sábado, 24 de octubre de 2020

Ciclo A - TO - Domingo XXX

 25 de octubre de 2020 - XXX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO – Ciclo A

 

                "Amarás al Señor... y amarás a tu prójimo"

 

-Ex 22,21-27

-Sal 17

-1Tes 1,5-10

-Mt 22,34-40

 

Mateo 22,34-40

 

   Los fariseos, al oír que había hecho callar a los saduceos, se acercaron

a Jesús y uno de ellos le preguntó para ponerlo a prueba:

   -Maestro, ¿cuál es el mandamiento principal de la Ley?

   Él le dijo:

   -"Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con todo

tu ser". este mandamiento es el principal y primero. El segundo es semejante

a él: "Amarás a tu prójimo como a ti mismo". Estos dos mandamientos sostienen

la Ley entera y los Profetas.

                        

Comentario

 

   En la controversia de Jesús con sus adversarios, el evangelio de hoy

ocupa un puesto relevante, porque la pregunta de un doctor de la ley le

permitirá explicitar el contenido central de su mensaje: el amor a Dios y el

amor al prójimo. Toma parte así Jesús en una discusión frecuente entre los

rabinos de su tiempo que trataba de establecer un orden en la gran cantidad

de preceptos existentes o, mejor aún, de encontrar el principio de donde

todos ellos derivan.

   Si nos acercamos al texto del evangelio, podemos comprobar que está 

contenido en una estructura muy sencilla de pregunta y respuesta. La primera

parte se relaciona con el contexto polémico que hemos venido meditando en

domingos anteriores.

   Los otros evangelistas sitúan la enseñanza de Jesús sobre el principal

mandamiento en contextos diferentes. Para Marcos, por ejemplo, el escriba que

pregunta es elogiado por Jesús, pues es él mismo quien responde

acertadamente. Sólo Mateo subraya las intenciones malévolas de los fariseos,

quizá porque cuando él escribía las relaciones de éstos con los cristianos

se habían deteriorado ya bastante.

   Viniendo al contenido de la respuesta de Jesús, podemos destacar los dos

aspectos en que mayormente se cifra su novedad. Está en primer lugar el

acercamiento del "segundo" mandamiento al "primero". Ciertamente no era una

novedad recordar la primacía del amor a Dios, que Israel había profesado

siempre en su "credo": "Escucha Israel, amarás..." (Dt 6,4-5). Jesús no

identifica totalmente el segundo mandamiento con el primero, pero dice que

le es "semejante". Es la misma palabra que la Biblia usa para designar al

hombre con respecto a Dios. De la multitud de casos particulares que el

Antiguo Testamento recoge en los que se expresa el precepto de amar al

prójimo (véanse por ejemplo los casos citados en la 1ª. lectura), Jesús hace

una norma general y más amplia, porque en su perspectiva el prójimo era todo

hombre y no sólo los miembros del pueblo elegido.

   El otro aspecto esencial del mensaje evangélico es la reducción de toda

la revelación veterotestamentaria a los preceptos del amor. De ellos "penden"

la ley y los profetas. Es lo que S. Pablo recuerda a los Romanos: "De hecho,

el no cometerás adulterio, no matarás, no robarás, no envidiarás y cualquier

otro mandamiento que haya se resume en esta frase: "amarás a tu prójimo

como a ti mismo". El amor no causa daño al prójimo y por tanto el

cumplimiento de la ley es el amor" (13,9-10).

   Esa interpretación fundamental que Jesús hace de la ley y los profetas le

sitúa en el punto de coyuntura entre el Antiguo Testamento y la revelación

definitiva del rostro de Dios en el Nuevo, y como consecuencia, del verdadero

rostro del hombre.

 

El prójimo

 

   Sólo en la encarnación de Dios encontramos la razón última de lo que hoy

el evangelio presenta como exigencia fundamental del creyente.

   Jesús dice que el mandamiento de amar al prójimo es semejante, similar al

mandamiento de amar a Dios. En la misma línea dirá más adelante S. Juan:

"Quien ama a Dios, debe también amar al hermano" (1Jn 4,20). Esto significa

que el amor al prójimo se coloca en la misma línea que el amor a Dios. Esta

es la gran novedad del evangelio: el prójimo es alguien a quien se ama en el

mismo impulso de amor con que se ama a Dios. El prójimo, el hermano adquiere

así una relevancia, una dignidad imposible de comprender si se le separa de

Dios.

