sábado, 10 de octubre de 2020

Ciclo A - TO - Domingo XXVIII

 11 de octubre de 2020 - XXVIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

  

                                              "Venid a la boda"

 

-Is 25,6-10

-Sal 22

-Fil 4,12-14.19-20

-Mt 22,1-14

 

Mateo 22,1-14

 

   Volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los

senadores del pueblo, diciendo:

   -El Reino de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su

hijo. Mandó criados para que avisaran a los convidados, pero no quisieron ir.

Volvió a mandar criados encargándoles que les dijeran: "Tengo preparado el

banquete, he matado terneros y reses cebadas y todo está a punto. Venid a la

boda".

   Los convidados no hicieron caso; uno se marchó a sus tierras, otro a sus

negocios, los demás les echaron mano a los criados y los maltrataron hasta

matarlos. El rey montó en cólera, envió sus tropas, que acabaron con aquellos

asesinos y prendieron fuego a la ciudad. Luego dijo a sus criados:

   -La boda está preparada, pero los convidados no se la merecían. Id ahora

a los cruces de los caminos, y a todos los que encontréis convidadlos a la

boda. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que

encontraron, malos y buenos. La sala del banquete se llenó de comensales.

Cuando el rey entró a saludar a los comensales reparó en uno que no llevaba

el traje de fiesta, y le dijo:

   -Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin vestirte de fiesta?

   El otro no abrió la boca. Entonces el rey dijo a los camareros:

   -Atadlo de pies y manos y arrojadlo fuera, a las tinieblas. Allí será el

llanto y el rechinar de dientes. Porque muchos son los llamados y pocos los

escogidos.

 

Comentario

 

   Las parábolas que leemos en estos últimos domingos del año litúrgico en

el evangelio de Mateo tienen todas un significado polémico contra quienes no

aceptan la llamada a entrar en el Reino. El tono es muy distinto al de las

parábolas del Reino (cap. 13).

   El texto de hoy se compone de dos parábolas: la del banquete nupcial (vv.

1-10) y la del traje de fiesta (vv.11-14). Esta última habría sido colocada

arbitrariamente por el evangelista en ese lugar para corregir de algún modo

el sentido demasiado optimista de la primera. Así dicen los comentaristas.

   La parábola del banquete tiene un significado similar a la de los

viñadores homicidas. En este caso se subraya más la paciencia de Dios con el

pueblo rebelde y las desastrosas consecuencias del rechazo a la invitación

de compartir la fiesta. Pero lo que más llama la atención es la solución

alternativa propuesta por el "rey" que excluye del banquete a lo primeros

invitados y luego lo ofrece a todos.

   Hay en la parábola algunos rasgos paradójicos, fuera del orden normal de

las cosas, que contribuyen, sin embargo, a dar mayor relieve a ciertos

aspectos teológicos del mensaje. Señalamos algunos.

   Es inverosímil que quienes reciben la invitación a la fiesta, no sólo la

rechazan sino que matan a los enviados (vv.5-6). Resuena aquí el eco de la

parábola de los viñadores homicidas. Es igualmente desproporcionado el

castigo infligido a los que se niegan a aceptar la invitación: se queman las

ciudades porque algunos individuos no quieren asistir al banquete (v.7). Ese

detalle subraya el carácter escatológico que se atribuye al banquete. No

aceptarlo significa la perdición total. Algunos comentaristas invitan a ver

en contraluz la destrucción de Jerusalén en el año 70. Paradójico es también,

y en grado sumo, que un rey celebre la boda de su hijo con cualquier tipo de

gente, buenos y malos (v.10) (Lucas dice: "ciegos, lisiados y cojos"). Es

este último detalle el que mejor deja patente el nuevo orden de cosas que ha

venido a crear la llegada de Cristo. Ahora la llamada a la salvación se hace

a todos, la invitación a entrar en la sala del festín no tiene en cuenta la

condición en que cada uno se encuentra cuando la recibe.

   El último detalle "extraño" que señalamos está en la segunda parábola.

Parece desproporcionado y fuera de sentido común que los "camareros" del rey

que sirven a los invitados se transformen en guardias, y que, por no llevar

el vestido adecuado, uno sea expulsado violentamente "a las tinieblas

exteriores". Este aspecto que hiere la sensibilidad del lector, dice bien

claramente la exigencia de una conversión interior para participar en los

bienes mesiánicos. No basta estar en la sala donde se celebra la boda. Si es

verdad que la condición inicial de los llamados no importa, no puede decirse

lo mismo después de que se ha entrado.

 

"El esposo está con ellos" (Mt 9,15)

 

   El comienzo de la parábola que estamos meditando tiene un tono solemne

que deja entrever la trascendencia del momento que invita a vivir: "El Reino

de los cielos se parece a un rey que celebraba la boda de su hijo..." Se

trata de la ocasión más solemne y festiva del reino. De ahí que la invitación

a participar en el acontecimiento sea apremiante y única.

