sábado, 28 de noviembre de 2020

Ciclo B - Adviento - Domingo I

 29 de noviembre de 2020 - I DOMINGO DE ADVIENTO – Ciclo B

 

                             "¡Estad en vela!"

 

Isaías 63,16b-17; 1.3b-8

 

      Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es "nuestro

redentor".

      Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro

corazón para que no te tema? Vuélvete por amor a tus siervos y a las tribus

de tu heredad. ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con

tu presencia!

      Bajaste y los montes se derritieron con tu presencia. Jamás oído oyó

ni ojo vio un Dios, fuera de ti, que hiciera tanto por el que espera en Él.

      Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus

caminos.

      Estabas airado y nosotros fracasamos: aparta nuestras culpas y seremos

salvos. Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos

nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el

viento.

      Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos

ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa. Y, sin

embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero:

somos todos obra de tus manos.

 

Corintios 1,3-9

 

      Hermanos:

      La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor

Jesucristo sean con vosotros.

      En mi Acción de Gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la

gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús.

      Pues por Él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el

saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho,

no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro

Señor Jesucristo.

      El os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué

acusaros en el tribunal de Jesucristo Señor Nuestro.

      Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo Señor

Nuestro. ¡Y El es fiel!

 

Marcos 13,33-37

 

      En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos:

      -Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento. Es igual que un

hombre que se fue de viaje, y dejó su casa y dio a cada uno de sus criados

su tarea, encargando al portero que velara.

      Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si

al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer: no sea que

venga inesperadamente y os encuentre dormidos.

      Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!

 

Comentario

 

      El tiempo litúrgico del Adviento, que celebra la primera venida de

Cristo y prepara al encuentro definitivo con Él, es imagen de la vida del

cristiano. Ya redimido en el bautismo, el cristiano debe mantener y desarro-

llar el don recibido hasta que llegue a su plenitud.

       La Palabra de Dios de este domingo es una fuerte llamada a tomar con-

ciencia de esta condición de la vida cristiana que avanza entre los peligros

de la noche y que espera a Quien dará un sentido definitivo a todo el camino

recorrido.

      El centro del mensaje está en la pequeña parábola del evangelio de Mar-

cos que concluye las enseñanzas de Jesús antes de entrar en su pasión. Por

tres veces se insiste en ella sobre la necesidad de velar. Y el motivo de

esta fuerte recomendación es obvio: "no sabéis cuando llegará el dueño de

casa".

       A la luz de las otras dos lecturas pueden descubrirse algunas motiva-

ciones para que el cristiano permanezca en vela. Existe el peligro, por

cierto nada imaginario, de "extraviarse lejos de los caminos del Señor", y

del "endurecimiento del corazón", hasta "quedar en poder de nuestra propia

culpa". He ahí un motivo para estar alerta, para que el Señor cuando venga

no lo encuentre "dormido". Pero además la condición del cristiano en el mundo

es similar a la de quien vive en la noche. Muchas veces lo recuerda el Nuevo

Testamento y, sobre todo, S. Pablo. Vivimos en un "mundo de tinieblas" (Ef

6,12), del que el Padre "nos sacó para trasladarnos al reino de su Hijo

querido". La novedad cristiana nos sitúa muchas veces en contraste con la

situación de este mundo: "los que duermen, duermen de noche; los borrachos

se emborrachan de noche; en cambio nosotros que pertenecemos al día, estemos

despejados y armados" (ITes 5,7).

      Así pues, la atención del cristiano tiene un doble frente: las tinie-

blas que pueden invadir su corazón y las tinieblas exteriores que tienden a

obstaculizar su camino. Es cierto, sin embargo que, "por medio del Mesías

Jesús", Dios no sólo le da su "gracia" y no le falta "ningún don", sino que

le "mantiene firme hasta el fin".

      La vigilancia cristiana se ve, pues, sostenida por la ayuda del Señor,

que "ha señalado a cada uno su tarea" al salir de casa y le da su gracia para

cumplirla. La condición filial, compartida con Jesús, lleva a respetar el

secreto del Padre sobre el momento en que acontecerá la manifestación

gloriosa. Nadie lo sabe. Así el cristiano vive en una total confianza,

sabiendo por una parte que todo se le ha dado ya y por otra que no está en

sus manos el desenlace del drama humano. Dios es siempre imprevisible,

inalcanzable, no se deja manipular por el hombre. Por eso al cristiano a

veces le resulta difícil dar testimonio de este Dios que dice poseer y que

al mismo tiempo se le escapa de entre las manos. Esa es la mejor garantía

contra todo intento de manipulación.

