos
has llamado a la libertad.
Te
damos gracias porque su evangelio
ilumina
toda nuestra vida
y
nos da las razones verdaderas
para
todas las dimensiones de nuestra existencia.
Que
tu Espíritu Santo nos lleve
a
dar a Dios lo que es de Dios,
a
colocarte por encima de todas las cosas
y
a ordenarlas todas
a
partir de ese principio supremo.
Guía
a tu Iglesia, Señor,
para
que sea testigo de los bienes del Reino
en
medio de las vicisitudes de este mundo.
La actividad de la fe
La actividad de la fe, el esfuerzo del amor, el aguante de la
esperanza... Son las tres grandes
dimensiones en que se expresa toda la vida
cristiana que S. Pablo nos recuerda hoy
en la 2ª. lectura. Son esas tres
dimensiones las que en lo concreto de
la vida aseguran al cristiano el
equilibrio y la armonía entre la esfera
de lo temporal y la esfera de lo
espiritual de que habla el evangelio de
hoy, ayudándole a establecer entre
ellas la justa relación.
Por lo que se refiere a la comunidad eclesial las orientaciones del
Vaticano II han sido luminosas en
nuestra época: "La misión propia que Cristo
confió a su Iglesia no pertenece al
orden político, económico o social: el
fin que le asignó es de orden
religioso. Con todo, de esta misión religiosa
emanan un encargo, una luz y unas
fuerzas que pueden servir para establecer
y consolidar según las leyes divinas la
comunidad humana" (G.S. 42). Porque
la misión de la Iglesia es religiosa,
es también "sumamente humana", dirá el
Concilio en otro lugar (Cfr.G.S.11). De
ahí que las tendencias reduccio-
nistas, en uno u otro sentido, han sido
siempre empobrecedoras.
Lo mismo podemos decir si consideramos el compromiso de cada cristiano.
La primera parte de la sentencia de
Jesús: "Pagadle al César..." nos obliga
a tomar en serio los compromisos
temporales, la profesionalidad en el
trabajo, el cumplimiento de los deberes
cívicos, las exigencias de la
justicia. Pero la segunda parte,
"Y dad a Dios...", nos debe llevar a no
absolutizar la política hasta hacerla
árbitro de todas las opciones
colectivas, ni la ciencia hasta
despojarla de las exigencias de la ética, ni
la economía hasta sacrificar vidas
humanas a sus postulados. La perspectiva
religiosa del creyente debe situar a
Dios por encima de todo y relativizar
todas las demás instancias de la vida.
Es así como el cristiano llega a una
libertad interior inestimable que le
hace comprometerse a fondo y en la
medida justa con todas las causas del
hombre.
VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf
No hay comentarios:
Publicar un comentario