   En la parábola el "hijo" de quien se celebra la boda queda al margen de

la narración y es sólo el "rey" quien actúa: convoca a los invitados, castiga

a los culpables, expulsa al que se viste indignamente... Y, sin embargo, la

ocasión solemne y única es la boda del hijo.

   Viniendo a la realidad que la parábola pretende iluminar, podemos decir

que el rey es Dios, que celebra la alianza definitiva con los hombres

mediante la misión de Cristo.

   Varias veces en el evangelio Jesús se presenta como el "esposo", y casi

siempre en relación a la celebración de la boda. La imagen nupcial es una de

las que mejor traducen la realidad de la nueva alianza de Dios con los hombres

en Cristo. Es la imagen de ese gran misterio de amor que une a Cristo con su

Iglesia y que refleja el que Dios tiene a la humanidad.

   Leyendo el evangelio a la luz de Nazaret, podemos ver ya en el matrimonio

de María y de José la más viva expresión del mensaje central del evangelio

de hoy. Juan Pablo II en su Carta a las familias lo expresa así: "Este amor

esponsal recíproco, para que sea plenamente "amor hermoso", exige que José

acoja a María y a su hijo bajo el techo de su casa, en Nazaret. José obedece

el mensaje divino y actúa según lo que le había sido mandado (Mt 1,24). Es

también gracias a José como el misterio de la Encarnación y, junto con él,

el misterio de la Sagrada Familia, se inscribe profundamente en el amor

esponsal del hombre y de la mujer e indirectamente en la genealogía de cada

familia humana. Lo que Pablo llamará el "gran misterio" encuentra en la

Sagrada Familia su expresión más alta. La familia se sitúa así verdaderamente

en el centro de la Nueva Alianza" (n.20).

   Esa es la participación de primera importancia de María y José en la

fiesta de las bodas que Dios celebra con la humanidad enviando a su Hijo para

salvar al mundo. Su matrimonio, su amor recíproco y virginal es no sólo una

imagen, sino el lugar mismo donde se efectúa el gran misterio que ofrece la

salvación a todos los hombres.

   La invitación a entrar en el misterio de Nazaret que hacemos desde cada

reflexión sobre la Palabra de Dios coincide así hoy con la invitación a

entrar en la sala donde se celebran las bodas de Dios con la humanidad. Todos

estamos invitados...

 

Padre, te bendecimos y te damos gracias

por habernos llamado con el Evangelio

a la Nueva Alianza que quieres establecer

con la humanidad

en la que Cristo se da enteramente a la Iglesia.

Danos tu Espíritu Santo,

que nos revista con el vestido de fiesta,

a imagen de Jesús,

para que tu puedas reconocernos

como hijos tuyos.

 

Llamados

 

   Los motivos aducidos por los primeros invitados para no ir al banquete

son un pretexto, según la parábola: "uno se marchó a sus tierras, otro a sus

negocios..." Todas cosas buenas y legítimas, sin duda, pero insuficientes

ante la llamada apremiante del rey para un acto importante.

   Para nosotros, invitados de la última hora, es un toque de atención. Los

afanes y preocupaciones de la vida pueden tender un velo sutil e impenetrable

que nos hace sordos a las llamadas de Dios en lo concreto de la vida. El

esfuerzo por preferir a Dios sobre todas las cosas no se realiza de una vez

para siempre. En este sentido la orientación del Vaticano II es clara, los

cristianos no podemos desentendernos de las cosas de este mundo, pero tampoco

podemos dejar que éstas obscurezcan el sentido de Dios: "Por esto la Iglesia,

que es al mismo tiempo una sociedad visible y una comunidad espiritual, ca-

mina junto con la humanidad y experimenta la misma suerte terrena que el

mundo, y es como el fermento o el alma de la sociedad humana, destinada a

renovarse en Cristo y a transformarse en familia de Dios" (G.S. 40).

   Si consideramos la segunda llamada efectuada en la parábola evangélica,

podemos destacar algunas actitudes a las que hoy se nos invita. En primer

lugar está el sentido de gratuidad: todos llamados independientemente de sus

méritos, de su condición de vida, de su papel en la sociedad. Y llamados por

Dios, por el "rey" en persona. Es el máximo honor y dignidad que uno puede

recibir. Ese doble aspecto de la llamada lleva a vivir la vida cristiana con

gran humildad, pero al mismo tiempo con gran dignidad. Es de esa actitud de

reconocimiento de una inmerecida dignidad, de donde brota la alegría con la

que se deja todo para participar en la fiesta con los otros invitados;

alegría que no suprime el cuidado por mantenerse siempre digno, no tanto en

las apariencias formales, cuanto en esa identidad interior que se va formando

cada día a imagen de Cristo.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

 

 

 

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