   Pero junto a esta "elevación" del prójimo está lo que podemos llamar el

"abajamiento" de Dios. Podemos, en efecto, hablar de un abajamiento de Dios

hasta identificarse con el hombre, como si hubiera de compartir con el hombre

el amor que sólo a Él se debe. Él, que es "Dios y no hombre", como dice el

profeta Oseas (11,9), se ha hecho realmente hombre y desde entonces se ha

identificado con todos los hombres. "Él, el Hijo de Dios, por su encarnación,

se identificó en cierto modo con todos los hombres" (G.S. 22). En esta

identificación, en esta semejanza de Dios con el hombre está la base de la

semejanza del segundo mandamiento con el primero.

   Saliendo al encuentro del hombre, Dios se ha hecho el prójimo del hombre.

Es significativo que en el evangelio de Lucas, inmediatamente después de la

explicación sobre el principal mandamiento, viene la parábola del buen

samaritano, como un comentario bien concreto y práctico.

   La encarnación del Verbo puede así ser vista también como ese gesto de

condescendencia divina que se hace accesible a nuestra debilidad humana para

que amando al hermano a quien vemos, podamos amar a Dios a quien no vemos

(1Jn 4,20).

   En el texto del antiguo Testamento que hemos leído hoy en la primera

lectura, se ve claramente cómo Dios se pone de la parte de los pobres, de los

débiles, de los oprimidos. La razón aducida para exigir la práctica de la

justicia y de la caridad es ante todo de carácter "humanitario": "Porque

forasteros fuisteis vosotros en Egipto". Es decir, porque vosotros habéis

compartido la misma situación de quien ahora sufre. El segundo motivo es

netamente "teológico": "Si grita a mí lo escucharé porque soy compasivo".

compartiendo nuestra naturaleza humana en su condición de pobreza y

debilidad, Dios ha llegado a la máxima expresión de su solidaridad e

identificación con cada hombre, de manera que su rostro está dibujado en

cualquiera que necesite de nuestro amor.

 

Te bendecimos, Padre, que nos llamas

a amarte a ti y a los hermanos.

Te damos gracias por Jesús

en el que vemos cumplido

tu gesto de acercamiento al hombre

y la exigencia de total donación a ti

y a los hermanos.

Danos el Espíritu de amor

para que podamos compartir

su gesto de encarnación

haciéndonos presentes a los demás

y amándolos como a nosotros mismos

y su gesto de consagración

dando libremente la vida por ti.

 

Amar

 

   Es importante que dejándonos guiar por la Palabra, recordemos con

frecuencia el centro inspirador y el motor de toda la vida cristiana, que es

el amor. El evangelio de hoy nos lo presenta con fuerza.

   Amor a Dios y amor al prójimo... Salvadas las debidas diferencias, hay

que reafirmar siempre el principio unificador: Lo importante es amar.

   Ciertamente las exigencias de la vida cristiana se articulan en muchas

situaciones concretas y a muchos niveles. Se puede y se debe construir todo

un sistema moral que señale los diversos grados de obligatoriedad, las

diversas circunstancias en que se compromete la responsabilidad individual

y colectiva. Pero es necesario que el cristiano no se pierda nuevamente en

un laberinto de preceptos como había sucedido a los fariseos. El principio

inspirador del amor debe ser transparente siempre como motivación de fondo

de todas las exigencias morales. La teología clásica lo había expresado

diciendo que la caridad es la forma, unidad y significado de todas las virtu-

des. Es la mejor traducción del aforismo agustiniano: "Ama y haz lo que quieras".

   Este principio, que aparece evidente en la reflexión teórica (el amor

centro de toda la vida cristiana) debemos incorporarlo continuamente a

nuestra existencia dejando que el Espíritu Santo, amor que ha sido derramado

en nuestros corazones (Rm 5,5), nos mueva en todo lo que hacemos y decimos.

   Nuestro camino de vida cristiana debe rehacer continuamente la síntesis

del amor a Dios y del amor al prójimo. Son dos aspectos inseparables y en

relación mutua de forma constante. No se trata de identificar y confundir las

exigencias del primer y del segundo mandamiento, sino de relacionarlos

correctamente.

   Amar a Dios como respuesta al amor suyo que nos precede siempre y amar al

prójimo en sí mismo, porque es "otro yo", amarlo porque en el hombre está 

Dios, es su imagen, es hijo suyo, porque todos estamos llamados a compartir

la vida de la familia de Dios.

 

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