 

La espera en Nazaret

 

      María y José compartieron la esperanza del pueblo de Israel. Mas aún,

pertenecían a ese grupo de los llamados pobres de Yavé que tenían una

confianza total en Dios y estaban seguros de su fidelidad perenne: sabían que

iba a cumplir su promesa. Tampoco ellos conocían el día ni la hora, pero

sabían que el Señor iba a visitar a su pueblo. Y así aconteció cuando llegó

el Mesías.

      Pero María y José vivieron luego, junto con Jesús, otra larga espera:

el tiempo de Nazaret. La experiencia de Nazaret se sitúa entre la llegada del

que fue anunciado a María como "Hijo del Altísimo" y el momento de su

manifestación definitiva y gloriosa en la resurrección.

      En cierto sentido, la familia de Nazaret vivió la misma experiencia de

larga espera que ahora toca vivar a todo cristiano. Como al cristiano,

también a ellos se les dio todo al principio, pero pasaron largos años hasta

que se manifestó quién era realmente el niño, el joven que vivía en nazaret.

Y cuando la espera dura, hay que saber esperar.

      El evangelio de hoy recalca que puede pasar una hora o varias de la

noche y hay que seguir esperando. Y así era también el tiempo de Nazaret:

pasaba un día, pasaba otro, pasaban los meses y los años y nada se veía. La

impaciencia hubiera podido llevar al grito del profeta: "Ojalá rasgases el

cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia" (Is 63,19). Pero

en Nazaret no hubo nada de eso, sino la larga y atenta espera hasta que para

Jesús, como para Juan Bautista, le llegó el momento asignado por el Padre

para "presentarse a Israel" (Lc 1,80).

      En Nazaret fue madurando en la paciencia ese respeto absoluto hacia el

secreto del Padre que marcó la hora de Jesús y que marcará también el momento

de su venida gloriosa.

 

“Tú, Señor eres nuestro Padre,

tu nombre de siempre es nuestro redentor" (Is 63,16),

nos ponemos en tus manos con entera confianza,

como María y José.

Renueva nuestra fe

para que no nos cansemos de esperar en la noche

y escuchemos hoy la Palabra que nos dice:

"¡Estad en vela!"

hasta que un día oigamos aquella otra que nos diga:

"Aquí estoy".

 

Esperar con paciencia

 

      El modo de vivir en Nazaret el tiempo de la espera ilumina nuestro ad-

viento. Tras los pasos de Jesús, María y José podemos caminar nosotros en la

noche de nuestra vida cristiana con una mayor esperanza.

      Como ellos tenemos la certeza de tener entre nosotros, con nosotros y

en nosotros al Salvador, aunque estemos en medio a las dificultades de la

vida. Sabemos, como dice S. Pablo que, para quien cree, en último término la

dificultad produce esperanza "y esa esperanza no defrauda, porque el amor que

Dios nos tiene inunda nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha

dado" (Rom 5,5).

      La abundancia y calidad del don recibido, el germen de vida que lleva-

mos dentro empujan "hacia la luz y hacia la vida" tanto como la conciencia

de la posible venida inminente del Señor. Ambas líneas de fuerza, la que

parte del don recibido y la que viene de la promesa, nos mantienen alerta,

no deben dejarnos dormir.

      La paciencia cristiana no es resignación y aletargamiento sino la

certeza que da la fe prolongada sin cesar en el tiempo y el respeto filial

al momento designado por el Padre.

      La paciencia vigilante que nos pide hoy el evangelio se opone tanto al

aturdimiento como a la impaciencia y debe comportar un programa de trabajo

sereno, de vida de comunidad, de humildad y obediencia como el que se vivió

en Nazaret. Este es el mejor modo de esperar la vuelta del Señor, que puede

llegar en cualquier momento.

 

VOLVER A NAZARET - TEODORO BERZAL hsf

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