sábado, 3 de octubre de 2020

Ciclo A - TO - Domingo XXVII

 4 de octubre de 2020 – TO - XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

 

                                 "Se os quitará a vosotros el Reino"

 

-Is 5,1-7

-Sal 79

-Fil 4,6-9

-Mt 21,33-43

 

Mateo 21,33-43

 

   Dijo Jesús a los sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo:

   -Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la

rodeó con una cerca, plantó en ella un lagar, construyó la casa del guardia,

la arrendó a unos labradores y se marchó de viaje. Llegado el tiempo de la

vendimia, envió sus criados a los labradores para percibir los frutos que le

correspondían. Pero los labradores, agarrando a los criados, apalearon a uno,

mataron a otro, y a otro lo apedrearon. Envió de nuevo otros criados, más que

la primera vez, e hicieron con ellos lo mismo. Por último, les mandó a su

hijo diciéndose: "Tendrán respeto a mi hijo". Pero los labradores, al ver al

hijo, se dijeron: "Este es el heredero; venid, lo matamos y nos quedamos con

su herencia". Y, agarrándolo, lo empujaron fuera de la viña y lo mataron.

   Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos

labradores? Le contestaron:

   -Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros

labradores que le entregue los frutos a sus tiempos.

   Y Jesús les dijo:

   -¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon los

arquitectos es ahora la piedra angular. es el Señor quien lo ha hecho, ha

sido un milagro patente"?

   Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los cielos y se

dará a un pueblo que produzca sus frutos.

 

Comentario

 

   La tercera parábola de Jesús en su disputa con los sumos sacerdotes y los

senadores del pueblo es la más dura y directa. Se trata de una descripción,

apenas velada por el artificio literario, del drama que se estaba fraguando.

Pronunciada poco antes de comenzar la pasión, esta parábola es una verdadera

profecía de lo que iba a suceder. Los oyentes y adversarios de Jesús

"comprendieron que se trataba de ellos", dice el evangelista.

   Desde el punto de vista formal, se trata de una parábola alegórica,

porque si bien existe un punto central de comparación con la realidad, hay

también muchos otros fácilmente identificables sin necesidad de

explicaciones.

   Considerando la globalidad del significado, se trata de un resumen de la

historia de la salvación. De una parte está el amor de Dios hacia su pueblo

("la viña del Señor de los ejércitos es la casa de Israel", Is 1,6; 1ª lect),

que colma de atenciones a su propiedad y que espera de aquéllos a quienes la

ha confiado "los frutos a su debido tiempo". Pero al "in crescendo" del amor

y de la premura del dueño de la viña corresponde el "in crescendo" de la

maldad de los arrendatarios, que en la parábola está subrayada por la

progresión de los verbos: "apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo

apedrearon".

   Los enviados por el dueño de la viña representan a los profetas, quienes

en los diversos momentos de la historia se encargan de recordar a quién

pertenece el campo y qué frutos espera de Él. Casi siempre encontraron

oposición en su misión y muchas veces pagaron con su vida la fidelidad al

mensaje que llevaban.

   Se llega al punto culminante cuando de forma inesperada, vistos los

resultados precedentes, el dueño decide enviar a su hijo (Marcos subraya "a

mi hijo predilecto", y Lucas "a mi hijo único"). No se trata de un enviado

más, es la última ocasión, y por lo tanto la historia se precipita llegando

a su punto final. La muerte del hijo, que en el absurdo razonar de los

viñadores debía suponer el entrar en posesión de su herencia, se convierte,

por el contrario, en su propia condenación. Mientras el hijo es exaltado y

colocado como piedra angular.

   De forma sarcástica el evangelista hace que los opositores de Jesús

pronuncien su autocondenación al declarar culpables a los viñadores homicidas

en cuanto responsables del campo que se les había confiado.

   La parábola tiene también una lectura eclesial, pues la nueva comunidad

surgida de la muerte y resurrección de Cristo es el pueblo que debe producir

los frutos del Reino. Por lo tanto el amor apremiante de Dios, manifestado

definitivamente en Cristo, está pidiendo una repuesta de plena fidelidad en

el tiempo presente.

 

El envío del Hijo

 

   Lo que da toda la profundidad dramática a la parábola es la sorprendente

decisión del dueño de la viña de jugarse la última carta mandando nada menos

que a su hijo único.

