22 de noviembre de 2020 - XXXIV DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
JESUCRISTO REY DEL UNIVERSO (S)
"Serán reunidas ante Él todas las
naciones"
-Ez 34,11-12.15-17
-Sal 22
-1Co 15,20-26.28
-Mt 25,31-46
Mateo 25,31-46
Dijo Jesús a sus discípulos:
-Cuando venga en gloria el Hijo del hombre y todos los Ángeles con Él,
se
sentará en el trono de su gloria y
serán reunidas ante Él todas las naciones.
El separará a unos de otros, como un
pastor separa las ovejas de las cabras.
Y pondrá las ovejas a su derecha y las
cabras a su izquierda. Entonces dirá
el rey a los de su derecha:
-Venid vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para
vosotros desde la creación del mundo.
Porque tuve hambre y me disteis de
comer, tuve sed y me disteis de beber,
fui forastero y me hospedasteis,
estuve desnudo y me vestisteis, enfermo
y me visitasteis, en la cárcel y
vinisteis a verme.
Entonces los justos le contestarán:
-Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te
dimos de beber?; ¿cuándo te vimos
forastero y te hospedamos, o desnudo y te
vestimos?; ¿cuándo te vimos enfermo o
en la cárcel y fuimos a verte?
Y el rey les dirá:
-Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de estos mis humildes
hermanos, conmigo lo hicisteis.
Y entonces dirá a los de su izquierda:
-Apartaos de mí, malditos; id al fuego eterno preparado para el diablo y
sus ángeles. Porque tuve hambre y
no me disteis de comer, tuve sed y no me
disteis de beber, fui forastero y no me
hospedasteis, estuve desnudo y no me
vestisteis, enfermo y en la cárcel y no
me visitasteis.
Entonces también éstos contestarán:
-Señor, ¿cuándo te vimos con hambre o con sed, o forastero o desnudo, o
enfermo o en la cárcel y no te asistimos?
Y Él replicará:
-Os aseguro que cada vez que no lo hicisteis con uno de éstos, los
humildes, tampoco lo hicisteis conmigo.
Y estos irán al castigo eterno, y los justos a la vida eterna.
Comentario
La Iglesia conmemora hoy la solemnidad de Cristo Rey del Universo como
recapitulación de su camino anual de
celebración de la fe y como centro de
toda la historia humana. "En el
círculo del año litúrgico la Iglesia
desarrolla todo el misterio de Cristo,
desde la Encarnación y la Navidad
hasta la Ascensión, Pentecostés y la
expectativa de la feliz esperanza y
venida del Señor" (S.C.102). La
Palabra de Dios nos lleva a ver en Cristo,
el primogénito de los muertos, a Aquél
que es el pastor y cabeza de la
Iglesia y de toda la humanidad, en
quien todo ha sido llamado a la plenitud.
El evangelio nos presenta una solemne descripción del juicio universal
que tendrá lugar al final de los
tiempos, recogiendo una tradición
apocalíptica que se remonta a los
profetas de Israel.
El juicio es presentado ante todo como una gran convocación. Poco antes
de la escena que hoy leemos, el
evangelista había dicho que el Señor enviaría
a sus Ángeles para convocar al son de
trompeta a todos los elegidos de los
cuatro vientos y de un extremo al otro
de los cielos (Mt 24,31). En este
ambiente apocalíptico del relato, el
Hijo del hombre aparece rodeado de sus
Ángeles que actúan como testigos de lo
que va a suceder.
El juicio consiste en una separación que coloca a los buenos de una
parte
y a los malos de otra. Para realizar
esta separación la figura del rey y juez
se reviste de otra familiar a los
lectores del evangelio: la figura de
pastor. Es de notar además que el rey
no procede de una forma completamente
autónoma, sino que se refiere constantemente
al Padre. Ante todo él mismo se
presenta como el Hijo del hombre,
expresión que recuerda a Dan. 7,9-14, y
después proclama su sumisión. "Y
cuando el universo le quede sometido,
entonces también el Hijo se someterá al
que se lo sometió, y Dios lo será
"todo para todos" (1Co
15,28). Pero lo que más importa es el criterio de sepa-
ración de unos y otros establecido por
el rey. No es otro que el del amor
expresado en el servicio y la atención
hacia quien se encuentra necesitado,
en situación de pobreza, de enfermedad,
de injusticia. El gesto de amor hacia
los hermanos o su ausencia establece la
diferencia definitiva entre unos
hombres y otros.
Podemos ahora preguntarnos quienes son esos "humildes
hermanos" suyos de
que habla el Señor con tanto afecto. Si
consultamos otros textos similares
del mismo Mateo, hay que pensar en los
discípulos y seguidores de Jesús (Cf.
Mt 10,42; 18,10). Hoy tenderíamos a
pensar que se trata de una interpretación
demasiado restrictiva. Pensamos
espontáneamente que esos "humildes hermanos"
son todos los pobres, marginados,
excluidos... Por otra parte el criterio de
amor al prójimo puede aplicarse a todo
hombre y no sólo al cristiano. Pero
cuando se escribió el texto de Mateo
que hoy leemos para una comunidad
pequeña y perseguida del siglo I,
quizá el sentido original era el primero,
se trataba de los cristianos que por
amor a Cristo se hicieron pobres, fueron
encarcelados, vivieron errantes y en
toda clase de necesidad. Desde ese
sentido restringido y dada la
ambientación universalista del relato ("serán
reunidas ante Él todas las
naciones") es fácil pasar al sentido más amplio
en el que todo hombre es hermano de
Jesús.
