4 de octubre de 2020 – TO - XXVII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A
"Se os quitará a vosotros el
Reino"
-Is 5,1-7
-Sal 79
-Fil 4,6-9
-Mt 21,33-43
Mateo
21,33-43
Dijo Jesús a los
sumos sacerdotes y a los senadores del pueblo:
-Escuchad otra parábola: Había un propietario que plantó una viña, la
rodeó con una cerca, plantó en ella un
lagar, construyó la casa del guardia,
la arrendó a unos labradores y se
marchó de viaje. Llegado el tiempo de la
vendimia, envió sus criados a los
labradores para percibir los frutos que le
correspondían. Pero los labradores,
agarrando a los criados, apalearon a uno,
mataron a otro, y a otro lo apedrearon.
Envió de nuevo otros criados, más que
la primera vez, e hicieron con ellos lo
mismo. Por último, les mandó a su
hijo diciéndose: "Tendrán respeto
a mi hijo". Pero los labradores, al ver al
hijo, se dijeron: "Este es el
heredero; venid, lo matamos y nos quedamos con
su herencia". Y, agarrándolo, lo
empujaron fuera de la viña y lo mataron.
Y ahora, cuando vuelva el dueño de la viña, ¿qué hará con aquellos
labradores? Le contestaron:
-Hará morir de mala muerte a esos malvados y arrendará la viña a otros
labradores que le entregue los frutos a
sus tiempos.
Y Jesús les dijo:
-¿No habéis leído nunca en la Escritura: "La piedra que desecharon
los
arquitectos es ahora la piedra angular.
es el Señor quien lo ha hecho, ha
sido un milagro patente"?
Por eso os digo que se os quitará a vosotros el Reino de los cielos y se
dará a un pueblo que produzca sus
frutos.
Comentario
La tercera parábola de Jesús en su disputa con los sumos sacerdotes y
los
senadores del pueblo es la más dura y
directa. Se trata de una descripción,
apenas velada por el artificio
literario, del drama que se estaba fraguando.
Pronunciada poco antes de comenzar la
pasión, esta parábola es una verdadera
profecía de lo que iba a suceder. Los
oyentes y adversarios de Jesús
"comprendieron que se trataba de
ellos", dice el evangelista.
Desde el punto de vista formal, se trata de una parábola alegórica,
porque si bien existe un punto central
de comparación con la realidad, hay
también muchos otros fácilmente
identificables sin necesidad de
explicaciones.
Considerando la globalidad del significado, se trata de un resumen de la
historia de la salvación. De una parte
está el amor de Dios hacia su pueblo
("la viña del Señor de los
ejércitos es la casa de Israel", Is 1,6; 1ª lect),
que colma de atenciones a su propiedad
y que espera de aquéllos a quienes la
ha confiado "los frutos a su
debido tiempo". Pero al "in crescendo" del amor
y de la premura del dueño de la viña
corresponde el "in crescendo" de la
maldad de los arrendatarios, que en la
parábola está subrayada por la
progresión de los verbos:
"apalearon a uno, mataron a otro y a otro lo
apedrearon".
Los enviados por el dueño de la viña representan a los profetas, quienes
en los diversos momentos de la historia
se encargan de recordar a quién
pertenece el campo y qué frutos espera
de Él. Casi siempre encontraron
oposición en su misión y muchas veces
pagaron con su vida la fidelidad al
mensaje que llevaban.
Se llega al punto culminante cuando de forma inesperada, vistos los
resultados precedentes, el dueño decide
enviar a su hijo (Marcos subraya "a
mi hijo predilecto", y Lucas
"a mi hijo único"). No se trata de un enviado
más, es la última ocasión, y por lo
tanto la historia se precipita llegando
a su punto final. La muerte del hijo,
que en el absurdo razonar de los
viñadores debía suponer el entrar en
posesión de su herencia, se convierte,
por el contrario, en su propia
condenación. Mientras el hijo es exaltado y
colocado como piedra angular.
De forma sarcástica el evangelista hace que los opositores de Jesús
pronuncien su autocondenación al
declarar culpables a los viñadores homicidas
en cuanto responsables del campo que se
les había confiado.
La parábola tiene también una lectura eclesial, pues la nueva comunidad
surgida de la muerte y resurrección de
Cristo es el pueblo que debe producir
los frutos del Reino. Por lo tanto el
amor apremiante de Dios, manifestado
definitivamente en Cristo, está
pidiendo una repuesta de plena fidelidad en
el tiempo presente.
El envío del Hijo
Lo que da toda la profundidad dramática a la parábola es la sorprendente
decisión del dueño de la viña de
jugarse la última carta mandando nada menos
que a su hijo único.