   La serie de atenciones prodigadas a la viña en las que se reflejan todas

las acciones de Dios en favor de su pueblo, no pueden tener como explicación

el deseo de unos frutos más o menos abundantes. Es sólo el amor, un amor

inmenso y permanente, deseoso de una respuesta, la única motivación de Dios

en favor de su pueblo. Por amor lo creó, lo eligió y lo condujo a lo largo

de los siglos (Dt 7,7). Pero lo más sorprendente es el gesto final de ese

amor: "Tanto amó Dios al mundo que envió a su Hijo único" (Jn 3,16). El envío

del Hijo revela la cercanía, la atención, la fidelidad, el amor de Dios hacia

su pueblo más que ninguna otra cosa. De rechazo pone también en evidencia la

maldad de quienes no sólo acaban con los profetas sino que ponen también las

manos sobre el último enviado. La "ingenuidad" del amor paterno ("tendrán

respeto a mi hijo") se encuentra con la astucia y dureza de corazón de los

responsables del pueblo.

   Revelando en la parábola estas cosas, Jesús se muestra plenamente

consciente de su identidad, del vínculo personalísimo que lo une con el

Padre, del sentido de su misión en el mundo y del misterio de iniquidad que

acabará echándole fuera de la ciudad y matándolo (Heb 13,13). Es inexplicable

esa actitud de oposición al Reino de Dios que termina por rechazar al último

y definitivo de sus enviados, al Hijo. Hay en la actitud de los opositores

de Jesús una tremenda inconsciencia unida a la responsabilidad de un

procedimiento madurado largamente y ejecutado a pesar de haber recibido

previamente aviso de la trascendencia del acto que iban a realizar.

   Si el gesto definitivo del amor de Dios enviando al Hijo pone de

manifiesto lo que hay en el fondo de los corazones de los hombres, si revela

el misterio de la iniquidad y el rechazo de algunos, revela también la fe y

la humilde acogida de otros."Vino a los suyos y los de su casa no le

recibieron..."(Jn 1).

   María y José se encuentran entre quienes supieron valorar la

trascendencia del momento final de la historia de la salvación en el que Dios

decidió enviar a su Hijo para demostrar la validez y permanencia de su

alianza con los hombres. Así lo proclama María en el Magnificat evocando los

gestos de misericordia de Dios "en favor de Abrahán y de su descendencia".

Pero sobre todo dando su consentimiento cuando se le anuncia que "el santo

que va a nacer se llamará Hijo de Dios". No se trataba, pues, de uno más de

los enviados por Dios a su pueblo, se trataba del envío de su Hijo.

 

Te bendecimos, Padre, por habernos mandado

en la plenitud de los tiempos

a tu Hijo amado

para revelarnos tu amor

y establecer tu Reino entre los hombres.

Tu amor y confianza en el hombre

ha pasado por encima

de la maldad y perversión

que anida también en su corazón.

De esta forma, de la tragedia del Calvario

ha brotado la efusión del Espíritu Santo

que construye un pueblo nuevo

sobre el cimiento que es Cristo

y que asume la responsabilidad

de anunciar a todo el mundo esa buena nueva

y de operar para que venga tu Reino.

 

Fidelidad

 

   Si la primera parte del evangelio de hoy se centra en el misterio de la

persona, la misión y el destino de Jesús, el hijo enviado por el Padre, las

sentencias que el evangelista coloca en la segunda parte hablan más bien de

la Iglesia.

   La Iglesia, nuevo pueblo de Dios, llamada no sólo a recibir la herencia

dilapidada por los viñadores infieles, sino también a producir los frutos del

Reino que el Padre espera. De ahí una fuerte llamada a nuestra fidelidad. La

trayectoria del pueblo de Israel ilumina hoy el camino que la Iglesia está 

llamada a recorrer.

   El primer aspecto de la fidelidad al que estamos llamados es la atención

que prestamos y la acogida que dispensamos a quienes son enviados por Dios.

El rechazo definitivo del Hijo es el último eslabón de una cadena de cerrazón

ante las llamadas de atención de muchas embajadas que venían de parte de Dios

y que no fueron aceptadas. La dinámica de la infidelidad lleva al paso,

aparentemente incomprensible, del rechazo total en el momento clave. Lo mismo

puede decirse en sentido opuesto, una actitud permanente de acogida y de

fidelidad prepara el momento cumbre en el que Dios se presenta en persona.

   La segunda reflexión sobre la fidelidad apunta hacia los frutos que Dios

espera de nosotros. El domingo pasado se nos pedía un esfuerzo de claridad

y coherencia cristiana. Los frutos son los que mejor muestran la veracidad

de nuestra vida cristiana y el estado de salud espiritual en que nos

encontramos.

   Pero ¿qué frutos? Ante todo la caridad en sus múltiples manifestaciones.

Una descripción muy válida es la que encontramos en la 2ª. lectura. "Todo lo

que es verdadero, noble, justo, puro, amable, laudable; todo lo que es virtud

o mérito, tenedlo en cuenta". Es la apertura hacia los valores humanos y

cristianos lo que va consolidando día a día el amor de Dios y estableciendo

ya desde ahora ese Reino de Dios por el que Jesús murió.

 

TEODORO BERZAL hsf

No hay comentarios:

Publicar un comentario