"Conmigo lo hicisteis"
La vida de Nazaret se entiende sólo a la luz del misterio de la
encarnación. Los aspectos de pobreza,
humildad, autolimitación voluntaria en
muchos aspectos de la vida de Jesús,
expresan otros tantos momentos de su
asunción de la condición humana. Y la
razón del amor cristiano que hoy da el
evangelio es la punta más avanzada de
misterio de la Encarnación: "cada vez
que lo hicisteis con uno de estos mis
humildes hermanos, conmigo lo
hicisteis".
Esta identificación de Jesús con el pobre y desamparado, con el débil y
oprimido, es no sólo una novedad
absoluta del mensaje cristiano con respecto
a otras doctrinas, sino el fundamento
de toda la actividad caritativa de la
Iglesia y de su amor preferencial por
los pobres. Cuando Jesús se identifica
con el pobre, no hace más que ratificar
lo que fue su opción de vida. Podemos
decir que la encarnación de Jesús no
consistió sólo en hacerse hombre entre
los hombres, sino que se hizo también
pobre entre los pobres. La trayectoria
entera de su existencia, que culmina en
la cruz, fue un camino de solidaridad
con quien está desarmado, con quien
sólo se impone por la fuerza del amor,
con quien no se apoya sobre ninguna de
las cosas que ofrecen al hombre poder,
dominio sobre los otros, suficiencia...
Por eso en el camino entero de su
vida se revela el amor y la
misericordia del rostro de Dios para con el
hombre en su condición de pobreza, de
abatimiento, de limitación y de pecado.
La Iglesia postconciliar ha llevado a cabo esta reflexión que nos
compromete a todos en plena fidelidad
al evangelio: "La Iglesia debe mirar
a Cristo cuando se pregunta cuál ha de
ser su acción evangelizadora. El Hijo
de Dios demostró la grandeza de ese
compromiso al hacerse hombre, pues se
identificó con los hombres haciéndose
uno de ellos, solidario con ellos y
asumiendo la condición en que se
encuentran, en su nacimiento, en su vida y,
sobre todo, en su pasión y muerte,
donde llegó a la máxima expresión de
pobreza. Por esta razón los pobres
merecen una atención preferencial, cual-
quiera que sea la situación moral o
personal en que se encuentran. Hechos a
imagen y semejanza de Dios para ser sus
hijos, esta imagen está ensombrecida
y aun escarnecida. Por eso Dios toma su
defensa y los ama. Es así como los
pobres son los primeros destinatarios
de la misión y su evangelización es por
excelencia señal y prueba de la misión
de Jesús. Acercándonos al pobre para
acompañarlo y servirlo hacemos lo que
Cristo nos enseñó, al hacerse hermano
nuestro, pobre como nosotros. Por eso
el servicio a los pobres es la medida
privilegiada aunque no excluyente de
nuestro seguimiento de Cristo. El mejor
servicio al hermano es la
evangelización que lo dispone a realizarse como
hijo de Dios, lo libera de las
injusticias y lo promueve integralmente"
(Documento de Puebla nn. 1141, 1142 y
1144).
Te
bendecimos, Señor Jesús, rey del universo
porque
tu cercanía a todos los hombres
y
tu identificación con los pobres
te permitirán en el momento final
ser
el juez de todos
descubriendo
lo que hay de más profundo en cada uno.
Guíanos
con tu Espíritu Santo
para
que sepamos reconocerte y servirte
en
los que ahora sufren
y
así formemos parte un día de la asamblea
de
quienes son bendecidos por el Padre
y
lo bendicen por toda la eternidad.
"Cristo tiene que reinar"
Es el triunfo final de quien ha entregado su vida por todos. Pero Él
mismo indicó que su reino tiene un
estilo muy distinto a los de este mundo.
"Este Hombre no ha venido a que le
sirvan, sino a servir y dar su vida en
rescate por todos" (Mt 20,28).
Si ese es el modo de "reinar" de Jesús, ese debe ser también
el estilo de
la Iglesia y del cristiano. No se
pueden copiar los procedimientos de
organización y gestión del poder con
una lógica inspirada en el mundo. Como
para Jesús, para el cristiano, reinar
es servir.
El cristiano, comprometido en la transformación de este mundo con la
fuerza del evangelio, debe luchar por
reconducir desde dentro todas las cosas
según los valores del Reino. De esta
forma todos los hechos de la historia
personal y colectiva, por pequeños que
sean, cobran un sentido nuevo porque
se inscriben en la construcción de los
cielos nuevos y la tierra nueva que
esperamos. "La plenitud de los
tiempos ha llegado, pues, hasta nosotros (Cf.
1Cor 10,11) y la renovación del mundo
está irrevocablemente decretada y
empieza a realizarse en cierto modo en
el siglo presente, ya que la Iglesia,
aun en la tierra, se reviste de una
verdadera, si bien imperfecta santidad.
Y mientras no haya cielos nuevos y
nueva tierra en los que tenga su morada
la justicia (Cf 2Pe 2,13), la Iglesia
peregrinante, en sus sacramentos e
instituciones, que pertenecen a este
tiempo, lleva consigo la imagen de este
mundo que pasa, y Ella misma vive entre
las criaturas que gimen entre dolores
de parto hasta el presente, en espera
de la manifestación de los hijos de
Dios (Cf. Rom 8,19-22)" (L. G.
48).
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