La serie de atenciones prodigadas a la viña en las que se reflejan todas
las acciones de Dios en favor de su
pueblo, no pueden tener como explicación
el deseo de unos frutos más o menos
abundantes. Es sólo el amor, un amor
inmenso y permanente, deseoso de una
respuesta, la única motivación de Dios
en favor de su pueblo. Por amor lo
creó, lo eligió y lo condujo a lo largo
de los siglos (Dt 7,7). Pero lo más
sorprendente es el gesto final de ese
amor: "Tanto amó Dios al mundo que
envió a su Hijo único" (Jn 3,16). El envío
del Hijo revela la cercanía, la
atención, la fidelidad, el amor de Dios hacia
su pueblo más que ninguna otra cosa. De
rechazo pone también en evidencia la
maldad de quienes no sólo acaban con
los profetas sino que ponen también las
manos sobre el último enviado. La
"ingenuidad" del amor paterno ("tendrán
respeto a mi hijo") se encuentra
con la astucia y dureza de corazón de los
responsables del pueblo.
Revelando en la parábola estas cosas, Jesús se muestra plenamente
consciente de su identidad, del vínculo
personalísimo que lo une con el
Padre, del sentido de su misión en el
mundo y del misterio de iniquidad que
acabará echándole fuera de la ciudad y
matándolo (Heb 13,13). Es inexplicable
esa actitud de oposición al Reino de
Dios que termina por rechazar al último
y definitivo de sus enviados, al Hijo.
Hay en la actitud de los opositores
de Jesús una tremenda inconsciencia
unida a la responsabilidad de un
procedimiento madurado largamente y
ejecutado a pesar de haber recibido
previamente aviso de la trascendencia
del acto que iban a realizar.
Si el gesto definitivo del amor de Dios enviando al Hijo pone de
manifiesto lo que hay en el fondo de
los corazones de los hombres, si revela
el misterio de la iniquidad y el
rechazo de algunos, revela también la fe y
la humilde acogida de otros."Vino
a los suyos y los de su casa no le
recibieron..."(Jn 1).
María y José se encuentran entre quienes supieron valorar la
trascendencia del momento final de la
historia de la salvación en el que Dios
decidió enviar a su Hijo para demostrar
la validez y permanencia de su
alianza con los hombres. Así lo
proclama María en el Magnificat evocando los
gestos de misericordia de Dios "en
favor de Abrahán y de su descendencia".
Pero sobre todo dando su consentimiento
cuando se le anuncia que "el santo
que va a nacer se llamará Hijo de
Dios". No se trataba, pues, de uno más de
los enviados por Dios a su pueblo, se
trataba del envío de su Hijo.
Te
bendecimos, Padre, por habernos mandado
en
la plenitud de los tiempos
a
tu Hijo amado
para
revelarnos tu amor
y
establecer tu Reino entre los hombres.
Tu
amor y confianza en el hombre
ha
pasado por encima
de
la maldad y perversión
que
anida también en su corazón.
De
esta forma, de la tragedia del Calvario
ha
brotado la efusión del Espíritu Santo
que
construye un pueblo nuevo
sobre
el cimiento que es Cristo
y
que asume la responsabilidad
de
anunciar a todo el mundo esa buena nueva
y
de operar para que venga tu Reino.
Fidelidad
Si la primera parte del evangelio de hoy se centra en el misterio de la
persona, la misión y el destino de
Jesús, el hijo enviado por el Padre, las
sentencias que el evangelista coloca en
la segunda parte hablan más bien de
la Iglesia.
La Iglesia, nuevo pueblo de Dios, llamada no sólo a recibir la herencia
dilapidada por los viñadores infieles,
sino también a producir los frutos del
Reino que el Padre espera. De ahí una
fuerte llamada a nuestra fidelidad. La
trayectoria del pueblo de Israel
ilumina hoy el camino que la Iglesia está
llamada a recorrer.
El primer aspecto de la fidelidad al que estamos llamados es la atención
que prestamos y la acogida que
dispensamos a quienes son enviados por Dios.
El rechazo definitivo del Hijo es el
último eslabón de una cadena de cerrazón
ante las llamadas de atención de muchas
embajadas que venían de parte de Dios
y que no fueron aceptadas. La dinámica
de la infidelidad lleva al paso,
aparentemente incomprensible, del
rechazo total en el momento clave. Lo mismo
puede decirse en sentido opuesto, una
actitud permanente de acogida y de
fidelidad prepara el momento cumbre en
el que Dios se presenta en persona.
La segunda reflexión sobre la fidelidad apunta hacia los frutos que Dios
espera de nosotros. El domingo pasado
se nos pedía un esfuerzo de claridad
y coherencia cristiana. Los frutos son
los que mejor muestran la veracidad
de nuestra vida cristiana y el estado
de salud espiritual en que nos
encontramos.
Pero ¿qué frutos? Ante todo la caridad en sus múltiples manifestaciones.
Una descripción muy válida es la que
encontramos en la 2ª. lectura. "Todo lo
que es verdadero, noble, justo, puro,
amable, laudable; todo lo que es virtud
o mérito, tenedlo en cuenta". Es
la apertura hacia los valores humanos y
cristianos lo que va consolidando día a
día el amor de Dios y estableciendo
ya desde ahora ese Reino de Dios por el
que Jesús murió.
TEODORO
BERZAL hsf
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